“De hecho, estaba empeñada en comprender la psicología de
la fe y de lo ilusorio que, seamos francos, por lo general suelen ser la misma cosa. ¿Cómo es posible que algunas ideas absurdas e
incluso imposibles se apoderen de poblaciones enteras? El mundo del arte constituía
el laboratorio de Harry (su microcosmos de interacción humana) en el que los
dimes y diretes alteran literalmente las apariencias de las pinturas y de las
esculturas. Nadie puede demostrar que una obra de arte es realmente superior a
otra ni que el mercado del arte se rija en su mayoría por nociones tan
subjetivas y estrechas. Como Harry solía
repetirme, ni siquiera existe un acuerdo
sobre la definición de arte.
Aunque en algunos casos lo
ilusorio se hace patente. A Harry y a mí
nos fascinaba eso que llegó a denominarse «pánico moral», los brotes de terror que
iban en aumento, por lo general
dirigidos contra un grupo u otro supuestamente «anormal»: judíos, homosexuales,
negros, hippies y, no menos importante, las brujas y los demonios. (…)Durante la década de 1980 y principios de la de 1990, surgieron cultos satánicos por todo Estados
Unidos y los periódicos se dedicaban a informarnos con tono serio sobre sus
rituales truculentos. El contagio histérico arrojó como resultado incontables detenciones,
encarcelamientos y vidas destrozadas.
Los efectos del pánico implicaron a psicoterapeutas, asistentes sociales, agentes del orden y tribunales. Al final, no pudo demostrarse la veracidad de ninguna de
las acusaciones. Las condenas fueron
anulándose una tras otra. Atrapadas en
una epidemia de ideas contagiosas, cientos de personas estaban dispuestas a
creer que la mujer u hombre que trabajaba en el centro de atención de día, así como el sheriff, el profesor y el vecino de la esquina eran
monstruos que violaban y mutilaban a los niños, y que bebían su sangre y comían sus heces en
el desayuno. De las mentes de adultos y niños surgieron recuerdos horripilantes,
historias de aquelarres, de sodomía y de
innumerables asesinatos, pero nunca se
encontró ningún cadáver ni ninguna señal de tortura en persona alguna. Sin embargo, la gente seguía creyendo. Los hay que todavía creen.
Piensen en las historias que empezaron
a circular tras el 11 de septiembre. Que si en el ataque a las Torres Gemelas
no había muerto ningún judío y que si el gobierno de Estados Unidos había
organizado aquella atrocidad. Tal disparate contó con firmes defensores al
igual que, por supuesto, la gran mentira de la administración Bush que
asoció la matanza con Irak. Es fácil afirmar que aquellos que se dejan
arrastrar por tales creencias son unos ignorantes, pero las creencias constituyen
una rara mezcla de sugestión, imitación, deseo y proyección. A todos nos gusta pensar
que somos resistentes a las palabras y acciones de los demás. Creemos que no hacemos nuestras las fantasías
de los otros, pero estamos equivocados. En algunas creencias es tan obvio que lo que
defienden es un disparate (las proclamas de la Sociedad de la Tierra Plana, por ejemplo) que a la mayoría de nosotros nos resulta
muy fácil rechazarlas. Pero hay otras
que residen en territorios ambiguos, donde
lo personal y lo interpersonal no pueden distinguirse con tanta facilidad.
No debemos olvidar que Harry
había estado durante años reescribiendo su propia vida a través del
psicoanálisis, que lo que ella llamaba
un «texto revisionista» de su vida, un
texto de lento desarrollo, había
empezado a reemplazar al texto «mítico» anterior. Las personas y los hechos empezaron a adquirir
nuevos significados para ella. Sus
recuerdos cambiaron. Harry no había recobrado ningún recuerdo dudoso de su
infancia, pero el 19 de febrero de 2003, sólo un mes antes de exponer Debajo, me dijo que había notado que, al repasar su
vida, había grandes lagunas. Con un poco de estímulo lograba llenar fácilmente
los espacios en blanco recurriendo a la inventiva. De todos modos, ¿no tienen
algo de ficción la mayoría de los recuerdos? Ella recordaba cosas que yo había
olvidado y yo recordaba lo que ella había olvidado, y cuando intentábamos
rememorar la misma historia, ¿no lo hacíamos de forma diferente? Y eso que
ninguna de las dos mentía. Las escenas del pasado cambian y se reorganizan
continuamente, enfocándose desde un presente distinto, eso es todo, y los
cambios tienen lugar sin que nos demos cuenta. Harry llegó a reinterpretar un
sinfín de recuerdos. Toda su vida había adquirido un aspecto diferente. Harry
se preguntaba cómo había empezado todo. Los pensamientos, las palabras, las
alegrías y los miedos de otras personas nos afectan y se vuelven parte de
nosotros. Viven dentro de nosotros desde el principio. (…) Lo
que Harry quería saber era: ¿somos sólo una persona o somos muchas? ¿Acaso los actores
y los escritores no hacen de la invención de personajes un modo de vida? ¿De
dónde surgen esos personajes?
Yo sostenía que, por más apasionados que fuesen, los artistas distinguían la diferencia entre
creador y creación; que el trastorno, se llamara como se llamase, estaba conectado a un trauma y que, sin lugar a dudas, la supuesta epidemia había sido decretada por
terapeutas entusiastas y a menudo mal informados. (…) Sí, sí, dijo, pero ¿esas
criaturas y los álter egos no se construyen a partir del mismo material
subliminal? ¿Esos otros que llevamos
dentro no son como personajes oníricos? (…)
Llevaba un tiempo trabajando con
Rune y, en el proceso de creación de la
obra Debajo, habían llevado a cabo algunos juegos y los habían
filmado, juegos con máscaras, disfraces y utilería. Y al actuar empezaron a
surgir cosas. Harry se quedó mirándome fijamente. Le pregunté: ¿qué cosas?
o que la tenía tan conmocionada
e incluso asustada, me dijo, era lo que Rune había logrado despertar en
ella y, fuese lo que fuese, estaba convencida de que era algo que había estado
en su interior durante mucho tiempo, pero que ella nunca se había permitido
expresar”.
El mundo deslumbrente
Siri Hustvedt
traducción: Cecilia Ceriani
Anagrama, 2014
página 269-272
“Los ojos y la mirada están
presentes en la obra…”, leer el artículo completo “Siri Hustvedt, la mirada insomne”,
de Iñaki
Urdanibia
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