23 de nov. 2016

las mil caras de Wallraff

“En mayo de 1974, Wallraff viajó a Grecia como miembro del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos. Un día repartió volantes de protesta contra el régimen militar griego y se encadenó a uno de los postes de luz de la Plaza Sintagma de Atenas. Cuando la policía se dio cuenta, lo golpearon, lo detuvieron, lo torturaron y lo sentenciaron a 14 meses de prisión. Pero lo liberaron tres meses después tras la caída de la Junta Militar.

En otra ocasión, se hizo pasar por un millonario alemán pro nazi. En Düsseldorf se reunió con el general Antonio de Spinola, quien entonces era presidente provisional de Portugal como consecuencia de la Revolución de los Claveles, pero que pretendía perpetuarse en el poder. El portugués le contó al alemán que necesitaba armas para llevar a cabo un golpe de Estado. Wallraff lo publicó y los planes de Spinola se frustraron.

En 1977 dijo llamarse Hans Esser y pidió trabajo como reportero en Bild, el diario más vendido en Alemania a pesar (o quizá por ello) del sensacionalismo de sus notas. En la Redacción de Hannover supo de los métodos fraudulentos, difamatorios, carentes de la más elemental ética periodística, que la publicación utilizaba para fabricar escándalos.

A mediados de los años ochenta Wallraff se puso unos lentes de contacto, peluca y bigote negros y se propuso hablar un alemán accidentado, tan rudimentario con el de los migrantes turcos recién llegados a su país, y se transformó en Alí. Su objetivo era contar por experiencia propia la serie de explotaciones y vejaciones a las que es sometida la mano de obra extranjera en Alemania. Durante dos años, trabajó en una refinería siderúrgica, en una compañía de la construcción, en un restaurante de McDonald´s, en una central nuclear bajo condiciones infrahumanas y fue “conejillo de indias” de la industria farmacéutica al permitir que fueran probados en su organismo una serie de medicamentos experimentales.

El resultado fue el que es quizá su libro más famoso y más vendido: Cabeza de turco. Con esta investigación, Wallraff consiguió que la sociedad alemana presionara a sus políticos y a sus empresas para evitar las violaciones a los derechos humanos de los trabajadores migrantes. El tema lo retomó en 1993 cuando viajó a Tokio, Japón, haciéndose pasar por un migrante iraní en busca de trabajo. Tres años después se fue a Siria para documentar el modus operandi del terrorista Partido de Trabajadores de Kurdistán.

Sin embargo, no siempre ha podido concretar sus investigaciones. Cuando tenía planeado ir a Sudáfrica para vivir en un gueto negro, buscó una peluca de pelo rizado y la manera de pintarse la piel. Pero la liberación de Nelson Mandela y la caída del apartheid le impidieron hacerlo. Quiso hacerse pasar por un alemán de origen rumano que decidía volver a su país, pero la democracia volvió a Rumanía. Y en 1998 se encaminó hacia Rusia. Apenas se bajó del avión, lo deportaron. El gobierno se había enterado de sus planes: encontrar evidencias de violaciones a los derechos humanos en Chechenia.

En 2007, antes de que en 2008 se infiltrara en la fábrica de pan que surte a los supermercado de bajo precio Lidl para documentar la falta de medidas de seguridad para los empleados así como la violación de sus derechos laborales, Günter Wallraff quiso quitarse 20 años de encima con un nuevo look. Se puso una peluca rubia, cambió las gafas por unos lentes de contacto, se vistió con camisas a cuadros, pantalones vaqueros y tenis. El resultado pudo verse en la portada de la revista alemana ZEITmagazin. Con esta transformación, Wallraff investigó los métodos de trabajo con los que estafa telefónicamente el sector de los call-center. Ahí le pagaban 6 centavos de euro por cada mensaje a celular que atendiera los servicios eróticos vía SMS. Tenía que mandar 65 por hora, además de llamar y hostigar a potenciales compradores con todo tipo de servicios y productos.”

 El País Semanal Blogs
Víctor Núñez Jaime
24 de marzo de 2013


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