Jawara vino de Gambia en 2008 con otras ochenta y cinco personas,
escondidas en el cargamento de un pequeño barco pesquero. Se sentía afortunado
de haber sobrevivido al trauma del viaje, pues algunos de sus compañeros se
ahogaron o murieron en el mismo barco durante el trayecto. Puesto en libertad
después de 40 días detenido, para ir a buscar trabajo, ahora vive en un terreno
abandonado entre los invernaderos, cerca del mercado de la localidad almeriense
de San Isidro.
Los hombres duermen en la parte que aún conserva lo que aparentemente es un
techo. Se hacinan en tres habitaciones pequeñas, mustias, con olor a humedad y
a comida rancia y con las paredes ennegrecidas por el camping-gas que utilizan
para cocinar. El cuarto de baño es la dependencia externa de al lado, cuyo
largo techo se ha desplomado y sus ladrillos reducidos a escombros. El salón es
un sofá rescatado de la basura, apoyado sobre unas paredes rotas. No hay
servicios sanitarios, y los hombres malviven entre el trabajo en los
invernaderos de cultivo de tomate, la caridad y el reparto de alimentos de la
Cruz Roja.
Jawara llegó para reunirse con su hermano y, tan sólo tres meses después de
su llegada, éste último murió a causa de problemas renales. Al carecer de
papeles y documentación, temían ir al médico y no poder pagar los medicamentos.
Su padre falleció también cuando él se había ausentado. Igual que muchos otros,
Jawara habla de la vergüenza y de lo indignante de sus condiciones, del racismo
generalizado y de lo poco que se les paga en cualquier sitio. No quiere ser
grabado por miedo a que su familia pudiera verle en semejantes condiciones.
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