14 de des. 2018

juan marsé, obra 6



Ronda del Guinardó

Juan Marsé

Premio Ciudad de Barcelona

primera edición: Plaza & Janés,  1984


La trama de Ronda del Guinardó se desarrolla en Barcelona,  durante la jornada del 8 de mayo de 1945,  cuando los periódicos acaban de publicar la rendición de la Alemania nazi ante las fuerzas aliadas,  derrota con la que la Segunda Guerra Mundial se acerca a su fin.  Hace seis años que ha terminado la Guerra Civil española, y el país vive bajo la opresión del franquismo.

Ese día, la directora del orfanato “Casa de Familia” recibe la visita de un inspector de policía. Este funcionario viene a buscar a Rosita,  una de las niñas allí acogidas,  para llevarla a identificar el cadáver del supuesto vagabundo que, dos años antes,  la había violado.

Cuando Rosita y el inspector,  viejo y enfermo,  se dirigen al hospital,  en cuyo depósito de cadáveres ha de realizarse el reconocimiento,  recorren una peculiar ronda por el distrito de El Guinardó.  A lo largo de ésta,  Rosita, horrorizada ante la perspectiva de ver el cadáver, imagina estratagemas para aplazar la visita.  Se suceden entonces episodios que muestran,  en las calles señaladas por bares y cines de barrio, la omnipresente represión policial y el lamentable estado de la sociedad,  reflejado con crudeza en el desgarrado lenguaje de algunos personajes.

Sabremos que,  entre otras circunstancias,  Rosita se ve obligada a realizar trabajos de limpieza domiciliaria para contribuir al mantenimiento del orfanato. Con este fin, la niña pasa algunas horas en diversos chalés,  y,  mientras la espera,  el inspector entra en la comisaría donde antaño estuvo destinado,  y observa la arbitraria crueldad con que han sido interrogados y torturados varios detenidos,  contra uno de los cuales se ensaña.

Rosita acude más tarde a una taberna;  allí, al poco rato, llega el inspector, que no tarda en descubrir la infame explotación a la que la muchacha ha tenido que someterse.
Cuando, por fin, ambos personajes llegan al hospital,  se nos hace evidente la última y sutil crueldad que debe sufrir Rosita. El desenlace muestra el regreso de la muchacha al orfanato,  dispuesta,  casi inconscientemente,  a seguir haciendo frente a su desdicha.


Fragmento


"Sólo podía verle todavía sentado junto al fuego,  siempre atizando las brasas con un palo,  el zurrón a la espalda y la cabeza hundida entre las solapas alzadas del abrigo.  ¿Alto y flaco?  No llegó a verle de pie,  no le dio tiempo a nada.  Ella cruzaba el descampado cara al viento con la capilla de la Virgen apoyada en la cadera y se acercó al fuego a calentarse las manos;  siempre que venía de casa de doña Conxa se paraba allí un rato a conversar con un viejo vagabundo que recogía vidrios y metales con un carrito de madera negra de piano adornado con calcomanías,  recortes de Betty Boop y anillos de puro; o con los chicos del Guinardó que cazaban gatos en los escombros y que la secuestraban un ratito en la destartalada cabina del camión ruso, un esqueleto herrumbroso sin ruedas ni motor. Pero esa noche no estaban sus amigos y el hombre sentado a la lumbre no era el vagabundo conocido; cuando se volvió a mirarla, ya tenía la navaja en la mano y decía con la voz rasposa: «No grites. Siéntate aquí.» La estuvo mirando un rato y luego le dijo que se tumbara junto al fuego y le levantó la falda. El hombre arrojó puñados de tierra al fuego hasta casi apagarlo, pero luego, mientras duró aquello, el viento lo avivó y brotaron las llamas otra vez; ella las veía rebrincar con la mejilla aplastada contra el polvo, la punta de la navaja en el cuello. Escupió en los ojos turbios del perdulario y en su boca sin dientes que olía a habas crudas y era resbalosa y blanda como un sapo. Una mano renegrida y temblorosa acariciaba su pelo.      
     
Rosita sacudió el borde de la falda y se levantó. «Voy a hacer un pis», dijo. Entró en la bodega y tardaba en volver. El inspector miró adentro por encima del hombro y la vio hablando con el carbonero. El sujeto recostaba la recta espalda contra el mostrador y tenía los pulgares engarfiados chulescamente en la faja. El hollín enmascaraba su edad, observó el inspector; era casi un niño. "

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