"Jove captaire" B.E.Murillo, circa 1650 oli sobre llenç Museu del Louvre, Paris |
"No es mi
intención sugerir que todo esto me agradaba. No había nada de romántico en
agacharse a recoger migajas y la novedad que pudiera suponer al principio
pronto desapareció. Me acordé de una escena de un libro que leí una vez, El lazarillo
de Tormes, en el que un hidalgo muerto de hambre se pasea por todas partes
con un palillo de dientes en la boca para dar la impresión de que acaba de
tomar una copiosa comida. Empecé a adoptar yo también el disfraz del palillo de
dientes y siempre cogía un puñadito cuando entraba en una cafetería a tomar un
café. Me servían para tener algo que masticar en los largos períodos en que no
tenía qué comer, pero además le daban cierto aire elegante a mi apariencia,
pensaba yo, un toque de autosuficiencia y tranquilidad. No era mucho, pero
necesitaba todos los puntales que pudiera conseguir. Me resultaba especialmente
difícil acercarme a un cubo de basura cuando me parecía que alguien me
observaba y siempre procuraba ser lo más discreto posible. Si mi hambre
generalmente vencía mis inhibiciones, era simplemente porque mi hambre era
demasiado grande."
El
palacio de la Luna
Paul
Auster
Pág.
84
"Pues estando
yo en tal estado, pasando la vida que digo, quiso mi mala fortuna, que de
perseguirme no era satisfecha, que en aquella trabajada y vergonzosa vivienda
no durase. Y fue, como el año fuese estéril de pan, acordaron el Ayuntamiento
que todos los pobres extranjeros se fuesen de la ciudad, con pregón que el que
de allí adelante topasen fuese punido con azotes. Y así, ejecutando la ley,
desde a cuatro días que el pregón se dio, vi llevar una procesión de pobres
azotando por las Cuatro Calles, lo cual me puso tan gran espanto, que nunca osé
desmandarme a demandar.
Aquí viera
quien vello pudiera, la abstinencia de mi casa y la tristeza y silencio de los
moradores, tanto, que nos acaeció estar dos o tres días sin comer bocado ni
hablaba palabra. A mi diéronme la vida unas mujercillas hilanderas de algodón,
que hacían bonetes y vivían par de nosotros, con las cuales yo tuve vecindad y
conocimiento. Que de la laceria que les traía, me daban alguna cosilla, con la
cual muy pasado me pasaba.
Y no tenia
tanta lástima de mi como del lastimado de mi amo, que en ocho días maldito el
bocado que comió. A lo menos en casa bien lo estuvimos sin comer. No sé yo cómo
o dónde andaba y qué comía, i Y velle venir a medio día la calle abajo, con
estirado cuerpo, más largo que galgo de buena casta! Y por lo que toca a su
negra que dicen honra, tomaba una paja, de las que aún asaz no había en casa, y
salía a la puerta escarbando los dientes, que nada entre sí tenían, quejándose
todavía de aquel mal solar, diciendo:
—Malo está de
ver que la desdicha desta bivienda lo hace. Como ves, es lóbrega, triste,
oscura. Mientras aquí estuviéramos, hemos de padecer. Ya deseo que se acabe
este mes por salir delia.
Pues estando
en esta afligida y hambrienta persecución, un día, no sé por cual dicha o
ventura, en el pobre poder de mi amo entro un real, con el cual el vino a casa
tan ufano como si tuviera el tesoro de Venecia. Y con gesto muy alegre y risueño
me lo dio diciendo:
-Toma, Lázaro,
que Dios ya va abriendo se mano. Ve a la plaza, y merca pan y vino y carne. ¡ Quebremos
el ojo al diablo! Y más te hago saber porque te huelgues, que he alquilado otra
casa. Y en esta desastrada no hemos de estar mas de en cumpliendo el mes. J Maldita
sea ella y el que en ella puso la primera teja, que con mal en ella entre! Por
nuestro Señor, cuanto ha que en ella vivo, gota de vino ni bocado de carne no
he comido, ni he habido descanso ninguno; mas tal vista tiene y tal oscuridad y
tristeza. Ve y ven presto, y comamos hoy como condes.
Tomo mi real y
jarro y, a los pies dándoles prisa, comienzo a subir mi calle encaminando mis
pasos para la plaza muy contento y alegre. Mas, ¿qué me aprovecha, si está
constituido en mi triste fortuna que ningún gozo me venga sin zozobra? Y así
fue éste. Porque yendo la calle arriba, echando mi cuenta en lo que le
emplearía, que fuese mejor y más provechosamente gastado, dando infinitas
gracias a Dios que mi amo había hecho con dinero, a deshora me vino al
encuentro un muerto, que por la calle abajo muchos clérigos y gente en unas
andas traían.
Arriméme a la
pared, por darles lugar, y desque el cuerpo pasó, venían luego a par del lecho
una que debía ser mujer del difunto, cargada de luto, y con ella otras muchas
mujeres, la cual iba llorando a grandes voces y diciendo:
—Marido y señor
mío, ¿adónde os me llevan? ¡A la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y
oscura, a la casa donde nunca comen ni beben!
Yo que aquello
oí, juntóseme el cielo con la tierra y dije:
— ¡Oh
desdichado de mi! Para mi casa llevan este muerto."
Lazarillo
de Tormes
edició
de Joseph V. Ricapito
Pág.
167-170
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