Historias intramuros
Los barrios cerrados y su
representación en la narrativa argentina
por Victoria Torres
“El estallido social ocurrido en
Argentina el 19 y 20 de diciembre de 2001 fue la culminación de un largo
proceso de políticas de ajuste estructural aplicado en el país durante los años
90. Esta década estuvo signada por la rigurosa implementación de un modelo
neoliberal que, con sus masivas privatizaciones, el establecimiento de empresas
multinacionales y el crecimiento indiscriminado de las importaciones, trajo
consigo la destrucción de la industria nacional y, en consecuencia, un
desajuste financiero con altísimos costos sociales responsable de que gran
parte de la población local quedara desempleada, marginada, librada a la
pobreza e incluso, a la indigencia mientras unos pocos se beneficiaban
enormemente con los cambios.
Aunque no nuevas, las
manifestaciones de descontento ante esta situación de creciente polarización
social comenzaron a hacerse más notorias en los últimos meses de 2001 y
desembocaron en esas dos jornadas claves de diciembre, cuando, tras el decreto
del congelamiento de depósitos bancarios conocido como « corralito », se desató
una sangrienta rebelión y con ella multitudinarios actos de protesta en todo el
país en donde los argentinos se transformaron una vez más en protagonistas
absolutos de la escena política
Los acontecimientos de esos
días, al haber dejado en evidencia cuál era el modelo de país que se rechazaba
y a cuál se aspiraba, constituyen una cesura, y son, sin duda, una de las
marcas más profundas en la historia reciente del país.
También la literatura registró
en sus modos representación este antes y después, dando como resultado un
corpus de textos que ha convenido en denominarse « literatura argentina post
crisis 2001 » o « literatura post corralito ». Más allá de coincidir en el
hecho de situarse temporalmente en esta bisagra histórica en el momento de su
edición, estas obras tienen en común que, en su mayoría, privilegian, por un
lado, el tratamiento de cuestiones relacionadas con la militancia política de
los ´70 y lo acontecido con ella durante los siete años de gobierno militar y,
por el otro, la elección de espacios urbanos particulares tales como los
barrios porteños y las periferias de la Capital Federal. Las causas de esta
reorientación espacio – temporal deben ponerse en relación con el hecho de que
el modelo de país propuesto a partir del 2001 incluía los aspectos del pasado
silenciados por la dictadura militar pero también todas aquellas cuestiones que
habían sido descartadas durante la ilusión primermundista de los ´90 y su furor
por lo nuevo y lo importado en donde obviamente no encajaba el toque nacional y
popular que podían ofrecer ciertos barrios o ciertos lugares más retirados de
la capital.
A más de diez años de la crisis,
es posible afirmar que la línea temática tendida por estos textos dejó una fuerte
impronta, pues, incluso actualmente, los críticos argentinos siguen afirmando
que, junto a la cuestión de las dificultades de los vínculos interpersonales,
las temáticas relacionadas con la dictadura y el escenario barrial y suburbano
son los tópicos más frecuentes de los autores de la reciente literatura
argentina.
Sin embargo, junto al renovado
interés por los barrios porteños en particular, siguen apareciendo cada vez más
obras que amplían este contexto y abordan lo que en Argentina se denomina «
conurbano bonaerense » y en su versión más extendida « Gran Buenos Aires », es
decir, los partidos que rodean la capital, la ciudad autónoma de Buenos Aires,
la zona más densamente poblada del país, un escenario resignificado, aunque no
inaugurado, por los textos post 2001.
Dentro del ámbito periférico del
paisaje de las capitales provinciales argentinas a partir de las década ´90 hay
dos espacios que señalan con más claridad la brecha social abierta por el
modelo neoliberal mencionada al principio : la villa miseria, residencia
mayoritariamente de quienes la socióloga Maristella
Svampa calificó como « los perdedores del neoliberalismo », es decir, de
quienes con la aplicación de este modelo se pauperizaron y fueron expulsados de
la ciudad formal teniendo que refugiarse en asentamientos informales de
viviendas precarias, y su contrapartida, el country, como se denomina en la
Argentina a los barrios cerrados y exclusivos, morada de aquellos que, para
seguir con la terminología de Svampa, « ganaron » con el establecimiento de la
política neoliberal.
Los countries, cuyas
representaciones narrativas empezaron a aparecer justamente a partir del 2001 y
serán objeto de análisis en este artículo, tienen su origen en los años ´40,
cuando eran fundamentalmente clubes de campo – “country clubs”, residencias
extraurbanas de fin de semana adonde las clases altas se retiraban a descansar
pero también a practicar deportes tales como el polo o el golf, constituyendo
así, a su vez, lugares de encuentro social, a diferencia de los otros refugios
de alcurnia de la época, las tan borgianas “ quintas”» como por ejemplo la de
Triste le Roy en La muerte y la brújula o
la de Ramos Mejía en Tlön, Uqbar, Orbis
Tertius, que eran recintos exclusivamente privados.
Pero en los ´90 los countries
pasaron a ser residencias permanentes debido, por un lado, a un motivo “verde”,
es decir, a la búsqueda de una vida más sana y natural que la ofrecida por la
grandes urbes, en especial la porteña, pero, por otro, fundamentalmente debido
al tema de la seguridad : tras sus murallas, rejas, alambres electrificados y
sofisticados sistemas de vigilancias y monitoreos , los countries prometían
resguardar a sus residentes de los peligros que, según promocionaban, provenían
de la expansión de la pobreza en la ciudad. La opción habitacional que los
countries empezaron a representar en los ´90 para la clase media hizo que el
mercado fuera ampliando sus ofrecimientos y emplazara en estos espacios,
especie de pampa domesticada y depurada, centros deportivos, comerciales,
médicos, educativos, etc. transformándolos así también en ciudades. O casi,
pues allí no hay gritos ni bocinazos, ni veredas con pozos ni grafitis ni mucho
menos paredes descascaradas o basura tirada por las calles y todo,
absolutamente todo, está reglamentado, porque tal como señala la protagonista
de la novela De tripas corazón,
escrita por Mercedes Reincke en
2010, “colgar la ropa a la vista, exceder la velocidad máxima en el camino
principal (…), pasear con el perro sin correa, poner música, caminar, reír,
vivir sin el permiso de las autoridades máximas del barrio” es un motivo de
multa. De allí resulta que, en su opinión, en los countries “ lo que se ve
(...) es bastante pacífico, poco dinámico y sostenidamente igual” y “las
ventanas dan a calles vacías, artificiales, en las que no pasa nada capaz de alimentar
una idea”; además “no hay miradas que se cruzan, ni robos de carteras, ni
encuentros casuales con antiguos compañeros de trabajo, ni piropos”, es decir,
nada de lo que, según el antropólogo Manuel
Delgado, define lo urbano : la inestabilidad, la fluidez, la multiplicidad,
la heterogeneidad, el carácter huidizo, los vínculos no forzosos y laxos, los
encuentros estratégicos pero fortuitos, los acontencimientos inesperados, etc.
Tampoco son estos lugares esas comunidades de los ´60 y los ´70 en donde la
protagonista alguna vez soñó vivir y “tener guitarras apoyadas en los árboles
(…), compartir la huerta, celebrar los cumpleaños o el paso del algún cometa,
la muerte de un dictador con licores fabricados por nosotros”: en estas gated communities de los ´90, para usar
la expresión norteamericana origen de este tipo de predios residenciales, como
indica el pensador Zygmunt Bauman el
término “comunidad” equivale justamente a su opuesto pues significa “aislamiento,
separación, muros protectores y verjas con vigilantes”, clara demostración,
como dice la protagonista de la novela de Reincke, “de lo mucho que se empecina
(…) la humanidad en limitarse la existencia”. Estas y otras conclusiones a las
que llega el personaje de De tripas
corazón mientras vive en un barrio cerrado llamado Las Delicias, hacen que,
por el contrario, no encuentre allí ningún tipo de deleite y que prefiera pasar
la mayoría del tiempo afuera, en la casa de su gran amiga Perla, visitando a
otros amigos diseminados por toda la ciudad de Buenos Aires o yendo a los
cursos de peluquería, profesión para la cual tiene un talento especial que la
lleva incluso a viajar a Estados Unidos para peinar a una artista de Hollywood.
Así, en la novela de Reincke el country funciona como un telón de fondo que
sirve de contraste, un no-lugar sin tripas ni corazón, a diferencia, por
ejemplo, de la casa en donde la protagonista pasó su infancia, tan colmada de
recuerdos y tan dotada de alma. Las Delicias es el símbolo exterior del estancamiento,
de las equivocaciones anteriores, es una cristalización de ese pasado con el
que la protagonista poco a poco se va animando a romper, guiada por sus sueños
y sus deseos. Su verdadero lugar en el mundo está ahora fuera de allí, en ese
sitio tan opuesto a un country como lo es una peluquería de barrio.
Mientras que, como ya señalamos,
los countristas de la vida real se empeñan por instalar dispositivos de
vigilancia orientados hacia el afuera, hacia los que están del otro lado del
muro divisor, y levantan altas paredes para mantener el adentro en secreto y
proteger la estricta privacidad, Reincke en su ficción opta por poner al
descubierto el interior de una countrista treintañera, mostrando sus anhelos
más íntimos.
No obstante hay que tener en cuenta
que entre el conjunto de novelas post 2001 que eligen como escenarios los
barrios privados la perspectiva ofrecida por Reincke es una excepción: la
mayoría de los autores parte también de la ya mencionada forma de control más
típica de estos lugares, la vigilancia de los demás, invierte su dirección y se
concentra en el escudriño de los countristas pero con fines muy diferentes a
los de la autora De tripas corazón.
Es por ejemplo el caso de la
novela Ella de Daniel Guebel (2010) que pasa de mostrar las falencias del control
ejercido por medio de un sistema de monitoreo de los de afuera, de los que
viven en ese “cinturón de villa miseria, guarida de ladrones, asesinos,
piqueteros, barrabravas, punteros políticos peronistas y narcotraficantes”,
como dice Ordoñez, un ex militar de la dictadura que en la novela es el encargado
de la vigilancia del country, a otro fracaso aún peor : el del sistema de
supervisión total, con el que un marido, Matías, pondrá bajo la lupa a su
consorte Josefina, bajo la excusa de que, incluso viviendo en el country, le
podría pasar algo. Con la implementación de este ojo absoluto la Josefina real
se transformará para su esposo en una imagen portadora de un enigma que en
realidad no existe. A diferencia de Reincke que usa el escenario
hiperreglamentado del barrio cerrado como medio de contraste para que su
protagonista consiga poner en práctica su necesidad de liberarse y
descontrolarse y logre así a alcanzar la felicidad de ser ella misma sin ningún
tipo de trabas, en Guebel este lugar aumenta el deseo de control y la pulsión
escópica de un marido celoso y con ello hace derrumbar su matrimonio y su
familia, demostrando claramente los horrores provenientes del exceso de
vigilancia de los demás.
Sin embargo, a pesar de esta y
otras diferencias, la novela de Reincke y la de Guebel se asemejan en un hecho
fundamental : ninguna de las dos, seguramente por sus características
genéricas, hace ningún tipo de alusión a lo que comúnmente se suele relacionar
con los countries en la Argentina post 2001 : los asesinatos de María Marta García Belsunce, Nora Dalmasso y Rosana Arce. La primera, socióloga de profesión, apareció muerta en
octubre de 2002 en el baño de su casa del country El Carmel. En un comienzo se
atribuyó su muerte a un accidente, pero dos meses después se descubrió que
había sido ejecutada de cinco disparos en la cabeza. Este suceso, que aún no
fue aclarado completamente, halló más presencia en los medios que el juicio a
la Junta Militar y, junto con el asesinato de Nora Dalmasso, también pendiente de veredicto y ocurrido asimismo
en un barrio privado pero de la provincia de Córdoba en el año 2006, y el de Rosana Galliano de Arce, más reciente
pero de iguales características, se transformaron en los casos policiales
argentinos más resonantes de los últimos años.
A esta realidad extraficcional,
sin embargo, habían recurrido los autores de las anteriores novelas ambientadas
en countries, aprovechándola para experimentar nuevos caminos en la ficción
policial ; así, por ejemplo, Raúl Argemí
que en su Retrato de familia con muerta
(2008) ficcionaliza el caso María Marta
García Belsunce. El protagonista de la novela de Argemí es el juez Galván
que, tras perder su fe en la justicia que representa, trata de develar por sus
propios medios lo que ha pasado en ese lugar tan particular pues está
obsesionado con la muerta. El texto de Argemí describe con suma crudeza el lado
más oscuro de los countries, un escenario que, a diferencia de las novelas de
Reincke e incluso de la de Guebel, cobra con cada línea mayor importancia pues
al ser descrito aquí como “un hijo de ese casamiento entre el miedo, el dinero
fácil y la corrupción de todas las clases”, se evidencia como un enemigo
invencible para todo aquel que quiera descentramar lo que pasa ahí dentro. Es
por eso que Galván sabe desde un principio que su tarea de detective está
también condenada al fracaso y que, en lugar de solución, solo va a poder
brindar algo así como “un retrato de familia en torno a un muerto”.
Por este motivo y como “los
hechos aparentes del mundo extraliterario conducen al engaño”, tal como se
explica al principio en la “Aclaración
necesaria”, lo único que se impone es la invención de ese “algo que sucedió
entre vallas de seguridad, como si fuera un homenaje a los misterios de “cuarto
cerrado”, que tanto gustaban a Edgard Alan
Poe”.
Pero si de este modo el texto se
revela deudor de los viejos modelos del policial por otra parte, al mismo
tiempo, manifiesta claramente su distancia con respecto a esta variante del
género en donde siempre hay una resolución del caso. Este motivo fundamental
hace que los modos de narrar el crimen y la violencia de estas novela se
asemejen, al igual que ocurre en muchas otras obras de la literatura argentina
post 2001, a las técnicas narrativas utilizadas por los medios periodísticos,
que, a su vez, justamente por estos años empiezan a nutrirse de una forma muy
particular de la memoria cultural cuando informan acerca de los casos
policiales reales.
Esta fuerte imbricación entre
los discursos periodísticos usados para relatar los asesinatos de los countries
y los del policial literario argentino a partir de los primeros años del siglo
XXI viene suscitando algunas reflexiones interesantes ; como ejemplo podemos
citar a Carlos Gamerro que el 13 de
agosto de 2005 en una nota aparecida en el diario Clarín y titulada Disparen
sobre el policial negro partiendo de que “Si bien desde los años ´70 hasta
los ´80 se tendió a valorar la versión policial más norteamericana sobre el
policial clásico, analítico e intelectual representado en nuestras tierras por
Borges”pues la novela negra era considerada “como más adecuada a nuestra
realidad, por su capacidad de incluir la temática social, de dar cuenta de la
motivación económica del crimen, etc. “, considera que “a partir de los ´90,
sin embargo, la policial clásica ha experimentado en nuestras letras un notable
resurgimiento, mientras que la negra pierde terreno y hoy se la percibe como
tanto o más artificiosa que la primera”. Para Gamerro la causa de este giro
reside en que “después de El Olimpo
no se puede hacer novela negra”pues hubo un cambio fundamental: la institución
policial del Proceso pasó de ser “una organización corrupta, que tolera o
fomenta el crimen, a una organización criminal sin más”. Esta situación, el
hecho de que “la realidad de la policía argentina [sea] básicamente increíble”,
hace que la “ficción policial argentina ajustada a los hechos conocidos
encuentre grandes dificultades en permanecer realista”.
Este paso decisivo hacia un
género policial auténticamente argentino - sigue Gamerro en su nota de Clarín -
ya había sido dado por Rodolfo Walsh
hace casi cincuenta años y no consistió simplemente en ir de la policial
clásica o analítica de Variaciones en
rojo a la policial negra de Operación
masacre, sino en el hecho mucho más fundamental de que Operación masacre “supera la
policial negra en el momento mismo de absorberla [pues] quien investiga —Walsh
mismo— no es un policía o un detective sino un periodista ; la policía ha
cometido el crimen y el aparato judicial se ha encargado de encubrirlo, la
lucha del investigador no es lograr que se haga justicia, ni siquiera que se la
aplique la ley, sino, más modestamente, hacer saber la verdad que nadie quiere
oír”.
El mismo año que el autor de Las islas dio a conocer por escrito en
el diario Clarín estas apreciaciones sobre el policial, otra autora argentina,
hasta aquel momento casi desconocida, Claudia
Piñeiro, gana justamente el prestigioso premio de novela que este diario
otorga anualmente con una obra titulada Las
viudas de los jueves, una novela negra que se convierte en un bestseller. A
diferencia de la novela de Argemí, aquí sí se llega al fin de la averiguación
y, tal como lo plantea Gamerro, quienes resuelven estas tres muertes con que
inicia el texto de Piñeiro no son detectives, sino unos chicos que viven en el
country en donde se desarrolla casi íntegramente la acción.
Más allá de lo que encamina la
trama policial, el enigma de las tres muertes – que al final resultan no ser
crímenes sino suicidios cometidos para cobrar un seguro – , lo que sin duda
atrapa al lector es la fascinación y el detalle con que la autora narra el modo
de vivir, de pensar, de actuar en ese recinto tan particular, “Altos de la
Cascada”, como se llama significativamente el barrio, convirtiendo al lector en
un voyeur capaz de traspasar todo tipo de vallas de seguridad y privacidad.
La novela termina cuando Mavi,
la voz cantante de esta obra coral-polifónica, Ronnie, su marido, que opta por
no suicidarse, Juani, su hijo y su amiga Romina/Ramona, que son los chicos
country que filman lo acontecido, deciden abandonar el lugar, a pesar de que el
guardia les advierte que se están acercando los habitantes de la villa cercana
: corre diciembre del 2001 y la realidad social tantas veces negada por los
countristas descritos por Piñeiro golpea con fuerza las impermeables puertas
del edén a medida.
En contraste con la realidad
extratextual, en Las viudas de los
jueves no son las mujeres las que mueren, sino sus maridos ; no obstante
las representantes del sexo femenino son representadas como las verdaderas
perdedoras dentro del sistema no solo por el hecho de tener que sostener un
estatus insostenible, sino porque además son sus mismos cónyuges quienes las
victimizan : entre ellas las hay víctimas de la violencia de género (Carla),
menospreciadas (Teresa se entera de que su marido perdió el trabajo recién
cuando éste se lo comunica en una reunión a todos sus amigos) y discriminadas
(Romina, es en realidad Ramona, una chica adoptada a quien hasta sus padres
desprecian por esta condición).
También en un libro de 2008
escrito por el periodista Jorge Kersman se
nos presentan once textos ficcionales ambientados en barrios cerrados de los
cuales seis tienen también como protagonistas a víctimas mujeres. Estos cuentos
aparecieron originalmente en el blog Countries del diario digital Minuto Uno y
fueron reunidos luego por su autor en un volumen titulado Historias de countries.
Lo que llama la atención al leer
estas historias en el conjunto de los narraciones que estamos analizando es que
varios de los textos de Kersman desarrollan en forma hiperbólica algunas
situaciones referidas ya en las otras obras y en especial en el libro de
Piñeiro, hecho que los transforma en una doble hiperficción, primero, por haber
aparecido originalmente en un blog y ser así una ficción interactiva, y luego
porque exageran lo que ya había sido escrito como ficción narrativa. Pero
además, los relatos de Kersman también extreman la realidad y para hacerlo
recurren a su vez a la ficción ; así en el cuento “Dalmasso, Belsunce, Criguera, la triste verdad” a los
feminicidios de las countristas reales se le agregan otros dos de ficción en
una trama que intenta dar una solución a lo extratextual a través del método
utilizado por Scharlach, el detective de La
muerte y la brújula, el célebre cuento policial de Borges, quien, por su parte, es presentado en el relato como un
lector del blog Countries del diario Minuto Uno.
Sin llegar a este extremo, otra
novela de Piñeiro, titulada Betibú
(2011), trabaja también sobre este sistema de vasos comunicantes que ligan el
discurso literario con la realidad, a su vez filtrada a través del discurso
periodístico. En esta obra, que tiene mucho de autobiográfica y autoparódica,
la autora retoma el espacio del country para situar allí nuevamente una muerte
misteriosa : la del viudo de una mujer a su vez asesinada tres años atrás y
cuyo deceso, en clara referencia al caso García Belsunce, intentó ser
encubierto como un accidente hogareño por su núcleo familiar. Si bien con el
correr de los años la justicia sigue sin encontrar pruebas para condenar a
nadie, la opinión pública sentencia al viudo Chazarreta que, al principio de la
novela, es hallado desangrado por su empleada doméstica. Esta otra muerte
conmueve a la sociedad y el principal diario nacional, El Tribuno, decide
contratar a Nurit Siscar, una escritora retirada, para cubrir el hecho.
Confirmando nuevamente lo planteado por Gamerro con respecto al giro del
policial negro argentino post crisis, Nurit, el novato cronista de policiales y
Jaime Brena, el más experto de la redacción de esa sección, formarán el equipo
encargado de desentramar lo que ha pasado detrás de las murallas. Y si bien lo
logran, o creen lograrlo, los tres deciden no develar el resultado de la
investigación pues saben bien que desenmascarar al asesino significaría perder
la vida. De este modo, el lector debe conformarse con la sugerencia de que el
autor intelectual del crimen de Chazarreta es el intocable comisario Venturini,
una acusación que actualiza la famosa frase de Rodolfo Walsh “si no hay
justicia, al menos que haya verdad”que tantas veces repite Brena a lo largo de
la novela.
Sin embargo esta verdad nunca
llega en el caso de la mujer de Chazarreta : su crimen, al igual que el de
tantas otras mujeres countries de la realidad extraficcional, permanecerá en la
novela completamente irresuelto.
“No se olviden de los crímenes
impunes, porque siempre encierran algo más tremendo que el crimen mismo”escribirá
no obstante el personaje de Nurit en su última incursión en el periodismo antes
volver a la creación ficcional, ese “lugar en donde no tiene miedo porque allí
puede inventar otra realidad, una aún más cierta” en la que haya una “condena
justa (…) del crimen cometido” que es lo “único que nos puede salvar como sociedad”.
Como en Las viudas de los jueves en donde la ficción se mantiene siempre en
estrecha relación con la realidad extraliteria, tornándose incluso por momentos
demasiado aclaratoria y hasta redundante con respecto a la misma, Betibú juega hasta el final a salirse
de los límites de lo ficticio y brinda de este modo un plus con respecto a lo
extratextual, un agregado que resulta una resolución de lo que en los casos
reales es continuamente postergado y mantenido en suspenso, una posible
respuesta desde la ficción a los feminicidios que oscurecen aún más el lado
oscuro de los mundos amurallados.
Consciente de la gran distancia
estética que media entre Claudia Piñeiro
y Andrés Rivera, esta fundamental
salida hacia lo extraliterario me permite relacionarlos. En la primera parte de
su novela Guardia Blanca (2009),
titulada justamente Despeñadero,
Rivera trata, atípicamente, cuestiones del “casi presente”, y nos presenta un
personaje llamado Pablo Fontán, alter ego del autor, que se ve atraído por los
asesinatos de María Marta García Belsunce, de Nora Dalmasso y de Rosana Arce.
Fontán es el reverso necesario del periodismo: es el consumidor de noticias, el
que recibe diariamente eso que los medios transmiten. Con respecto a los
crímenes de las tres mujeres, este hombre octogenario solo puede ser escéptico:
“Si se habita un country, la impunidad está garantizada”, asegura, pues “en
esos campos, en esas fortalezas de piedra y vidrio debieron vivaquear los muy
cultos e ilustrados Luciano Benjamín Menéndez, Jorge Rafael Videla, Antonio
Massera, Antonio Bussi, por citar pocos y notables huéspedes de los dueños del
país y sus testaferros”. La contundente conclusión de Fontán/Rivera agrega sin
ambages lo que otros autores de ficciones de countries sólo habían insinuado:
el plus que pone en estrecha relación estas residencias con la terrible
historia reciente de Argentina, la del terrorismo de Estado del ´76 al ´83 y
sus derivaciones en la era neoliberal, un incremento que nos obliga a
considerar aún mucho más la gravedad de las redefiniciones del espacio
habitacional del país en estas últimas décadas.”
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