1 de febr. 2020

hong kong no es ciudad para lentos


Hong Kong no es ciudad para lentos
Radiografía de una urbe sin frenos

Jason Y Ng

Traducción: Maialen Marín Lacarta y Juan Gabriel López Guix

editorial: Ediciones Península, 2020

páginas: 296


Viviendas minúsculas a precios imposibles, desconfianza hacia la autoridad por la corrupción, aires acondicionados por doquier para hacer frente a la humedad, padres obsesionados con poner nombres exóticos a sus hijos… Sin duda, Hong Kong es una ciudad singular. Esta ex colonia británica, construida en vertical, en la que residen 7,5 millones de personas en apenas 1.100 km², goza de una vibrante vida diaria y se mantiene en una carrera constante hacia no se sabe dónde, varios años por delante del resto de las ciudades del mundo.

Hong Kong no es ciudad para lentos es un tratado sobre la vida moderna asiática que examina de manera concisa y contundente algunos de los problemas sociales, culturales y existenciales a los que se enfrenta la urbe. Para ello, lleva al lector en un tour de force por el mercado inmobiliario, la profunda pobreza que acecha a la vejez, las mareas humanas o la privación de los derechos de las trabajadoras domésticas extranjeras. Jason Y. Ng desgrana con precisión la idiosincrasia de la ciudad y deja al descubierto lo mejor y lo peor de esta sociedad apresurada.


Fragmento:


               El feudalismo apareció en la Europa del siglo VIII como una estructura social para recuperar la estabilidad tras la caída del Imperio romano. Durante varios cientos de años, quienes dirigieron los imperios medievales no fueron los Gobiernos centrales, sino los señores regionales. Eran terratenientes poderosos que recaudaban sus propios impuestos y administraban su propia justicia. En el extremo opuesto del espectro social, se encontraban los siervos. Atados de por vida a los señores, trabajaban en el campo; privados de todo derecho, les cedían el control de todos los aspectos de su existencia.

Lo poco que recordamos de las clases de historia de secundaria adquiere un nuevo significado en Hong Kong, ciudad donde escasea la tierra. La superpoblación y unas políticas de la vivienda que favorecen los negocios han dado rienda suelta a un puñado de promotoras inmobiliarias para que multipliquen su poder económico y actúen como caciques medievales. Mientras tanto, el proletariado se desloma hasta la extenuación día tras día, para al final acabar vertiendo los ahorros de toda una vida en la burbujeante caldera del mercado inmobiliario. El precio de un apartamento de cincuenta metros cuadrados equivale hoy en día a doscientas cincuenta veces la renta mensual media por hogar, un récord histórico. Los propietarios se gastan una media del 57 por ciento de sus ingresos mensuales (más de la mitad de su nómina) en el pago de la hipoteca. Cuando calculamos el «impuesto residencial» que pagamos al cártel inmobiliario cada año, de pronto ya no parece ninguna ganga el impuesto sobre la renta del 15 por ciento que se aplica en la ciudad.

Imaginemos que el mercado inmobiliario en Hong Kong es un juego de mesa de alto riesgo para los superricos. Como expusieron con claridad los hermanos Parker, creadores del Monopoly, en las reglas del juego de 1936, «la idea del juego consiste en comprar, alquilar y vender propiedades obteniendo tal beneficio que uno se convierta en el jugador más rico y termine monopolizando el mercado». Eso es exactamente lo que han hecho las grandes promotoras inmobiliarias. Tras medio siglo de lanzar los dados y recorrer el tablero, Hongkong Land es propietaria de la mitad de Central, Hysan se ha hecho con Causeway Bay, Swire controla Admiralty y Quarry Bay, y Cheung Kong tiene Hung Hom, Cyberport y Ap Lei Chau. Se han repartido la ciudad, han marcado su territorio y han convertido Hong Kong en el tablero de juego más grande del mundo. Puede que esta analogía inspirara a MTR Corp., operadora del sistema de metro y una de las nuevas principales promotoras, a elegir un color diferente para cada una de sus estaciones.

Vender apartamentos cortados por el mismo patrón, un edificio tras otro, puede resultar aburrido por muy rentable que sea. Deseosas de expandirse, las promotoras han crecido rápidamente hasta convertirse en colosales conglomerados con tentáculos que alcanzan todos los rincones de nuestra vida. Cheung Kong y Henderson, dos de las mayores promotoras de la ciudad, poseen y operan cadenas de tiendas, servicios públicos, transporte público y servicios de telefonía móvil. Su ventaja sobre otros competidores es que son propietarias de espacios comerciales de primer nivel.

Su poder sobre el mercado es muy similar al de los zaibatsu ;( literalmente, camarillas financieras) en Japón o el de los chaebol en Corea del Sur. La diferencia entre Cheung Kong y Mitsubishi o Samsung es de magnitud, no de categoría. Resulta de lo más paradójico que Hong Kong sea considerado, año tras año, como la economía más libre del mundo. ¿Libre de quién? Los autores de semejantes estudios deberían ponerse en nuestro lugar y vivir en carne propia cómo nos despluman los magnates inmobiliarios. Se dice desde hace tiempo que nadie puede gobernar Hong Kong de modo eficaz sin contar con la plena cooperación de los zares inmobiliarios. Los dirigentes chinos hicieron todo lo posible para caerles en gracia durante las negociaciones del traspaso con los británicos en las décadas de 1970 y 1980. En la actualidad, las ganancias patrimoniales, los impuestos sobre bienes inmuebles y los de transmisiones patrimoniales aportan el 40 por ciento de los ingresos públicos, por lo que la influencia de las inmobiliarias sobre los legisladores es tremenda. La convergencia de los intereses de ambos ha levantado sospechas sobre las contrapartidas de la relación. Por ejemplo, la construcción de viviendas de protección oficial se detuvo durante una década, entre 2003 y 2013, para aumentar los precios de las viviendas privadas. El Proyecto de Ley de Competencia, diseñado para evitar el monopolio, fue castrado y se le extirparon las uñas como a un animal doméstico antes de su aprobación en 2013. No es de sorprender que los magnates inmobiliarios se paseen orgullosos por Hong Kong como Al Capone en la década de 1920.

Un pequeño grupo de ciudadanos que se niega a someterse al feudalismo moderno ha encabezado un movimiento de resistencia contra los caciques. Participan en la construcción de su propia marca de desobediencia civil boicoteando los negocios regentados por el cártel inmobiliario. Dichos renegados viven en viejos edificios de apartamentos, no en torres modernas construidas por grandes promotoras. Compran comida en tiendas de ultramarinos de barrio, van en bici al trabajo y utilizan el wifi gratuito de las bibliotecas. Pero su resistencia es inútil, ya que incluso los rebeldes más desafiantes necesitan electricidad para que su casa funcione y teléfono móvil para relacionarse con el mundo exterior. Aunque sus sacrificios son nobles, estos Quijotes no han hecho mella alguna en la estructura del cártel.

Sin embargo, lo notable de ese movimiento social naciente es que esos luchadores no son compradores de casas desesperados por no poder pagar los elevados precios del mercado inmobiliario. Por el contrario, pertenecen a la intelectualidad de la ciudad: artistas, escritores, profesores y arquitectos. Los rebeldes gritan a la mayoría silenciosa que las promotoras han hecho mucho más que secuestrar nuestra economía, ya que han reprimido nuestra creatividad, nuestro espíritu emprendedor y otros aspectos que hacen la grandeza de nuestra ciudad. Los astronómicos alquileres de los locales obligan a los diseñadores de moda y los chefs de repostería a priorizar su supervivencia y abandonar sus sueños incluso antes de comenzar. Los pequeños negocios se encuentran en un callejón sin salida: si ganan muy poco, no podrán pagar el alquiler; si ganan mucho, el alquiler se cuadriplicará al año siguiente. Esa compleja realidad, y no la falta de talento, es la causa de que Hong Kong se conozca con el sobrenombre de Desierto Cultural.

Sin embargo, hay señales de que los días de la dominación del cártel inmobiliario están contados. Casi dos décadas después del traspaso, cada vez es más dudoso que Pekín siga necesitando a los magnates para gobernar la ciudad. Durante este tiempo, China ha empezado a tomar el control de los negocios de Hong Kong. Financia a los conglomerados de China continental para que mejoren las ofertas de la competencia hongkonesa en todos los ámbitos, desde la construcción hasta las licencias comerciales y la banda ancha de tercera generación. Incluso el «Superman» Li Ka Shing, fundador y presidente de Cheung Kong, ha visto las negras perspectivas y está sacando sus activos de la ciudad. Ahora bien, el ciudadano de a pie no se verá afectado por este cambio de guardia. En cuanto caiga un imperio, lo reemplazará otro igual de formidable.

La Edad Media duró un total de once siglos. Antes de que el Renacimiento inyectara nueva vida a la civilización, Europa sufrió trescientos años de hambruna, plagas y agitación social. Los historiadores se refieren a esa etapa como la Época Oscura. Si los hongkoneses seguimos los pasos descritos en los libros de historia, podemos esperar que nuestra situación como siervos empeore antes de que empiece a mejorar.”

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