El embrujo de
Shanghai
Juan Marsé
primera edición: Plaza & Janés, 1993
El embrujo de Shanghai es una
estremecedora fábula sobre los sueños y las derrotas de niños y adultos,
asfixiados todos por el aire gris de un presente desahuciado. En la Barcelona
de la posguerra , el capitán Blay, con
su cabeza vendada y sus suspicacias sobre los escapes de gas que están a punto
de hacer volar toda la ciudad, se pasea por el barrio sacudido aún por los
estertores de la guerra perdida y acompañado por los espectros gimientes de sus
hijos muertos. El pequeño Daniel le escolta a través de aquellas calles
póstumas, en las que conocerá a los hermanos Chacón, quienes custodian la verja
de entrada de la casa en la que convalece Susana, una niña enferma de los
pulmones, hija de la señora Anita, bella y ajada taquillera de cine, y de
Forcat, un revolucionario, huido del país y nimbado por el fulgor mítico de los
furtivos. Pronto llegará a la casa un amigo y compañero de viaje de Forcat, que
narrará a los niños la arriesgada aventura que el padre de la niña emprendió en
Shanghai, enfrentado a nazis sanguinarios, pistoleros sin piedad y mujeres
fatales que le salen al paso en los más sórdidos cabarets de la ciudad
prohibida. Que, en definitiva, no quede claro si el héroe vivió o no de
verdad las peripecias que se le atribuyen poco importa, pues mientras tanto nace ante los ojos del
lector una estupenda novela de aventuras, con todos los alicientes del género. De ahí que el embrujo no se encuentre tanto en
la presentación de la vida real como en la de la imaginada, tal vez la única vida verdadera.
Fragmento
"Susana
deseaba un buen mapa para seguir el rumbo del Nantucket y un día los Chacón se
presentaron en la torre con un atlas nuevo de trinca, que no supieron explicar
de dónde procedía. Ella me pidió que trazara con lápiz rojo la derrota del
buque sobre el azul intenso del mar, desde Marsella hasta Shanghai, a lo ancho
de dos láminas y recalando en los puertos más importantes del Mediterráneo, del
índico y de los mares de China. Luego supimos que Finito había robado el atlas
a un escolar que le dio a guardar la cartera mientras buscaba a su madre en el
Mercadillo, y Susana obligó a Finito a devolver el atlas; pero antes de hacerlo
él dijo que era una lástima y propuso arrancar las láminas con la ruta del
Nantucket. Susana reflexionó sobre el asunto y finalmente dijo que no, que el
chaval se daría cuenta que faltaban hojas, y entonces sugirió que yo copiara la
ruta en un papel de barba, con las costas, las ciudades y las islas utilizando
colores distintos. Lo hice y Susana guardó el mapa en el cajón de su mesilla de
noche junto con sus programas de cine y sus recortes, el cepillo del pelo, el
espejo de mano y el esmalte nacarado para las uñas.
Cuando le
enseñamos el mapa a Forcat, éste me hizo ver un error señalando ante mis
narices la costa occidental de la India con su largo dedo manchado: el
Nantucket no había recalado en Bombay. La proximidad del dedo y su olor tan
peculiar me sumió de nuevo en el desconcierto: esta vez me hizo pensar en la
áspera fragancia de las hojas de la higuera. "
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada