un ácido retrato social
por Javier Aparicio Mayeu
El País, 17/01/2009
"Narrativa. Asociando su nombre al de Kate Winslet y Leo Di Caprio en la adaptación al cine de su novela más rutilante, Vía Revolucionaria (1961), Sam Mendes ha rescatado del olvido a Richard Yates, un cronista virtuoso de la sociedad americana y de sus rituales estilos de vida, durante la Era de la ansiedad surgida después de la Segunda Guerra Mundial, coetáneo de Capote, William Gaddis, E. L. Doctorow, Mailer, Gore Vidal o Kerouac y admirado por connaisseurs como William Styron, Saul Bellow, Raymond Carver o Clint Eastwood. El punto de vista desde el que acostumbra a contemplar a sus personajes, y su ironía un punto amarga, lo sitúa cerca de Cheever, si bien su observación social lo acerca a Salinger o Updike. Sus padres se divorciaron y a Yates el alcohol y la subsistencia le pintaron la vida de gris, por lo que intentó colorearla en las novelas y cuentos que escribió y ayudó a escribir en las universidades de Iowa o Boston: narradores empáticos que cuentan lo que ven apostados a pie de calle y a un palmo de sus personajes, un realismo escueto, evocador e interesado en las miserias domésticas -que, en sus relatos de Once tipos de soledad (1962), es precursor del futuro realismo sucio de Carver y Ford-, aprendido en viejas lecturas de Scott Fitzgerald, la construcción de diálogos-sacados-de-un-brillante-guión-de-Billy-Wilder (Sarah y Emily Grimes hablan de sexo como si fueran Anne Bancroft y Doris Day y ante una cámara), guiños de contextualización social de sus solitarios y mediocres personajes de clase media ("se quedó sentada largo rato mirando fijamente una Coca-Cola", tocando By by, love de los Everly Brothers, un taxi a Times Square, "los niños eran silenciados por la televisión", "¿Sentarse con las piernas cruzadas a hojear el Life mientras alguien se moría?").
(...)
Las hermanas Grimes (1976), citada en Hannah y sus hermanas, contempla la soledad y el desvalimiento de dos hermanas a lo largo de cuarenta años de algo así como un estado del bienestar en perpetuo entredicho. Emily, cosmopolita, busca en sus affaires un refugio para su desaliento, mientras Sarah, más convencional, arrastra su tristeza por un matrimonio con un inglés con el que abandona Nueva York para embarrancar en otro suburbio. Detrás de su retrato neovictoriano, su madre, inspirada en la suya propia, y la sombra lejana de un padre alcohólico que decía ser más de lo que era en realidad.
Yates, cuya narrativa temperada pero plástica con frecuencia resulta hipnótica, dispone toda una sociedad vacua y conformista bajo su objetivo, pero le interesa retratar a los personajes enfermos de ansiedad que la padecen, a los luchadores que estrellan sus ideales contra el muro social, a los iluminados por la ilusión que naufragan entre quienes profesan la indolencia en blanco y negro. "No lo transformes en un melodrama", pide uno de los personajes de Las hermanas. Y él le hace caso y no carga las tintas de su crónica porque sabe que la elocuencia de su estilo desapegado lo hace innecesario. Primeros planos para un crítico retrato social del Sueño Americano al que le ha sabido extirpar todo sentimentalismo, pero que mantiene intacta su tristeza, su lúcido sentido de la condición humana en la tragedia cotidiana."
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