15 de des. 2019

la autora del mes



Entrevista de Clarita Spitz a Almudena Grandes en el marco del V Carnaval Internacional de las Artes celebrado en Barranquilla, Colombia en el año 2011

“P: Como lectora, ¿cuáles son tus preferencias? ¿Ha habido alguna influencia no sólo en tu obra sino en tu vida y tu forma de escribir?

R: Yo creo que he tenido muchísimas influencias como todo el mundo y para un escritor a veces es más difícil rastrear las influencias propias – se ve mejor desde afuera. Pero sí puedo hablar de una serie de libros que fueron capitales para mí. El primero de todos fue uno que me regaló mi abuelo paterno. Mis lectores saben que en mis libros siempre hay muchos abuelos y muchas nietas. Todos mis abuelos son ese abuelo y todas las nietas soy yo. Mi abuelo fue el primer hombre de mi vida y tuve una historia de amor muy potente con él. Para mi comunión me regaló una versión de La Odisea para niños, en prosa y ése fue el primer libro que yo leí en primera persona del plural. Tardé mucho en comenzarlo porque me decepcionó mucho el regalo; yo pensaba que me iba a dar algo más especial que un libro – yo tenía la ilusión de un tutú de ballet azul celeste. Sin embargo cuando lo empecé, desde el primer momento en vez de leer Ulises yo leía nosotros; me impliqué de tal manera que creo que ése fue el libro que me hizo escritora. Un clásico, aunque pueda parecer apabullante, me hizo pensar en que quería escribir, pero no sabía como quien. El segundo libro que recuerdo que me influyó mucho, como para compensar y para bajar el nivel, fue Mujercitas porque me enseñó que quería escribir como Josephine March – o sea, me dio un modelo. Yo no tenía mujeres escritoras en mi entorno. Pero tenía a Jo March en el libro.

P: De Benito Pérez Galdós además de la admiración, ¿siente que ha influido en alguna manera en su obra?

R: Tuve una experiencia básica como lectora y como escritora a mis quince años, cuando descubrí a Galdós, que ha sido un escritor muy importante para mí. Lo descubrí por casualidad y también a través del abuelo aunque él ya no vivía porque en la casa donde veraneábamos, en la sierra de Madrid, había pocos libros. Mi madre me daba dinero para comprar en la feria del Libro, pero a mediados de julio me los había leído todos. Cuando me había leído todo lo que había en esa casa, después de darle muchas vueltas me atreví a coger esos libros que me daban tanto miedo y tuve la suerte que la primera novela que encontré fue Tormento de Benito Pérez Galdós, me deslumbró mucho, me di cuenta de lo difícil que era el país en el que yo vivía. Porque para una niña del franquismo la historia de un cura que persigue a una huérfana y la hunde, era como de ciencia ficción. ¿Cómo es posible que aquí haya pasado algo así? ¿Qué clase de vida había en este país para que un escritor haya podido contar esto? Galdós fue fundamental para mí como lectora y luego como escritora. Creo que los maestros del XIX son los auténticos amos de este género, los que sabían de verdad qué era escribir una novela.

P: ¿A qué atribuyes esto?

R: Yo creo que el siglo XIX fue la gran época de la novela porque en aquel momento los novelistas todavía eran salvajes e inocentes y entonces podían asumir la tarea de crear mundos completos. Cuando pienso en Galdós, Tolstoi, Flaubert o Dickens veo como una sabana africana inmensa con un árbol o dos, una manada de elefantes y delante un personaje pequeñito mirándolo todo. Tenían el mundo entero para ellos. Sin embargo, cuando pienso en mi o cualquier escritor contemporáneo y veo a un personaje, lo veo del mismo tamaño pero, en una autopista de California con diecisiete carriles prohibidos, semáforos y desvíos. Nosotros hemos perdimos la inocencia y el estado salvaje. Deberíamos aspirar a la ambición de aquellos escritores, aunque no estamos en la misma situación sigo pensando que un novelista puede aspirar legítimamente a crear un mundo completo, a crear mundos completos.

P: ¿Qué significó para ti comenzar la carrera con la Sonrisa Vertical?

R: Fue un azar, algo muy extraño. Creo que las primeras novelas siempre son extrañas porque cuando uno escribe su primer libro ni siquiera sabe si está escribiendo un libro o un texto que va a acabar en un cajón. Cuando escribí Las Edades de Lulú no les ponía cara a los editores, ni a los críticos, ni a los lectores, ni cuando pasaba por delante de una librería tenía idea de que iba a estar al cabo de un tiempo en ese escaparate.
Había empezado cientos de novelas sin pasar del primer capítulo. Lo que hacía invariablemente era escribir uno o dos folios y los guardaba en un cajón; a las dos semanas los sacaba me parecían horribles y los rompía. Con Lulú fue como con todo lo demás, escribí siete folios, los guardé en un cajón los saqué y dije ah, ¡esto está bien!
Escribí Las edades de Lulú en un estado de inocencia y de salvajismo casi decimonónico y al final fue algo distinto a lo que pensaba, yo pretendía escribir una novela entre erótica, negra y sarcástica.

P: ¿Y qué pasó entonces? 

R: Al principio ves con mucha claridad una situación. Siempre parto de una imagen, pero cuando esa imagen ya ha avanzado un poco tienes que contestarte a ti misma: ¿Esta quién es? ¿Por qué hace esto? ¿Qué le ha pasado? En un momento dado la novela cambió de dirección, fue por donde le dio la gana, empecé a seguir a Lulú en vez de seguir mi plan. Cuando terminé pensé que había escrito una novela erótica, poco convencional y que la podría mandar a un certamen.

P: Las edades de Lulú se ha definido de muchas maneras: erótico, provocador, sexual, pornografía – hoy en día, ¿te molesta que te hablen de este libro?

R: No me molesta. Yo le tengo mucho cariño a este libro, que ha hecho por mi mucho más de lo que la inmensa mayoría de los libros hacen por sus autores. Tengo una relación muy buena con él – cuando habían pasado quince años desde que lo publiqué y se habían extinguido los derechos de autor, lo corregí. Me parecía una novela buena pero que estaba muy mal escrita. Todo el mundo me preguntó si había quitado escenas sexuales, pero no, le quite “mentes”,  era insoportable la cantidad de adverbios que tenía la novela. Lulú ha sido muchas de mis primeras veces. Triunfó como novela generacional porque una generación de españoles la asumió como una especie de educación.

P: Hay una línea muy sutil entre lo que es erótico y lo pornográfico o vulgar. ¿Dónde está esa línea?

R: No lo sé.  La diferencia del erotismo y la pornografía, aparte de la etimológica, tiene que ver con la actitud del receptor del mensaje, tiene que ver con la actitud del lector. Hay gente para la que cualquier cosa es pornográfica y gente que establece un límite de lo que es capaz de sentir o comprender. Es uno de los pilares de la literatura contemporánea. No tiene que ver con la calidad de una obra artística. Se podría hacer una aproximación y decir que la buena literatura es erótica y la mala es pornografía. Un buen escritor puede escribir sobre cualquier cosa y puede hacer literatura de cualquier tema y un mal escritor no tiene esa capacidad. Es curioso como cuando alguien escribe una novela erótica todo el mundo supone que tiene una vida [sexual] tremendamente intensa y cuando alguien escribe novelas de asesinatos nadie supone que se ha cargado a su vecino, ni se supone que un escritor que escribe ciencia ficción haya tenido contactos en la tercera fase.

P: ¿Por qué siempre novelas?

R: Yo vengo de una familia de poetas aficionados. Para mí la poesía era el género de los adultos, el género solemne, lo difícil; estaba abocada a enamorarme de un poeta, era como un destino y fue así, mi marido es poeta. Nunca se me ocurrió meterme por la poesía, lo que me gustaba leer era novelas, era una lectora voraz y sigo siéndolo. Para escribir antes ha habido que leer. Empezar a escribir es una consecuencia de haber leído mucho, es como atravesar el espejo, como cuando Alicia atraviesa el espejo. Leer y escribir son actos especulares.

P: Inés y la Alegría es la primera de la serie de seis novelas históricas que titulaste Episodios de una guerra interminable.  Cuéntanos un poco cómo surge este proyecto. Alguna vez has dicho que la literatura llena los huecos que deja la historia ¿Qué encuentras tú para rellenar esos huecos, esos vacíos de Historia con la historia?

R: Tenía ganas de escribir una novela de mil páginas porque es el estigma de Cervantes: Una vez en la vida tienes que escribir una novela de mil páginas. Cuando terminé de escribir El corazón helado me quedé un poco vacía. Era difícil encontrar que escribir después. Otra novela de mil páginas no podía ser.  Tampoco podía escribir una novela negra de doscientas páginas porque mis lectores se iban a sentir muy desorientados.
Aparte El corazón helado es una obra muy peculiar que a mí me afectó mucho, porque es verdad que la novela es mía pero el tema no es mío, es de todos mis compatriotas. Es el gran tema pendiente de mi generación. No era fácil continuar después de eso.
Cuando yo empecé a escribir El corazón helado yo creí que ya lo sabía todo sobre la Guerra Civil española que es una cosa que suele pasar a los españoles, todos creen que lo saben todo sobre la Guerra Civil. Pero había un par de temas que yo no dominaba mucho y empecé a leer para cubrir lo que pensé que eran unas par de lagunas pequeñas y entonces descubrí que yo no sabía nada.
La Historia y la historia son la realidad y la ficción. Cuando descubrí que yo no sabía nada sobre la Guerra Civil me enganché al tema, empecé a leer ya no para documentarme, leía para mí, para comprender y mientras lo hacía fui descubriendo historias de la posguerra que me gustaban mucho. Me parecía que tenían una novela detrás, pero ya no podía meterlas en la mía porque yo había exiliado a los republicanos, entonces si yo contaba el exilio no podía contar la posguerra en el interior, era incompatible.
Tenía una serie de historias que me daban vueltas en la cabeza, que pensaba en ellas de vez en cuando, las mimaba, las sacaba a tomar el aire, sabía que tenía algo allí. La más impresionante de todas era la de la invasión del Valle de Arán, el hecho de que un ejército de 4000 hombres cruzara los Pirineos en octubre del año 1944 para liberar un valle, intentando forzar una invasión aliada.
Me fascinó la historia en sí y más me fascinó que yo no supiera nada. Como siempre escribo a partir de una imagen, imaginaba una mujer a caballo que iba hacia los guerrilleros con una pistola y cinco kilos de rosquillas, no sé porqué, pero las había. Quitando las rosquillas era una imagen como de un western y por eso decidí hacer un guión de cine. Durante un año y medio estuve trabajando en versiones que no acabaron de salir sobre todo porque la película era muy cara.  Le di vueltas y en un momento de ese proceso comprendí que tenía que escribir una novela, porque es lo que yo sé hacer. Lo que todas esas historias que yo tenía en la cabeza me iban a permitir hacer era una interpretación moderna y personal de los Episodios nacionales de mi querido Don Benito. He sacado el primero, Inés y la alegría y quedan cinco.

P: En tu opinión ¿el autor sacrifica algo al entregar un texto para hacer una película?

R:  Me parece que no es bueno hablar de cine y literatura, que es más justo hablar de novelas y películas a mi me han hecho seis, tres no me gustan, dos me gustan y una, Castillos de cartón, me parece una atrocidad de película.
Las edades de Lulú fue mi primera experiencia en todo, colaboré en el guion y eso me permitió comprender que no tenía que hacerlo nunca más. Hubo un momento en el que me di cuenta que para la película yo era absolutamente prescindible.
Creo que la actitud más razonable para un escritor que vende una novela es aceptar que has vendido una historia para que la cuenten de otra manera y que tú no eres responsable de esa historia.
Hay una anécdota del dramaturgo Benavente que cuando le llamaban del cine un director o un productor para llevar su obra al cine preguntaba, ¿cuánto me van a pagar por los destrozos?

P: Lo que escribe sucede en España, pero eso ¿sucede necesariamente en España o podría ser universal?

R: Yo espero que aunque sea un tema español pueda tener lectores fuera de España. La única forma de llegar a lo universal es empezar por lo local. Esos abordajes teóricamente universales suele salir fatales porque es muy mal punto de partida. Hay que escribir sobre lo que se conoce, sobre lo que uno tiene cerca y de lo que a uno le interesa. Luego lo que ocurre es el milagro de la comunicación, que se asienta en el principio de que todos los seres humanos somos básicamente parecidísimos.

P: Entre Las edades de Lulú y los Episodios de una guerra interminable ¿qué giros significativos señalarías en tu trayecto como novelista?

R: Supongo que no soy la única escritora a la que le pasaba que las novelas se le iban por donde ellas querían.  La madurez en mi obra es que ahora cuando empiezo una novela la conozco al ciento por ciento. Tengo un cuaderno con la historia resuelta y la estructura cerrada, sé cuántos capítulos tiene, lo que pasa en cada uno e inclusive cuántas páginas va a tener y hasta ese momento no me siento a escribir. Pero luego hay una emoción inherente en la escritura, es una aventura y cuando te sientas escribir puede suceder, que lo que has decidido antes no te sirve para nada.

P: ¿Cuánto tardas en escribir una novela?

R: Estos últimos proyectos como un año y medio o dos. Yo escribo muy despacio  porque soy muy pesada. Aunque empiezo con la novela resuelta, una cosa es lo que me cuento a mi misma pero otra cosa es contarlo. Si yo escribiera siguiendo las notas de mis libros escribiría novelas muy de prisa y serían muy malas.

P: ¿Qué sientes cuando terminas una obra? 

R: Siento mucha pena. Me hace gracia que a veces en las películas de Hollywood se ven los escritores eufóricos abriendo una botella de champaña y saliendo a la calle a celebrar que han terminado. Yo me siento como si me quedara sin casa, una sensación como de desahucio, porque creo que al escribir, una novela es un poco mi casa, le da sentido a mi vida. Me levanto todas las mañanas, me voy al ordenador y vivo una serie de horas en esa casa. Tengo una vida paralela esperándome en la que me zambullo y mientras escribo llevo adelante dos vidas a la vez. Cuando estoy escribiendo, lo ideal es ni siquiera salir a la calle para poder estar cosiéndome en mi cabeza todo el tiempo. Es una sensación de estar en dos partes a la vez. Terminar una obra es esa sensación de estar debajo de un puente.

P: ¿Cuándo se termina una novela? ¿Es sencillo dar por concluida una creación?

R: No. Soy muy pesada, pesadísima. Releo continuamente, no lo puedo evitar. Creo que incluso me perjudica releer tanto.  Me pasa una cosa muy graciosa. Al principio me daba cuenta que me gustaban mucho más los finales de mis novelas que los principios; es que escribo mejor pensaba, hasta que me di cuenta que me aburro porque lo he leído tantas veces. Me gustan los finales porque no me los sé de memoria. Después que termino releo y corrijo mucho, la dejo tres meses en el congelador y luego vuelvo a leer. Sólo después de todo ese proceso la entrego oficialmente. Me cuesta mucho trabajo soltarla.”


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