6 de maig 2024

cinco horas con mario, 1

 

Cinco horas con Mario

Veinte años después y desde fuera

por Hans Jörg Neuschäfer
en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

    "No faltan libros que son declarados obras maestras en las secciones literarias de los periódicos o de la televisión, y en los departamentos de relaciones públicas de las grandes editoriales.

    Pero cada vez son más escasos los que un amigo nos recomienda o los que nosotros mismos encarecemos a una persona cercana de la que esperamos un eco de acuerdo, de interés o de goce.

    A esta rara especie pertenece Cinco horas con Mario.

    En primer lugar quiero intentar describir la obra, aparentemente sencilla, pero en realidad compleja, para los lectores que no la conozcan. No voy a decidir si Cinco horas con Mario es realmente una novela (o ¿una confesión general?, ¿un ajuste de cuentas?, ¿un monólogo?, ¿un diálogo?). De cualquier manera es, sólo parcialmente, un texto narrativo; sin duda lo es en el marco, mientras que en la parte principal muchas cosas se recuerdan narrándolas, pero la narración es siempre componente de una réplica dramática.

    La obra comienza con la reproducción facsímil de una esquela como cualquier otra que pueda encontrarse en un periódico español. Se notifica el fallecimiento de don Mario Diez Collado, quien el 24 de marzo de 1966, a los 49 años de edad, descansó en el Señor confortado con los Auxilios Espirituales. Suscriben la esquela su desconsolada esposa, doña María del Carmen Sotillo; sus cinco hijos y resto de la familia doliente. Se comunica que la misa por su alma tendrá lugar al día siguiente, a las 8, y la conducción del cadáver a las 10. Este curioso comienzo es, a la vez, un registro de personas, indicación ficticia y real de tiempo (lo que sigue a continuación se desarrolla en 1966, y ha sido escrito en este 1966) y comienzo de una narración marco.

    La narración marco evoca, en presente, el día que sigue a la muerte de Mario (ocurrida al amanecer). Este día se halla enmarcado, a su vez, por la conversación de medianoche entre Carmen y su mejor amiga, Valentina, llamada Valen, que había llegado la primera por la mañana y ahora se ha quedado la última para cuidar, junto con Mario II, el hijo mayor, a la visiblemente agotada esposa. Aparecen durante esta conversación, en forma de flash-backs y breves comentarios, visiones fragmentarias del día transcurrido, desde el punto de vista de Carmen: el descubrimiento del muerto, que, sin que nadie lo advirtiese, ha fallecido de un infarto; la reacción sobresaltada de su mujer, aunque no especialmente amorosa; el comportamiento de los hijos; la febril actividad que comienza después del reconocimiento médico y que va encaminada sobre todo a hacer público el acontecimiento lo más rápida y ampliamente posible: a fin de cuentas Mario no era un desconocido en la ciudad, aunque (muy a pesar de Carmen) sólo profesor de instituto, también redactor de periódico y escritor (cinco hijos obligan al pluriempleo); las visitas de condolencia; el ritual del pésame; los comentarios susurrados (los amigos de Mario, la mayoría de la inteligentsia izquierdista, ven en él una víctima de las circunstancias sociales; mientras que el clan de Carmen, predominantemente de la clase media conservadora, lo toman más bien por un protestón neurótico); la estrechez agobiante de un piso demasiado pequeño para la afluencia de visitantes (Carmen, en vida de Mario, había tratado inútilmente de conseguir uno más grande); los deberes de ama de casa vigilante de mantener la jerarquía establecida (hay que ofrecer café, pero también cuidar de que amigos subalternos del difunto, que se han mezclado impertinentemente entre los señores, sean desterrados a la cocina: «cada cual en su sitio»). Este cuadro ofrece ya un primer indicio sobre la relación entre los esposos que, a pesar de la solidez externa, no se puede calificar, evidentemente, como la mejor; del ambiente social en que se movían; pero sobre todo del lenguaje que se habla en este ambiente y que será el verdadero protagonista de la parte principal.

    Esta comienza después de que Valen y el joven Mario se han retirado y abarca justamente las cinco horas del velatorio que Carmen insiste en hacer sola, es decir, las Cinco horas con Mario. Esta parte del libro, aproximadamente 240 páginas, en la que el tiempo de la narración coincide más o menos con el tiempo de lo narrado, consiste en una cascada desbordante de palabras. Carmen recorre con su marido otra vez los 23 años de su matrimonio, el noviazgo y también parte de su juventud, es decir más o menos el espacio de tiempo comprendido entre la Guerra Civil y el presente (1966). Como Mario ya no puede responder a su mujer, la disputa que Carmen entiende como diálogo (marcado por procedimientos retóricos como: «tú dirás»; «desengáñate»; «¿recuerdas?»; «entiéndelo bien»; «imagínate»; «para inter nos», etc.) es aparentemente un monólogo, monólogo que no se puede frenar por nada, y en el que Carmen -por fin- puede descargar libremente todo lo que pesa en su alma. Su locuacidad solamente es interrumpida por la separación en capítulos, 27 en total, marcados con números romanos, que articulan el texto en secuencias de una extensión similar, de 8 a 10 páginas. Cada capítulo comienza con una cita que Carmen toma de la Biblia de Mario (que está a mano sobre su mesilla de noche) en donde lee los pasajes subrayados por él. Y esa cita pone en marcha su propio discurso.

    Inmediatamente uno piensa en parecidos ajustes de cuentas entre matrimonios, especialmente en el drama de Edward Albee, Who's afraid of Virginia Woolf? que, poco antes, había aparecido (1962). El principio de la libre asociación que lleva a los que disputan a irse de una cosa a mil otras se observa también en la obra de Delibes. Pero lo que impulsa la cascada de palabras de Carmen no es la provocación de un antagonista vivo, sino más bien la de un sustituto del mismo que es, en este caso, la Biblia. Esta no es un requisito casual, sino la representación póstuma del espíritu de contradicción de Mario, ante el que Carmen todavía (y ahora más que nunca) reacciona alérgicamente. Porque poseer una Biblia y además -como Mario- leerla con regularidad era en España, en la época en que se desarrolla la novela, una muestra de oposición. Nos enseña que Mario tenía una religiosidad posconciliar que encerraba una preocupación social cerca ya del socialismo. Carmen, para quien únicamente cuenta la autoridad de la iglesia establecida y la observación de los ritos tradicionales, considera una interpretación tan comprometida de la doctrina cristiana como una herejía protestante. Por lo tanto Mario no está tan callado como en un primer momento pudiera parecer: las citas de la Biblia hablan, en cierto modo, por él y dan pie a Carmen para iniciar un discurso cuyo carácter de contestación, defensa y justificación se va haciendo más claro a lo largo de su alocución. Al mismo tiempo se comprueba que el monólogo es realmente un diálogo y que en el fondo no es ella la que dirige la conversación, sino que solamente reacciona ante el desafío de Mario. Aunque siempre tiene la última palabra, evidentemente es Mario el que tiene la primera; y que su primera palabra influye en las de ella, se ve justamente en la cantidad de palabras con las que ella se defiende.

    Al final del libro se retoma en las últimas 12 páginas la forma narrativa del principio y con ello se cierra el marco. Carmen que, entretanto, había sido vencida por el sueño, se despierta, al amanecer, con la llegada del joven Mario. Entonces se entabla una conversación seria entre los dos, en la que Mario intenta explicar a grandes rasgos su idea del futuro a su madre, que durante toda la noche ha estado escarbando en el pasado: un futuro más allá del «salvaje maniqueísmo» de sus padres «buenos y malos [...]; ¡los buenos a la derecha y los malos a la izquierda! Eso os enseñaron»; un futuro sin la hipocresía del fariseísmo y un futuro de «ventanas abiertas», por las que pueda entrar desde fuera aire fresco a chorros en «este país», que ha estado demasiado tiempo cerrado herméticamente. Pero, a pesar de que madre e hijo intentan permanecer cercanos en un mudo abrazo, no se llega a un acuerdo entre las dos generaciones.

    Precisamente este pasaje remite con toda evidencia al momento histórico en que surgió el libro: el deseo ardiente de la apertura política, social y mental de España que en los años 60 no había ya manera de reprimir. Al mismo tiempo se pone aquí de manifiesto que la discusión, en cierto modo privada, entre Carmen y Mario, que en otros tiempos llamaba cariñosamente a su esposa «mi pequeña reaccionaria», adquiera un significado por encima de lo personal gracias a la narración marco. Esto se confirma drásticamente al final: después de la misa de las 8 (anunciada en la esquela) «la izquierda» y «la derecha», los partidarios de Mario y sus detractores, que entretanto inundan de nuevo el piso, se enfrentan de tal manera que llegan casi a las manos. Solamente la llegada oportuna del personal de la funeraria (son las 10) y un chasquido de lengua de Vicente, el marido de Valen, imponiendo respeto, reestablecen el silencio (se ha de decir que sólo hasta la próxima).

(...)"


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