“Oh, sí, era así, la vida de
aquel niño había sido así, la vida había sido así en la isla pobre del barrio,
unida por la pura necesidad, en medio de una familia inválida e ignorante, con
su sangre joven y fragorosa, un apetito de vida devorador, una inteligencia
arisca y ávida, y siempre un delirio
jubiloso cortado por las bruscas frenadas que le infligía un mundo desconocido,
dejándolo desconcertado pero rápidamente repuesto, tratando de comprender,
de saber, de asimilar ese mundo que no conocía, y asimilándolo, sí, porque lo abordaba ávidamente, sin tratar de escurrirse en él, con buena voluntad pero sin bajeza y sin
perder jamás una certeza tranquila, una seguridad, sí, puesto que era la
seguridad de que conseguiría todo lo que quería y que nada, jamás, de este mundo y solo de este mundo, le sería
imposible, preparándose (y preparado también por la desnudez de su infancia)
a encontrar su lugar en todas partes,
porque no deseaba ningún lugar, sino
solo la alegría, los seres libres, la
fuerza y todo lo que de bueno, de
misterioso tiene la vida, y que no se compra ni se comprará jamás.”
El primer hombre
Albert Camus
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