8 de des. 2019

el último día de terranova, 4




“Antón quedó un día con Eliseo para ir al puerto, con el propósito de saludar a unos compañeros de un bou vasco que hacía escala en ruta a Terranova. Él venía de ensayar una obra de teatro. Avanzó por el muelle haciendo de Charlot, practicando. Todavía llevaba la cara maquillada de blanco, con unas cejas de payaso.
Vete, dijo el padre. ¡No hace falta que subas!
Le explicó de dónde venía, que no le había dado tiempo a cambiarse, que Charlot, en El emigrante, etcétera, el golpe de mar, la causalidad. En Cierto Punto.
Ya, pero no quiero que subas. No vas a subir al barco.
Era un hombre muy sereno, pero de lenguaje endurecido:
Y vete. Tampoco quiero que te vean.
¿Qué pasaba? Eliseo sabía que estaba mal visto que a un barco subiesen los curas. Pero no tenía noticia de que la superstición afectase a los payasos. No podía pensar que fuese por desprecio o por sentido del ridículo ante los compañeros. A su padre le gustaba mucho la música. Respetaba las artes. Y habían ido todos juntos, con la abuela Nina y con Comba, a ver a Charlot en el Kiosco Alfonso. Y Antón se reía como el que más.
Pero no quiso que subiese disfrazado al barco. Y dijo algo muy extraño viniendo de él. Porque él tenía por grave insulto el de bichicoma, que era como llamaban los pescadores de Terranova a los que no daban golpe. Una adaptación de la expresión inglesa beach combers, los que iban al raque, lo que para ellos, forjados desde la infancia en el mar, era la peor deshonra: escaquearse, no mojarse.
Eso fue antes de irse a la que sería su última marea.
Dijo:
¡Júrame que no irás al mar! ¡Que no trabajarás nunca, Eliseo!
Viniendo de él, era una consigna demasiado perturbadora. Le había salido así, entre dientes y endurecida hasta el hueso. Eliseo temió que, en el fondo, estuviese asignándole esa condición, la de bichicoma. La de inútil. Pero lo que le estaba diciendo con un desasosiego que venía de la profundidad de los ojos era otra cosa. Una orden.
Respondió con asombro:
¡Viviré como un artista, padre!
También le salió una frase equívoca, pero parece que a Antón le resultó perfecta.
Eso es lo que yo quería oír.
Tosió. Una tos cavernosa. Un hombre que tosía dentro de él. Eso era lo que recordaba Eliseo de la despedida en el muelle. Cómo había dejado de toser porque apretaba todo: los puños, los dientes. Hermético. Tisis. Tuberculosis. Habían pedido medios para detectar bien estos accesos y darles un tratamiento. La respuesta de la compañía fue: Es un barco de pesca, no un transatlántico.
Había hecho su trabajo y el de otros. Extras como lañar el pescado y arrancar hígados, además del oficio de contramaestre. Y aquellos trabajos los pagaban en dólares. Cada vez que se hacía carbonada en puerto, echaban cuentas. Y él hacía hucha con todo. Tenía una misión. Tenía prisa. Cuando después de toser notaba sangre en la boca, metía la yema de los dedos para calentarlos. Era rápido y la mano obedecía la mirada. ¡Soy perito en hígados!, decía. Pero esa mano de rayo a veces se congelaba. Un hombre helado era un bulto en el barco. Así que el único remedio era pincharse con una aguja. Los dedos de las manos y de los pies. Reviviendo con la propia sangre. Otra vez la mano de rayo de Antón arrancando hígados. Hasta que la sangre que gotea en el hielo, que se mezcla con la de las manos y la de las entrañas del pescado, es la sangre del pecho.
Lo enterraron allá, en Terranova. Años después, en 1946, gracias a sus ahorros, a aquellos extras, Comba pudo abrir la librería.
Ahí está, en el centro de la galería de retratos de la pared, entre el poeta navegante Manuel Antonio y Ernest Hemingway, la foto de Antón Ponte.
¿Y ese qué escribió?, preguntó un día un cliente.
Recuerdo al tío Eliseo por una vez sin saber qué decir. Metido en la botella, intentando flotar. Un Charlot solitario en la Dársena, empapado de lluvia. El río desaparecido abriendo un surco en el maquillaje.
Ese escribió El último día de Terranova.


El último día de Terranova
Manuel Rivas
Alfagura, 2015
Página 52-55

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada