17 de nov. 2016

treball e inmigració, els testimonis 4



Mohammad Faisal Hossain, de 12 años, vive en una barriada urbana en la capital de Bangladesh, Dhaka. Su madre, la hermana menor y el hermano dependen de él para obtener ingresos. Su padre les abandonó hace años.

“Yo realmente odio este trabajo. No hay nada que se pueda disfrutar con este trabajo –es muy peligroso. Yo podría morir algún día, mientras hago esto-, no hay seguridad. También me dan ganas de ir a la escuela. Quiero ir a la escuela como los demás niños. Pero mi madre no puede pagar mi educación”.

Su madre, Rokhsana Begum solía trabajar como empleada doméstica, pero enfermó y tuvo que abandonar el trabajo.

“No puedo permitirme que continúe sus estudios. Su padre nos dejó hace unos años. No tengo más remedio que mandarlo a trabajar”


El día de Mohammad se divide en un trabajo por la mañana en el que reparte periódicos en la calle y vende mermelada en las estaciones de tren y paradas de un autobús local de Dhaka. Y otro trabajo por la tarde en el que trabaja como ayudante en una pequeña empresa de transporte público. Se pasa la tarde anunciando los destinos y controlando los billetes de los pasajeros. Termina el día agotado y apenas ha logrado ganar menos de un euro.

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