8 de gen. 2019

rabos de lagartija, 13





“El callejón es como un brazo encogido y sarnoso desgajado del barrio en su extremo más oriental y más despoblado, y a veces, cuando lo transito acurrucado en mi burbuja, yendo o viniendo de la consulta en la Maternidad o de los tenderetes del mercadillo, parece que hasta los gatos lo hayan abandonado. Agosto es un mes que huele a chamusquina por los cuatro costados, nunca me gustó. El corro de chavales sentados en una esquina dirías que no se ha movido de allí en todo el verano y que sigue desovillando la misma enmarañada aventi de siempre bajo el sanguíneo esplendor de una buganvilla, pero David ya no la escucha ni la habita, esa aventi hace tiempo que lo abandonó y ahora él va caminando solo por la calle con las manos en los bolsillos y una margarita en el pelo, siempre con su aire friolero y entumecido a pesar del calor, siempre con esa pinta de niño extraviado en el bosque pero atento a una voz que le guía en la oscuridad, nadie pensaría que camina con un grillo criminal en los oídos y una nube de sangre en el horizonte, indiferente al vecindario y a las consabidas habladurías, pero no a las voces; porque detrás de los dimes y diretes sobre la costurera y el fugitivo señor Bartra había siempre el plañido de una derrota común, la música machacona y triste de un agravio compartido por muchos, y esa música es lo único que él escucha.

Los domingos el callejón se anima y mi hermano pasa rápido evitando el trato de las vecinas deslenguadas y sus preguntas insidiosas, sus conocidos meandros para entablar conversación y tirarle de la lengua con falsas zalamerías, David, guapo, ¿ya sabes que pronto vas a tener un hermanito?, ¿dónde está tu padre?, ¿y qué le quiere a tu madre un día sí y otro también ese policía tan alto y bien plantado?, y a ti, bonito, ¿qué te gustaría ser de mayor?

Shirley Temple con sus tirabuzones de putilla viciosa.

Se ríen de la ocurrencia con la boca torcida. No deseo extenderme aquí sobre este asunto, no sabría, sólo dispongo de rumores —si mi hermano me oyera, me mataría— y en esos rumores me baso. Me habría gustado comentarlo con mamá cuando su pulso latía con el mío, cuando sólo podía escucharme con el corazón. Puesto que eso nunca fue posible, prefiero callarme lo que pienso. Sólo diré que David, cuando se lo proponía, era dulce y cariñoso y el mejor amigo de sus amigos. Si no que lo diga el aprendiz de barbero, el gordito de las maracas.”


Rabos de lagartija
Juan Marsé
Lumen, 2000
página 225-226

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