4 d’ag. 2019

clarissa,primera aproximación



Vespres Literaris vuelve a Stefan Zweig.
En enero de 2017 el grupo leyó y debatió sobre “Los ojos del hermano eterno”,  una novela breve sobre la “historia de Virata, a quien su pueblo enaltecía con los cuatro nombres de la virtud pero de quien nada hay escrito en las crónicas de los soberanos ni en los libros de los sabios, y cuya memoria los hombres han olvidado”.  Escrito como una leyenda oriental, situado antes de los tiempos de Buda, narra la vida de Virata, hombre justo y virtuoso, el juez más célebre del reino, que decide un día experimentar el efecto de los castigos que impone, dentro de su jurisdicción,

Esta nueva temporada la inaugura el autor austriaco,  con la novela tardía e inacabada Clarissa,  y es que nuestro autor de este mes está de moda. Desde el año 2014 se han publicado en España unos cuarenta títulos entre obras de Zweig o referidas a la vida y obra del mismo, tal es el interés por el autor de Momentos estelares de la humanidad, que en el primer semestre de este año se han publicado seis títulos más a sumar a los publicados en los cinco años anteriores.

¿Por qué este interés por un autor olvidado?  y que, en palabras de Rafael Argullol, : “[Fue] Tremendamente popular en la Europa de entreguerras, había desaparecido de las estanterías después de la segunda contienda mundial, como si los estudiantes nazis que quemaban sus libros en las plazas de Alemania hubiesen conseguido exterminarlo para siempre. Con frecuencia veíamos Veinticuatro horas de la vida de una mujer y otras novelas de Zweig en las bibliotecas de nuestros abuelos, pero en la universidad ningún profesor recomendaba a un escritor que parecía definitivamente periclitado. Pero los últimos años del siglo XX, el siglo que lo había llevado a la cima y lo había destruido, albergaron el inesperado retorno de Zweig a las librerías de los países europeos. Cuando un retorno de este tipo se produce no hay duda de que la época, con sus interrogantes, lo exige, aunque sea de manera oblicua.” (el subrayado es mío).

¿Es un autor necesario Zweig hoy, en estos tiempos y en las circunstancias que nos han tocado vivir?  La lectura de Clarissa tal vez nos arroje luz sobre esta cuestión, mientras tanto, un librito ilustrado muy breve (apenas 50 hojas), nos puede arrojar luz sobre la personalidad y la obra de nuestro autor:

Afegeix la llegenda
Stefan Zweig, la tinta violeta

Jesús Marchamalo

Ilustrador: Antonio Santos

Editorial Nórdica, 2019

páginas: 48


(fragmento)

“Escribía con una letra pulcra, redonda y firme. Una caligrafía cuidada, tinta violeta, en folios y cuartillas de papel grueso que tenían en el encabezado un monograma con sus iniciales, S, Z, convertidas en sello, en divisa.

Era educado, cortés, mirada inquieta, y en su rostro, tez clara y gesto relamido, destacaba un flequillo lacio sobre la frente y el bigote poblado, grave, de una formalidad administrativa.

Vestía con frecuencia traje oscuro, zapatos relucientes, camisas de un blanco inmaculado y corbatas en las que siempre brillaba un alfiler con una perla.

Nació en Viena, pocos días antes del trágico incendio del Ringtheatre. El 7 de diciembre de 1881, durante la representación de la ópera de Offenbach Los cuentos de Hoffmann, hubo un escape de gas en las candilejas: una explosión apagada, un fogonazo apenas, tras el que aparecieron llamas, al principio inocentes, cautelosas, que se extendieron por el entarimado y acabaron creciendo convertidas en un monstruo voraz.

Alimentado por los densos cortinajes, el terciopelo rojo, los crespones con los colores patrios que colgaban airosos de los palcos, el fuego saltó, ya desbocado, a la platea, y ardieron faldas de encaje y camisas de blonda; se consumieron en pavesas oscuras las corbatas de lazo, los pañuelos de hilo; prendieron las chisteras, el satén, mientras un humo negro, denso, se adueñaba del aire convertido en cortina irrespirable.

Murieron más de cuatrocientas personas y hubo miles de heridos. Desde el salón de la casa de los Zweig se veía la plaza del teatro y asomados a las ventanas contemplaron incrédulos cómo el fuego consumía el edificio casi hasta los cimientos.

Ese fue el primer recuerdo de Alfred Zweig, que tenía entonces dos años: el caos y los heridos, los coches de bomberos, las llamas amarillas, enormes y en apariencia vivas, reflejadas en los cristales de su casa, tétricas a lo lejos, mientras su hermano Stefan dormía plácidamente en la cuna y a su lado la nodriza, Margarete, canturreaba.

Los Zweig, una familia judía acomodada. El padre, Moritz o Moriz, largas patillas, quevedos, pelo ensortijado partido milimétricamente en dos por una raya, fue un exitoso empresario dedicado al comercio textil. Alto, delgado, culto, presumía de no haber solicitado nunca un crédito, de que a su nombre jamás se hubiera emitido un pagaré, de no haber contraído deudas en la vida. La madre, Ida Brettauer, hija de un banquero, refinada, políglota, la reina de la casa, fue perdiendo oído después de su segundo parto y acabó llevando una trompetilla a los conciertos, a las conversaciones de café, a las veladas en el salón de casa, mundanas, relucientes —manteles de hilo, cubertería y copas de cristal—, a las que acudían amigos artistas, abogados, industriales de pompa y circunstancia.”


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