1 de febr. 2017

"mi señor"

“El aspecto más complejo y controvertido de Jane Eyre es el tratamiento del género en las relaciones y el matrimonio. Jane nombra con deleite a Rochester «mi señor». Pero rehúye con desdén el dominio de Brocklehurst, John Reed y Saint John Rivers. El radicalismo feminista con que se reivindica la independencia de las mujeres se alterna con el deseo de fundirse con el «señor» amado en un único ser.  En la Biblia, los discípulos se refieren a Jesús como su «Señor», palabra que combina amor y veneración. Rochester, como patrón aristócrata y terrateniente, es literalmente el «señor» de Jane. Pero ella le confiere una carga sexual que, de algún modo, implica el afecto y la atracción que el byroniano y autoritario Rochester siente por Jane.  Este uso remite a la pasión que Charlotte Brontë sentía por su profesor, Constantin Heger: «Mon chèr maître», «el único maestro que he tenido», escribió en unas cartas preñadas de dolor. Incluso en los últimos capítulos, cuando Jane se reúne con Rochester convertida en una igual independiente, el amante no deja de ser su «señor», como lo era antes de dejar de ser su empleada.

No obstante, la novela cuestiona y problematiza la idea de «autoridad». Jane no aprueba la actitud «despótica» que Rochester adopta con ella antes de que la boda se anule. No solo se reivindica como su igual, sino como su superior («soy mejor que usted. ¡Suélteme!»). Del mismo modo, Rochester, a pesar de su concepción patriarcal, no solo se reconoce como un «igual» con respecto a Jane,  sino también como un inferior, al reconocerle que «A los dieciocho años, yo era como usted».  A su vez, él le otorga a ella las cualidades de un «señor»: «me complaces y a la vez me dominas», y la trama se encarga de arrebatarle el exceso de poder: cuando Jane vuelve a Ferndean,  lo encuentra arrepentido,  como un Sansón ciego suplicando que le guíen, con un brazo mutilado.  Esta ambivalencia dinámica añade a la obra un ímpetu inagotable, y a la protagonista su energía y diligencia: «Yo nunca me quedo a medias», explica Jane a Saint John sobre sus relaciones:  «Cuando me he visto obligada a tratar con caracteres duros, [...] jamás he sido capaz de situarme en el lógico punto medio que hay entre la sumisión absoluta y la rebelión decidida».

Un matrimonio igualitario, según el ideal de Jane Eyre, es aquel en el cual la insignificancia de la mujer actúa como soporte para un hombre que, de lo contrario, resulta demasiado dominante.  El matrimonio feliz, que ya presenta problemas para el lector moderno, también era anómalo según los supuestos de la política victoriana y la ley eclesiástica.  Con todo, en Jane Eyre,  el amor humano es más sagrado que el divino.  Charlotte Brontë se las arregla para subvertir el significado primordial de las Escrituras usando el lenguaje bíblico para que el impulso natural prevalezca sobre la designación divina y el lecho conyugal sobre el banco de la iglesia.  El tierno y fiel «eros» es más poderoso que el fervor apostólico: Eva domina a Adán.  El alegre intercambio de frases ingeniosas entre los amantes aviva su armonía: a un apesadumbrado Rochester (« ¿Estoy horrible, Jane?»), contesta ella: «Mucho, señor, siempre lo ha sido, ya lo sabe».

El filósofo liberal John Stuart Mill escribió en El sometimiento de las mujeres (1873) que bajo la legislación inglesa la mujer resulta «una verdadera esclava de su marido, y no en menor medida,  en lo que se refiere a las obligaciones legales,  que los esclavos».  En un relato tan sensible a las vicisitudes y tentaciones de la «esclavitud», Jane Eyre todavía venera el matrimonio como un sacramento: tan sagrado como para reemplazar las «bodas del Cordero» representadas en la figura de Saint John Rivers. (En el libro bíblico del Apocalipsis, esta boda misteriosa representa la unión cristiana con Cristo en el cielo).  Rivers, como «esposa de Cristo», ofrece un matrimonio a Jane tan nulo como el propuesto por Rochester la primera vez, pues Rivers ya está desposado, en el sentido más profundo posible.  Las relaciones conyugales que le ofrece a la protagonista implicarían la violación institucionalizada que permite la ley: « ¿Me veo capaz de [...] soportar todas sus formas de amor  (y no dudo de que él las observaría con el mayor escrúpulo) [...]?».  Charlotte Brontë habla de una forma abierta y sin pudor,  única en su época, sobre la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres: Saint John, de modo implícito, propone la violación, y Rochester la considera: «Si la rompo, si vulnero esos débiles barrotes, mi arrebato solo servirá para dejar libre a la cautiva».  Ambos tienen más en común de lo que nunca podrían llegar a reconocer.

Este paralelismo explica el doble y apocalíptico final.  No son las nupcias de Jane, sino las de Saint John Rivers, las que concluyen la novela.  Al morir, Rivers contraerá el matrimonio místico con el Cordero, mientras que Jane escoge el camino vital que le dicta su corazón humano.  La unión del hombre y la mujer en una «sola carne»,  según el Libro de oración común, significa «la unión mística entre Cristo y su iglesia [...] como Cristo amó a su esposa,  la Iglesia, dándose él mismo por ella,  amándola y sustentándola como a su propia carne».  Jane Eyre sigue así el camino de una ambivalente herejía cristiana y del tradicionalismo transgresivo: prefiere el símbolo (matrimonio humano) sobre lo simbolizado (unión con Cristo).”


Stevie Davies

1 comentari:

  1. Muy bueno,tiene una lectura muy interesante, muy ligera y que ofrece muchos comentarios.

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