6 de gen. 2024

aitaren etxea, 5

 


“La casa del padre”, de Karmele Jaio

    "No nos han violado más porque nos han educado en el miedo… y el miedo nos ha protegido…"

per Maudy Ventosa
a “Las lecturas de Guillermo”

    "Estoy con Karmele Jaio, charlando sobre su último libro, La casa del padre, que está presentando en Madrid. Un libro que te remueve y sacude, que te hace reflexionar no solo sobre el papel que juega la mujer en la sociedad en estos momentos, sino también sobre los “mandatos” que han condicionado, y condicionan su rol en la familia, en el trabajo, en su vida privada, en la asunción de su propia identidad. Esos “mandatos” no escritos, pero si interiorizados, que la mayoría nos sentimos obligadas a cumplir, explican la renuncia a desarrollar una carrera profesional cuando llegan los hijos; a cuidar a los padres cuando son mayores –en vez de los hijos varones-; a sentirse culpables por pensar en sí mismas; a no disfrutar del sexo salvo soñando una violación… como ocurre con la protagonista de este relato: necesitaba disfrutar del sexo pero no tenía permiso para ello… me he tenido que inventar que me agreden… Te deja sin palabras para explicar algo tan doloroso pero vívido para esta mujer.

    Según la autora, otro de los “mandatos” que asumen las mujeres, es la obligación de agradar, de gustar… Aunque todos necesitamos sentirnos aceptados, en el caso de la mujer parece que es más evidente y a veces su valoración no llega precisamente por el intelecto ni la experiencia, sino por aspectos que tienen que ver con su imagen. De ahí, afirma, que les sea más difícil envejecer, porque un hombre siempre seguirá siendo interesante, aunque esté viejo, por ser hombre, y en el caso de una mujer, cuando se marchita lo físico cuesta más valorar la inteligencia y la belleza… deja de gustar.

    En esta novela hay tres personajes principales, muy fuertes; Ismael, un escritor de éxito que está en horas bajas porque la musa de la inspiración le ha abandonado. La pesadilla que le perseguía de niño se sigue repitiendo una y otra vez… un pasado sin resolver; sonido de disparos y ladridos de perros en el bosque… La violación de Pamplona vuelve a su mente una y otra vez ahora que sus hijas han abandonado el hogar… No entiende tampoco el cambio que se está produciendo en su mujer: está más guapa, como si quisiera agradar; ha formado un club de lectura feminista… y ese lenguaje con el que no está de acuerdo ni entiende y que le duele… esto es una guerra, y nos están matando…

    Pregunto a la autora si estamos en guerra con los hombres y si estos son un colectivo; responde que hay una reacción a la defensiva pero no hay una guerra contra los hombres, la guerra es contra un modelo de hombres y un modelo de sociedad y un modelo de hacer vida social y una manera de entender el mundo y de esperar una cosa de mujeres y otra cosa de hombres. Por eso, en la novela, aparecen mezcladas la culpa y la defensa con el “yo no he sido”...

    Parece, pues, que es imposible, para un hombre, ponerse en la piel de una mujer porque, como dice Ismael, ellas esconden sus secretos… la autora cree que ellas están más en los márgenes, que su mundo es más oculto… pero que muchas veces también ellas necesitan hacer estrategias para no contarlo todo… están más ocultas… su vida ha estado en un segundo plano, no ha sido visible.

    La mujer de Ismael se llama Jasone ahora. No quiso que la conocieran como una inmigrante pobre venida de otra provincia en la que se llamaba Asunción. Era mejor traducir su nombre… Se casó con él porque su miedo le daba seguridad… El no se comprometió políticamente, y aunque escribía sobre ello, lo veía desde lejos. Ahora es una mujer que reclama su sitio, es escritora, no la mujer de un escritor. Ni siquiera su marido ha sido capaz de percibir el cambio que se está produciendo en ella: había dejado de escribir y ahora vuelve a hacerlo. Quiere que la valoren por lo que es: escritora. Los “mandatos” internos hicieron que renunciara a lo que le gustaba, pero esas obligaciones han pasado. Empieza a sacudirse la culpa por dedicarse a ella misma…

    La tercera de la historia es Libe, la mejor amiga de Jasone y hermana de Ismael, que cerró la puerta de su habitación hace tiempo y le dejó fuera de su vida. Ella sí se implicó cuando era necesario. Fue valiente para entrar y para salir y marcharse a Berlín después de su detención. Pero los “mandatos” también pesan en esta mujer valiente y liberada de prejuicios. Volverá a sus contradicciones, a su casa.

    Impactan las relaciones familiares que se describen en la novela y que a muchos lectores retrotraerán a un pasado bastante reciente. El papel del padre omnipotente, rígido, que se arroga el derecho de gobernar la casa con mano firme y que mira con más cariño a su perro cazador que a su hijo; esa madre callada que asume sin quejarse el papel que le toca desempeñar… los roles se transmiten de manera inexorable; unos para las mujeres y otros para los hombres. Y los silencios, tan presentes, impresionan más que las palabras. La falta de comunicación es evidente, pero lo que más me ha impactado es la imposibilidad de manifestar sentimientos… no existe el más mínimo roce entre ellos, besos ausentes, familia sin abrazos…

    No se puede juzgar el pasado con los ojos del presente… cada contexto social, cada contexto histórico tiene sus condicionantes y no se puede juzgar algo que fue en el pasado con los ojos del presente… puedes decir lo que estaba pasando pero es difícil juzgar desde una lejanía. Pero sí hay que conocerlo para que no se repita.

    La casa del padre nos descubre a la escritora Karmele Jaio, en una novela que nos habla de las maneras de construir y transmitir la masculinidad y de la enorme influencia del género en la vida de mujeres y hombres."

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