el Tajo a su paso por Lisboa |
“La niña disculpe pero es por
culpa de estas cosas y otras más que tengo el corazón hecho una pena, y mi
sobrino, con la cartera en las rodillas, en espera de la noche para entrar en
casa como yo espero el día para entrar en la muerte porque, no sabiendo gran
cosa, sé que moriré de día, durante las primeras horas del día, con un vecino médico,
llamado con tal urgencia que ni tiempo tuvo de peinarse, que me ausculto el corazón parado pensando que
lo oía cuando lo que realmente oía era el cangilón del ascensor, y conmigo morirán
los personajes de este libro al que llamarán novela, que en mi cabeza, poblada
de un pavor del que no hablo, tengo escrito y que, según el orden natural de
las cosas, alguien, un año cualquiera, repetirá por mí del mismo modo que Benfica
se ha de repetir en estas calles y fincas sin destino, y yo, sin arrugas ni
canas, cogeré la manguera y regaré, por la tarde, mi jardín, y la palmera de
Correios crecerá de nuevo antes que la casa de mis padres y que el molino de
zinc pidiendo viento, y mi hermana, viuda también y sin el pecho Izquierdo,
amputada del pecho por un cáncer, un cáncer como el mío, un cáncer, un cáncer,
No es que yo tenga miedo a las tormentas, hay pararrayos por todas partes y además
de qué sirve tener miedo, pero no cuelgues todavía,
(yo prometo que no cuelgo, yo
converso contigo, somos árboles muy grandes que cuesta abatir, somos los
últimos árboles de este barrio sin árboles, excepto los del bosque que por milagro
resisten la furia sin razón de los constructores, tal vez los forren de
azulejos, tal vez los embutan en marcos de aluminio como embutieron los pomares
y los becerros del Poço do Chào, levantando a nuestro alrededor un presente sin
pasado, una especie de futuro donde solo los grifos tienen derecho a lágrimas,
somos árboles muy grandes, madre, somos árboles, pero en qué lugar, explíqueme,
se encuentran las raíces si nos han pavimentado y enmaderado y alfombrado la
tierra, si hasta el suelo del cementerio han cubierto de baldosas y si para mi
cuerpo, aunque todavía delgado, reducido a una sombra que porfía y que
protesta, ni dos palmos de hierbas restan y este apartamento se empequeñece
hasta la exacta dimensión de mi asombro, de manera que inventé la Rua Ivens, de
manera que inventé Tavira y Esposende y Johannesburgo y Loures, de manera que
inventé Alcântara y el río y los trenes y Peniche e ignoro si el Tajo existe
todavía, y la playa de la Cruz Quebrada, y los sumideros por donde se escurre
esta ciudad que odio de tanto quererla…, pero no inventé Mortágua, no inventé
Sao Martinho do Porto, no inventé Benfica, Benfica no, no inventé Benfica, no
inventé la agonía de mi padre, no inventé el fin de mi madre, no inventé esta
muerte, yo converso contigo, yo no me voy, yo no cuelgo todavía, pero como
expresarte, hermana, el terror que me espera si no hablo de sentimientos,
detesto la intimidad de la tristeza, detesto lo que en el miedo existe de
untuoso, lo que en la desesperación existe de obsceno, nunca he reído mucho
tampoco, creo que no sé reír, cuando mi hija rió por primera vez yo temí por
ella, caminaba tambaleando a mi encuentro con las manos abiertas contra la
pared, hija, hijita, Sofía, yo no cuelgo todavía, yo converso contigo, aunque
no fuésemos árboles muy grandes sería difícil abatirnos y aunque nos abatan
quedaremos en los retratos, en los álbumes, en los espejos, en los objetos que
nos prolongan y recuerdan, en los relojes, Dios mío, que pararan con nosotros
en el momento en que paremos, y tu sonriéndome, hace tantos años, la hasta hoy
única sonrisa, disculpa, que me hizo llorar)”
El orden natural de las cosas
António Lobo Antunes
pàg. 289-291
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