15 d’ag. 2019

zweig, claroscuros

Karl Kraus


Artículo de Braulio García Jaén para “El Confidencial”, donde analiza los claroscuros de nuestro autor del mes:

La mentira de Stefan Zweig, retrato de una omisión histórica

“Miles de civiles son ejecutados cerca del frente al principio de la Primera Guerra Mundial, meros sospechosos de espionaje. Un escritor austríaco, por entonces ya conocido pero que en los años de entreguerras se convertiría en un pacifista de fama internacional, escribe en su diario, en alemán, y pensando como los ejecutores: “Hay que cauterizar con el hierro al rojo lo que la suciedad ha hecho supurar”. Eso escribía en privado “el buen europeo de Stefan Zweig”, como lo llamó un escritor francés amigo suyo a quien Zweig tranquilizaba por carta sobre la firmeza de su pacifismo. ¿Y en público, qué hacía el autor de 'El mundo de ayer' en la Viena de la cultura y de la catástrofe de los Hasburgo?

A finales de 1914, Zweig tenía 33 años, la edad de Cristo, el flequillo lacio y la prosa brillante, y se dedicaba oficialmente a peinar a los héroes. Así es como los privilegiados miembros del Grupo Literario del Archivo de Guerra, creado al efecto y para el efectismo, llamaban a su tarea propagandística. Al cuartel llegaban los informes de los oficiales proponiendo condecorar a algún soldado, y ellos, los escritores, los adornaban para “atrapar la atención del lector”, según resumen de un alto mando. De 9 a 15 horas cada día, el estilo de Zweig, que después se convertiría en el ciudadano del mundo que hoy leemos, se ponía al servicio de la máquina de picar carne. “Tres historias al día”, esa era la frase hecha que lo resumía todo. Por las tardes, se reunía con otros escritores en el Café Imperial a leer los periódicos, estos también acicalados por el Grupo de Prensa.

Un siglo después, la obra de Zweig (Viena, 1881-Río de Janeiro, 1942) se edita en España con una regularidad industrial. Más de un título al mes desde hace cinco años: 79 libros en total desde 2014, según la base de datos del Ministerio de Cultura. La mayoría son obras suyas, aunque también hay varios ensayos y biografías sobre “el buen europeo” del que habló Roman Rolland. Judío, socialdemócrata, perseguido por los nazis, su autobiografía 'El mundo de ayer', subtitulada 'Memorias de un europeo', cuesta 27 euros y lleva 26 ediciones (y subiendo). Sin embargo, las páginas dedicadas a su fiebre nacionalista y sus ejercicios bélicos parecen arrancadas. Él, directamente, jamás escribió sobre ello el resto de su vida. ¿Vergüenza u omisión de un esteta?

La pregunta cobra interés probablemente por las mismas razones que su aura no deja de crecer: con el nacionalismo otra vez burbujeante y la sombra recalentada de los años treinta, los “forjadores de la conciencia europea”, entre quienes habría que incluir a Zweig, son más necesarios que nunca. “Los que creemos en la libertad debemos reconocer donde están las flaquezas de nuestros maestros, porque es absurdo negar las flaquezas de los seres humanos. Pero también tenemos que reconocer que luego da su vida por sus ideales, que son los ideales del viejo liberalismo europeo”, explica el escritor Mauricio Wisenthal (Barcelona, 1943), que en su juventud alcanzó a conocer a algunos amigos de Zweig y cuya primera mujer, Friderike, le dedicó un librito que todavía guarda.

“Conociendo estos hechos, si uno luego lee 'El mundo de ayer' u otros libros, te das cuenta que él retocaba algunas cosas para aparecer bajo una mejor luz”, dice Adan Kovacsis, traductor y autor de un ensayo, 'Guerra y lenguaje' (Acantilado), donde analiza el papel de ese grupo de escritores al servicio de la causa. “Hay algo mentiroso en eso”, añade. Kovacsis, que asume que “todo ello no le quita mérito a lo que luego escribió”, es traductor, entre otros, de Karl Kraus, contemporáneo de Zweig y quizá la voz que con mayor poder dramático se opuso a la guerra. Kraus fue más duro que su traductor al español: “Kraus criticaba que los escritores iban al Archivo para escabullirse y no ir al frente, y al mismo tiempo se dedicaban a escribir propaganda para mandar otros al frente”, señala Kovacsis.

¿Pero hasta qué punto los escritos de Zweig se contagiaron de aquel súbito entusiasmo bélico de las principales capitales europeas a partir de agosto de 1914? Es difícil saberlo: en parte porque muchos de sus textos no se firmaban, tanto los del Archivo de la Guerra como los artículos que enviaba al oficialista Neue Freie Presse, y en parte porque el propio Zweig, con su silencio posterior, y los editores de sus obras completas, que los expurgaron, se encargaron de borrar el rastro. Sin embargo, quedan sus diarios y la vergüenza de sus lectores.

La misma editorial que publica a Zweig y Kraus en español, Acantilado, publicó una monumental biografía de Franz Kafka en 2016, obra de Reiner Stach. El 2 de agosto de 2014, Kafka anotó en su diario. “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de Natación”. Las anotaciones de Zweig, sin embargo, eran bastante más comprometidas. Y, leídas hoy, comprometedoras, a juicio de Stach, que recoge bastantes de ellas en lo que es también la biografía de medio siglo XX.

“Lieja asaltada: primero en vano, luego con éxito por los alemanes: una acción heroica”, escribe Zweig el 7 de agosto. Cuando los alemanes apresan a miles de franceses en Metz, anota: “Con un valor único: uno se siente orgulloso de hablar alemán”. Los serbios son “hordas”. En cambio, hundir tres cruceros ingleses con 2.000 soldados a bordo: “un acto heroico de cautela y osadía”. La censura hace estragos, pero él celebra las cifras oficiales: “vivir este día ha sido en verdad hermoso, me alegro ya pensando en mañana. Se habla de cien mil prisioneros”. Los civiles ejecutados, el merecido correctivo a “la suciedad que ha supurado”.

Zweig, obviamente, no fue el único escritor que pasó por el Archivo de la Guerra. Sin embargo, incluso una vez dentro de aquel cuartel amarillo por fuera y blanco por dentro situado en la Stiefgasse, hubo quien se resistió o fue incapaz de escribir propaganda. Rilke, por citar al único de fama hoy comparable a la de Zweig, precisamente por su incapacidad para colaborar en el adorno de los crímenes de guerra acabó relegado a un rincón, separado del grupo y subrayando -literalmente- los balances y las listas con los nombres de los soldados, según cuenta Kovacsis en el imprescindible Guerra y lenguaje (Acantilado).

Karl Kraus, que dejó durante meses de publicar su revista, La Antorcha, como enmudecida protesta ante el horror que él había visto venir y denunciado, jamás le perdonó a Zweig aquella ambivalencia. Años después, en un artículo en el que destripaba un preciosismo verbal cometido por el autor de Fouché, lo describía como “uno de los charlatanes más representativos de la cultura europea”.

Edward Timms, que leyó los diarios de Zweig antes de publicar una biografía de Kraus, consideró que también reflejaban que en el fondo “se sintió horrorizado ante la guerra”, pero criticó su falta de entereza. “Zweig era un pacifista que carecía del coraje para mantener sus propias convicciones”, escribió Timms en 'Karl Kraus, satírico apocalíptico: Cultura y catástrofe en la Viena de los Hasburgo' (La Balsa de la Medusa), publicada originalmente en 1986.

“La totalidad de sus escritos propagandísticos de Zweig fue camuflada por los editores de sus Obras Completas”, añade Timms en una nota. Los diarios de Zweig se habían publicado por primera vez en Alemania dos años antes. En España no se han editado, como tampoco su correspondencia con Romain Rolland.

El catálogo de y sobre Zweig en español sigue creciendo cada mes: durante la primera mitad de este año, una biografía ilustrada de Jesús Marchamalo y Antonio Santos, 'Stefan Zweig, la tinta violeta' (Nórdica); una selección y prólogo de Zweig a varios ensayos de Tolstoi, 'La revolución interior' (Errata Naturae); dos biografías del autor austriaco sobre 'Balzac' (Paidós) y 'Magallanes' (Capitán Swing), y otros dos libros en Acantilado, el sello de casi la mitad de sus títulos españoles: 'Américo Vespucio. Retrato de un error histórico' y, en mayo, 'Encuentro con libros'.

Pero su influencia es global. El biopic 'Adiós, Europa', dirigida por María Schrader, que contaba su huida del nazismo y su suicidio en Brasil, compitió hace dos años por el Oscar a mejor película extranjera. Es tan global, que ya sirve para una cosa y la contraria: para el cosmopolitismo progresista de 'La muerte de la verdad', de la crítica literaria del New York Times, Michiko Kakutani, recién aparecido en español. Pero también para el mal disimulado nacionalismo –aunque se disfrace de “nacidos en Europa”—del columnista conservador británico Douglas Murray, en 'The Strange Death Of Europe', donde la que se suicida directamente es Europa, oportunamente empujada por el subtítulo: “inmigración, identidad, Islam”.

Murray no habla desde luego de la Europa de Juan Vernet (Barcelona, 1923-2011), el autor 'Lo que Europa le debe al islam español' (Acantilado), sino de esa otra a cuyas costas mediterráneas llegan hordas de inmigrantes. “Cuando tú estás viviendo en un sitio, lo que distingue a un nacionalista es que, de repente, te dicen: "usted, no es de aquí". Usted no tiene ni la sangre pura, ni la religión, ni el color ni tiene derecho a hablar aquí”, dice Wishental al otro lado del teléfono, en su casa de Barcelona, mientras busca el libro que le dedicó la mujer de Zweig. “Eso él”, dice recordando al autor de 'El mundo de ayer', “se lo encontró también en Alemania”.

No es descartable que tuviera razón Kraus al criticar el preciosismo, de la forma y por tanto del fondo, en que incurre a veces de Zweig. Exactamente lo que rescata Kakutani en su ensayito: “Había un sentimiento de seguridad durante esos años para las clases media y media-alta”, dice la autora antes de citar al propio Zweig: “La casa de uno estaba asegurada contra el fuego y el robo su campo contra el granizo y la tormenta, y su persona, contra el accidente y la enfermedad”. Así recordaba Zweig el periodo previo a la Primera Guerra Mundial, aunque parezca que estaba soñando con la Unión Europea del siglo XXI.

Contra eso también escribía Kraus en 1926: “Justamente eso es lo que necesita el lector de periódicos. Entre Berlín y Viena la burguesía se ve introducida en la literatura mundial de la mano de Emil Ludwig y Stefan Zweig con el mayor ahorro de tiempo concebible, y la consecuencia es que de ese estilo de gente ya forma parte de ella incluso en París y Londres.” Podría haber añadido Nueva York. “Al lector le hacen habitables y acogedoras las lagunas en que consiste su formación”.

Tampoco es descartable, sin embargo, que el silencio eterno de Zweig no fuera solo producto de una omisión deliberada, o del pudor coqueta con el que siempre se adornan los recuerdos propios. Al fin y al cabo, todo lo que escribió por y para la guerra “eran fórmulas que en el fondo daban vergüenza”, como sugiere Wisenthal. Y, en mitad de los peligrosos años 30, Zweig acabó bajando a la calle a defender lo que escribía. “Él participó en las barricadas en Viena en el año 34, en la lucha por la libertad y los derechos de la gente contra los gobiernos de ultraderecha”, añade Wishental, autor de un ensayo sobre 'Rainier Maria Rilke' (Acantilado).

Para entonces, demasiada gente, en Viena como en Alemania, apoyaba ya a los nazis que luego lo declararían autor “no ario”. Exiliado, el 22 de febrero de 1942 sus criados lo encontraron muerto junto a su esposa en la habitación de su casa en Petrópolis, Brasil. 'El mundo de ayer' se publicó póstumamente.”

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