"Había mar de fondo. Hacía resaca en la
costa. Estaba de pie al borde del pozo natural que formaban las rocas de la
playa. Ensimismado, pensaba en el compromiso de la noche. La chica me iba a
presentar a sus padres. Creo que me estaba entrando el temor a la idea del
compromiso matrimonial. Sin saber cómo me vi cayendo hacia el agua. No me había
lanzado voluntariamente. Cuando iba por el aire me di cuenta de que la resaca
había retirado casi toda el agua. No había remedio. En la vida jamás se puede
volver atrás. Choqué con el mar. Toqué con las dos manos la arena del fondo,
pero no bastó la reacción para frenar la inercia. Vi la arena. No era posible
evitar el choque de la cabeza. Con el ángulo que llevaba de entrada en el agua,
lo lógico era tocar con la cara, pero un reflejo instintivo me hizo inclinar la
cabeza hacia delante. La cabeza pegó en la arena. El cuerpo quiso dar el tumbo,
pero la presión del agua lo impidió. Sonó un chasquido, como el romperse de
unas ramas al pisarlas. Como un pequeño y desagradable calambre recorrió mi
espina dorsal y el cuerpo entero. Me acababa de fracturar la espina cervical
por la séptima vértebra.
Después del choque me quedé en el fondo, como
un muñeco de trapo. Los brazos y las piernas colgaban hacia abajo. El cuerpo
comenzó a ascender hacia la superficie. Despacio, muy despacio. Yo intentaba
moverlos, pero ellos seguían inermes, como si nunca me hubiesen pertenecido.
Mi cuerpo alcanzó la superficie. Cesó todo
movimiento. Sólo me quedaba el pensamiento, que se movía por un espacio
infinito y en blanco. Mis ojos miraban la arena. Se me pasó por la cabeza la
imagen del cielo azul, claro y limpio.
Llevaba manteniendo la respiración desde el
instante que me había caído al agua. Empecé a pensar que iba a ahogarme.
Pasaban los segundos. Era como si el tiempo se deslizase con celeridad y el
pensamiento quisiera llevarse grabado en la memoria, antes de morir, la
historia del tiempo vivido.
Dicen, a veces, que cuando las personas
sienten que van a morir les pasa por la cabeza como una película a gran
velocidad todo lo acontecido, todo aquello que les ha marcado para siempre.
Ésta fue, desde entonces, la frase que definió lo que estaba por llegar: para
siempre.
Yo era marino mercante y las primeras
imágenes que llenaron mis recuerdos fueron las de los puertos que había
recorrido. Y la figura que destacaba por encima de todas ellas era la de la
mujer que había penetrado, que me había poseído y que nunca más, nunca más,
formaría parte de mi historia, o quizás sí, pero tomando el cuerpo etéreo de
que están hechos los recuerdos.
Entre tocar el fondo y llegar a la superficie
pasaron treinta segundos. Y un minuto y medio fue el tiempo que transcurrió en
la superficie expulsando lenta, muy lentamente, el aire acumulado en los
pulmones. En aquel instante –yo no lo sabía, pero dicen que la persona que se
ahoga, después de expulsar todo el aire de los pulmones, tiene una muerte
instantánea, muy dulce-, si hubiese intuido la vida que me esperaba, habría
inspirado la tantas veces acariciada agua de la mar.
Y de repente aparecieron los puertos de
Holanda, Maracaibo, Nueva York, y se fundieron, dolorosamente, las mujeres que
había amado, y surgieron los recuerdos de mi infancia. Aquéllos que habían
contribuido a hacerme hombre. ¿Hombre? – me pregunto ahora, pero ahora han
pasado veintisiete años-. Aparecieron los verdes de mi tierra, las vaquiñas
mansas, el rostro tan dulce de mi madre, la autoridad paterna y la ternura de
mi tía y de mi abuela. Recordé su paciencia, sus caricias, y también apareció
el rostro de aquel profesor que en la escuela nos pegaba.
No hay palabras para definir todas las
imágenes que recorrieron mi mente en aquel minuto y medio. Es como si la
facultad de recordar saliese del cuerpo, anduviera sobrevolando todos los
lugares amados: el prado, el río, la gente, la niña con la que jugabas entre el
maizal, el recodo del río donde te bañabas desnudo. Tal vez fuese el deseo del hombre
de toparse de nuevo, de poder sentir y tocar la naturaleza. No sé a qué se
deberá esa extraña sensación, quizá al deseo de la materia de volver siempre al
principio.
De repente noté que alguien sujetaba mis
cabellos y me levantaba la cabeza para preguntarme:
-¿Qué
te pasa?
Se
llamaba Manuel.
-No
sé, sácame de aquí –respondí.
Cuando me sacaron del agua mi primera
sensación fue la de que mi cabeza pesaba enormemente. No entendía nada. Me
tumbaron boca arriba y contemplaba el cielo azul que antes me había pasado por
los recuerdos. Nita de Vilas me pellizcaba las piernas y las manos, y me
preguntaba:
-¿No
sientes nada?
Ésa fue la primera vez que comencé a ver a
los seres humanos desde abajo. Me metieron en un coche y me llevaron al
circuito médico y continué viendo como fantasmas las caras de las personas.
Desde abajo. Desde la camilla. Desde la cama. Ahí es donde empecé a contemplar
el mundo desde el infierno. Parece que siempre veía a la gente allá arriba...
Uno quiere levantarse, ponerse a su altura, en el lugar que había abandonado
unas horas antes. Y tomas conciencia de que eso nunca jamás podrá ser.
Después de tres meses de deambular por entre
los vericuetos de la ciencia, buscando el equilibrio perdido, pasa el tiempo y
tomas conciencia de que no puedes encontrarlo. Nunca jamás. Ni puedes morirte,
ni volver atrás".
Cartas desde el infierno
Ramón Sampedro
El proper
diumenge, 14 de desembre de 2014, dintre del taller de reflexió i debat de
Vespres Literaris, abordarem el tema: “El
dret a una mort digna”
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada