22 de gen. 2019

Margaret Cavendish




“Pero ¿estaba yo interesada en experimentar con mi cuerpo, vendarme las tetas y ponerme relleno en los pantalones? ¿Quería vivir como un hombre? No. Lo que a mí me interesaba eran las percepciones y su mutabilidad, el hecho de que solemos ver lo que esperamos ver.  La Harry que yo veía reflejada en el espejo, ¿no había cambiado ya bastante tal y como estaba? A veces me preguntaba si alguna vez lograría verme como realmente era. Un día me miraba y me encontraba con buen aspecto y buena figura (desde mi punto de vista, claro está) y otro me veía hecha un esperpento, entrada en carnes y fondona. ¿Cómo puede uno explicarse el cambio si no es pensando que la imagen que tenemos de nosotros mismos es, en el mejor de los casos, poco fiable?  No, yo quería dejar mi cuerpo al margen de todo eso y emprender algunas excursiones artísticas bajo otros nombres y quería algo más que un simple «George Eliot» como tapadera. Yo quería mis propias formas de comunicarme indirectamente al estilo Kierkegaard, cuyas máscaras chocaban y se enfrentaban entre ellas, donde la ironía era marcada y sutil y casi invisible. ¿Dónde iba a encontrar yo un Victor Eremita,  un A y un B, un Juez William,  un Johannes de Silentio,  un Constantin Constantius,  un Vigilius Haufniensis,  un Nicolaus Notabene,  un Hilarius Encuadernador,  un Inter et Inter, un Johannes Climacus y un anti-Climacus, todos de mi autoría?  En mi caso no tenía nada claro cómo lograr tales transformaciones.  Apenas lograba unos meros garabatos mentales,  pero a mí me parecían productivos.

¿Acaso S. K. no había escrito bajo el seudónimo de Notabene una serie de prefacios que no iban seguidos por texto alguno?  ¿Qué pasaría si yo inventaba un artista del que existían muchas críticas y catálogos de exposiciones, pero ninguna obra? Después de todo, ¿cuántos artistas habían sido catapultados a la fama gracias a las tonterías escritas por los escritorzuelos de turno? ¡Ah, écriture! El artista tendría que ser un hombre joven, un enfant terrible,  rodeado de un vacío que generase páginas y páginas de texto. ¡Ah, qué divertido podría llegar a ser!”


El mundo deslumbrente
Siri Hustvedt
traducción: Cecilia Ceriani
Anagrama,  2014
página 43-44


“La aristócrata británica Margaret Cavendish,  Duquesa de Newcastle,  fue dama de la reina Enriqueta de Francia y vivió algún tiempo en Francia con ella en su exilio.  Casada con sir William Cavendish,  político y escritor mucho mayor que ella,  Margaret participó contra fuerte oposición y no pocas críticas en numerosos debates de filosofía natural de su época sobre temas como la materia y el movimiento,  la existencia y naturaleza del vacío, la percepción y el conocimiento, así como en la formulación de las primeras teorías moleculares.

Margaret Cavendish escribió diez libros de filosofía natural (lo que hoy llamamos física) y una de las primeras novelas de ciencia ficción (El Mundo Resplandeciente), que fue en su época la primera novela firmada por una mujer británica publicada en Europa,  ante lo cual las críticas arreciaron;  no se consideraba que una dama inglesa de su alcurnia debiera dedicarse a estos menesteres.”


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