“Hay
algo más. Conocí a Rune. No sé por qué, pero no se lo comenté a Bruno. Lo conocí en la
inauguración de una exposición muy tonta de globos o de caras. Un hombre muy
guapo. Ungido, anunciado, coronado de laureles. Vanidoso, creo, puede
que muy vanidoso, pero ¿no lo somos todos? Y también es verdad que solemos
atribuirle más vanidad a los guapos que a los poco agraciados y quizá eso no
sea justo. Hablamos de la memoria. Mnemosina es la madre de las Musas. Cicerón. Una idea nos llevaba a otra. Era casi como si
me conociera, una de esas conexiones
extrañas. ¿Y qué piensas de la memoria electrónica? Eso le fascina, la
inteligencia artificial, pero, le digo, las investigaciones se han topado con
muchos callejones sin salida. Le hablé
de Thomas Metzinger. Volví a mirar la obra de Rune: Rostros en el quirófano,
capas de piel. Tengo un catálogo. Superficies nuevas, decía él, transformadas
quirúrgicamente, pero también tecnología
biónica para piernas y brazos nuevos que respondan al sistema nervioso; los ordenadores
funcionando como cerebros. Todo cierto. Pero ¿qué quiere decir con eso? Rune me
habló de la memoria externa, una idea extraña. Según él eso es lo que representa el frenesí
por documentarlo todo, las fotos, las películas,
las segundas vidas en Internet, las guerras y juegos simulados. Le señalo que
la conciencia de la propia identidad no es algo nuevo. Pero la tecnología sí lo
es, insistió Rune. Dijo: «Quiero que mi
arte trate esos asuntos.» No estábamos de acuerdo, pero puede que ahí radique el placer, el intercambio
sagaz, el antagonismo con una pareja meritoria. Le recomendé libros y ensayos y
él anotó los nombres. Lee a Varela y a Maturana, le sugerí.
Dijo que lo haría. Hablamos de Wechsler. En eso coincidimos. El viaje de O.
Cuando nos despedimos me estrechó la
mano con la firmeza justa, ni demasiado blanda ni demasiado fuerte. Cuando
recibí su primer correo electrónico sentí cierto vértigo de esperanza, quizá dejaría de estar exiliada en mi propia
cabeza, habría encontrado a alguien que me entendiera, alguien que viera lo
que yo sabía y fuese capaz de responderme sobre ese tema. ¿Era algo tan ridículo?
¿Tan imposible?
(…)
Hace
un año vi parte de su diario filmado: el hombre, Rune (que antes firmaba Rune
Larsen), realizando tareas cotidianas, cepillándose los dientes, limpiándose
los dientes con hilo dental, tumbado en el sofá, leyendo, sentado delante del
ordenador y después acariciando una y otra vez la melena de una pelirroja que
estaba acostada en una gran cama de sábanas revueltas con la cabeza reclinada
sobre el hombro del artista. Y yo pensé: Esto es lo que nunca vemos porque
estamos dentro de nuestros cuerpos, no fuera, y lo único que la mayoría de
nosotros puede recordar de los hechos habituales es una especie de brumosa
rutina. ¿Por eso había filmado sus rutinas cotidianas? La fecha aparece en
pantalla y hay una filmación para cada día. Pero la película no dura todo el día,
no es como las de Andy Warhol, ya sea Sleep, sobre el personaje
durmiendo, o la que hizo sobre el Empire State Building.
¿Recuerdo
si tomé mis vitaminas esta mañana o si me cepillé los dientes? ¿Fue esta mañana
o ayer o anteayer?
Es
probable que la escena donde aparece acariciando el pelo de la joven pelirroja
sea un recuerdo que guardan Rune y ella, pero desde la perspectiva interna de
cada uno, de cada «yo», aunque a veces recordemos las cosas desde la
perspectiva del observador. Es una especie de recuerdo falso. Recuerdo cuando
nos enamoramos y una tarde estuve largo rato acariciándote el cabello. Recuerdo
estar tumbada contigo en la cama y sentir cómo hundías los dedos en mi pelo y cómo
me acariciabas una y otra vez y que la sensación era muy agradable, y recuerdo
la luz vespertina que bañaba la habitación y recuerdo nuestro amor. ¿Cómo se
recuerda el amor? ¿Recordamos de verdad un sentimiento? No. Sabemos que existió,
pero la memoria no guarda la intensidad del deseo. ¿Qué es lo que recordamos
exactamente? No reproducimos las sensaciones. Sin embargo, podemos traer a la memoria un tono
o un matiz emocional, algo leve o
intenso, placentero o desagradable y yo
puedo evocarlo. Recuerdo estar tumbada en la cama con Felix. Pero ¿es una ocasión
en concreto o son muchas ocasiones que se han fundido en una y que se remontan
al principio, cuando nuestro amor nos
absorbía por completo y yo ansiaba constantemente sus caricias? Sé que a veces
sostenía su cabeza entre mis manos mientras follábamos. Sé que después le susurraba al oído palabras
olvidadas en el tiempo, probablemente
tontas. Pero ¿recuerdo un momento
aislado y concreto? Sí, en el hotel
Regina de París, con aquellas camas incómodas
que tuvimos que empujar para juntarlas. Cinco estrellas y con esas camas. Creo
recordar la línea de luz entre las pesadas cortinas mientras estaba sentada
encima de él, follándomelo. Hace mucho tiempo.
También
recuerdo la frialdad, su espalda vuelta
hacia mí. La distancia entre nosotros, sus ojos mirándome inexpresivos.
Recuerdo algo ocurrido durante una cena. ¿Dónde era? La broma mordaz sobre el
matrimonio, no el nuestro, por supuesto, sino la institución en general. ¿Cuáles
fueron sus palabras? No me acuerdo. Lo que sí recuerdo es que me sobresalté y
le miré. Guardo la imagen de un plato con un borde dorado. Felix gira la
cabeza. Ahora vuelvo a sentir lo mismo al recordarlo, siento el dolor, quizá no
tan intenso, pero el dolor ha vuelto junto con ese recuerdo que es tan vago que
casi se ha borrado: había una broma, un plato, una mirada y un dolor intenso. ¿El
dolor perdura más que la alegría en la memoria?
¿Qué
imbécil dijo que el pasado estaba muerto? El pasado no está muerto. Sus fantasmas
nos poseen. A mí me poseen. Me tienen bajo su poder, pero no sé si pueden
disiparse los espíritus. Quizá se lo pregunte a Radish. Quizá ella pueda darme
algún consejo. Supongo que lo que tendré que hacer es seguir trabajando, el
estudio está rebosante de obra sin exponer, las miles de monstruosidades de una
tal Harriet Burden. Quizá cuando llegue el momento de la revelación se les
caiga la venda de los ojos, como suele decirse. Quizá cuando yo ya esté muerta,
algún crítico de arte errante llegará hasta el edificio donde están almacenadas
las obras y las mirará, las mirará de verdad, porque, por fin, no existirá la
persona (yo). Mi crítico imaginario lo observará todo durante largo rato
asintiendo doctamente con la cabeza, sí, sí, y después pronunciará su
veredicto: aquí hay algo, algo bueno. Rescatada del olvido igual que Judith
Leyster. Pero tal vez todo eso no sea más que una tontería, a pesar de mis
preciados seudónimos, que son lo que a ellos les interesa: mis seudónimos, no
yo, no yo. Voy a cumplir sesenta años. Maisie ha dicho que me va a hacer una
fiesta de cumpleaños y yo le dije que sí, pero sólo con mis seres queridos, no
con amigos de amigos. Phinny quiere que salgamos a comprar un vestido para el día
que doble la esquina de otra década, dice que tiene que ser un vestido «deslumbrante».
Felix
en los sueños. Otro Felix, odioso. Él nunca fue odioso en vida, fue distante o
cercano, pero nunca odioso. ¿Por qué regresa?
Pero
esta noche, mientras estoy aquí sentada frente a mi escritorio y miro el agua
(miro el invierno, la noche, la ciudad iluminada) siento una pena ignota, que
no es por Felix ni por mi padre o mi madre. Ahora mismo acaba de invadirme con
fuerza un dolor profundo, pero ¿por qué? ¿Es sólo porque me queda mucho menos
por delante que lo que he dejado atrás? ¿Es por la niña llamada Harriet que
caminaba con la cabeza gacha? ¿Es porque me estoy convirtiendo en una mujer
vieja? ¿Es porque la furia de la ambición todavía no me ha abandonado? ¿Es por
los fantasmas que han dejado su huella dentro de mí?
Sí,
Harry, es por los fantasmas. Pero ¿son los nombres también incorpóreos? ¿Querías
ver tu nombre en las marquesinas? Vanidad de vanidades. Las letras que te
asignaron al nacer, el designio de tus orígenes paternos. ¿Las luces
paternales? ¿Es eso lo que ansiabas? Pero ¿por qué, Harry? Tu padre no quería
que naciera la pequeña Burden, su onerosa y berreona niña, pero allí estabas tú.
Al
final, te aceptó.
¿De
verdad, Harry? ¿Te aceptó de verdad? No de un modo que a ti te satisficiera,
diría yo. ¿Acaso no prefería a Felix? ¿Acaso tu madre no prefería también a
Felix? ¿Acaso no te decía ella que no fueras demasiado dura con Felix? ¿Acaso
ella no lo mimaba, lo protegía?
Sí,
pero mi madre me quería.
Sí,
te quería. Pero ¿y a tu obra?
Ella
no entendía mi obra.
Está
aflorando, Harry, la furia malsana, cegadora e hiriente, que se ha ido acumulando
más y más desde que caminabas con la cabeza gacha sin darte cuenta siquiera.
Ahora ya no tienes que pedir perdón, niña grande, ni sientes vergüenza por
llamar a la puerta. No es vergonzoso llamar a la puerta, Harry. Te estás
alzando contra los patriarcas y sus adláteres, Harry, tú eres la imagen de su
miedo. Medea, enloquecida por la sed de venganza. El pequeño monstruo ha
escapado de la caja, ¿verdad? Todavía no ha crecido del todo, no del todo.
Después de Phinny habrá otro más. Habrá tres, igual que en los cuentos de
hadas. Tres máscaras de diferentes tonos y semblantes, para que la historia
adquiera su forma perfecta. Tres máscaras, tres deseos, siempre tres. Y la
historia tendrá los dientes manchados de sangre.”
El mundo deslumbrente
Siri Hustvedt
traducción: Cecilia
Ceriani
Anagrama, 2014
página 175-180
“Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) es, sin seguir un orden, escritora de ficción, ensayo, poesía, artículos académicos en prestigiosas revistas
científicas y traductora. A lo largo de estos años ha afianzado su obra en los
distintos géneros, construyendo una voz
propia, con una miscelánea de intereses
que casan bien únicamente cuando están bien casados: la neurociencia y el arte,
las ciencias puras y las ciencias humanas, la psicología y el feminismo, la ficción y la
no ficción. Las distintas categorías en
las que se enmarca su obra, por la que
ha recibido distintos premios, se ven reflejadas a la perfección en los ensayos
de su último libro traducido al español: La
mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (2016, A Woman Looking at Men Looking at Women.
Essays on Art, Sex, and the Mind).”
leer el artículo completo ”El caleidoscopio de Siri Hustvedt: color,sentido, forma”, por Yolanda Morató
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