17 de gen. 2024

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Irene Solà: 
“Ha llegado el momento de mirar el mundo desde otras perspectivas, incluidas las no humanas”

    Un día que condensa cuatro siglos en una masía habitada por mujeres deformes e incompletas. Así es la nueva novela de la autora catalana, que cambió Londres por Malla, el pueblo de su infancia, cerca de Vic

per Laura Fernández
El País
02/09/2023

    "Ya no era tan pequeña, recuerda, cuando leyó El señor de los anillos. Pero lo era cuando empezó a investigar junto a Sherlock Holmes. Y lo era aún más cuando viajó por primera vez a Terramar. Y es cierto que hay algo de la pasión por la palabra de Ursula K. Le Guin en todo lo que toca Irene Solà (Malla, 33 años). La palabra entendida como ente mágico capaz de invocar cualquier tipo de mundo dentro del mundo. La palabra como herramienta o varita mágica —de la clase de magos narrativos que habitan Terramar—, como llave que abre infinitas puertas. Puertas que son historias, que son también y sobre todo lugares desde los que contarlas. “Desde niña me ha gustado oír contar historias. Me preguntaba cómo era posible que cambiasen mi manera de ver el mundo como lo hacían. ¿De dónde salía todo aquel poder?”, se pregunta la escritora, la artista, que no tiende (jamás) a decir la palabra novela. Ni siquiera cuando habla de las propias.

    ¿Le parece una palabra demasiado grande? ¿O empequeñece en realidad aquello que hace? ¿O quizá es que resulta demasiado concreta para algo que, como le gusta decir, simplemente crece? “Es verdad, nunca hablo de mi novela. Hablo de mi proyecto. Y no es que las palabras escribir o novela no me gusten, pero es que estudié Bellas Artes y lo más importante que aprendí en esos cinco años fue esto que hago. Respetar la idea como algo que va encontrando su espacio, y su momento, y se va dando forma a sí mismo”, responde.

    El cielo está nublado. Solà bebe agua con gas en una antigua y encantadora cafetería de Vic (Barcelona) con vistas a la plaza del mercado. Hay montones de puestos sobre su icónico suelo de tierra. La escritora viaja mucho, pero es aquí, a este enclave medieval de la Cataluña interior, adonde regresa una y otra vez. Fue aquí donde creció. Aunque no exactamente.

    Si Herman Melville admiraba el monte Greylock desde su casa en Pittsfield, Massachusetts, mientras escribía Moby Dick, Solà admiraba el bosque al otro lado de la ventana mientras crecía y empezaba a contar sus primeras historias. “Vivíamos en un pueblo pequeño, y diseminado. Las casas estaban algo aisladas”, dice. Así que iban al mercado en coche, y al cine, y a los bares cuando empezó a salir, y luego regresaban a casa. “Y es curioso. Me gustan mucho las ciudades. Desde niña. Quizá por eso. Ciudades más grandes que Barcelona. Londres, Nueva York. Crecí queriendo irme lejos, y descubrir ese tipo de sitios. Ciudades que pudiesen llegar a parecerme infinitas”, confiesa. El éxito de Canto yo y la montaña baila le permitió hacerlo. Su última novela, Te di ojos y miraste las tinieblas (Anagrama), se ha escrito en medio mundo. Pero, en realidad, todo empezó ya así. Lejos. Podría decirse que todo empezó en un autobús londinense.

    El año tal vez sea 2015. Solà, que creció escribiendo —ganó un ordenador en el famoso concurso de redacción de Coca-Cola a los 12 años y no pudo creerse que fuese a tenerlo para ella sola—, había dejado de hacerlo porque en Bellas Artes se había animado a priorizar otras formas de contar. En aquel momento en concreto se encontraba en Londres, y en Brighton, haciendo un intercambio universitario. Y trataba de montar una pieza de videoarte, pero le resultó imposible porque no había cámaras suficientes. Así que empezó a escribir como si fuese una cámara. Se metió, literalmente, dentro de la escritura de una novela, simulando ser una cámara. Así nació Los diques, su primera novela, que ganó el Premio Documenta en 2017. He aquí cómo empieza: “Esta es Ada. Estas son las teclas del ordenador de Ada, que esperan, atentas, la embestida”. Es decir, en las bambalinas de la escritura.

    Para entender la literatura mutante de Solà, cada uno de sus brillantes y libérrimos pasos, su discurrir fogoso, la delicia, el placer del abandono del mundo —o su intercambio por otro infinitamente más vivo— que propone, hay que entender su proceso creativo. Trabaja —la escritora, la artista— en el proyecto, como si este fuese un monstruo al que dar vida, algo inconcreto, aún deforme, que va esculpiéndose a medida que su creadora se obsesiona con él. “Recuerdo que Canto yo… apareció cuando aún estaba dándole los últimos retoques a Los diques. No podía parar, escribía incluso en el autobús, cuando aún estaba en Londres. La idea se abrió camino, arrasándolo todo. Nunca antes me había pasado algo así”, dice. ¿Y no tiene Canto yo y la montaña baila algo de esa fuerza imponente? ¿No le dio exactamente lo que necesitaba? “Escribo con la cabeza, pero también con el estómago”, dice.

    No resulta extraño que se proteja como lo hace para evitar cualquier tipo de interferencia ante un proceso creativo semejante, tan, en sus palabras, “orgánico”, y en realidad, visceral, intuitivo, por momentos, irracional. Te di ojos y miraste a las tinieblas, su esperadísima tercera novela —la primera después del gran éxito mundial de Canto yo…, que fue traducida a 28 idiomas, y de la que se han vendido más de 100.000 ejemplares en catalán y 50.000 en castellano—, tiene algo de reflexión al respecto. “De alguna forma interpelo directamente a mi proceso creativo, a mi obra, desde el título. Te di ojos, te di la vida, y decidiste mirar a la oscuridad, al lugar donde todo es posible, el más libre, el que los demás temen, y en el que no ves nada y avanzas a tientas. Es como si me dijera a mí misma: ‘Sé tan tú como quieras’. Detrás del título está el concepto del libre albedrío, y de la necesidad de encontrar un lugar irreverente, muy propio, para aquello que hago”, dice. Y también está el diablo, y los fantasmas.

    Intensa, barroca, de rincones oscuros, casi como un folk horror en el que el terror no es terror sino algo acogedoramente extraño, algo familiar y misterioso, Te di ojos y miraste las tinieblas invita a pasar un único día —que contiene cuatro siglos de historia de una familia— en una casa maldita —una masía olvidada— rodeada de bosques por los que campan, intermitentemente, otros tiempos, y sus fantasmas. También demonios pequeños —el dimoni petit que creó el folclore catalán, convencido de que “la gran batalla divina” no iba a darse nunca en Cataluña, y por lo tanto, el Diablo con mayúscula no podía aparecérsele a nadie por aquí—. Y maquis, y animales salvajes que acechan el mas Clavell. El mas está habitado por una familia de mujeres incompletas. Hubo un pacto con el Diablo en algún momento —una de ellas quiso un marido, sin el que ninguna de las otras existiría—, y todas han nacido sin algo. Sin lengua, o con un cuarto de corazón menos.

    La narradora, una voz fantasmagórica que abre puertas y aparta arbustos, y observa sin juzgar, recompone, a pedazos, la historia familiar de las habitantes del mas Clavell, sumergiéndose en los recuerdos incompletos, a ratos deformes, de cada una de ellas. “Me interesaba reflexionar sobre los mecanismos de la Historia, con mayúscula, y la historia, con minúscula. ¿Qué sabemos de quienes somos? ¿No es nuestra historia familiar algo que vamos completando a partir de lo que oímos contar? ¿Y no tiene eso algo que ver con la tradición, los mitos y las leyendas? Veo una relación entre la forma en que hemos mirado el mundo, y hemos intentado explicárnoslo, desde el principio de los tiempos y la historia particular de cada familia, que es también una historia de mitos y leyendas”, argumenta Solà, a quien le fascina la condición de narrador no fiable de nuestra propia historia familiar, en realidad, una colección de voces más o menos interesadas.

    “El que cuenta una historia nunca lo hace de forma inocente. Hay detrás una intención. Un interés. Por eso la historia cambia en función de quien la cuenta”, dice. De nuestra familia, la de cada uno, tenemos una colección de fogonazos, de momentos narrados por distintas personas, en distintas épocas, que dan forma a aquello que sabemos de ella, y ocurre que lo que sabemos no siempre encaja”.

    Que en Te di ojos y miraste las tinieblas la reflexión al respecto se convierta en la experiencia de vivir eso mismo en el mas que habitan las protagonistas, es obra del estilo volcánico de Solà, para quien la novela es un ente “infinito”, que todo puede contenerlo, y amplificarlo, deformarlo, galvanizarlo. La subjetividad toma otra vez el control —todo narrador tiene aquí, como en Canto yo y la montaña baila, su propio mundo porque su manera de verlo es única—, evidenciando de qué forma “la objetividad es imposible”.

    No es casual que las protagonistas de esta historia sean mujeres, ni que vivan en una masía olvidada ni que sean imperfectas —estén incompletas—, ni que pacten con el diablo, ni que nadie las tuviera jamás en cuenta, porque precisamente Solà quería escribir sobre lo frondoso de cualquier mundo, esté o no al margen del mundo. “Sin una teoría feminista ni una mirada crítica no podría hacer lo que hago. Canto yo… empezaba con un héroe clásico, o lo que podría haberlo sido, que una página después estaba muerto. Y es entonces cuando la historia de todo lo demás se cuenta, por fin. Porque ¿cuántas veces hemos oído contar la historia del héroe? ¿Y qué pasa con todo lo demás todas esas veces?”, se pregunta la escritora. “Ha llegado el momento de mirar el mundo desde otras perspectivas”, dice, “y eso incluye narradores no humanos”, lo que dinamita también el caduco antropocentrismo, o la idea de que nada importa más que nuestra especie.

    Escribe, crea, dice, haciéndose preguntas, porque lo que quiere es aprender, y disfrutar al hacerlo, jugar en serio, “como hacen los niños”. Ya era así cuando escribía poesía —­fue un poemario, Bèstia, lo primero que publicó—. Le gusta deslocalizarse. En estos cuatro años, los que hay entre Canto yo y la montaña baila y Te di ojos y miraste las tinieblas, ha pasado temporadas en Nueva York, la Toscana, Virginia (Estados Unidos), Palamós y Olot, en residencias de escritores, e incluso se ha creado sus propias autorresidencias en apartados lugares de España.

    Sale, se empapa de lo que hay fuera, pero necesita enclaustrarse —es obsesiva, y lee y se documenta hasta la extenuación— para escribir. No parece que los premios —ha ganado casi una decena, entre ellos, el Premio de Literatura de la Unión Europea, un Kirkus a mejor libro y The New York Public Library Best Book de 2022— ni el exceso de atención que acarrean puedan con ella y su pasión por la obra en marcha."

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