10 de gen. 2024

aitaren etxea, fragment 1

 


    “Las casas no son lugares físicos, son atmósferas que nos acompañan de un hogar a otro. Desde que tu padre empezó a perder la cabeza, Nancy los ayuda algunas horas, pero seguro que tu madre no le deja fregar. Nadie friega como ella. Fregar es su territorio.

    Un poco más a la derecha está la torre de San Miguel. Viviste durante años cerca de allí, en el Casco Viejo, junto con Jasone y las niñas. Pero entre tanta apretura de casas, te ha sido imposible encontrar la que fue tuya. Como te es imposible ver hoy a tus hijas allá abajo. Salieron ya de ese decorado, salieron del nido. Ya no necesitan tu protección. Aparecen y desaparecen de tu vista como esas bandadas de pájaros que muchas tardes observas desde la ventana de tu estudio haciendo dibujos en el cielo y deshaciéndolos inmediatamente después.

    Tu casa actual, en la que vivís ahora solos Jasone y tú, a pesar de que guardéis dos habitaciones para las llegadas y salidas de vuestras hijas, es fácil de localizar. Está situada en una de las zonas residenciales del sur de la ciudad, donde los edificios están más alejados el uno del otro. Incluso puedes ver la terraza a la que da tu estudio. La ventana desde la que miras en los últimos años el mundo. Al otro lado de esa ventana está tu ordenador, tu taza de café reseco sobre el escritorio, tus miedos, tus pósits, tus clips, tus zapatillas junto a la silla, tus pesadillas, tus libros, tu cuaderno de apuntes, tu mundo. Allí está tu novela, la que intentas escribir desde hace dos años. Allí está tu secreto. Una novela que no avanza, una sequía de ideas, un bloqueo de escritor de los de libro. Nunca mejor dicho. Otro lugar común.

    Como cada frase que escribes. En los últimos dos años tus palabras solo han creado decorados de cartón piedra. Pero cómo hacer creíble un decorado al que no te has querido acercar nunca en la vida real. Te has arrepentido mil veces de haber decidido reflejar en tu novela el afilado ambiente político de la Euskadi de los ochenta. En mala hora decidiste darle protagonismo al conflicto político en tu obra. Si no hubiese sido por aquella crítica de Vidarte a tu último libro, quizá no se te hubiese ocurrido meterte en semejante lío. Y si no hubiese llegado la oferta para publicar la traducción de tu próximo trabajo al español, quizá tampoco te hubieses embarcado en una historia de la época del Si vis pacem, para bellum que cantaba tu hermana. Pensaste que a la editorial madrileña iba a gustarle mucho más si le añadías ese ingrediente genuino, el conflicto vasco visto desde dentro, pero te has arrepentido mil veces. En estos dos años has puesto en duda cada línea que has escrito, no te llegas a creer lo que escribes porque realmente no viviste aquellos años como tu hermana, a la que llegaron a detener, o como Jauregi o muchos otros; tú siempre huiste del compromiso político, del activismo, huiste de cualquier signo de dolor o riesgo y viviste al margen del conflicto. Cómo escribir ahora sobre ello, si no encuentras pedazos de verdad ni en tus manos ni en tu memoria.

    Divisas la ventana de tu estudio desde las alturas y te parece tan pequeño... Quizá sea eso. Quizá sea esa la razón de la sequía de los últimos años. Ves la realidad desde demasiado lejos. No se puede ver nada encerrado ahí, tan lejos del mundo. Va a tener razón finalmente Vidarte. En la crítica a tu último libro escribió que tus personajes parecían extraterrestres, que tu novela no recogía ni una sola referencia del mundo en el que viven, del contexto social, político... Que no sacabas a tus personajes a la calle, que los mantenías encerrados debatiendo entre cuatro paredes. Pero que incluso en eso te quedabas a medias, porque los mirabas desde lejos, como con miedo a entrar en su interior y en sus pesadillas. En tu novela no había compromiso ni con el entorno ni con el interior de tus personajes. Y sin compromiso con la verdad, no hay arte. Eso escribió Vidarte, entre otras lindezas, sobre tu última novela. Y en estos dos años no has podido quitarte de encima la imagen del crítico sobrevolando tu estudio día y noche y llamándote extraterrestre. Eres un extraterrestre, Alberdi.

    Quizá sea ese el problema. En esta nueva novela lo has intentado, pero no es fácil acercarse al mundo real; cuando te acercas demasiado, te asustas, como te ha ocurrido con el caso de esa chica, y vuelves a refugiarte en tu estudio. No es fácil acercarse a lo que pasa en el mundo, a sus gentes, sin salir de un estudio desde el que solo ves tus pesadillas, además de los geranios que Jasone tiene últimamente olvidados en la terraza.

    Ves sequía. Ves oscuridad.

    Quizá sea esa oscuridad la que al fin te ha empujado al monte. Precisamente al monte. Quizá sea esa oscuridad la que al fin te ha empujado a la luz.”

La casa del padre
Aitaren etxea
Karmele Jaio
Traducción de la autora
Destino, 2020
Páginas 16-19


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