vespre a la platja de la Malva-rosa |
“Jorge y su cuñada continuaban delante de la puerta, como dos
guardianes ante un tesoro escondido, protegiendo el interior de la vivienda con
sus cuerpos. Los perros seguían ladrando, y Alejandra, sin poder pronunciar
palabra, miraba a Jorge y a Mariana tratando de asimilar lo que estaba
sucediendo. El taxista volvió a amenazar a sus pasajeras con dejarlas allí si
no subían al taxi, y Lula continuaba llorando y diciendo “Usted no la quería”.
Y en medio de aquella confusión,
desde una ventana del primer piso, que había permanecido abierta sin que nadie
lo advirtiese, se oyó la voz de la niña sobre todas las demás.
— ¡Abuela! ¡Espera!
Y al cabo de unos segundos
apareció con su camisón arrugado y su pelo revuelto, para situarse delante de
Mariana y entregarle una carta.
Mariana hizo ademán de
acariciarle los rizos; se parecía tanto a María Francisca que habría dicho que
había retrocedido veinte años, a cuando la sacó del Colegio de Doncellas Nobles
para que Munda le permitiese tomar posesión del palacio de Sotoñal. Pero la
viuda de Jaime abortó la caricia cogiendo a la niña del brazo y obligándola a
volver al interior de la casa.
—i Esta insensatez se ha
terminado!
Jorge se dispuso a seguir a su familia,
pero antes de desaparecer tras la puerta miro a Alejandra indignado.
— ¿Por qué la has traído? ¿No
sufrió Xisca bastante? Si llego a saber que vendría ella en lugar de Munda no
os habría enviado al Anboto.
— ¿De qué estás hablando? ¡No te
entiendo!
—No hay nada que entender. ¡Me
equivoqué!
Y le indicó a Lula que entrase
también en la casa, dejando a Mariana y Alejandra solas en el porche,
enlutadas, mudas, impotentes.
Las dos mujeres regresaron al
taxi con el alma encogida. Mariana llevaba la carta en la mano, en silencio,
sin atreverse a leerla. Al cruzar la cancela de salida, saco la cuartilla del
sobre y comprobó que la firmaba María Francisca. Estaba fechada unas semanas
antes de su muerte y en ella le pedía a la niña que quisiera a su tío Jorge
como si fuera su padre y que, si alguna vez llegaba a conocerla, intentase
perdonar a su abuela porque no había sabido quererla. “Te he encontrado
demasiado tarde, queridísima Blanca. Ya no podré darte el cariño que he
guardado para ti desde que naciste, pero confío en que tu tío sepa hallar la
manera de que las hermanas de mi madre te compensen, como hicieron conmigo.
Alejandra y Munda te querrán por mí”.
Tiempo de arena
Inma Chacón
Planeta, 2011
pág. 406-407
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