16 d’ag. 2019

una hora en la vida de stefan zweig




Una hora en la vida de Stefan Zweig, título de la obra del dramaturgo canario Antonio Tabares, recrea los últimos momentos de Stefan Zweig.  Mientras el matrimonio Zweig prepara, con calculada meticulosidad, todos los detalles de su suicidio, un exiliado judío, recién llegado de Europa, se presenta en la casa. ¿Quién es este extraño e inoportuno visitante? ¿Cuál es su secreto? ¿Es realmente judío o un agente al servicio de los nazis? Y, sobre todo, ¿por qué muestra ese indisimulado interés por una lámina de William Blake que durante años perteneció a Stefan Zweig?

Nos dice el autor de su obra: “En Una hora en la vida de Stefan Zweig no he pretendido ahondar en las razones que llevaron al escritor austriaco a quitarse la vida, razones que por otra parte pueden entreverse en la pérdida definitiva de ese universo espiritual que describió en sus magníficas memorias El mundo de ayer. Mi intención no era tanto incidir en por qué se suicidó Stefan Zweig sino en cómo lo hizo, es decir, cuál fue su actitud ante su voluntaria desaparición. Sus últimas cartas revelan un estado depresivo y desesperanzado; los testimonios de quienes lo trataron en aquellos días del verano austral hablan de un hombre envejecido y agotado física y moralmente. Esta descripción contrasta, no obstante, con la desconcertante meticulosidad con la que Zweig preparó su suicidio. Fue un acto calculado y minucioso, pero no necesariamente frío. Quiero pensar que en esa hora final existía ya una determinación tan firme y consciente por su parte que de alguna manera había logrado desprenderse de sus últimos miedos e incertidumbres.

Y en esa circunstancia extrema imagino a un extraño: Samuel Fridman, un personaje de ficción que quizá no lo sea tanto. “Toda mi vida me han intrigado los monomaníacos, las personas obsesionadas por una sola idea,” –escribe Zweig– “pues cuanto más se limita uno, más se acerca por otro lado al infinito”. Y en efecto, su obra está llena de personajes entregados en cuerpo y alma a un único objetivo; personajes espiritualmente torturados, esclavos de pasiones freudianas que narran su historia para que el escritor a su vez nos la cuente a nosotros. Zweig debió ser un oyente excepcional y su encuentro con Fridman es, en cierto modo, el encuentro del autor con el protagonista de una última novela nunca escrita.

El tercer personaje en liza es Lotte, ese ser en apariencia insulso y enfermizo que, como en los mejores relatos de Zweig, se convierte de manera inesperada en el catalizador por el que los demás (y también ella misma) alcanzan la redención, esto es, la posibilidad de ser libres y fieles a sí mismos, incluso en contra del mundo entero, conforme a la máxima de Montaigne. Esa es la lección que aprenden los personajes de esta obra. Y me gusta pensar que, al hacerlo, los tres logran un triunfo postrero del espíritu frente a la barbarie.”


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