“En octubre de
2012 fue detenido en Argentina el narcotraficante colombiano Henry de Jesús
López Londoño, alias Mi Sangre. Vivía
con su mujer y sus hijos en un barrio cerrado de la llamada ciudad-pueblo de
Nordelta. Ahora se encuentra encarcelado en Argentina. El pasado marzo le
preguntaron en una entrevista por qué había elegido Nordelta. Y respondió: “Lo
único que busqué como seguridad es un barrio cerrado. La seguridad de Nordelta
funcionó a la perfección. Policías de Colombia entraron al país de forma
ilegal, disfrazados de turistas. Vinieron a asesinarme y se encontraron con la
barrera de protección. No pudieron pasar”.
Nordelta es el
exponente máximo del fenómeno de los barrios privados. En realidad, no es un
barrio, sino una ciudad-pueblo situada a una hora en coche hacia el norte de
Buenos Aires. Cuenta con barrera de entrada en cada uno de sus tres accesos,
muros y alambradas en su perímetro, 340 vigilantes privados, 300 cámaras de
seguridad, servicio propio de emergencia, hospital, hotel de cinco estrellas y
140 habitaciones, uno de los mejores campos de golf del país, cinco colegios
con 4.500 alumnos y 17 barrios con sus correspondientes barreras y vigilancia a
la entrada de cada uno. Cada barrio está gobernado por una sociedad anónima sin
fines de lucro cuyos accionistas mayoritarios son los propietarios de las
casas. Mide 1.700 hectáreas. Solo su lago central, con sus cerca de 500 amarres
para embarcaciones de paseo, abarca 180 hectáreas, o sea: más de la mitad que
Central Park en Nueva York (340 hectáreas) y más del doble que todo el parque
de El Retiro, en Madrid (118 hectáreas).
“Nordelta es
un lugar seguro”, señala su promotor, Eduardo Constantini, el hombre que
entregó la primera casa en 2000 y aspira a poblarla en un futuro no lejano con
100.000 habitantes. Ahora viven unas 30.000 personas. “Puede haber un hecho o
dos hechos aislados, pero la seguridad no tiene nada que ver con otros barrios
abiertos”.
Constantini es
consciente de que hay toda una discusión filósofica sobre este tipo de
urbanizaciones. Hay quienes consideran que son el “último crimen de los
urbanicidas”, que fomentan la exclusión de los más pobres y el miedo a lo
desconocido. “Hay un Estado que en su discurso se opone al barrio cerrado, pero
en realidad no invierte para suplantarlo”, dice Constantini.
A los lugares
como Nordelta se les llama en Argentina countries. El primero de ellos,
Tortugas, nació en 1930. Era un club de campo que las familias de antiguo
abolengo eligieron como lugar de recreo para los fines de semana. En la década
de los noventa, bajo el mandato de Carlos Menem, se produjo un boom. Y muchas
casas en los clubes de campo se convirtieron en residencia permanente. En 2011
había 700 barrios privados en Argentina donde vivían casi 300.000 personas,
según la Federación Argentina de Clubes de Campo (FACC). En la actualidad estos
barrios privados ascienden a 1.000, según indicó a este periódico la FACC. De
ellos, unos 800 se encuentran en la provincia de Buenos Aires.
Las carreteras
de Nordelta están llenas de pantallas con radares que reflejan la velocidad a
la que viaja el automovilista. Las multas por exceso de velocidad se cargan en
los gastos de comunidad mensuales. Y si el infractor es de fuera, paga la
persona que lo invitó a entrar. “El problema”, indica Diego Moresco, gerente de
la inmobiliaria Nordelta, “es que la cultura argentina del desapego a las
reglas está entrando en Nordelta. Finalmente, somos argentinos. Y no respetamos
los límites de velocidad. Cuando vivíamos 5.000 personas no se notaba, pero
ahora que somos 30.000 se nota muchísimo”.
La novela más
leída en Argentina en la última década es Las
viudas de los jueves, de Claudia
Piñeiro. Está ambientada en un country
en plena crisis económica de finales de los noventa. Piñeiro se ha convertido
en la gran cronista del universo de los barrios cerrados. Vive en el country de Highland, uno de los de más
solera, con los árboles más vetustos. “Yo duermo en mi casa con las puertas
abiertas. Y los autos están siempre con las llaves puestas. Pero en este country también han robado”, asume
Piñeiro.
Cada vez que
alguien entra o sale de la mayoría de los countries
se le registra la parte trasera del coche. Claudia
Piñeiro está en desacuerdo con ese tipo de medidas que sufren a diario los
empleados domésticos. “Cuando vienen periodistas alemanes o suecos a
entrevistarme se quedan impresionados con las medidas de seguridad a la
entrada. Creo que las hacen para que pensemos que acá no nos va a pasar nada.
Pero no me gusta, porque se fomenta la paranoia. Sin embargo, es verdad que hay
gente que no estaba en principio de acuerdo con estas medidas y se vinieron
porque fueron asaltadas en la capital”.
Las calles
suelen estar limpias en estos barrios cerrados, no hay cartoneros recogiendo
basura como en la capital, ni mendigos durmiendo en colchones. Un residente
anónimo declaraba en mayo a la revista Noticias por qué eligió Nordelta: “La
educación pública falló; entonces, mandamos a nuestros hijos al colegio
privado. La policía falló; contratamos seguridad privada. Acá la gente que no
levanta la caca de su perro es poquísima. En la capital no se aguanta el olor a
mierda. Triunfamos donde falló el Estado”.
El crimen de los urbanicidas
Hay barrios
cerrados bien modestos que solo cuentan con una garita para el guardia y apenas
50 viviendas. También hay decenas de countries
con lagunas, supermercados y colegios. Existe en la provincia de Buenos Aires
una liga de polo y otra de golf intercountry,
tres ligas de fútbol, dos ligas de tenis, una liga de baloncesto, una de hockey
sobre césped femenino y hasta una liga deportiva de fútbol y hockey para
menores, de 3 a 16 años. Y no paran de crecer estas urbanizaciones. Su gran
reclamo es la supuesta seguridad que ofrecen.
Hay gente como
Raúl Wagner, profesor de Urbanismo
en la Universidad de General Sarmiento, que creen que son la antítesis de lo
que debería ser una ciudad: “Bajo la excusa de una mayor seguridad de unas
élites se acentúa el individualismo y el temor al otro. Hay algo muy extraño en
esa arquitectura de casas que parecen tortas de chocolate, hechas con una
arquitectura de Disney World. Lo urbano es socialización y esto es todo lo
contrario. Cuando caminas por una ciudad abierta te mezclas con gente
distinta”.
Wagner invoca
la figura del urbanista catalán Jordi
Borja, referente en Argentina de muchos detractores de los barrios
cerrados. Borja declaró en una entrevista en Tiempo Argentino, en noviembre de
2013, que los barrios cerrados “son el
crimen de los urbanicidas”. Borja comentó que son criminales “los que los
hacen, los que los permiten, los que los diseñan y los que viven allí”, señaló.
“Hace un año”,
señaló Jordi Borja, “tuve una reunión
con el equipo de Gobierno de la provincia de Córdoba. Casi todos vivían en
barrios cerrados. La clase política tiene que dar el ejemplo. Creo que son unos
irresponsables, habría que inhabilitarlos para siempre. […] Si en ciudades
desiguales metemos barrios cerrados, acabaremos en una guerra”.”
La fiebre argentina de los barrios amurallados
Francisco Peregil
El País, 21/12/2014
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