fotografía: Jorge Quiñoa |
Extracto de una entrevista a Juan Marsé realizada por Enric
González y publicada en Jot Down
“[…]
Cuando te
pones a escribir haces simplemente eso, ponerte, ¿o tienes algún ritual?
Cuando me pongo a escribir procuro no pensar más
que en lo que hago. Nunca he entendido la famosa pregunta de si piensas en tus
lectores cuando escribes. En mi caso, al menos, quizá porque no estoy tan
dotado, escribir implica tanta concentración que me impide pensar en el lector
o en cualquier otra cosa. Por razones físicas, sobre todo con el paso de los
años, de vez en cuando tengo que levantarme y moverme.
Se te
considera un “creador de ambientes”, y creo que si alguien ha escrito la mítica
“gran novela de Barcelona”, ese alguien eres tú, porque has creado un universo
barcelonés. Pero pienso que eres especialmente brillante en los personajes.
Han puesto mucho el acento en la escenografía, por
así llamarlo, en la recreación de Barcelona, pero mi respuesta es muy sencilla,
y es que mi experiencia es barcelonesa, por lo que no se me ocurre trasladar la
acción de una novela a otra ciudad. Naturalmente, si es necesario muevo a los
personajes, pero el hábitat natural donde me interesa desarrollar las
invenciones (porque no olvidemos que es ficción, a pesar de que sea una
Barcelona muy real, con nombres de calles y plazas muy reales) es Barcelona. Me
siento muy seguro caminando por la calle Torrent de les Flors porque forma
parte de mi vida, conozco el aire que se respira allí… es cuestión de buscar
seguridad y realismo. En cuanto a los personajes, siempre me han interesado más
los femeninos y considero que son más importantes que los masculinos.
Sin embargo,
los primeros que me vienen a la cabeza son hombres, empezando por el célebre
Pijoaparte. Los personajes femeninos parecen funcionar como un papel secante de
los masculinos.
Pero son las mujeres quienes hacen que avance la
acción. El Pijoaparte es el charnego que ha sido un prototipo, pero Teresa es
un personaje que me resultó más difícil porque pertenece a una burguesía
catalana con la que yo no he tratado. No he tenido ninguna relación sentimental
con ninguna chica de la burguesía catalana con una torre en el barrio de Sant
Gervasi, ¡ya me habría gustado cuando tenía 18 años! Y no sólo en Últimas
tardes con Teresa me parecen importantes los personajes femeninos, tanto Teresa
como Maruja, la criada. Pienso también en la madre en Rabos de lagartija o en
Montse Claramunt en La oscura historia de la prima Montse. No sé, quizá es una
impresión personal que nadie más aprecia.
Si alguien
puede saberlo eres tú. En cualquier caso, tus personajes son farsantes
vocacionales en un constante juego de espejos: son lo que son, pero quieren ser
otra cosa y parece que lo sean.
El tema de la apariencia y la realidad en la novela
siempre me ha interesado mucho: lo que somos, lo que creemos ser y lo que ven
los que nos miran, que a veces no coincide en absoluto. Pero no descubro nada
en absoluto, creo que es el gran tema de la novela desde El Quijote.
Probablemente
seas de los escritores con menos escrúpulos para usar todos los recursos,
artificios y trampas literarias para explicar una historia.
No sabría contestar cómo lo hago y por qué. A fin
de cuentas, para mí explicar una buena historia y que resulte creíble y
verosímil justifica todos los trucos. La propia literatura de ficción ya lo es,
porque estás explicando una mentira y quieres que sea creíble. Y para eso eres
capaz de todo menos de una cosa: no creértelo. Alguna vez ya he comentado,
sobre todo con gente de cine, que para estas cosas los peliculeros son bastante
burros, por qué una determinada película española no me ha gustado, incluyendo
adaptaciones de mis novelas. Me dicen que no lo entienden, porque han tratado
de ser fieles a mi novela. Y ese es precisamente el problema, ser demasiado
fieles. Deberían hacer trampas. Algo que lees no es lo mismo que algo que ves.
Unos diálogos leídos en una novela pueden ser verosímiles, pero oídos pueden no
serlo tanto. No sé por qué, pero es así. Cosas tan sencillas como una escena en
la que un personaje entra en una habitación, dice “Buenas tardes”, se sienta y
enciende un cigarrillo, no me las creo si el actor no las hace bien y con
convicción. Pero en cambio soy capaz de creerme que pasa un elefante volando si
me lo explican bien. Este tipo de conflicto entre lo creíble, lo inverosímil y
lo real que no te crees no lo entienden los peliculeros. Estas es la cuestión:
tengo que hacer creíble algo que es mentira, y para conseguirlo puedo acumular
muchas mentiras aparentes. Me parece que Pío Baroja decía que “la única verdad
de una novela es lo que se cree el lector”.
Muchas veces
has dicho que la obligación de un escritor es esforzarse en lo que escribe.
Juzgar si estás satisfecho es muy arbitrario. ¿Cómo sientes que has sido
honesto y te has esforzado?
Cuando veo que, por mucho que me esfuerce, no
mejoraré el texto y no hay posibilidad de que el capítulo o la página en
cuestión salgan mejor. Y, además, que sepa que es algo de lo que no me
avergonzaré. Es entonces cuando lo entrego al editor o al agente literario.
Tengo muy claro que siempre todo podría estar mejor, siempre hay una distancia
entre lo que me había propuesto hacer y lo que he conseguido.
[…]
En tus historias aparecen muchas “aventis”, relatos
inmersos en el relato. ¿Te impones algún tipo de control sobre ese desarrollo
coral o te dejas llevar por él?
Cada uno tiene su método de trabajo. Yo confío en
que el libro se haga él solo. Por decirlo de alguna manera, le doy confianza.
Empiezo en un punto, intuyo que la historia puede ser interesante y que hay
personajes que pueden dar sorpresas conforme los vaya trabajando, pero aún no
lo sé con seguridad, es una intuición. Entonces hago una especie de borrador
que es como una guía muy provisional donde incluso ordeno diversos episodios
que creo que pueden llegar a constituir la novela. Y sobre este guión me pongo
a trabajar, de manera similar a lo que se hace con el guion cinematográfico.
Durante el transcurso del trabajo me veo constantemente obligado a modificar
ese guión. Eso quiere decir que la novela crece por su cuenta e impone sus
normas contradiciendo, en ocasiones, a lo que yo me había propuesto. Hay personajes
que en principio podían haberme parecido muy importantes, incluyendo al
protagonista, pero que conforme avanzo en el trabajo no lo son tanto. En
cambio, personajes muy secundarios que pensaba que tendrían un comportamiento
muy episódico y funcional de repente crecen y se convierten en otra cosa. Es
decir, cuando empiezo a trabajar no tengo la novela completa en la cabeza.
Tengo una historia que me parece que tiene un principio y un final, pero poca
cosa más. Necesito mucha paciencia para la escritura, ya que no me considero
muy dotado. Mis primeras versiones acostumbran a ser horripilantes. Si escribo
un par de páginas sobre una escena que me interesa, habrá sólo un párrafo o
unas líneas que sirvan. No es que el resto no sirva, pero tiene que ser reescrito
porque tal y como está carece de vida. A veces tardo meses en encontrar la
solución a un pequeño episodio. En toda escena, por pequeña o no muy importante
que sea, tiene que haber un detalle, una frase, un algo que le dé vida. Puedo
encontrarlo a través de una descripción, de un imprevisto, de un detalle. Por
lo tanto escribo mucho y muchas versiones.
[…]
En tus
novelas has debido enfrentarte a una cuestión que forma parte de la identidad
barcelonesa: el bilingüismo. No todo está cortado en un solo idioma, y creo que
eso define bastante bien la ciudad. Tú escribes en castellano, pero has vivido
tu vida en catalán. ¿Has tenido alguna percepción de ello o es tan natural que
te da igual?
Parece una anomalía ser catalán y escribir en
castellano y, efectivamente, lo es. Si tienes en cuenta que la época de
formación que me tocó era la de la represión de la lengua y cultura catalanas…
para empezar, en el colegio al que iba, que se llamaba Colegio del Divino
Maestro, cosa que ya tiene delito, lo hice todo en castellano; las primeras
lecturas, desde los tebeos hasta la literatura de quiosco, eran todas en
castellano… por lo tanto, al ponerme a escribir, de manera natural, el discurso
se me organizaba en castellano, y de esta anomalía no era consciente, nunca me
lo planteé. Toda la información que recibía (libros, radio, cine…) era en
castellano, excepto las conversaciones en casa y con los vecinos.
Pero gran
parte de tu producción literaria se basa en esas conversaciones cotidianas, en
esa banda sonora en catalán.
Sí, pero igual me parecía natural leer a Stendhal y
Flaubert en castellano porque yo no sabía francés, o Hemingway en castellano me
parecía absolutamente normal. Entonces, si eso pasaba en este ámbito, ¿por qué
no podía pasar también en el otro? Los temas y los personajes eran de Barcelona
pero hablaban en castellano. Aparte de que, dentro del mismo edificio donde yo
vivía, había muchas familias castellanas, por no decir que la mayoría de
chavales con los que me relacionaba por la calle en esa época eran castellanos.
No se me planteó ninguna disyuntiva o problemática. Luego, cuando acaba el
franquismo, el nacionalismo catalán empieza a plantear esta cuestión, y yo paso
a no pertenecer a la cultura catalana. Pero tampoco a la castellana, porque en
Madrid me llaman “escritor catalán”. Esto intenté explicarlo en el discurso que
di cuando me otorgaron el Premio Cervantes delante del rey y toda la
parafernalia. Expliqué esto como ejemplo de algo que podría haber sido
diferente en el caso de que la cultura y la lengua catalanas hubieran sido
respetadas durante la época franquista. Pero las cosas fueron como fueron. A
veces, incluso, se me ha planteado por qué no cambié, igual que hizo, por
ejemplo, Pere Gimferrer, que empezó escribiendo en castellano y se pasó al
catalán. Yo acostumbro a decir que prefiero quedarme como estoy, aunque sólo
sea como ejemplo de anomalía. Además, si con los años he conseguido un poco de
instrumental para escribir en castellano no lo tiraré ahora todo por la ventana
y empezaré de cero. Ya no tengo edad para estos cambios. Lo he vivido con
absoluta normalidad. Algunas veces, eso sí, me he sentido ninguneado por parte
de algunos de los estamentos de la cultura catalana pero, a fin de cuentas, me
importa bien poco. Como lo paso mal si me hacen homenajes y cosas así, cuanto
menos piensen en mí los estamentos oficiales, mejor. Me da igual pertenecer a
la cultura catalana o a la otra, lo de ser fronterizo me va bien.”
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada