"Desde el punto de vista formal —pero tan sólo formal—, el colonialismo reina en África desde la conferencia de Berlín (1883- 1885), en la cual varios países europeos (Inglaterra y Francia en primer lugar, pero también Bélgica, Alemania y Portugal) se repartieron todo el continente hasta la época en que África se independiza en la segunda mitad del siglo XX. Pero, en realidad, la penetración colonial había empezado mucho antes, ya en el siglo XV, y floreció a lo largo de los siguientes quinientos años. El comercio de esclavos africanos, que se prolongó durante trescientos años, fue la fase más brutal y abyecta de aquella conquista. Trescientos años de batidas, redadas, persecuciones y emboscadas que organizaban los blancos, a menudo con ayuda de compinches africanos y árabes. En condiciones infrahumanas, hacinados en las bodegas de los barcos, millones de africanos fueron transportados al otro lado del Atlántico para que allí, con el sudor de sus frentes, construyeran la riqueza y el poderío del Nuevo Mundo.
Perseguida e indefensa, África fue saqueada de sus gentes, arruinada y destruida. Quedaron despobladas vastas extensiones del continente y yermos de maleza cubrieron soleadas regiones de vegetación floreciente. Pero la huella más dolorosa y duradera la ha dejado aquella época en la memoria y la conciencia de los africanos: siglos de desprecio, humillación y sufrimiento han creado en ellos un complejo de inferioridad y un sentimiento de daño moral jamás reparado que anida en lo profundo de sus corazones.
El colonialismo vive su apogeo en el momento en que estalla la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el curso de la misma y la elocuencia simbólica de su realidad inician el declive y anuncian la derrota de este sistema.ç
¿Cómo y por qué sucedieron así las cosas? Una breve incursión a la oscura región de la manera de pensar basada en categorías de raza aclarará muchos interrogantes. Pues bien: la diferencia racial, del color de la piel, constituye el tema central, la esencia y el meollo de las relaciones entre africanos y europeos; es la principal forma que estas relaciones adoptan en la época colonial. Vínculos, dependencias, conflictos, todo se traduce al lenguaje de las nociones blanco/negro, dentro del cual, evidentemente, el blanco es mejor, superior y más fuerte que el negro. El blanco, que se ha convertido en sir, master, bwana kubwa, es el incuestionable amo y señor, enviado por Dios para gobernar a los negros. Se ha inculcado al africano que el blanco es intocable e invencible, y que todos los blancos constituyen una fuerza compacta y maciza. Se trataba de una ideología que apoyaba el sistema de la dominación colonial, una ideología que reafirmaba la convicción de que todo intento de cuestionarlo u oponerse a él no tenía ningún sentido.
Y, de pronto, los africanos alistados a la fuerza en los ejércitos británico y francés ven cómo, en la guerra europea en la que participan, un blanco se pelea con otro blanco, cómo dispara sobre él y le destruye las ciudades. Es toda una revelación, conmoción y sorpresa. Los soldados africanos del ejército francés ven cómo Francia, su soberana colonial, es vencida y conquistada. Los soldados africanos del ejército británico ven cómo Londres, la capital del imperio, es bombardeada; ven a los blancos presa del pánico, a blancos que huyen, suplican y lloran. Ven a blancos desarrapados, hambrientos y clamando por pan. Y a medida que avanzan hacia el este de Europa —y junto a los blancos ingleses dan palizas a los blancos alemanes— se topan aquí y allá con columnas de blancos vestidos con uniformes a rayas, hombres esqueletos, hombres despojos.
La conmoción que sintió el africano cuando las imágenes de la guerra de los blancos se sucedían ante sus ojos era tanto más fuerte cuanto que los habitantes de África (con algunas excepciones, y en el caso del Congo belga, por ejemplo, sin ninguna) tenían prohibido no sólo viajar a Europa, sino salir del continente. Podían juzgar la vida de los blancos tan sólo a través del prisma de las lujosas condiciones que los blancos se habían procurado en las colonias.
Y un factor más: hasta mediados del siglo XX, el habitante de África no tiene más fuentes de información que lo que le dice el vecino o el jefe del poblado o el administrador colonial. De manera que todo lo que sabe del mundo se reduce a lo que él mismo ve en las proximidades de su casa o lo que oye de otros en el curso de la charla vespertina alrededor del fuego.ç
A los combatientes de la Segunda Guerra que han vuelto de Europa a África no tardamos en encontrarlos en las filas de los diversos movimientos y partidos políticos que luchan por la independencia de sus respectivos países. El número de estas organizaciones crece ahora de forma imparable: se multiplican como conejos. Con orientaciones diferentes, cada una persigue los fines que se ha trazado.
Las de las colonias francesas de momento lanzan demandas limitadas. Todavía no hablan de libertad. Sólo quieren convertir a todos los habitantes de la colonia en ciudadanos de Francia. París rechaza la demanda. Con matices: será ciudadano francés sólo aquel que sea educado en el marco de la cultura francesa, que se eleve hasta el nivel de la misma, el llamado évolué. Pero estos évolués serán excepciones.
Las de las colonias británicas se muestran más radicales. Para ellas, la inspiración, el impulso y el programa radican en las valientes visiones de futuro que diseñaran los intelectuales afroamericanos, descendientes de los esclavos, en la segunda mitad del siglo XIX y en la primera del XX. Estos últimos habían formulado una doctrina que llamaban panafricanismo. Sus principales creadores eran el activista Alexander Crummwel, el escritor WEB Du Bois y el periodista Marcus Garvey (este último, de Jamaica). Diferían en sus concepciones pero estaban de acuerdo en dos cosas: 1), que todos los negros del mundo de Sudamérica y de África pertenecían a una misma raza y cultura y que deberían estar orgullosos del color de su piel; y 2), que toda África debía ser independiente y unida. Su lema rezaba: «¡África para los africanos!» En el tercer punto del programa, igualmente importante, WEB Du Bois era de la opinión de que los negros debían quedarse en los países donde vivían, mientras que Garvey opinaba que todos los negros, estuviesen donde estuviesen, debían regresar a África. Durante un tiempo, incluso, se dedicó a vender una fotografía de Haile Selassie, sosteniendo que era un visado de vuelta. Murió en 1940 sin haber visto África.
El joven activista y teórico ghanés Kwame Nkrumah se convirtió en gran entusiasta del panafricanismo. En 1947, tras acabar la carrera universitaria en Norteamérica, regresó a su país natal. Fundó un partido al que atrajo a combatientes de la Segunda Guerra así como a la juventud, y en una de las concentraciones de Acra lanzó el combativo lema de «¡Independencia ya!» En aquel tiempo, en el África colonial, el lema sonó como el estallido de una bomba. Pero diez años más tarde Ghana se convertía en el primer país independiente del África subsahariana; y Acra, el primer centro, aún provisional e informal, de todos los movimientos, ideas y acción para todo el continente.
Reinaba allí una auténtica fiebre libertadora y se podían encontrar gentes de toda África. También acudían en masa periodistas de todo el mundo. Los atraían la curiosidad, la inseguridad y hasta el temor de las capitales europeas, el miedo a que África fuese a estallar y corriera la sangre de los blancos. El miedo incluso de que se creasen ejércitos, que, armados por los soviéticos, intentarán, siguiendo un impulso de odio y venganza, lanzarse sobre Europa."
Ébano
Ryszard Kapuściński
Anagrama, 2009
pàg.: 32-36
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