Pregunta: ¿Cómo
definiría usted su profesión?
Respuesta: Como un
híbrido. Por un lado, soy un reportero en su sentido clásico que se dedica a
verter luz sobre ciertos asuntos. Después, los filólogos me clasifican entre
los autores de literatura documental. Y hace poco leí una disertación sobre el
arte activo que me ponía como ejemplo. También existe un ensayo sobre el
‘wallraffear’ en la literatura. Acepto todas las calificaciones, aunque nunca
tuve la intención de hacer literatura.
P: ¿Y cómo se
definiría a sí mismo?
R: Autor, periodista,
escritor.
P: Un diario alemán
dijo en una ocasión que usted era un “inspector de la sociedad”, ¿le gusta el
calificativo?
R: Bueno, ¿por qué no?
En él se esconde una referencia a mi padre. Mi padre trabajó durante años en
una fábrica de Ford, donde se arruinó la salud. Cuando ya estaba enfermo lo
destinaron a la inspección de materiales. No hice mi primer reportaje en una
fábrica de Ford por casualidad: quería saber por qué mi padre murió tan pronto.
Ni siquiera llegó a los 60 años.
P: Usted se ha hecho
pasar por multitud de personas, ¿es buen actor?
R: No, no creo que
hubiese sido buen actor. Me cuesta mucho aprender cosas de memoria, me salgo de
todos los papeles que se me dan predeterminados. No podría interpretar ninguna
figura dictaminada por otro. Me supero a mí mismo sólo por necesidad; entonces empiezo
a ser creativo: cuando no me queda otra salida para que no me echen. Eso no
tiene nada que ver con el talento interpretativo. Yo soy más bien mi propio
dramaturgo y la realidad es la que dirige la obra.
P: Sus papeles no
siempre son agradables, muchas veces se coloca usted en situaciones límite,
¿por qué lo hace?
R: Quizás me adelanto
a dolores mayores: me expongo a ciertas circunstancias y así puedo soportar
mejor el día a día. ¿Por qué lo hago? Bueno… porque no sé hacer otra cosa. Eso
me concede la oportunidad de sentirme a mí mismo, de aprender, y es también una
forma de llamar la atención, puesto que, por lo demás, soy un hombre muy
solitario que se ve como un extraño en la sociedad. Entretanto me invitan a
participar en todo tipo de porquerías de la high-society, que yo siempre evito.
Me resultan demasiado frías, demasiado estiradas. También rechacé la Cruz
Federal del Mérito. Les dije que las condecoraciones no iban conmigo.
P: De todos los
caracteres que ha interpretado, ¿cuál le ha influido más?
R: El que fingí ser en
1974 en la Grecia fascista. Convertirse en un preso político era algo muy fácil
durante el régimen de los coroneles: bastaba con atarse a un mástil frente al
Parlamento, repartir octavillas en las que se pedían la celebración de
elecciones libres y el boicot turístico, y enseguida tenía uno el placer de que
lo molieran a golpes en el acto y, después de someterlo a las correspondientes
torturas, fuera condenado a 14 meses de cárcel. Esa ha sido sin lugar a dudas
mi acción más arriesgada y la que más me ha influido. Ella me liberó para
siempre de lo material. Y, aunque me dejó unas secuelas que sufrí durante años
(dificultades a la hora de concentrarme, dolores de cabeza, bloqueos
creativos), creo que estuvo justificada.
P: ¿Qué necesita para
transformarse en otro?
R: Poca cosa. Vivimos
en una sociedad muy superficial. A las personas se las clasifica en función de
su estatus, de los aires que se dan, de sus posesiones y de una serie de
cuestiones relacionadas con el aspecto. Tengo una maquilladora que puede
hacerme parecer más joven y con un buen entrenamiento deportivo me quito
también un par de años. En mis infiltraciones todavía soy capaz de aparentar
unos 49 años, algo mal llevados. Y el aspecto ha de poder lograrse en poco
tiempo. Si me tengo que levantar a las cinco de la mañana la cosa tiene que ser
rápida: pegarse la peluca, ponerse las lentillas y listo en cinco minutos, más
no.
P: ¿Le han pillado in
fraganti alguna vez?
R: Ahora mismo estamos
rodando una película y ya me han reconocido dos veces. Una de ellas fue en un
concesionario donde estaba probando coches de lujo. El vendedor me dijo: ’señor
Wallraff, yo le conozco’. Por suerte era alguien que apreciaba lo que hago y
prometió no delatarme. Y también en la fábrica de panecillos me reconoció una
persona, pero me lo dijo después. En esa fábrica las condiciones de trabajo
eran infrahumanas: todos tenían quemaduras, pero nadie rechistaba.
P: Usted está
considerado un maestro del periodismo en cubierto, ¿dónde sitúa la línea
infranqueable de sus métodos?
R: Donde empieza lo
privado. En la esfera íntima, a este método no se le ha perdido nada. Hasta el
mayor canalla tiene derecho a que se respete su vida privada.
P: Cuando se mete en
uno de sus papeles, ¿no le acecha la mala conciencia por estar engañado a
otros?
R: Nadie que trabaje
en semejantes condiciones me ha echado nunca en cara que le haya engañado. Todo lo contrario, ellos de alegría, de
júbilo: por fin alguien hace algo. A veces voy a eventos y completos
desconocidos se acercan a mí y me dan sus documentos: ‘lléveselos, yo no los
necesito. Por si le hacen falta para el próximo papel’. De ese modo he
conseguido varios pasaportes de personas que se parecen a mí y que uso en mis
infiltraciones. Los que tienen algo que ocultar, esos sí se sienten
injustamente tratados y hablan de engañado y mentira.
P: Usted dijo una vez
que la objetividad no existe…
R: Todo el mundo se
implica de algún modo, tiene su orientación, su pertenencia. No pasa nada, sólo
hay que decirlo abiertamente. Yo no pertenezco a ningún partido, pero me siento
cercano a los débiles. No puedo comportarme como si existiera la objetividad absoluta
y los que más la predican suelen los más parciales. Al final resulta que
pertenecen a la corte de algún político que se los lleva de viaje para que se
encarguen de la cobertura informativa. Esos saben por lo general más de lo que
pueden contar: y que no se les ocurra irse de la lengua porque entonces tienen
en el negocio los días contados.
P: ¿Qué le
recomendaría a los periodistas jóvenes que se interesan por sus métodos?
R: Que aprendan alguna
otra profesión seria, a ser posible una que sea práctica, para no caer en la
dependencia. En el periodismo queda cada vez menos espacio. Los periódicos de
calidad pierden lectores y también las cadenas de televisión pública le
recortan el tiempo de emisión a los programas críticos. ‘Simplicidad en lugar
de variedad’ es la nueva divisa.
Y segundo, le
recomiendo a la gente joven que se especialice. No hacerlo todo y cualquier
cosa, sino convertirse en especialista en un determinado ámbito: en una clase
social, en un tema médico, lo que sea…
P: Su trabajo, ¿es
compatible con la vida privada?
R: Tengo cinco hijas
de tres matrimonios diferentes. Hijas maravillosas. Cada una de ellas ha
seguido su camino, mi mujer actual vive en el extranjero, así que por desgracia
nos vemos poco. No, una vida familiar normal no es compatible con mi trabajo.
Por eso fracasaron matrimonios. En realidad, debería vivir como un monje, en
celibato, pero no se me da bien. Si alguien quiere imitar mis locuras, sería
mejor que no se casara.
P: Usted está buscando
un sucesor para su trabajo, ¿le está asegurando el futuro a su método?
R: Sí, me hago mayor.
Ahora me doy cuenta de que hay ámbitos en los que ya no puedo entrar, círculos
para los que hay que ser joven y resistente. He hablado con los sindicatos y
vamos a instaurar una ‘beca Wallraff’ que permita a compañeros jóvenes dejar de
trabajar por un tiempo e infiltrarse en compañías en las que el derecho laboral
ya no tiene valor, en las que se impide incluso la fundación de un comité de
empresa. Yo propondré al jurado que dé las becas y también algún que otro tema.
Queremos que el proyecto empiece este año.
P: ¿Cree usted que su
trabajo ha generado cambios a largo plazo?
R: Al principio me
parecía inimaginable que realmente pudiera cambiar cosas sobre el terreno.
Siempre me he guiado por el mito de Sísifo de Albert Camus: esa figura que
empuja constantemente su roca montaña arriba y cada vez cree que lo ha logrado,
pero la roca rueda de nuevo ladera abajo y tiene que apartarse para que en la
caída no lo aplaste. Esa historia la convertí en mi leitmotiv: enfrentarse a la
injusticia y no aceptarla, pase lo que pase. Y, entretanto, he de reconocer que
ha dado algunos resultados.
Entrevista: Steffen Leidel
09/06/2009
en re-vista,teoría y práctica del periodismo e investigación
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