Hong Kong no es
ciudad para lentos
Radiografía de una
urbe sin frenos
Jason Y Ng
Traducción: Maialen
Marín Lacarta y Juan Gabriel López
Guix
editorial: Ediciones Península, 2020
páginas: 296
Viviendas
minúsculas a precios imposibles, desconfianza hacia la autoridad por la
corrupción, aires acondicionados por doquier para hacer frente a la humedad,
padres obsesionados con poner nombres exóticos a sus hijos… Sin duda, Hong Kong
es una ciudad singular. Esta ex colonia británica, construida en vertical, en
la que residen 7,5 millones de personas en apenas 1.100 km², goza de una
vibrante vida diaria y se mantiene en una carrera constante hacia no se sabe dónde,
varios años por delante del resto de las ciudades del mundo.
Hong Kong no
es ciudad para lentos es un tratado sobre la vida moderna asiática que examina
de manera concisa y contundente algunos de los problemas sociales, culturales y
existenciales a los que se enfrenta la urbe. Para ello, lleva al lector en un tour de force por el mercado
inmobiliario, la profunda pobreza que acecha a la vejez, las mareas humanas o
la privación de los derechos de las trabajadoras domésticas extranjeras. Jason Y. Ng desgrana con precisión la
idiosincrasia de la ciudad y deja al descubierto lo mejor y lo peor de esta
sociedad apresurada.
Fragmento:
El feudalismo apareció en la Europa del siglo VIII como una estructura social para recuperar la estabilidad tras la caída del Imperio romano. Durante varios cientos de años, quienes dirigieron los imperios medievales no fueron los Gobiernos centrales, sino los señores regionales. Eran terratenientes poderosos que recaudaban sus propios impuestos y administraban su propia justicia. En el extremo opuesto del espectro social, se encontraban los siervos. Atados de por vida a los señores, trabajaban en el campo; privados de todo derecho, les cedían el control de todos los aspectos de su existencia.
Lo poco que
recordamos de las clases de historia de secundaria adquiere un nuevo
significado en Hong Kong, ciudad donde escasea la tierra. La superpoblación y
unas políticas de la vivienda que favorecen los negocios han dado rienda suelta
a un puñado de promotoras inmobiliarias para que multipliquen su poder
económico y actúen como caciques medievales. Mientras tanto, el proletariado se
desloma hasta la extenuación día tras día, para al final acabar vertiendo los ahorros
de toda una vida en la burbujeante caldera del mercado inmobiliario. El precio
de un apartamento de cincuenta metros cuadrados equivale hoy en día a
doscientas cincuenta veces la renta mensual media por hogar, un récord
histórico. Los propietarios se gastan una media del 57 por ciento de sus ingresos
mensuales (más de la mitad de su nómina) en el pago de la hipoteca. Cuando
calculamos el «impuesto residencial» que pagamos al cártel inmobiliario cada
año, de pronto ya no parece ninguna ganga el impuesto sobre la renta del 15 por
ciento que se aplica en la ciudad.
Imaginemos que
el mercado inmobiliario en Hong Kong es un juego de mesa de alto riesgo para
los superricos. Como expusieron con claridad los hermanos Parker, creadores del
Monopoly, en las reglas del juego de 1936, «la idea del juego consiste en
comprar, alquilar y vender propiedades obteniendo tal beneficio que uno se
convierta en el jugador más rico y termine monopolizando el mercado». Eso es
exactamente lo que han hecho las grandes promotoras inmobiliarias. Tras medio
siglo de lanzar los dados y recorrer el tablero, Hongkong Land es propietaria
de la mitad de Central, Hysan se ha hecho con Causeway Bay, Swire controla
Admiralty y Quarry Bay, y Cheung Kong tiene Hung Hom, Cyberport y Ap Lei Chau. Se
han repartido la ciudad, han marcado su territorio y han convertido Hong Kong
en el tablero de juego más grande del mundo. Puede que esta analogía inspirara
a MTR Corp., operadora del sistema de metro y una de las nuevas principales
promotoras, a elegir un color diferente para cada una de sus estaciones.
Vender
apartamentos cortados por el mismo patrón, un edificio tras otro, puede
resultar aburrido por muy rentable que sea. Deseosas de expandirse, las
promotoras han crecido rápidamente hasta convertirse en colosales conglomerados
con tentáculos que alcanzan todos los rincones de nuestra vida. Cheung Kong y
Henderson, dos de las mayores promotoras de la ciudad, poseen y operan cadenas
de tiendas, servicios públicos, transporte público y servicios de telefonía
móvil. Su ventaja sobre otros competidores es que son propietarias de espacios
comerciales de primer nivel.
Su poder sobre
el mercado es muy similar al de los zaibatsu
;( literalmente, camarillas financieras) en Japón o el de los chaebol en Corea del Sur. La diferencia
entre Cheung Kong y Mitsubishi o Samsung es de magnitud, no de categoría.
Resulta de lo más paradójico que Hong Kong sea considerado, año tras año, como
la economía más libre del mundo. ¿Libre de quién? Los autores de semejantes
estudios deberían ponerse en nuestro lugar y vivir en carne propia cómo nos
despluman los magnates inmobiliarios. Se dice desde hace tiempo que nadie puede
gobernar Hong Kong de modo eficaz sin contar con la plena cooperación de los
zares inmobiliarios. Los dirigentes chinos hicieron todo lo posible para
caerles en gracia durante las negociaciones del traspaso con los británicos en
las décadas de 1970 y 1980. En la actualidad, las ganancias patrimoniales, los
impuestos sobre bienes inmuebles y los de transmisiones patrimoniales aportan
el 40 por ciento de los ingresos públicos, por lo que la influencia de las
inmobiliarias sobre los legisladores es tremenda. La convergencia de los
intereses de ambos ha levantado sospechas sobre las contrapartidas de la
relación. Por ejemplo, la construcción de viviendas de protección oficial se detuvo
durante una década, entre 2003 y 2013, para aumentar los precios de las
viviendas privadas. El Proyecto de Ley de Competencia, diseñado para evitar el
monopolio, fue castrado y se le extirparon las uñas como a un animal doméstico antes
de su aprobación en 2013. No es de sorprender que los magnates inmobiliarios se
paseen orgullosos por Hong Kong como Al Capone en la década de 1920.
Un pequeño
grupo de ciudadanos que se niega a someterse al feudalismo moderno ha
encabezado un movimiento de resistencia contra los caciques. Participan en la
construcción de su propia marca de desobediencia civil boicoteando los negocios
regentados por el cártel inmobiliario. Dichos renegados viven en viejos
edificios de apartamentos, no en torres modernas construidas por grandes
promotoras. Compran comida en tiendas de ultramarinos de barrio, van en bici al
trabajo y utilizan el wifi gratuito de las bibliotecas. Pero su resistencia es
inútil, ya que incluso los rebeldes más desafiantes necesitan electricidad para
que su casa funcione y teléfono móvil para relacionarse con el mundo exterior.
Aunque sus sacrificios son nobles, estos Quijotes no han hecho mella alguna en
la estructura del cártel.
Sin embargo,
lo notable de ese movimiento social naciente es que esos luchadores no son
compradores de casas desesperados por no poder pagar los elevados precios del
mercado inmobiliario. Por el contrario, pertenecen a la intelectualidad de la
ciudad: artistas, escritores, profesores y arquitectos. Los rebeldes gritan a
la mayoría silenciosa que las promotoras han hecho mucho más que secuestrar
nuestra economía, ya que han reprimido nuestra creatividad, nuestro espíritu
emprendedor y otros aspectos que hacen la grandeza de nuestra ciudad. Los astronómicos
alquileres de los locales obligan a los diseñadores de moda y los chefs de
repostería a priorizar su supervivencia y abandonar sus sueños incluso antes de
comenzar. Los pequeños negocios se encuentran en un callejón sin salida: si ganan
muy poco, no podrán pagar el alquiler; si ganan mucho, el alquiler se
cuadriplicará al año siguiente. Esa compleja realidad, y no la falta de
talento, es la causa de que Hong Kong se conozca con el sobrenombre de Desierto
Cultural.
Sin embargo,
hay señales de que los días de la dominación del cártel inmobiliario están
contados. Casi dos décadas después del traspaso, cada vez es más dudoso que
Pekín siga necesitando a los magnates para gobernar la ciudad. Durante este
tiempo, China ha empezado a tomar el control de los negocios de Hong Kong.
Financia a los conglomerados de China continental para que mejoren las ofertas
de la competencia hongkonesa en todos los ámbitos, desde la construcción hasta
las licencias comerciales y la banda ancha de tercera generación. Incluso el
«Superman» Li Ka Shing, fundador y presidente de Cheung Kong, ha visto las
negras perspectivas y está sacando sus activos de la ciudad. Ahora bien, el ciudadano
de a pie no se verá afectado por este cambio de guardia. En cuanto caiga un
imperio, lo reemplazará otro igual de formidable.
La Edad Media
duró un total de once siglos. Antes de que el Renacimiento inyectara nueva vida
a la civilización, Europa sufrió trescientos años de hambruna, plagas y
agitación social. Los historiadores se refieren a esa etapa como la Época
Oscura. Si los hongkoneses seguimos los pasos descritos en los libros de
historia, podemos esperar que nuestra situación como siervos empeore antes de
que empiece a mejorar.”
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