12 de nov. 2016

el viatge d'Ali, 1


“Ya de camino, en el vehículo, se nos informa de nuestro salario por horas y de las condiciones de trabajo.
—El capataz quiere que trabajéis diez horas diarias —nos explica «Siggi»—, por lo que os pagaré 9 marcos, es decir, 90 al día.
“Estamos construyendo pisos de gran lujo y encantadores chalés con vistas al apacible parque”, leo en el cartel cuando, media hora más tarde, llegamos a nuestro destino, un solar en construcción situado en el Hohenstaufenring de Colonia. Un encargado de personal, que lleva ya bastante tiempo trabajando para la GBI en esta obra, nos acompaña hasta las cabinas donde nos cambiamos de ropa. Justo cuando nos acabamos de cambiar “Siggi” vuelve a entrar.
—Necesito vuestros nombres para dárselos al capataz —dice.
—Alí —digo yo. Y eso basta.
Nuestra cuadrilla queda a las órdenes de un capataz de la empresa “Walter Thosti
BOSWAU” (WTB), la sexta empresa de la construcción, en importancia, de la República Federal, según me entero más adelante. También en los días siguientes recibimos exclusivamente de este capataz las instrucciones de trabajo, así como las herramientas —desde la escoba al recogedor—, herramientas que son, asimismo, suministradas por la WTB. La GBI proporciona sólo obreros, apenas tiene utensilios de trabajo propios, ni tampoco obras propias.
Ninguno de nosotros ha entregado sus papeles a la GBI; todos, sin excepción, trabajamos ilegalmente. Ni siquiera se nos hace un seguro de enfermedad. Le pregunto a un compañero:
— ¿Qué pasar si accidente?
—Pues que hacen como si estuvieras aquí sólo desde hace tres días y, simplemente, te dan de alta en el seguro con efecto retroactivo —dice—. En total tienen unos cientos de personas, de las que, a lo sumo, la mitad están dadas de alta.
En los descansos nos apretujamos con otros quince en el barracón de la obra, que quizá mida doce metros cuadrados. Un encofrador enviado aquí por la oficina de la GBI de Colonia dice:
—Estoy desde hace treinta años en la construcción, y eso de que el capataz te mande que hagas el favor de avisar antes de irte a cagar es algo que jamás me ha sucedido. Algunos cuentan que entre llegadas y salidas están de pie quince horas diarias. Pero no te pagan más que las diez horas estipuladas de trabajo; por el tiempo de transporte no te dan ni un penique extra.
Nuestro capataz de la WTB la tiene tomada muy en especial con un compañero turco de unos cincuenta años. Aunque realice su trabajo como mínimo el doble de rápido que los compañeros alemanes, el capataz le insulta llamándole “burguesito”:
— ¡Si no eres capaz de trabajar más deprisa, la próxima vez haré que se te lleven con los cascotes de la obra!
Por lo general, y después de terminada la jornada de trabajo, los viernes hemos de esperar unas horas hasta cobrar nuestros salarios. El dinero tienen que traerlo de fuera. Algunos de los obreros prestados parece que saben de dónde provienen nuestras pagas:
—Kiose hace un viajecito ahora a Langenfeid —nos informa un trabajador fijo alemán de la GBI, ilegal, mientras nos encontramos todos reunidos en la furgoneta de la obra— que es donde tienen la cuenta corriente, y allí recoge la pasta para nosotros. —Y también sabe el compañero la razón por la que el dinero no se retira de un banco de Colonia o de Dusseldorf—: La cuenta de Langenfeid está, por lo visto, a nombre de un particular que ingresa en ella los talones de la WTB y otras empresas de construcción. En Dusseldorf no podría abrir ninguna cuenta porque en seguida vendría Hacienda y la embargaría.
Son dos las horas que tenemos que estar aguardando hasta cobrar, una vez concluida la jornada, sin que nos las paguen, claro.
Pero no son solamente las cuentas corrientes de la empresa lo que permanece en la penumbra: todo se desenvuelve de forma lo suficientemente conspiradora como para ocultar el hecho de que nosotros trabajamos en la obra; cuando se nos liquidan nuestros haberes tenemos, por supuesto, que firmar un recibo, pero no se nos entrega copia ni factura de nuestro salario. Incluso las hojas en que el capataz nos anota las horas trabajadas, se las vuelve a quedar en cuanto nos paga, lo que tiene su porqué, pues en el sector de la construcción la ley prohíbe el trabajo prestado que se liquida por horas. A fin de burlar la prohibición, subempresas como la GBI operan con falsos contratos de trabajo; a las empresas de la construcción les liquidan, por ejemplo, “cuarenta metros cuadrados de hormigón”, pero cobran cuarenta horas de trabajo prestado (en muchos casos los capataces disponen de libros contables secretos en los que los cálculos de horas de trabajo cumplidas por los obreros prestados son metamorfoseados en metros cuadrados de hormigón o metros cúbicos de tierra). A fin de poder demostrar más adelante que en nuestra obra también se opera con este tipo de doble contabilidad, aprovechando una ocasión propicia distraigo al capataz y me hago con uno de sus albaranes: “Constructor WTB, S.A.”, allí el capataz ha anotado treinta horas de trabajo con sus fechas especificadas. Y su firma.”

Günter Wallraff
Cabeza de turco
Traducción: Pablo Sorozábal
Círculo de lectores, 1987

pág: 37-39

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