14 de nov. 2016

treball e inmigració, els testimonis 1



Jawara vino de Gambia en 2008 con otras ochenta y cinco personas, escondidas en el cargamento de un pequeño barco pesquero. Se sentía afortunado de haber sobrevivido al trauma del viaje, pues algunos de sus compañeros se ahogaron o murieron en el mismo barco durante el trayecto. Puesto en libertad después de 40 días detenido, para ir a buscar trabajo, ahora vive en un terreno abandonado entre los invernaderos, cerca del mercado de la localidad almeriense de San Isidro.

Los hombres duermen en la parte que aún conserva lo que aparentemente es un techo. Se hacinan en tres habitaciones pequeñas, mustias, con olor a humedad y a comida rancia y con las paredes ennegrecidas por el camping-gas que utilizan para cocinar. El cuarto de baño es la dependencia externa de al lado, cuyo largo techo se ha desplomado y sus ladrillos reducidos a escombros. El salón es un sofá rescatado de la basura, apoyado sobre unas paredes rotas. No hay servicios sanitarios, y los hombres malviven entre el trabajo en los invernaderos de cultivo de tomate, la caridad y el reparto de alimentos de la Cruz Roja.

Jawara llegó para reunirse con su hermano y, tan sólo tres meses después de su llegada, éste último murió a causa de problemas renales. Al carecer de papeles y documentación, temían ir al médico y no poder pagar los medicamentos. Su padre falleció también cuando él se había ausentado. Igual que muchos otros, Jawara habla de la vergüenza y de lo indignante de sus condiciones, del racismo generalizado y de lo poco que se les paga en cualquier sitio. No quiere ser grabado por miedo a que su familia pudiera verle en semejantes condiciones.


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