25 de gen. 2019

el caleidoscopio de siri hustvedt


“Hay algo más.  Conocí a Rune. No sé por qué,  pero no se lo comenté a Bruno. Lo conocí en la inauguración de una exposición muy tonta de globos o de caras. Un hombre muy guapo. Ungido,  anunciado,  coronado de laureles.  Vanidoso,  creo,  puede que muy vanidoso, pero ¿no lo somos todos? Y también es verdad que solemos atribuirle más vanidad a los guapos que a los poco agraciados y quizá eso no sea justo. Hablamos de la memoria. Mnemosina es la madre de las Musas.  Cicerón.  Una idea nos llevaba a otra. Era casi como si me conociera,  una de esas conexiones extrañas. ¿Y qué piensas de la memoria electrónica? Eso le fascina, la inteligencia artificial, pero, le digo, las investigaciones se han topado con muchos callejones sin salida.  Le hablé de Thomas Metzinger. Volví a mirar la obra de Rune: Rostros en el quirófano, capas de piel. Tengo un catálogo. Superficies nuevas, decía él, transformadas quirúrgicamente,  pero también tecnología biónica para piernas y brazos nuevos que respondan al sistema nervioso; los ordenadores funcionando como cerebros. Todo cierto. Pero ¿qué quiere decir con eso? Rune me habló de la memoria externa, una idea extraña.  Según él eso es lo que representa el frenesí por documentarlo todo, las fotos,  las películas, las segundas vidas en Internet, las guerras y juegos simulados. Le señalo que la conciencia de la propia identidad no es algo nuevo. Pero la tecnología sí lo es,  insistió Rune. Dijo: «Quiero que mi arte trate esos asuntos.» No estábamos de acuerdo,  pero puede que ahí radique el placer, el intercambio sagaz, el antagonismo con una pareja meritoria. Le recomendé libros y ensayos y él anotó los nombres. Lee a Varela y a Maturana, le sugerí. Dijo que lo haría. Hablamos de Wechsler. En eso coincidimos. El viaje de O.  Cuando nos despedimos me estrechó la mano con la firmeza justa, ni demasiado blanda ni demasiado fuerte. Cuando recibí su primer correo electrónico sentí cierto vértigo de esperanza,  quizá dejaría de estar exiliada en mi propia cabeza, habría encontrado a alguien que me entendiera, alguien que viera lo que yo sabía y fuese capaz de responderme sobre ese tema. ¿Era algo tan ridículo? ¿Tan imposible?

(…)

Hace un año vi parte de su diario filmado: el hombre, Rune (que antes firmaba Rune Larsen), realizando tareas cotidianas, cepillándose los dientes, limpiándose los dientes con hilo dental, tumbado en el sofá, leyendo, sentado delante del ordenador y después acariciando una y otra vez la melena de una pelirroja que estaba acostada en una gran cama de sábanas revueltas con la cabeza reclinada sobre el hombro del artista. Y yo pensé: Esto es lo que nunca vemos porque estamos dentro de nuestros cuerpos, no fuera, y lo único que la mayoría de nosotros puede recordar de los hechos habituales es una especie de brumosa rutina. ¿Por eso había filmado sus rutinas cotidianas? La fecha aparece en pantalla y hay una filmación para cada día. Pero la película no dura todo el día, no es como las de Andy Warhol, ya sea Sleep, sobre el personaje durmiendo, o la que hizo sobre el Empire State Building.

¿Recuerdo si tomé mis vitaminas esta mañana o si me cepillé los dientes? ¿Fue esta mañana o ayer o anteayer?

Es probable que la escena donde aparece acariciando el pelo de la joven pelirroja sea un recuerdo que guardan Rune y ella, pero desde la perspectiva interna de cada uno, de cada «yo», aunque a veces recordemos las cosas desde la perspectiva del observador. Es una especie de recuerdo falso. Recuerdo cuando nos enamoramos y una tarde estuve largo rato acariciándote el cabello. Recuerdo estar tumbada contigo en la cama y sentir cómo hundías los dedos en mi pelo y cómo me acariciabas una y otra vez y que la sensación era muy agradable, y recuerdo la luz vespertina que bañaba la habitación y recuerdo nuestro amor. ¿Cómo se recuerda el amor? ¿Recordamos de verdad un sentimiento? No. Sabemos que existió, pero la memoria no guarda la intensidad del deseo. ¿Qué es lo que recordamos exactamente? No reproducimos las sensaciones.  Sin embargo, podemos traer a la memoria un tono o un matiz emocional,  algo leve o intenso,  placentero o desagradable y yo puedo evocarlo. Recuerdo estar tumbada en la cama con Felix. Pero ¿es una ocasión en concreto o son muchas ocasiones que se han fundido en una y que se remontan al principio,  cuando nuestro amor nos absorbía por completo y yo ansiaba constantemente sus caricias? Sé que a veces sostenía su cabeza entre mis manos mientras follábamos.  Sé que después le susurraba al oído palabras olvidadas en el tiempo,  probablemente tontas.  Pero ¿recuerdo un momento aislado y concreto? Sí,  en el hotel Regina de París,  con aquellas camas incómodas que tuvimos que empujar para juntarlas. Cinco estrellas y con esas camas. Creo recordar la línea de luz entre las pesadas cortinas mientras estaba sentada encima de él, follándomelo. Hace mucho tiempo.

También recuerdo la frialdad,  su espalda vuelta hacia mí. La distancia entre nosotros, sus ojos mirándome inexpresivos. Recuerdo algo ocurrido durante una cena. ¿Dónde era? La broma mordaz sobre el matrimonio, no el nuestro, por supuesto, sino la institución en general. ¿Cuáles fueron sus palabras? No me acuerdo. Lo que sí recuerdo es que me sobresalté y le miré. Guardo la imagen de un plato con un borde dorado. Felix gira la cabeza. Ahora vuelvo a sentir lo mismo al recordarlo, siento el dolor, quizá no tan intenso, pero el dolor ha vuelto junto con ese recuerdo que es tan vago que casi se ha borrado: había una broma, un plato, una mirada y un dolor intenso. ¿El dolor perdura más que la alegría en la memoria?

¿Qué imbécil dijo que el pasado estaba muerto? El pasado no está muerto. Sus fantasmas nos poseen. A mí me poseen. Me tienen bajo su poder, pero no sé si pueden disiparse los espíritus. Quizá se lo pregunte a Radish. Quizá ella pueda darme algún consejo. Supongo que lo que tendré que hacer es seguir trabajando, el estudio está rebosante de obra sin exponer, las miles de monstruosidades de una tal Harriet Burden. Quizá cuando llegue el momento de la revelación se les caiga la venda de los ojos, como suele decirse. Quizá cuando yo ya esté muerta, algún crítico de arte errante llegará hasta el edificio donde están almacenadas las obras y las mirará, las mirará de verdad, porque, por fin, no existirá la persona (yo). Mi crítico imaginario lo observará todo durante largo rato asintiendo doctamente con la cabeza, sí, sí, y después pronunciará su veredicto: aquí hay algo, algo bueno. Rescatada del olvido igual que Judith Leyster. Pero tal vez todo eso no sea más que una tontería, a pesar de mis preciados seudónimos, que son lo que a ellos les interesa: mis seudónimos, no yo, no yo. Voy a cumplir sesenta años. Maisie ha dicho que me va a hacer una fiesta de cumpleaños y yo le dije que sí, pero sólo con mis seres queridos, no con amigos de amigos. Phinny quiere que salgamos a comprar un vestido para el día que doble la esquina de otra década, dice que tiene que ser un vestido «deslumbrante».

Felix en los sueños. Otro Felix, odioso. Él nunca fue odioso en vida, fue distante o cercano, pero nunca odioso. ¿Por qué regresa?

Pero esta noche, mientras estoy aquí sentada frente a mi escritorio y miro el agua (miro el invierno, la noche, la ciudad iluminada) siento una pena ignota, que no es por Felix ni por mi padre o mi madre. Ahora mismo acaba de invadirme con fuerza un dolor profundo, pero ¿por qué? ¿Es sólo porque me queda mucho menos por delante que lo que he dejado atrás? ¿Es por la niña llamada Harriet que caminaba con la cabeza gacha? ¿Es porque me estoy convirtiendo en una mujer vieja? ¿Es porque la furia de la ambición todavía no me ha abandonado? ¿Es por los fantasmas que han dejado su huella dentro de mí?

Sí, Harry, es por los fantasmas. Pero ¿son los nombres también incorpóreos? ¿Querías ver tu nombre en las marquesinas? Vanidad de vanidades. Las letras que te asignaron al nacer, el designio de tus orígenes paternos. ¿Las luces paternales? ¿Es eso lo que ansiabas? Pero ¿por qué, Harry? Tu padre no quería que naciera la pequeña Burden, su onerosa y berreona niña, pero allí estabas tú.
Al final, te aceptó.

¿De verdad, Harry? ¿Te aceptó de verdad? No de un modo que a ti te satisficiera, diría yo. ¿Acaso no prefería a Felix? ¿Acaso tu madre no prefería también a Felix? ¿Acaso no te decía ella que no fueras demasiado dura con Felix? ¿Acaso ella no lo mimaba, lo protegía?

Sí, pero mi madre me quería.

Sí, te quería. Pero ¿y a tu obra?

Ella no entendía mi obra.

Está aflorando, Harry, la furia malsana, cegadora e hiriente, que se ha ido acumulando más y más desde que caminabas con la cabeza gacha sin darte cuenta siquiera. Ahora ya no tienes que pedir perdón, niña grande, ni sientes vergüenza por llamar a la puerta. No es vergonzoso llamar a la puerta, Harry. Te estás alzando contra los patriarcas y sus adláteres, Harry, tú eres la imagen de su miedo. Medea, enloquecida por la sed de venganza. El pequeño monstruo ha escapado de la caja, ¿verdad? Todavía no ha crecido del todo, no del todo. Después de Phinny habrá otro más. Habrá tres, igual que en los cuentos de hadas. Tres máscaras de diferentes tonos y semblantes, para que la historia adquiera su forma perfecta. Tres máscaras, tres deseos, siempre tres. Y la historia tendrá los dientes manchados de sangre.”

El mundo deslumbrente
Siri Hustvedt
traducción: Cecilia Ceriani
Anagrama,  2014
página 175-180







Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) es,  sin seguir un orden,  escritora de ficción,  ensayo, poesía,  artículos académicos en prestigiosas revistas científicas y traductora. A lo largo de estos años ha afianzado su obra en los distintos géneros,  construyendo una voz propia,  con una miscelánea de intereses que casan bien únicamente cuando están bien casados: la neurociencia y el arte,  las ciencias  puras y las ciencias humanas,  la psicología y el feminismo, la ficción y la no ficción.  Las distintas categorías en las que se enmarca su obra,  por la que ha recibido distintos premios, se ven reflejadas a la perfección en los ensayos de su último libro traducido al español: La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (2016, A Woman Looking at Men Looking at Women. Essays on Art, Sex, and the Mind).”

leer el artículo completo ”El caleidoscopio de Siri Hustvedt: color,sentido, forma”,  por Yolanda Morató




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