Capriccio, la música final de
Strauss con la palabra de Stefan Zweig
por L.C. Liébana
El País, 21 de mayo de 2019
“La idea original de Capriccio, el testamento operístico del
compositor bávaro Richard Strauss,
fue en realidad sugerencia de Stefan
Zweig. El autor austríaco se inspiró en una obra breve de Antonio Salieri y Battista Casti, en torno a qué debería predominar más en la ópera,
si la palabra o la música. Zweig debió esbozar el libreto en los años 30, una
década antes de escribir su nota de suicidio, firmada en febrero de 1942, en la
que pedía disculpas por las molestias que iba a ocasionarle a la dueña de la casa
brasileña donde se encontraba exiliado tras huir de los nazis. Zweig y Strauss
ya habían colaborado anteriormente en La
mujer silenciosa, que fue perseguida y censurada por el régimen. Por tanto,
al escritor judío "le debió parecer absurdo reclamar la autoría de una
obra que iban a prohibir por el hecho de haberla firmado él", explica Joan Matabosch, director artístico del
Teatro Real, donde el 27 de mayo se estrenará por primera vez en el escenario
madrileño esta última partitura para escena de Strauss.
"Zweig está detrás de
Capricho; es quien le dio la idea al compositor y puso en marcha un poco el
proyecto", explica. Sin embargo, y aunque Strauss le insistiera en una
carta, se negó a firmar el texto. "Él era partidario del pseudónimo".
El libreto pasó por hasta ocho manos —entre ellas la del escritor Joseph Gregor— antes de ser terminado y
firmado, finalmente, por el director Clemens
Krauss, en 1941. El Capriccio de Strauss se estrenó por primera vez en el
teatro Nacional de Múnich el 28 de octubre del año siguiente. Zweig nunca vería
su obra terminada y, aún hoy, no se sabe exactamente cuál fue la contribución
de cada uno de los nombres.
(…)
"Se trata de un
acontecimiento mayúsculo", interpreta Matabosch, quien ha querido poner el
foco de atención en el carácter filosófico y dialógico de la obra. "Ambos,
Zweig y Strauss concibieron Capriccio a la manera de los diálogos platónicos,
como reflexión meta-operística".
En colaboración con Krauss, el
director de orquesta alemán se adentra en esta aventura y elabora un libreto
ingenioso, cargado de ironía. En clave de comedia, propone reflexionar sobre
cómo logra la música subrayar el subtexto de la poesía o qué aporta a la obra
la dramaturgia, la interpretación, la danza, etcétera. "Es una ópera sobre
la ópera", apunta Matabosch. Así, mientras el mundo occidental se sumergía
en los horrores de la Segunda Guerra Mundial, en el corazón de la Alemania
nazi, Strauss se aleja de la realidad. No en vano, esta obra se traslada hasta
1715, a un castillo parisino, donde habita la condesa Madeleine. La culta y
refinada aristócrata se encuentra incapaz de elegir entre el amor de sus dos
pretendientes, un poeta y un compositor. Esta dicotomía abre camino a un debate
intelectual y filosófico, no exento de humor, alrededor de la cuestión de la
predominancia de la música sobre la palabra en el teatro musical, o viceversa.
Pero, ¿cuál es la visión de Strauss? "Él sabe que se trata de una pregunta
sin respuesta. No desea responder a esta pregunta. Por ello, Strauss exorcita a
la condesa y dirá: "si hay que elegir entre dos, siempre se pierde",
asegura el director musical Asher Fisch.
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