Karl Kraus |
Artículo de Braulio
García Jaén para “El Confidencial”,
donde analiza los claroscuros de nuestro autor del mes:
La mentira
de Stefan Zweig, retrato de una omisión histórica
“Miles de civiles son ejecutados
cerca del frente al principio de la Primera Guerra Mundial, meros sospechosos
de espionaje. Un escritor austríaco, por entonces ya conocido pero que en los
años de entreguerras se convertiría en un pacifista de fama internacional,
escribe en su diario, en alemán, y pensando como los ejecutores: “Hay que
cauterizar con el hierro al rojo lo que la suciedad ha hecho supurar”. Eso
escribía en privado “el buen europeo de Stefan Zweig”, como lo llamó un
escritor francés amigo suyo a quien Zweig tranquilizaba por carta sobre la
firmeza de su pacifismo. ¿Y en público, qué hacía el autor de 'El mundo de
ayer' en la Viena de la cultura y de la catástrofe de los Hasburgo?
A finales de 1914, Zweig tenía
33 años, la edad de Cristo, el flequillo lacio y la prosa brillante, y se
dedicaba oficialmente a peinar a los héroes. Así es como los privilegiados
miembros del Grupo Literario del Archivo de Guerra, creado al efecto y para el
efectismo, llamaban a su tarea propagandística. Al cuartel llegaban los
informes de los oficiales proponiendo condecorar a algún soldado, y ellos, los
escritores, los adornaban para “atrapar la atención del lector”, según resumen
de un alto mando. De 9 a 15 horas cada día, el estilo de Zweig, que después se
convertiría en el ciudadano del mundo que hoy leemos, se ponía al servicio de
la máquina de picar carne. “Tres historias al día”, esa era la frase hecha que
lo resumía todo. Por las tardes, se reunía con otros escritores en el Café
Imperial a leer los periódicos, estos también acicalados por el Grupo de
Prensa.
Un siglo después, la obra de
Zweig (Viena, 1881-Río de Janeiro, 1942) se edita en España con una regularidad
industrial. Más de un título al mes desde hace cinco años: 79 libros en total
desde 2014, según la base de datos del Ministerio de Cultura. La mayoría son
obras suyas, aunque también hay varios ensayos y biografías sobre “el buen
europeo” del que habló Roman Rolland. Judío, socialdemócrata, perseguido por
los nazis, su autobiografía 'El mundo de ayer', subtitulada 'Memorias de un
europeo', cuesta 27 euros y lleva 26 ediciones (y subiendo). Sin embargo, las
páginas dedicadas a su fiebre nacionalista y sus ejercicios bélicos parecen
arrancadas. Él, directamente, jamás escribió sobre ello el resto de su vida.
¿Vergüenza u omisión de un esteta?
La pregunta cobra interés
probablemente por las mismas razones que su aura no deja de crecer: con el
nacionalismo otra vez burbujeante y la sombra recalentada de los años treinta,
los “forjadores de la conciencia europea”, entre quienes habría que incluir a
Zweig, son más necesarios que nunca. “Los que creemos en la libertad debemos
reconocer donde están las flaquezas de nuestros maestros, porque es absurdo
negar las flaquezas de los seres humanos. Pero también tenemos que reconocer
que luego da su vida por sus ideales, que son los ideales del viejo liberalismo
europeo”, explica el escritor Mauricio Wisenthal (Barcelona, 1943), que en su
juventud alcanzó a conocer a algunos amigos de Zweig y cuya primera mujer,
Friderike, le dedicó un librito que todavía guarda.
“Conociendo estos hechos, si uno
luego lee 'El mundo de ayer' u otros libros, te das cuenta que él retocaba
algunas cosas para aparecer bajo una mejor luz”, dice Adan Kovacsis, traductor
y autor de un ensayo, 'Guerra y lenguaje' (Acantilado), donde analiza el papel
de ese grupo de escritores al servicio de la causa. “Hay algo mentiroso en
eso”, añade. Kovacsis, que asume que “todo ello no le quita mérito a lo que
luego escribió”, es traductor, entre otros, de Karl Kraus, contemporáneo de
Zweig y quizá la voz que con mayor poder dramático se opuso a la guerra. Kraus
fue más duro que su traductor al español: “Kraus criticaba que los escritores
iban al Archivo para escabullirse y no ir al frente, y al mismo tiempo se
dedicaban a escribir propaganda para mandar otros al frente”, señala Kovacsis.
¿Pero hasta qué punto los
escritos de Zweig se contagiaron de aquel súbito entusiasmo bélico de las principales
capitales europeas a partir de agosto de 1914? Es difícil saberlo: en parte
porque muchos de sus textos no se firmaban, tanto los del Archivo de la Guerra
como los artículos que enviaba al oficialista Neue Freie Presse, y en parte
porque el propio Zweig, con su silencio posterior, y los editores de sus obras
completas, que los expurgaron, se encargaron de borrar el rastro. Sin embargo,
quedan sus diarios y la vergüenza de sus lectores.
La misma editorial que publica a
Zweig y Kraus en español, Acantilado, publicó una monumental biografía de Franz
Kafka en 2016, obra de Reiner Stach. El 2 de agosto de 2014, Kafka anotó en su
diario. “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de
Natación”. Las anotaciones de Zweig, sin embargo, eran bastante más
comprometidas. Y, leídas hoy, comprometedoras, a juicio de Stach, que recoge
bastantes de ellas en lo que es también la biografía de medio siglo XX.
“Lieja asaltada: primero en
vano, luego con éxito por los alemanes: una acción heroica”, escribe Zweig el 7
de agosto. Cuando los alemanes apresan a miles de franceses en Metz, anota:
“Con un valor único: uno se siente orgulloso de hablar alemán”. Los serbios son
“hordas”. En cambio, hundir tres cruceros ingleses con 2.000 soldados a bordo:
“un acto heroico de cautela y osadía”. La censura hace estragos, pero él
celebra las cifras oficiales: “vivir este día ha sido en verdad hermoso, me
alegro ya pensando en mañana. Se habla de cien mil prisioneros”. Los civiles
ejecutados, el merecido correctivo a “la suciedad que ha supurado”.
Zweig, obviamente, no fue el
único escritor que pasó por el Archivo de la Guerra. Sin embargo, incluso una
vez dentro de aquel cuartel amarillo por fuera y blanco por dentro situado en
la Stiefgasse, hubo quien se resistió o fue incapaz de escribir propaganda.
Rilke, por citar al único de fama hoy comparable a la de Zweig, precisamente
por su incapacidad para colaborar en el adorno de los crímenes de guerra acabó
relegado a un rincón, separado del grupo y subrayando -literalmente- los
balances y las listas con los nombres de los soldados, según cuenta Kovacsis en
el imprescindible Guerra y lenguaje (Acantilado).
Karl Kraus, que dejó durante
meses de publicar su revista, La Antorcha, como enmudecida protesta ante el
horror que él había visto venir y denunciado, jamás le perdonó a Zweig aquella
ambivalencia. Años después, en un artículo en el que destripaba un preciosismo
verbal cometido por el autor de Fouché, lo describía como “uno de los
charlatanes más representativos de la cultura europea”.
Edward Timms, que leyó los
diarios de Zweig antes de publicar una biografía de Kraus, consideró que
también reflejaban que en el fondo “se sintió horrorizado ante la guerra”, pero
criticó su falta de entereza. “Zweig era un pacifista que carecía del coraje
para mantener sus propias convicciones”, escribió Timms en 'Karl Kraus,
satírico apocalíptico: Cultura y catástrofe en la Viena de los Hasburgo' (La
Balsa de la Medusa), publicada originalmente en 1986.
“La totalidad de sus escritos
propagandísticos de Zweig fue camuflada por los editores de sus Obras
Completas”, añade Timms en una nota. Los diarios de Zweig se habían publicado
por primera vez en Alemania dos años antes. En España no se han editado, como
tampoco su correspondencia con Romain Rolland.
El catálogo de y sobre Zweig en
español sigue creciendo cada mes: durante la primera mitad de este año, una
biografía ilustrada de Jesús Marchamalo y Antonio Santos, 'Stefan Zweig, la
tinta violeta' (Nórdica); una selección y prólogo de Zweig a varios ensayos de
Tolstoi, 'La revolución interior' (Errata Naturae); dos biografías del autor
austriaco sobre 'Balzac' (Paidós) y 'Magallanes' (Capitán Swing), y otros dos
libros en Acantilado, el sello de casi la mitad de sus títulos españoles:
'Américo Vespucio. Retrato de un error histórico' y, en mayo, 'Encuentro con
libros'.
Pero su influencia es global. El
biopic 'Adiós, Europa', dirigida por María Schrader, que contaba su huida del
nazismo y su suicidio en Brasil, compitió hace dos años por el Oscar a mejor
película extranjera. Es tan global, que ya sirve para una cosa y la contraria:
para el cosmopolitismo progresista de 'La muerte de la verdad', de la crítica
literaria del New York Times, Michiko Kakutani, recién aparecido en español.
Pero también para el mal disimulado nacionalismo –aunque se disfrace de
“nacidos en Europa”—del columnista conservador británico Douglas Murray, en
'The Strange Death Of Europe', donde la que se suicida directamente es Europa,
oportunamente empujada por el subtítulo: “inmigración, identidad, Islam”.
Murray no habla desde luego de
la Europa de Juan Vernet (Barcelona, 1923-2011), el autor 'Lo que Europa le
debe al islam español' (Acantilado), sino de esa otra a cuyas costas
mediterráneas llegan hordas de inmigrantes. “Cuando tú estás viviendo en un sitio,
lo que distingue a un nacionalista es que, de repente, te dicen: "usted,
no es de aquí". Usted no tiene ni la sangre pura, ni la religión, ni el
color ni tiene derecho a hablar aquí”, dice Wishental al otro lado del
teléfono, en su casa de Barcelona, mientras busca el libro que le dedicó la
mujer de Zweig. “Eso él”, dice recordando al autor de 'El mundo de ayer', “se
lo encontró también en Alemania”.
No es descartable que tuviera
razón Kraus al criticar el preciosismo, de la forma y por tanto del fondo, en
que incurre a veces de Zweig. Exactamente lo que rescata Kakutani en su
ensayito: “Había un sentimiento de seguridad durante esos años para las clases
media y media-alta”, dice la autora antes de citar al propio Zweig: “La casa de
uno estaba asegurada contra el fuego y el robo su campo contra el granizo y la
tormenta, y su persona, contra el accidente y la enfermedad”. Así recordaba
Zweig el periodo previo a la Primera Guerra Mundial, aunque parezca que estaba
soñando con la Unión Europea del siglo XXI.
Contra eso también escribía
Kraus en 1926: “Justamente eso es lo que necesita el lector de periódicos.
Entre Berlín y Viena la burguesía se ve introducida en la literatura mundial de
la mano de Emil Ludwig y Stefan Zweig con el mayor ahorro de tiempo concebible,
y la consecuencia es que de ese estilo de gente ya forma parte de ella incluso
en París y Londres.” Podría haber añadido Nueva York. “Al lector le hacen
habitables y acogedoras las lagunas en que consiste su formación”.
Tampoco es descartable, sin
embargo, que el silencio eterno de Zweig no fuera solo producto de una omisión
deliberada, o del pudor coqueta con el que siempre se adornan los recuerdos
propios. Al fin y al cabo, todo lo que escribió por y para la guerra “eran
fórmulas que en el fondo daban vergüenza”, como sugiere Wisenthal. Y, en mitad
de los peligrosos años 30, Zweig acabó bajando a la calle a defender lo que
escribía. “Él participó en las barricadas en Viena en el año 34, en la lucha
por la libertad y los derechos de la gente contra los gobiernos de ultraderecha”,
añade Wishental, autor de un ensayo sobre 'Rainier Maria Rilke' (Acantilado).
Para entonces, demasiada gente,
en Viena como en Alemania, apoyaba ya a los nazis que luego lo declararían
autor “no ario”. Exiliado, el 22 de febrero de 1942 sus criados lo encontraron
muerto junto a su esposa en la habitación de su casa en Petrópolis, Brasil. 'El
mundo de ayer' se publicó póstumamente.”
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