4 de des. 2018

el oficio de escribir

fotografía: Jorge Quiñoa

Extracto de una entrevista a Juan Marsé realizada por Enric González y publicada en Jot Down

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Cuando te pones a escribir haces simplemente eso, ponerte, ¿o tienes algún ritual?

Cuando me pongo a escribir procuro no pensar más que en lo que hago. Nunca he entendido la famosa pregunta de si piensas en tus lectores cuando escribes. En mi caso, al menos, quizá porque no estoy tan dotado, escribir implica tanta concentración que me impide pensar en el lector o en cualquier otra cosa. Por razones físicas, sobre todo con el paso de los años, de vez en cuando tengo que levantarme y moverme.

Se te considera un “creador de ambientes”, y creo que si alguien ha escrito la mítica “gran novela de Barcelona”, ese alguien eres tú, porque has creado un universo barcelonés. Pero pienso que eres especialmente brillante en los personajes.

Han puesto mucho el acento en la escenografía, por así llamarlo, en la recreación de Barcelona, pero mi respuesta es muy sencilla, y es que mi experiencia es barcelonesa, por lo que no se me ocurre trasladar la acción de una novela a otra ciudad. Naturalmente, si es necesario muevo a los personajes, pero el hábitat natural donde me interesa desarrollar las invenciones (porque no olvidemos que es ficción, a pesar de que sea una Barcelona muy real, con nombres de calles y plazas muy reales) es Barcelona. Me siento muy seguro caminando por la calle Torrent de les Flors porque forma parte de mi vida, conozco el aire que se respira allí… es cuestión de buscar seguridad y realismo. En cuanto a los personajes, siempre me han interesado más los femeninos y considero que son más importantes que los masculinos.

Sin embargo, los primeros que me vienen a la cabeza son hombres, empezando por el célebre Pijoaparte. Los personajes femeninos parecen funcionar como un papel secante de los masculinos.

Pero son las mujeres quienes hacen que avance la acción. El Pijoaparte es el charnego que ha sido un prototipo, pero Teresa es un personaje que me resultó más difícil porque pertenece a una burguesía catalana con la que yo no he tratado. No he tenido ninguna relación sentimental con ninguna chica de la burguesía catalana con una torre en el barrio de Sant Gervasi, ¡ya me habría gustado cuando tenía 18 años! Y no sólo en Últimas tardes con Teresa me parecen importantes los personajes femeninos, tanto Teresa como Maruja, la criada. Pienso también en la madre en Rabos de lagartija o en Montse Claramunt en La oscura historia de la prima Montse. No sé, quizá es una impresión personal que nadie más aprecia.

Si alguien puede saberlo eres tú. En cualquier caso, tus personajes son farsantes vocacionales en un constante juego de espejos: son lo que son, pero quieren ser otra cosa y parece que lo sean.

El tema de la apariencia y la realidad en la novela siempre me ha interesado mucho: lo que somos, lo que creemos ser y lo que ven los que nos miran, que a veces no coincide en absoluto. Pero no descubro nada en absoluto, creo que es el gran tema de la novela desde El Quijote.

Probablemente seas de los escritores con menos escrúpulos para usar todos los recursos, artificios y trampas literarias para explicar una historia.

No sabría contestar cómo lo hago y por qué. A fin de cuentas, para mí explicar una buena historia y que resulte creíble y verosímil justifica todos los trucos. La propia literatura de ficción ya lo es, porque estás explicando una mentira y quieres que sea creíble. Y para eso eres capaz de todo menos de una cosa: no creértelo. Alguna vez ya he comentado, sobre todo con gente de cine, que para estas cosas los peliculeros son bastante burros, por qué una determinada película española no me ha gustado, incluyendo adaptaciones de mis novelas. Me dicen que no lo entienden, porque han tratado de ser fieles a mi novela. Y ese es precisamente el problema, ser demasiado fieles. Deberían hacer trampas. Algo que lees no es lo mismo que algo que ves. Unos diálogos leídos en una novela pueden ser verosímiles, pero oídos pueden no serlo tanto. No sé por qué, pero es así. Cosas tan sencillas como una escena en la que un personaje entra en una habitación, dice “Buenas tardes”, se sienta y enciende un cigarrillo, no me las creo si el actor no las hace bien y con convicción. Pero en cambio soy capaz de creerme que pasa un elefante volando si me lo explican bien. Este tipo de conflicto entre lo creíble, lo inverosímil y lo real que no te crees no lo entienden los peliculeros. Estas es la cuestión: tengo que hacer creíble algo que es mentira, y para conseguirlo puedo acumular muchas mentiras aparentes. Me parece que Pío Baroja decía que “la única verdad de una novela es lo que se cree el lector”.

Muchas veces has dicho que la obligación de un escritor es esforzarse en lo que escribe. Juzgar si estás satisfecho es muy arbitrario. ¿Cómo sientes que has sido honesto y te has esforzado?

Cuando veo que, por mucho que me esfuerce, no mejoraré el texto y no hay posibilidad de que el capítulo o la página en cuestión salgan mejor. Y, además, que sepa que es algo de lo que no me avergonzaré. Es entonces cuando lo entrego al editor o al agente literario. Tengo muy claro que siempre todo podría estar mejor, siempre hay una distancia entre lo que me había propuesto hacer y lo que he conseguido.

 […]

En tus historias aparecen muchas “aventis”, relatos inmersos en el relato. ¿Te impones algún tipo de control sobre ese desarrollo coral o te dejas llevar por él?

Cada uno tiene su método de trabajo. Yo confío en que el libro se haga él solo. Por decirlo de alguna manera, le doy confianza. Empiezo en un punto, intuyo que la historia puede ser interesante y que hay personajes que pueden dar sorpresas conforme los vaya trabajando, pero aún no lo sé con seguridad, es una intuición. Entonces hago una especie de borrador que es como una guía muy provisional donde incluso ordeno diversos episodios que creo que pueden llegar a constituir la novela. Y sobre este guión me pongo a trabajar, de manera similar a lo que se hace con el guion cinematográfico. Durante el transcurso del trabajo me veo constantemente obligado a modificar ese guión. Eso quiere decir que la novela crece por su cuenta e impone sus normas contradiciendo, en ocasiones, a lo que yo me había propuesto. Hay personajes que en principio podían haberme parecido muy importantes, incluyendo al protagonista, pero que conforme avanzo en el trabajo no lo son tanto. En cambio, personajes muy secundarios que pensaba que tendrían un comportamiento muy episódico y funcional de repente crecen y se convierten en otra cosa. Es decir, cuando empiezo a trabajar no tengo la novela completa en la cabeza. Tengo una historia que me parece que tiene un principio y un final, pero poca cosa más. Necesito mucha paciencia para la escritura, ya que no me considero muy dotado. Mis primeras versiones acostumbran a ser horripilantes. Si escribo un par de páginas sobre una escena que me interesa, habrá sólo un párrafo o unas líneas que sirvan. No es que el resto no sirva, pero tiene que ser reescrito porque tal y como está carece de vida. A veces tardo meses en encontrar la solución a un pequeño episodio. En toda escena, por pequeña o no muy importante que sea, tiene que haber un detalle, una frase, un algo que le dé vida. Puedo encontrarlo a través de una descripción, de un imprevisto, de un detalle. Por lo tanto escribo mucho y muchas versiones.
[…]

En tus novelas has debido enfrentarte a una cuestión que forma parte de la identidad barcelonesa: el bilingüismo. No todo está cortado en un solo idioma, y creo que eso define bastante bien la ciudad. Tú escribes en castellano, pero has vivido tu vida en catalán. ¿Has tenido alguna percepción de ello o es tan natural que te da igual?

Parece una anomalía ser catalán y escribir en castellano y, efectivamente, lo es. Si tienes en cuenta que la época de formación que me tocó era la de la represión de la lengua y cultura catalanas… para empezar, en el colegio al que iba, que se llamaba Colegio del Divino Maestro, cosa que ya tiene delito, lo hice todo en castellano; las primeras lecturas, desde los tebeos hasta la literatura de quiosco, eran todas en castellano… por lo tanto, al ponerme a escribir, de manera natural, el discurso se me organizaba en castellano, y de esta anomalía no era consciente, nunca me lo planteé. Toda la información que recibía (libros, radio, cine…) era en castellano, excepto las conversaciones en casa y con los vecinos.

Pero gran parte de tu producción literaria se basa en esas conversaciones cotidianas, en esa banda sonora en catalán.

Sí, pero igual me parecía natural leer a Stendhal y Flaubert en castellano porque yo no sabía francés, o Hemingway en castellano me parecía absolutamente normal. Entonces, si eso pasaba en este ámbito, ¿por qué no podía pasar también en el otro? Los temas y los personajes eran de Barcelona pero hablaban en castellano. Aparte de que, dentro del mismo edificio donde yo vivía, había muchas familias castellanas, por no decir que la mayoría de chavales con los que me relacionaba por la calle en esa época eran castellanos. No se me planteó ninguna disyuntiva o problemática. Luego, cuando acaba el franquismo, el nacionalismo catalán empieza a plantear esta cuestión, y yo paso a no pertenecer a la cultura catalana. Pero tampoco a la castellana, porque en Madrid me llaman “escritor catalán”. Esto intenté explicarlo en el discurso que di cuando me otorgaron el Premio Cervantes delante del rey y toda la parafernalia. Expliqué esto como ejemplo de algo que podría haber sido diferente en el caso de que la cultura y la lengua catalanas hubieran sido respetadas durante la época franquista. Pero las cosas fueron como fueron. A veces, incluso, se me ha planteado por qué no cambié, igual que hizo, por ejemplo, Pere Gimferrer, que empezó escribiendo en castellano y se pasó al catalán. Yo acostumbro a decir que prefiero quedarme como estoy, aunque sólo sea como ejemplo de anomalía. Además, si con los años he conseguido un poco de instrumental para escribir en castellano no lo tiraré ahora todo por la ventana y empezaré de cero. Ya no tengo edad para estos cambios. Lo he vivido con absoluta normalidad. Algunas veces, eso sí, me he sentido ninguneado por parte de algunos de los estamentos de la cultura catalana pero, a fin de cuentas, me importa bien poco. Como lo paso mal si me hacen homenajes y cosas así, cuanto menos piensen en mí los estamentos oficiales, mejor. Me da igual pertenecer a la cultura catalana o a la otra, lo de ser fronterizo me va bien.”


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