“El aspecto
más complejo y controvertido de Jane
Eyre es el tratamiento del género en las relaciones y el matrimonio. Jane
nombra con deleite a Rochester «mi señor». Pero rehúye con desdén el dominio de
Brocklehurst, John Reed y Saint John Rivers. El radicalismo feminista con que
se reivindica la independencia de las mujeres se alterna con el deseo de fundirse
con el «señor» amado en un único ser. En
la Biblia, los discípulos se refieren a Jesús como su «Señor», palabra que
combina amor y veneración. Rochester, como patrón aristócrata y terrateniente,
es literalmente el «señor» de Jane. Pero ella le confiere una carga sexual que,
de algún modo, implica el afecto y la atracción que el byroniano y autoritario
Rochester siente por Jane. Este uso
remite a la pasión que Charlotte Brontë sentía por su profesor, Constantin
Heger: «Mon chèr maître», «el único
maestro que he tenido», escribió en unas cartas preñadas de dolor. Incluso en
los últimos capítulos, cuando Jane se reúne con Rochester convertida en una
igual independiente, el amante no deja de ser su «señor», como lo era antes de
dejar de ser su empleada.
No obstante,
la novela cuestiona y problematiza la idea de «autoridad». Jane no aprueba la
actitud «despótica» que Rochester adopta con ella antes de que la boda se
anule. No solo se reivindica como su igual, sino como su superior («soy mejor
que usted. ¡Suélteme!»). Del mismo modo, Rochester, a pesar de su concepción
patriarcal, no solo se reconoce como un «igual» con respecto a Jane, sino también como un inferior, al reconocerle
que «A los dieciocho años, yo era como usted». A su vez, él le otorga a ella las cualidades
de un «señor»: «me complaces y a la vez me dominas», y la trama se encarga de
arrebatarle el exceso de poder: cuando Jane vuelve a Ferndean, lo encuentra arrepentido, como un Sansón ciego suplicando que le guíen,
con un brazo mutilado. Esta ambivalencia
dinámica añade a la obra un ímpetu inagotable, y a la protagonista su energía y
diligencia: «Yo nunca me quedo a medias», explica Jane a Saint John sobre sus
relaciones: «Cuando me he visto obligada
a tratar con caracteres duros, [...] jamás he sido capaz de situarme en el
lógico punto medio que hay entre la sumisión absoluta y la rebelión decidida».
Un matrimonio
igualitario, según el ideal de Jane Eyre,
es aquel en el cual la insignificancia de la mujer actúa como soporte para un
hombre que, de lo contrario, resulta demasiado dominante. El matrimonio feliz, que ya presenta problemas
para el lector moderno, también era anómalo según los supuestos de la política
victoriana y la ley eclesiástica. Con
todo, en Jane Eyre, el amor humano es más sagrado que el divino. Charlotte Brontë se las arregla para subvertir
el significado primordial de las Escrituras usando el lenguaje bíblico para que
el impulso natural prevalezca sobre la designación divina y el lecho conyugal
sobre el banco de la iglesia. El tierno
y fiel «eros» es más poderoso que el fervor apostólico: Eva domina a Adán. El alegre intercambio de frases ingeniosas
entre los amantes aviva su armonía: a un apesadumbrado Rochester (« ¿Estoy
horrible, Jane?»), contesta ella: «Mucho, señor, siempre lo ha sido, ya lo
sabe».
El filósofo
liberal John Stuart Mill escribió en El
sometimiento de las mujeres (1873) que bajo la legislación inglesa la mujer
resulta «una verdadera esclava de su marido, y no en menor medida, en lo que se refiere a las obligaciones
legales, que los esclavos». En un relato tan sensible a las vicisitudes y
tentaciones de la «esclavitud», Jane
Eyre todavía venera el matrimonio como un sacramento: tan sagrado como para
reemplazar las «bodas del Cordero» representadas en la figura de Saint John
Rivers. (En el libro bíblico del Apocalipsis, esta boda misteriosa representa
la unión cristiana con Cristo en el cielo). Rivers, como «esposa de Cristo», ofrece un
matrimonio a Jane tan nulo como el propuesto por Rochester la primera vez, pues
Rivers ya está desposado, en el sentido más profundo posible. Las relaciones conyugales que le ofrece a la
protagonista implicarían la violación institucionalizada que permite la ley: «
¿Me veo capaz de [...] soportar todas sus formas de amor (y no dudo de que él las observaría con el
mayor escrúpulo) [...]?». Charlotte
Brontë habla de una forma abierta y sin pudor, única en su época, sobre la violencia que los
hombres ejercen sobre las mujeres: Saint John, de modo implícito, propone la
violación, y Rochester la considera: «Si la rompo, si vulnero esos débiles
barrotes, mi arrebato solo servirá para dejar libre a la cautiva». Ambos tienen más en común de lo que nunca
podrían llegar a reconocer.
Este
paralelismo explica el doble y apocalíptico final. No son las nupcias de Jane, sino las de Saint
John Rivers, las que concluyen la novela. Al morir, Rivers contraerá el matrimonio
místico con el Cordero, mientras que Jane escoge el camino vital que le dicta
su corazón humano. La unión del hombre y
la mujer en una «sola carne», según el
Libro de oración común, significa «la unión mística entre Cristo y su iglesia
[...] como Cristo amó a su esposa, la
Iglesia, dándose él mismo por ella, amándola
y sustentándola como a su propia carne». Jane
Eyre sigue así el camino de una ambivalente herejía cristiana y del
tradicionalismo transgresivo: prefiere el símbolo (matrimonio humano) sobre lo
simbolizado (unión con Cristo).”
Stevie
Davies
Muy bueno,tiene una lectura muy interesante, muy ligera y que ofrece muchos comentarios.
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