Entrevista de Clarita Spitz a Almudena Grandes en el marco del V Carnaval Internacional de las Artes celebrado en Barranquilla,
Colombia en el año 2011
“P: Como lectora, ¿cuáles son
tus preferencias? ¿Ha habido alguna influencia no sólo en tu obra sino en tu
vida y tu forma de escribir?
R: Yo creo que he tenido muchísimas influencias como todo el mundo
y para un escritor a veces es más difícil rastrear las influencias propias – se
ve mejor desde afuera. Pero sí puedo hablar de una serie de libros que fueron
capitales para mí. El primero de todos fue uno que me regaló mi abuelo paterno.
Mis lectores saben que en mis libros siempre hay muchos abuelos y muchas
nietas. Todos mis abuelos son ese abuelo y todas las nietas soy yo. Mi abuelo
fue el primer hombre de mi vida y tuve una historia de amor muy potente con él.
Para mi comunión me regaló una versión de La
Odisea para niños, en prosa y ése fue el primer libro que yo leí en primera
persona del plural. Tardé mucho en comenzarlo porque me decepcionó mucho el
regalo; yo pensaba que me iba a dar algo más especial que un libro – yo tenía
la ilusión de un tutú de ballet azul celeste. Sin embargo cuando lo empecé,
desde el primer momento en vez de leer Ulises yo leía nosotros; me impliqué de
tal manera que creo que ése fue el libro que me hizo escritora. Un clásico,
aunque pueda parecer apabullante, me hizo pensar en que quería escribir, pero
no sabía como quien. El segundo libro que recuerdo que me influyó mucho, como
para compensar y para bajar el nivel, fue Mujercitas
porque me enseñó que quería escribir como Josephine
March – o sea, me dio un modelo. Yo no tenía mujeres escritoras en mi
entorno. Pero tenía a Jo March en el
libro.
P: De Benito Pérez Galdós además de la admiración, ¿siente que ha
influido en alguna manera en su obra?
R: Tuve una experiencia básica como lectora y como escritora a mis quince
años, cuando descubrí a Galdós, que
ha sido un escritor muy importante para mí. Lo descubrí por casualidad y
también a través del abuelo aunque él ya no vivía porque en la casa donde
veraneábamos, en la sierra de Madrid, había pocos libros. Mi madre me daba
dinero para comprar en la feria del Libro, pero a mediados de julio me los
había leído todos. Cuando me había leído todo lo que había en esa casa, después
de darle muchas vueltas me atreví a coger esos libros que me daban tanto miedo
y tuve la suerte que la primera novela que encontré fue Tormento de Benito Pérez
Galdós, me deslumbró mucho, me di cuenta de lo difícil que era el país en
el que yo vivía. Porque para una niña del franquismo la historia de un cura que
persigue a una huérfana y la hunde, era como de ciencia ficción. ¿Cómo es
posible que aquí haya pasado algo así? ¿Qué clase de vida había en este país
para que un escritor haya podido contar esto? Galdós fue fundamental para mí como lectora y luego como escritora.
Creo que los maestros del XIX son los auténticos amos de este género, los que
sabían de verdad qué era escribir una novela.
P: ¿A qué atribuyes esto?
R: Yo creo que el siglo XIX fue la gran época de la novela porque
en aquel momento los novelistas todavía eran salvajes e inocentes y entonces
podían asumir la tarea de crear mundos completos. Cuando pienso en Galdós, Tolstoi, Flaubert o Dickens veo como una sabana africana
inmensa con un árbol o dos, una manada de elefantes y delante un personaje
pequeñito mirándolo todo. Tenían el mundo entero para ellos. Sin embargo,
cuando pienso en mi o cualquier escritor contemporáneo y veo a un personaje, lo
veo del mismo tamaño pero, en una autopista de California con diecisiete carriles
prohibidos, semáforos y desvíos. Nosotros hemos perdimos la inocencia y el
estado salvaje. Deberíamos aspirar a la ambición de aquellos escritores, aunque
no estamos en la misma situación sigo pensando que un novelista puede aspirar
legítimamente a crear un mundo completo, a crear mundos completos.
P: ¿Qué significó para ti
comenzar la carrera con la Sonrisa Vertical?
R: Fue un azar, algo muy extraño. Creo que las primeras novelas
siempre son extrañas porque cuando uno escribe su primer libro ni siquiera sabe
si está escribiendo un libro o un texto que va a acabar en un cajón. Cuando
escribí Las Edades de Lulú no les
ponía cara a los editores, ni a los críticos, ni a los lectores, ni cuando
pasaba por delante de una librería tenía idea de que iba a estar al cabo de un
tiempo en ese escaparate.
Había empezado cientos de novelas
sin pasar del primer capítulo. Lo que hacía invariablemente era escribir uno o
dos folios y los guardaba en un cajón; a las dos semanas los sacaba me parecían
horribles y los rompía. Con Lulú fue como con todo lo demás, escribí siete
folios, los guardé en un cajón los saqué y dije ah, ¡esto está bien!
Escribí Las edades de Lulú en un estado de inocencia y de salvajismo casi
decimonónico y al final fue algo distinto a lo que pensaba, yo pretendía
escribir una novela entre erótica, negra y sarcástica.
P: ¿Y qué pasó entonces?
R: Al principio ves con mucha claridad una situación. Siempre parto
de una imagen, pero cuando esa imagen ya ha avanzado un poco tienes que
contestarte a ti misma: ¿Esta quién es? ¿Por qué hace esto? ¿Qué le ha pasado?
En un momento dado la novela cambió de dirección, fue por donde le dio la gana,
empecé a seguir a Lulú en vez de seguir mi plan. Cuando terminé pensé que había
escrito una novela erótica, poco convencional y que la podría mandar a un
certamen.
P: Las edades de Lulú se ha definido de muchas maneras: erótico,
provocador, sexual, pornografía – hoy en día, ¿te molesta que te hablen de este
libro?
R: No me molesta. Yo le tengo mucho cariño a este libro, que ha
hecho por mi mucho más de lo que la inmensa mayoría de los libros hacen por sus
autores. Tengo una relación muy buena con él – cuando habían pasado quince años
desde que lo publiqué y se habían extinguido los derechos de autor, lo corregí.
Me parecía una novela buena pero que estaba muy mal escrita. Todo el mundo me
preguntó si había quitado escenas sexuales, pero no, le quite “mentes”, era insoportable la cantidad de adverbios que
tenía la novela. Lulú ha sido muchas
de mis primeras veces. Triunfó como novela generacional porque una generación
de españoles la asumió como una especie de educación.
P: Hay una línea muy sutil
entre lo que es erótico y lo pornográfico o vulgar. ¿Dónde está esa línea?
R: No lo sé. La diferencia
del erotismo y la pornografía, aparte de la etimológica, tiene que ver con la
actitud del receptor del mensaje, tiene que ver con la actitud del lector. Hay
gente para la que cualquier cosa es pornográfica y gente que establece un límite
de lo que es capaz de sentir o comprender. Es uno de los pilares de la
literatura contemporánea. No tiene que ver con la calidad de una obra
artística. Se podría hacer una aproximación y decir que la buena literatura es
erótica y la mala es pornografía. Un buen escritor puede escribir sobre
cualquier cosa y puede hacer literatura de cualquier tema y un mal escritor no
tiene esa capacidad. Es curioso como cuando alguien escribe una novela erótica
todo el mundo supone que tiene una vida [sexual] tremendamente intensa y cuando
alguien escribe novelas de asesinatos nadie supone que se ha cargado a su
vecino, ni se supone que un escritor que escribe ciencia ficción haya tenido
contactos en la tercera fase.
P: ¿Por qué siempre novelas?
R: Yo vengo de una familia de poetas aficionados. Para mí la poesía
era el género de los adultos, el género solemne, lo difícil; estaba abocada a
enamorarme de un poeta, era como un destino y fue así, mi marido es poeta.
Nunca se me ocurrió meterme por la poesía, lo que me gustaba leer era novelas,
era una lectora voraz y sigo siéndolo. Para escribir antes ha habido que leer.
Empezar a escribir es una consecuencia de haber leído mucho, es como atravesar
el espejo, como cuando Alicia atraviesa el espejo. Leer y escribir son actos
especulares.
P: Inés y la Alegría es la
primera de la serie de seis novelas históricas que titulaste Episodios de una guerra interminable. Cuéntanos un poco cómo surge este proyecto.
Alguna vez has dicho que la literatura llena los huecos que deja la historia
¿Qué encuentras tú para rellenar esos huecos, esos vacíos de Historia con la
historia?
R: Tenía ganas de escribir una novela de mil páginas porque es el
estigma de Cervantes: Una vez en la
vida tienes que escribir una novela de mil páginas. Cuando terminé de escribir El corazón helado me quedé un poco
vacía. Era difícil encontrar que escribir después. Otra novela de mil páginas
no podía ser. Tampoco podía escribir una
novela negra de doscientas páginas porque mis lectores se iban a sentir muy
desorientados.
Aparte El corazón helado es una obra muy peculiar que a mí me afectó
mucho, porque es verdad que la novela es mía pero el tema no es mío, es de
todos mis compatriotas. Es el gran tema pendiente de mi generación. No era
fácil continuar después de eso.
Cuando yo empecé a escribir El corazón helado yo creí que ya lo
sabía todo sobre la Guerra Civil española que es una cosa que suele pasar a los
españoles, todos creen que lo saben todo sobre la Guerra Civil. Pero había un
par de temas que yo no dominaba mucho y empecé a leer para cubrir lo que pensé
que eran unas par de lagunas pequeñas y entonces descubrí que yo no sabía nada.
La Historia y la historia son la
realidad y la ficción. Cuando descubrí que yo no sabía nada sobre la Guerra
Civil me enganché al tema, empecé a leer ya no para documentarme, leía para mí,
para comprender y mientras lo hacía fui descubriendo historias de la posguerra
que me gustaban mucho. Me parecía que tenían una novela detrás, pero ya no
podía meterlas en la mía porque yo había exiliado a los republicanos, entonces
si yo contaba el exilio no podía contar la posguerra en el interior, era
incompatible.
Tenía una serie de historias que
me daban vueltas en la cabeza, que pensaba en ellas de vez en cuando, las
mimaba, las sacaba a tomar el aire, sabía que tenía algo allí. La más
impresionante de todas era la de la invasión del Valle de Arán, el hecho de que
un ejército de 4000 hombres cruzara los Pirineos en octubre del año 1944 para
liberar un valle, intentando forzar una invasión aliada.
Me fascinó la historia en sí y
más me fascinó que yo no supiera nada. Como siempre escribo a partir de una
imagen, imaginaba una mujer a caballo que iba hacia los guerrilleros con una
pistola y cinco kilos de rosquillas, no sé porqué, pero las había. Quitando las
rosquillas era una imagen como de un western y por eso decidí hacer un guión de
cine. Durante un año y medio estuve trabajando en versiones que no acabaron de
salir sobre todo porque la película era muy cara. Le di vueltas y en un momento de ese proceso
comprendí que tenía que escribir una novela, porque es lo que yo sé hacer. Lo
que todas esas historias que yo tenía en la cabeza me iban a permitir hacer era
una interpretación moderna y personal de los Episodios nacionales de mi querido Don Benito. He sacado el primero, Inés y la alegría y quedan cinco.
P: En tu opinión ¿el autor
sacrifica algo al entregar un texto para hacer una película?
R: Me parece que no es bueno
hablar de cine y literatura, que es más justo hablar de novelas y películas a
mi me han hecho seis, tres no me gustan, dos me gustan y una, Castillos de cartón, me parece una
atrocidad de película.
Las edades de Lulú fue mi primera experiencia en todo, colaboré en
el guion y eso me permitió comprender que no tenía que hacerlo nunca más. Hubo
un momento en el que me di cuenta que para la película yo era absolutamente
prescindible.
Creo que la actitud más razonable
para un escritor que vende una novela es aceptar que has vendido una historia
para que la cuenten de otra manera y que tú no eres responsable de esa
historia.
Hay una anécdota del dramaturgo Benavente que cuando le llamaban del
cine un director o un productor para llevar su obra al cine preguntaba, ¿cuánto
me van a pagar por los destrozos?
P: Lo que escribe sucede en
España, pero eso ¿sucede necesariamente en España o podría ser universal?
R: Yo espero que aunque sea un tema español pueda tener lectores
fuera de España. La única forma de llegar a lo universal es empezar por lo
local. Esos abordajes teóricamente universales suele salir fatales porque es
muy mal punto de partida. Hay que escribir sobre lo que se conoce, sobre lo que
uno tiene cerca y de lo que a uno le interesa. Luego lo que ocurre es el
milagro de la comunicación, que se asienta en el principio de que todos los
seres humanos somos básicamente parecidísimos.
P: Entre Las edades de Lulú y los Episodios
de una guerra interminable ¿qué giros significativos señalarías en tu
trayecto como novelista?
R: Supongo que no soy la única escritora a la que le pasaba que las
novelas se le iban por donde ellas querían.
La madurez en mi obra es que ahora cuando empiezo una novela la conozco
al ciento por ciento. Tengo un cuaderno con la historia resuelta y la
estructura cerrada, sé cuántos capítulos tiene, lo que pasa en cada uno e
inclusive cuántas páginas va a tener y hasta ese momento no me siento a
escribir. Pero luego hay una emoción inherente en la escritura, es una aventura
y cuando te sientas escribir puede suceder, que lo que has decidido antes no te
sirve para nada.
P: ¿Cuánto tardas en escribir
una novela?
R: Estos últimos proyectos como un año y medio o dos. Yo escribo
muy despacio porque soy muy pesada.
Aunque empiezo con la novela resuelta, una cosa es lo que me cuento a mi misma
pero otra cosa es contarlo. Si yo escribiera siguiendo las notas de mis libros
escribiría novelas muy de prisa y serían muy malas.
P: ¿Qué sientes cuando
terminas una obra?
R: Siento mucha pena. Me hace gracia que a veces en las películas
de Hollywood se ven los escritores eufóricos abriendo una botella de champaña y
saliendo a la calle a celebrar que han terminado. Yo me siento como si me
quedara sin casa, una sensación como de desahucio, porque creo que al escribir,
una novela es un poco mi casa, le da sentido a mi vida. Me levanto todas las
mañanas, me voy al ordenador y vivo una serie de horas en esa casa. Tengo una
vida paralela esperándome en la que me zambullo y mientras escribo llevo
adelante dos vidas a la vez. Cuando estoy escribiendo, lo ideal es ni siquiera
salir a la calle para poder estar cosiéndome en mi cabeza todo el tiempo. Es
una sensación de estar en dos partes a la vez. Terminar una obra es esa sensación
de estar debajo de un puente.
P: ¿Cuándo se termina una
novela? ¿Es sencillo dar por concluida una creación?
R: No. Soy muy pesada, pesadísima. Releo continuamente, no lo puedo
evitar. Creo que incluso me perjudica releer tanto. Me pasa una cosa muy graciosa. Al principio
me daba cuenta que me gustaban mucho más los finales de mis novelas que los
principios; es que escribo mejor pensaba, hasta que me di cuenta que me aburro
porque lo he leído tantas veces. Me gustan los finales porque no me los sé de
memoria. Después que termino releo y corrijo mucho, la dejo tres meses en el
congelador y luego vuelvo a leer. Sólo después de todo ese proceso la entrego
oficialmente. Me cuesta mucho trabajo soltarla.”
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