“En mayo de
1974, Wallraff viajó a Grecia como miembro del Comité de Solidaridad con los
Presos Políticos. Un día repartió volantes de protesta contra el régimen
militar griego y se encadenó a uno de los postes de luz de la Plaza Sintagma de
Atenas. Cuando la policía se dio cuenta, lo golpearon, lo detuvieron, lo
torturaron y lo sentenciaron a 14 meses de prisión. Pero lo liberaron tres
meses después tras la caída de la Junta Militar.
En otra
ocasión, se hizo pasar por un millonario alemán pro nazi. En Düsseldorf se reunió
con el general Antonio de Spinola, quien entonces era presidente provisional de
Portugal como consecuencia de la Revolución de los Claveles, pero que pretendía
perpetuarse en el poder. El portugués le contó al alemán que necesitaba armas
para llevar a cabo un golpe de Estado. Wallraff lo publicó y los planes de
Spinola se frustraron.
En 1977 dijo
llamarse Hans Esser y pidió trabajo como reportero en Bild, el diario más
vendido en Alemania a pesar (o quizá por ello) del sensacionalismo de sus
notas. En la Redacción de Hannover supo de los métodos fraudulentos,
difamatorios, carentes de la más elemental ética periodística, que la
publicación utilizaba para fabricar escándalos.
A mediados de
los años ochenta Wallraff se puso unos lentes de contacto, peluca y bigote
negros y se propuso hablar un alemán accidentado, tan rudimentario con el de
los migrantes turcos recién llegados a su país, y se transformó en Alí. Su
objetivo era contar por experiencia propia la serie de explotaciones y
vejaciones a las que es sometida la mano de obra extranjera en Alemania.
Durante dos años, trabajó en una refinería siderúrgica, en una compañía de la
construcción, en un restaurante de McDonald´s, en una central nuclear bajo
condiciones infrahumanas y fue “conejillo de indias” de la industria
farmacéutica al permitir que fueran probados en su organismo una serie de
medicamentos experimentales.
El resultado
fue el que es quizá su libro más famoso y más vendido: Cabeza de turco. Con
esta investigación, Wallraff consiguió que la sociedad alemana presionara a sus
políticos y a sus empresas para evitar las violaciones a los derechos humanos
de los trabajadores migrantes. El tema lo retomó en 1993 cuando viajó a Tokio,
Japón, haciéndose pasar por un migrante iraní en busca de trabajo. Tres años
después se fue a Siria para documentar el modus operandi del terrorista Partido
de Trabajadores de Kurdistán.
Sin embargo,
no siempre ha podido concretar sus investigaciones. Cuando tenía planeado ir a
Sudáfrica para vivir en un gueto negro, buscó una peluca de pelo rizado y la
manera de pintarse la piel. Pero la liberación de Nelson Mandela y la caída del
apartheid le impidieron hacerlo. Quiso hacerse pasar por un alemán de origen
rumano que decidía volver a su país, pero la democracia volvió a Rumanía. Y en
1998 se encaminó hacia Rusia. Apenas se bajó del avión, lo deportaron. El
gobierno se había enterado de sus planes: encontrar evidencias de violaciones a
los derechos humanos en Chechenia.
En 2007, antes
de que en 2008 se infiltrara en la fábrica de pan que surte a los supermercado
de bajo precio Lidl para documentar la falta de medidas de seguridad para los
empleados así como la violación de sus derechos laborales, Günter Wallraff
quiso quitarse 20 años de encima con un nuevo look. Se puso una peluca rubia,
cambió las gafas por unos lentes de contacto, se vistió con camisas a cuadros,
pantalones vaqueros y tenis. El resultado pudo verse en la portada de la
revista alemana ZEITmagazin. Con esta transformación, Wallraff investigó los
métodos de trabajo con los que estafa telefónicamente el sector de los call-center.
Ahí le pagaban 6 centavos de euro por cada mensaje a celular que atendiera los
servicios eróticos vía SMS. Tenía que mandar 65 por hora, además de llamar y
hostigar a potenciales compradores con todo tipo de servicios y productos.”
El
País Semanal Blogs
Víctor Núñez Jaime
24 de marzo de 2013
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