12 de gen. 2024

aitaren etxea, fragment 3

 


    “Te has sentado en el avión con la novela de Jasone sobre las rodillas. La sostienes como si fuera el bebé que nunca has tenido. Tu madre haría un comentario parecido. A las que no sois madres siempre os buscan algún gesto maternal, algún guiño que esconda que en el fondo hubieseis deseado serlo. Ya sabes, esa vieja guerra.

    Tu madre tiene una gran facilidad para fijarse en lo que te falta más que en lo que tienes. Como si fueras la famosa botella vacía. A pesar de ello, la distancia de los últimos años os ha unido. A tu madre se le hace mucho más fácil confesarte algunas cosas por teléfono, sin que le veas la cara. Cuando estáis una frente a la otra no acierta con las palabras, ni contigo ni con nadie, quizá por ello se pasa el día repartiendo en táperes la comida que hace. Mete sus palabras allí, trozos de su corazón al pilpil o en salsa vizcaína.

    Pronto te encontrarás frente a ella, aunque aún no sabe nada. Nadie sabe que has adelantado el viaje, no saben que llegas esta misma tarde al aeropuerto de Loiu. Simplemente aparecerás allí y llamarás. He llegado. Se te ha hecho difícil explicarle a nadie con antelación lo que estás haciendo, porque no te lo has contado aún ni siquiera a ti misma. A pesar de saber que la culpa de lo que estás haciendo la tiene esa vieja ley. Una vieja ley que creías superada, de la que creías que te habías desprendido. Una ley que dice que son las hijas las que deben cuidar a sus padres; una ley que resuena en todas partes como el eco en una cueva.

    «Es una historia pequeña, no te creas que es una de esas grandes historias...», te dice Jasone en la carta que te mandó junto a la novela. Y te preguntas qué son realmente las grandes historias.

    Te han venido a la cabeza los campamentos. Hace años que no duermes en una tienda de campaña, ahora tu trabajo es la burocracia de la solidaridad: crear grupos de trabajo, proponer estrategias, coordinar políticas, gestionar reuniones, preparar discursos, dirigir campañas...

    En los últimos años has escuchado las grandes historias de los campamentos desde el otro lado del teléfono, o desde la pantalla de tu ordenador. Y sabes que no estás en el lugar en el que se producen las grandes historias. Porque las grandes historias solo se producen a ras de suelo y solo se pueden escribir manchándote las botas de barro.

    Hace tiempo ya que dejaste de mancharte las botas de barro, desde que accediste al puesto que ocupas en esa ONG, desde que pasas el día metida en tu despacho. Antes tus manos tocaban las manos frías de las personas sin techo. Ahora estás lejos. Y eso ha supuesto una pequeña muerte para ti.

    Miras la novela de Jasone, que te ha sorprendido tanto, y piensas que tu gran amiga está más cerca que nunca de mostrar su verdad, como no lo ha hecho antes. De liberarse de todos sus miedos y de mirar de frente a la verdad. Y que tú, sin embargo, has hecho el camino contrario y te has ido alejando de la tuya. Has retrocedido en todo aquello en lo que durante años has aleccionado a Jasone. Es como si la discípula hubiese superado a la maestra y le estuviese mostrando todas sus contradicciones. Ahora, cuando parece que Jasone se ha quitado de encima por fin ese rol de servicio y cuidado de los demás, cuando se va quitando de encima la culpa por dedicarse a sí misma, cuando ha conseguido sacar de dentro por fin su verdadera voz, ahora, tú, su maestra feminista, su ídolo de los derechos, su amiga revolucionaria, ahora tú estás dando un importante paso atrás. Ahora la culpa te está obligando a volver antes de tiempo a tu casa, a la casa de tus padres.

    O quizá no. Quizá no es un paso atrás. Quizá tu sitio ahora esté ahí, al lado de tu madre y tu padre, en esas pequeñas historias que se forman a su alrededor. Quizá ahora tu historia tenga que girar ahí, quizá ese sea el lugar de tu gran historia ahora mismo.

    Pero no tienes nada claro, estás confundida, tus principios están luchando en un ring, en una pelea de pressing catch, contra una mujer de pelo largo y rubio y de ojos pintados con rímel. Mujeres contra mujeres, mujeres luchando entre ellas, como se espera de ellas, como les han enseñado que debe ser. Hasta en sueños.

    La azafata te ha pedido que te abroches el cinturón. Creías que lo llevabas abrochado. Te ocurre mucho últimamente. Llevas un cinturón imaginario todo el tiempo. A veces no es necesario llevar cinturón, basta con que imagines que lo llevas, con que imagines cómo te va a tirar hacia abajo, para que ni siquiera intentes levantarte. La imaginación es poderosa. Acabas pensando que llevas cinturón y ya no intentas hacer nada. Los cinturones imaginarios funcionan muy bien.

    Piensas en las pequeñas muertes que se van produciendo en tu vida y que vas aceptando. Hoy en día la muerte aparece de una manera mucho más sutil que antes, disfrazada, como los actuales coches de las funerarias. Ya no tiene nada que ver con aquellos coches largos y negros. Antes la muerte te venía de frente y podías verla llegar con nombre y apellido. Hoy, sin embargo, aparece en una furgoneta gris, que puede ser la de cualquier repartidor de artículos comprados en internet, y entra en tu vida sin que te des cuenta, para desactivarte por dentro sigilosamente, para generar esas pequeñas muertes de las que eres más consciente que nunca, sobre todo después de leer la dura y sincera novela de Jasone. La incómoda novela de Jasone. Porque la verdad es siempre incómoda, como un sillón al que se le salen los muelles y se clavan en el culo del que se sienta en ellos.

    Tú fuiste el muelle que se sale en el sofá de casa durante mucho tiempo. Primero con tu militancia política. Vas a acabar metiéndonos en líos a todos, te decía tu madre. Y luego con tu homosexualidad. Una homosexualidad tardía, no aceptada ni siquiera por ti misma durante mucho tiempo y aún no aceptada completamente en tu familia.

    Jasone dice en la carta que siempre has sido más valiente que ella, y sabes que no es verdad. Desde un avión, desde lo alto, se ve todo mucho mejor, las curvas y los dibujos de los caminos. Los que han formado tu vida. En casa siempre fuiste la contra, el muelle incómodo, pero, aun así, ¿qué has conseguido cambiar? ¿Has hecho en los últimos años algo más que escapar? Hace casi veinte años tuviste que huir. Quisiste huir. Reconocer tu homosexualidad te empujó, por un lado, pero por otro fue el ambiente político; se te hizo irrespirable. El conflicto. Lo ensució todo, también en buena medida tu posibilidad de mostrar abiertamente tu homosexualidad. El pueblo necesitaba héroes, no tortilleras.

    Tu sueño de montar una editorial con Jasone qué lejos quedó. Creíais realmente que podíais cambiar el mundo publicando libros. Y en este tiempo has intentado cambiar el mundo, realmente creías que podías hacerlo, por eso ingresaste en una ONG y eso ha sido, visto desde aquí arriba, lo más transgresor que has llegado a hacer. Pero ahí también ha aparecido poco a poco la furgoneta gris de la funeraria y ha ido matando tu ímpetu. En estos años has trabajado en distintos organismos internacionales, cada vez en puestos de más responsabilidad. Y hoy, cuando te sientas en tu despacho, con la calefacción a tope, sientes que te encuentras en el epicentro del sistema que tantas veces has maldecido. No es lo que soñaste. Eres el collar falso de Maupassant. El punki de postal de La Polla Records.

    Jasone, sin embargo, ha hecho su revolución poco a poco, en silencio, sin máscaras ni disfraces. Hoy es una mujer nueva. No hay más que ver el rastro profundo que ha dejado en el papel cada palabra de la carta. Parece escrita en braille.

    Tienes miedo. En los próximos días dormirás en tu habitación de joven. Sin el calor de Kristin. Ha querido acompañarte, pero le has dicho que no. Hace tiempo que quiere venir a conocer tu país, pero nunca le has dado una oportunidad. Tienes miedo de que le guste y se quiera quedar. Estarás, pues, sola contigo misma en una cama de noventa. Y no sabes seguro si conoces a esa mujer que se meterá de nuevo en esa cama. No sabes si eres la misma o una versión edulcorada, rebajada. Sientes que es el viaje más arriesgado que has hecho hasta ahora. Más que los que has hecho a Uganda, Etiopía o Ecuador. Un viaje a tu pasado, a tu casa. A tus contradicciones.

    Cuando el avión se ha puesto en marcha, has cerrado los ojos. Siempre te pone nerviosa ese primer arranque. Aunque tu cuerpo avance, sientes que tu cabeza se queda atrás.

    Tras escuchar por fin el sonido que indica que puedes desabrocharte el cinturón, has mirado por la ventana y has visto que vuelas por encima de las nubes. Miras de nuevo dentro y ves que tus manos agarran con fuerza la novela que ha escrito Jasone. Y en ese momento sientes que allí hay algo que no solo le pertenece a ella. Allí dentro hay alguien que también te está hablando a ti. Alguien que te mira fijamente a los ojos y te desnuda.”

La casa del padre
Aitaren etxea
Karmele Jaio
Traducción de la autora
Destino, 2020
Páginas 95-100



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