5 d’oct. 2024

literatura islandesa, 1

 

por Enrique Bernárdez

en Diccionario Histórico de la Traducción en España (DHTE)


    "Las literaturas de lengua española y lengua islandesa han estado alejadas durante siglos. La literatura islandesa ha sido casi totalmente desconocida en los países de lengua española hasta hace muy poco tiempo, pese a un tímido intento a fines de los años 50 del siglo XX, a raíz de la concesión del premio Nobel de Literatura de 1955 a Halldór Laxness. Sólo Jorge Luis Borges se ocupó de Islandia, pero su interés quedó siempre limitado a la época medieval. Existen, sin embargo, puntos de contacto a lo largo de la historia, aunque se trata fundamentalmente de la existencia de composiciones autóctonas e independientes en ambas lenguas a partir de obras europeas, y por lo general en la Edad Media. Un repaso de la traducción de obras islandesas en España es, al mismo tiempo, un recorrido por los momentos clave de esa literatura: la Edad Media, época de las Eddas y las Sagas, y el siglo XX, así como el momento actual. Esta secular ignorancia (e indiferencia) de lo islandés hace que tampoco haya existido, hasta hace apenas una decena de años, bibliografía secundaria, y que las huellas de esa literatura sean frecuentemente difíciles de rastrear. No hay duda de que algunos autores contemporáneos han representado auténticos éxitos en la crítica, y en algunos casos las buenas críticas fueron acompañadas de éxitos de ventas. Los comienzos de la traducción de obras medievales islandesas coinciden con una creciente afición de lectores y editores por los temas históricos, muy especialmente la novela histórica, y de forma más concreta por el medievo. Esto explica también que algunas de las obras traducidas fueran objeto de diversas ediciones, en la misma o en distintas editoriales. Por otra parte, y en mucho mayor grado que en literaturas más familiares, el acceso a la literatura islandesa de cualquier época está prácticamente limitado a las traducciones: al castellano o, cuando no existen, a las versiones inglesas o francesas; pocos son los lectores capaces de leer el islandés antiguo o moderno, entre otros motivos porque no existen estudios de esa lengua en ninguna institución española.

    La cuestión del inicio de la literatura islandesa es compleja y se complica más todavía porque buena parte de los textos «nórdicos» (con excepción del finés y otras lenguas de su familia lingüística) más antiguos han llegado hasta nosotros solamente a través de Islandia. Recordemos que la isla del norte fue colonizada a partir del año 875, que adoptó oficialmente la religión cristiana en torno al año 1000, y que ya en el siglo XI, pero sobre todo a partir del XII, empezaron a ponerse por escrito obras nuevas, traducciones del latín y otras lenguas (como el inglés antiguo), así como textos tradicionales que se seguían transmitiendo oralmente. En realidad, la forma ordenada y pacífica en que Islandia adoptó el cristianismo, con toda su infraestructura cultural, permitió la conservación de tradiciones paganas que fueron eliminadas drásticamente en otros territorios nórdicos, para dar carácter de exclusividad a lo cristiano. En lugares como Dinamarca, donde el cristianismo es también antiguo, el peso del latín hizo que algunos textos de origen pagano se diesen en esa lengua, en vez de la vernácula. Sucedió así con la Historia de los Reyes Daneses de Saxo Gramático, traducida por Santiago Ibáñez Lluch, y otros textos que sólo existen entre nosotros en forma parcial, como el relato de Adán de Bremen y otros de diverso origen no germánico.

    Los textos más antiguos son, indudablemente, los rúnicos. Por los romanos solamente se sabe que los germanos contaban con poemas heroicos tradicionales, aunque no nos proporcionan ningún ejemplo. En escritura rúnica, nacida probablemente a comienzos de la era, apenas hay textos que se considerarían ahora como literarios. Una excepción es sin duda, precisamente, uno de los textos más antiguos, el que remataba uno de los perdidos cuernos de oro de Gallehus, en la actual Dinamarca, que mostraba todas las características de lo que se llamó «verso largo germánico». Hay traducciones, incluso con análisis filológico, en varias obras generales sobre cultura y literatura germánicas antiguas (Los mitos germánicos de Enrique Bernárdez, M., Alianza, 2002 y Mitología nórdica, de 2017, también en Alianza). Una obra pionera y fundamental, como es Las antiguas literaturas germánicas redactada por J. L. Borges con la ayuda de Delia Ingenieros primeramente, y con María Kodama en una edición posterior (México, FCE, 1951; reed. en 2003), ofrece breves retazos; lo mismo sucede en las Literaturas germánicas medievales de Borges y M.ª Esther Vázquez (Buenos Aires, Falbo, 1966; reed. Alianza, 2008). Sin embargo, sólo una inscripción, precisamente la más larga, la de Rök, en Suecia, contiene un fragmento perteneciente, sin duda alguna, a un poema más amplio.

    Pero la literatura nórdica propiamente dicha comenzó con las Eddas y las Sagas. Las primeras constituyen una extensa colección de poemas en metro tradicional germánico (semejante al de Beowulf y otros poemas anglosajones, o al Hildebrandslied alemán), y de orígenes geográficos y cronológicos muy diversos. Algunos son exclusivamente nórdicos, otros parecen pangermánicos, como los referentes al mito de Sigurd/Sigfrido y el oro del Rin. Algunos son muy antiguos, otros debieron de ser compuestos casi contemporáneamente con la recopilación misma. Ésta se puso por escrito en Islandia a mediados del siglo XIII, y seguramente varios de los poemas se compusieron en la isla, aunque se sabe que alguno procede de las islas Feroe o de Groenlandia, que formaban parte por entonces del ámbito lingüístico y cultural islandés. Naturalmente, en todos los casos es plausible imaginar que los poemas «matriz», que podían tener siglos de antigüedad, se habían ido modificando siglo tras siglo, como es habitual en los textos tradicionales, aunque la perfecta conservación de los metros tradicionales en Islandia hizo que la lejanía respecto a los originales fuera escasa. No debe olvidarse, a este respecto, que hasta hoy mismo pervive en Islandia una forma idiosincrásica de poesía popular cantada, llamada rímur («rimas»), que tanto en el metro poético como en el vocabulario y las formas de sintaxis poética dislocada, pero también en las formas musicales utilizadas, es una clara continuación de la tradición de Eddas y escaldas. Con excepción de algún fragmento incluido en novelas contemporáneas, como Gente independiente, de H. Laxness, no existe traducción de ninguno de los numerosos y a veces larguísimos ciclos de rímur, ni una antología de estos poemas tradicionales y actuales.

    Sea como fuere, la primera obra islandesa, o nórdica, de auténtica importancia literaria y suficiente trascendencia internacional, es la Edda, llamada también Edda mayor o Edda poética. En otras lenguas europeas, sobre todo en el norte del continente, se tradujeron en su totalidad a lo largo del siglo XIX. España no fue una excepción en ese interés generalizado, y en 1856 se publicó en Madrid (Imprenta La Esperanza) una versión de ambas Eddas que se presenta como «traducida de la antigua lengua escandinava» por Ángel de los Ríos, aunque seguramente se hizo a través del francés. Otra obra que recibe el nombre de Edda es de un carácter muy distinto a la Edda mayor, aunque está estrechamente relacionada con ella; se trata de Edda de Snorri o de Edda menor, obra de Snorri Sturluson (1174–1241), que no se tradujo hasta principios de los años 1980: J. L. Borges (La alucinación de Gylfi; M., Alianza, 1983), Luis Lerate (Edda Menor; Alianza, 1984, reed. en 2008) y E. Bernárdez (Textos mitológicos de las Eddas; M., Editora Nacional, 1982, con nueva ed. en M., Miraguano, 1988) sacaron al mercado casi el mismo texto, aunque la edición de Bernárdez comprendía pasajes de la Edda mayor de contenido mitológico; Lerate publicó más tarde una edición completa de la Edda mayor (Alianza, 1986; varias reed.).

    Otro género poético fundamental es el representado por la poesía escáldica y sus practicantes, los escaldas, poetas cortesanos que escribieron entre los siglos IX y XIV complejos poemas en los que las formas tenían más importancia que el contenido. Estos poemas se han conservado, en su mayor parte, integrados en las sagas. De ahí que los poemas escáldicos hayan aparecido en castellano dependiendo de las sagas en las que se encuentran. Es lo que sucede con las composiciones de Egill Skallagrímsson, que aparecen en su espléndida saga, traducida por E. Bernárdez (Editora Nacional, 1983; nueva ed. Miraguano, 1996). Existe, sin embargo, una colección de poemas nórdicos antiguos, debida a L. Lerate, en la que se encuentran también poemas de este tipo (Poesía antiguo–nórdica; Alianza, 1993). La complejidad formal ha presentado no pocas dificultades a los traductores, que por regla general han optado por soluciones que simplifican el original, si bien manteniendo un texto suficientemente anómalo en castellano como para que el lector se dé cuenta de que la lengua que se está utilizando no es la misma que la del texto en prosa que lo rodea.

    Lo cierto es que, como el número de sagas aparecidas en castellano es ya elevado, se cuenta al mismo tiempo con versiones de muchos de estos poemas. Las sagas en cuestión representan el género más genuinamente islandés en la literatura medieval. Se trata de relatos en prosa, de longitud muy variable, que suelen contar la vida de personajes islandeses de especial importancia. Se escribieron fundamentalmente entre los siglos XII y XIV, con una forma objetiva, lenguaje sencillo y sintaxis poco complicada. Las primeras sagas traducidas al castellano lo fueron del inglés: Saga de los groenlandeses y Saga de Erik el Rojo (en un mismo volumen, en versión de Antón y Pedro Casariego; M., Siruela, 1993). Directamente del islandés son las versiones de la Saga de Njáll por E. Bernárdez (M., Alfaguara, 1986; nueva ed. revisada Siruela, 2003), diversas sagas breves y þættir o sagas equivalentes a relatos breves, como los contenidos en la antología Sagas islandesas del mismo traductor (M., Espasa–Calpe, 1984) y luego otras a cargo de diferentes traductores.

    De los otros textos medievales de interés histórico apenas se ha traducido nada al castellano, excepto en forma de fragmentos en obras diversas; aunque existe una traducción del Landnámabók, libro en el que se narran los primeros tiempos de la colonización de Islandia, con riquísima información histórica y cultural acompañada de un innegable interés literario, pues encontramos breves þættir con hechos especialmente memorables. Una excepción digna de mencionarse es la versión de una parte de la Historia de Saxo Gramático, monje danés que escribió, en cuidado y cultísimo verso latino, una historia de los reyes del Norte que contiene elementos reconocibles como textos islandeses. Hay otros libros medievales que vieron la luz en España; se puede mencionar un antiguo código legal sueco, Las Leyes del Gulathing (Salamanca, U. de Salamanca, 2005, por M.ª Pilar Fernández y Teodoro Manrique) o la versión islandesa del Roman de Tristan de Thomas, que, además, fue la primera obra medieval que se vertió del islandés al castellano, por Álfrún Gunnlaugsdóttir, acompañada de un extenso estudio (Tristán en el Norte; Reikiavik, S. Árna Magnússonar, 1978). Llama la atención asimismo que se cuente en castellano con una saga rara vez traducida, la Saga de Bósi, obra de Mariano González Campo (Valencia, Tilde, 2003), que es uno de los poquísimos ejemplos de relato con elementos eróticos. Es un indicio, sin duda, de que la traducción de la literatura nórdica medieval posee ya una clara entidad en España.

    Un género peculiar de toda la Europa medieval, y que tiene también su gran papel en el Norte, son las baladas. Las islas Feroe son el único lugar donde han permanecido vivas hasta hoy: no sólo los textos antiguos, sino también las melodías, la forma de bailarlas en grupo, e incluso la composición de baladas de tema nuevo, además de las que se fueron componiendo a lo largo de los siglos desde finales de la Edad Media. El castellano es casi la excepción al contar con una cuidada versión de algunas de las más conocidas: Saga de los feroeses (Miraguano, 2008; trad. de M. González Campo).

    Los cuentos populares no son literatura medieval, ciertamente, aunque no carecen de relación con ella, sino todo lo contrario. Muchas veces se trata de leyendas que explican el origen de algún elemento peculiar del paisaje. No existe ninguna colección de cuentos islandeses en castellano, aunque sí en gallego, a cargo de José Antonio Fernández Romero y Valentín Arias (Lendas islandesas; Vigo, Xerais, 1982). Conviene añadir que todas las traducciones, desde las primeras, cuentan con introducciones suficientemente eruditas para permitir que el lector no familiarizado con el tema adquiera los conocimientos contextuales precisos para una mejor comprensión de las obras."

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