16 de juny 2014

l'expressivitat de Goya

“Perro semihundido”
Francisco de Goya
1820-1823
Oli. Pintura mural traslladada a llenç
131 cm alt, 79 cm ample
museu del Prado
"Aquesta escena es va titular" Un perro ", en l'inventari de les obres en propietat del fill de Goya, redactat en data indeterminada, a mitjan segle XIX, pel pintor Antonio Brugada (1804-1863), que va tornar a Madrid en 1832 de l'exili a Bordeus.  Es va descriure, i en aquest cas es va il·lustrar, per primera vegada, juntament amb la resta de les escenes, en la monografia de Charles Yriarte sobre l'artista, de 1867, amb el títol de “Un perro luchando contra la corriente".

Decorava una de les parets laterals a la sala de la planta alta de la “Quinta del Sord”, juntament amb una escena titulada "Dos brujas”, atribuïda per Yriarte a Javier Goya, adquirida més endavant pel marquès de Salamanca i en l'actualitat, no localitzada. En el catàleg del Prat de 1900, se li va donar el títol de "Perro semihundido".

Font: museu de El prado


“Avanzaron por la galería desierta, Tristano abría la marcha como un guía turístico sin turistas, y tomo por las escaleras. Saltémonos el resto de los cuadros, dijo, no nos interesan, hoy por lo menos no nos interesan, tal vez algún día vuelvas sola a este museo y veas la belleza, que será tu primavera marchita, pero hoy vamos a ver el perro amarillo, ¿no oyes como gañe?, creo que se está muriendo de sed,  démosle de beber, quién sabe cuánta gente le pasa por delante todo el año, lo mira con la indiferencia con la que se mira a un perro y no le da ni siquiera esa gota de agua que le haría falta, pero hoy es el día adecuado, no hay ni un alma, y tal vez el guardián de la sala se haya quedado dormido en su silla, si yo fuera el director de este museo impondría que delante del perro hubiera siempre un cuenco de agua fresca, pero los directores de los museos ignoran los deseos de sus cuadros, se limitan a cumplir con su oficio, les importa un bledo que el perro siga sufriendo para siempre, como quiso el pintor... El guardián dormía, como había previsto Tristano. Entraron, y el perro los miro con los ojos implorantes de un pequeño perro amarillo enterrado en la arena hasta el cuello, colocado ahí para sufrir, con el objeto de que se sepa per saecula saeculorum cuál es el sufrimiento de las criaturas que no tienen voz, que en el fondo somos todos nosotros, o casi. La Guagliona lo miro, después se volvió sobre sí misma, apoyó un brazo contra la pared y apoyó en el brazo la cabeza.  Es insoportable, dijo, no se puede mirar. Si solo es un baño de arena, dijo Tristano, el pintor le ha ordenado que tome baños de arena. Te lo ruego, no digas nada más, dijo ella. ¿Es que crees que el electrochoque en los manicomios es mejor?, dijo él, ya sabes, era un perrito extraviado, vagabundo sin duda, hijo de ignotos, deambulaba por las periferias, llevaba un hatillo, un pedazo de pan, dormía dentro de cajas de cartón, no iba ni siquiera al peluquero para perros, en definitiva que estaba realmente out, de modo que el pintor pensó en hacer algo útil para la sociedad y para su príncipe, pasó con el lazo de su paleta, lo atrapo y lo enterró en la arena hasta el cuello, así aprenderás, perro vagabundo, ahora ya no podrás morder a nadie, el barrio se ha quedado tranquilo, los ciudadanos duermen en paz y el monarca es feliz. Era mala persona, dijo Rosamunda, era un pintor malo. No, era bueno, la corrigió Tristano,  solo era malo consigo mismo, era un perro sin collar. El aire estaba viciado en aquella sala, y olía a moho y a los alientos del día anterior. Si por lo menos hubiera aire acondicionado, dijo ella. Haz el favor, Rosamunda, dijo Tristano, esta es la España de hoy en día, al Caudillo le importa un bledo la modernidad, y otro bledo vosotros, los americanos, el está pensando en defender Occidente del comunismo, como verás que antes o después dirá alguien, qué pretendes que le importe el aire acondicionado,  él se contenta con el fresquito de las sacristías.  Se sentaron en el suelo. Tristano miraba fijamente a los ojos del perro, la Guagliona lo miraba de refilón, de vez en cuando, Tristano no sabía qué decir, y se preguntaba por qué la había llevado a ver aquel cuadro... Sabes, escritor,  si Tristano hubiera tenido el don del vaticinio, le habría dicho que algún día se encontraría con aquel perro, le habría dicho, Rosamunda, algún día reconocerás a este perro,  por lo demás no es un perro, es una perra, pero es difícil adivinar el sexo de un perro enterrado en la arena, yo,  sin embargo,  sé que es una perra... pero Tristano el don del vaticinio no lo tenía, por eso te estoy contando a ti lo que hubiera debido intuir el,  porque ciertas señales han de ser comprendidas a tiempo, no cuando uno está muriéndose...”
Tristano muere
Antonio Tabucchi
Anagrama, 2004
pàg: 85-87

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