wang shuo |
Wang Shuo (Nanjing, Xina, 1958) és un dels noms indispensables de
l'actual literatura xinesa. Les seves obres van ser prohibides en 1996 per les
autoritats del seu país (a dia d'avui segueixen prohibides), que consideren a
l'autor un “contaminador espiritual”. Tot i això s'ha convertit en una icona
cultural, i ha venut més de deu milions d'exemplars de la vintena de novel·les
que ha publicat a la Xina. Està considerat el precursor de l'anomenada “Punk
Lit”, una literatura que transgredeix el políticament correcte, abordant el
tema de la modernitat urbana més amoral. A més de ser un prolífic escriptor ha
treballat com a guionista i director de cinema. La pel·lícula “Jocs arriscats”, del director Jiang Wen, està basada en una de les seves
novel·les.
Transcrivim l'inici de la seva
obra més mordaç i hilarant: "Fes el favor de no dir-me humà", de
1989.
“—Señores accionistas,
permítanme comenzar recordándoles el orden del día. Punto primero, exposición
del estado de la cuestión por parte del camarada director de la Secretaría General,
Zhao. Punto segundo, con la intención de disipar ciertas críticas y
desconfianzas que han surgido entre los señores accionistas hacia los miembros
directivos de la Secretaría General, análisis de esas legítimas preocupaciones
y prueba de que la competición en cuestión fue y será real; disponemos de una
cinta de vídeo de los Juegos Olímpicos que tendremos el placer de emitir para
los señores accionistas en el descanso. Punto tercero, cambio de nombre de la
organización pugilística de boxeo libre. Y, cuarto y último, con la finalidad
de mejorar en todo lo necesario la operatividad de las organizaciones
colaterales con que llevar a buen puerto nuestros proyectos relativos al gran
combate, tercera recogida de fondos, así que rogamos nadie abandone la sala hasta
haber tratado este último asunto.
Los asientos de aquel auditorio,
con capacidad para más de mil personas, estaban todos vacíos. En el escenario,
los miembros de la junta directiva se hallaban sentados codo con codo alrededor
de una mesa ovalada.El foco que daba de lleno en la cara del hombre enormemente
atractivo que actuaba en calidad de presidente se movió unos centímetros hasta
detenerse en el rostro de otro hombre totalmente despeinado, con un cutis suavísimo
y unas gafas cuyos cristales emitían unos reflejos que probablemente no
permitían a los demás que le vieran bien los ojos mientras hablaba como una
auténtica metralleta, vertiginosamente, escupiendo un chorro de palabras por
una boca en constante tensión.
—Si me permiten —intervino Zhao,
el presidente de la Secretaría General del comité chino de competición con el
foco dándole en la cara—, quisiera ahora exponer el estado de la cuestión en
cuatro apartados y comunicarles cuáles han sido los avances logrados por la
Secretaría. Tengan la amabilidad de esperar a que dé fin a mi informe para
empezar con sus ruegos y preguntas, preguntas que pueden hacerme en persona o
por escrito y que responderé sin falta; si no entraran dentro de mis
competencias, sería el compañero al cargo quien se ocupara de contestarlas.
Bien. En primer lugar, quisiera mostrar públicamente mi más firme confianza en
el grupo que forma la Secretaría; es un grupo excelente que ha tenido
excelentes resultados. En segundo, quisiera recordarles que este grupo ha
estado desempeñando un arduo trabajo y, como muestra de ello, es mi deseo
leerles estas cifras que tengo aquí: desde los albores de sus fatigas, ni uno
solo de los camaradas de la Secretaría ha podido comer una sola vez con tranquilidad
y sobremesa; ni uno solo se ha podido echar una siesta a gusto; entre todos,
sumando todas las distancias individuales, han recorrido en sus gestiones el
equivalente a ir desde Pekín a San Francisco cruzando el Pacífico en línea
recta, han consumido siete mil sopas de sobre con fideos, fumado más de catorce
mil cigarrillos y bebido más de cien kilos de té, y las cuentas de todos estos
gastos están claras como el agua, que ni un céntimo se nos ha metido a nadie en
el bolsillo. Lo tercero que deseaba señalar es que hasta en aquellos casos en
que alguno de los camaradas hubiese podido echar una yemita de huevo a la sopa
o algo de ginseng al té para tonificarse en las largas noches de cansancio
interminable, hasta en esos casos hemos tomado nota de ello, y a la vista de
todos está en los libros de cuentas. Correcto. Hummm.
Dicho esto, pasemos al último y
cuarto apartado referente al estado de la Secretaría. Recordarán que, en la
última junta de accionistas, se tomó la resolución de buscar a un especialista
en las artes marciales de la secta del Sueño Revelado. Pues bien, nada más
acabada aquella junta despachamos en su busca ocho corceles con ocho jinetes
hacia todos los puntos cardinales, y los resultados a las diez de la noche de
ayer, hora local, eran estos: Que, habiendo regresado siete de esos ocho
mensajeros desde los puntos más remotos del mundo, y habiendo atravesado altas
cordilleras y surcado turbulentos mares, arribaron todos con las manos vacías.
Esto quiere decir que nuestra última esperanza está depositada en el octavo
corcel, que aún está por llegar, pero cabe decir que se trata de la más
eficiente de nuestros camaradas de la Secretaría, la más capaz, la más
aguerrida; “¡Vuelve con él o no vuelvas!”, le dije al partir, y bastaría con
que la persona que estamos buscando aún tenga los pies sobre la tierra para que
Bai la encuentre y nos la traiga. Mi confianza en ella es absoluta. No
obstante, si queremos prever con seriedad lo que se nos avecina, deberíamos
también considerar la posibilidad de que ese maestro en artes marciales de la
secta del Sueño Revelado haya pasado ya a mejor vida. Sería posible, desde
luego, porque, a fin de cuentas, la última vez que supimos algo de él, quiero
decir, la última noticia que tuvimos de él data de hace noventa años y es una
fotografía en la que se le puede ver, bastante bien, junto a otros héroes de la
rebelión de los Bóxer camino del paredón.
Zhao tomó de la mesa un
portafolios negro de piel, lo abrió y sacó una fotografía ampliada en blanco y
negro en la que se veía a una serie de soldados que, con las espadas
desenvainadas al hombro, conducían a unos hombres en fila india camino de la
muerte. Una diminuta flecha dibujada en negro señalaba a uno de estos; tenía la
coleta sin cortar, larga y enroscada en un cuello grueso y fuerte como el de un
buey, y estaba todo él ennegrecido por el sol.
—Esta foto nos la envió nuestro
agente en París; es copia de una del Museo del Louvre. Esa flecha señala al que
entonces era el maestro máximo en las artes marciales de la secta del Sueño
Revelado. Pero desconocemos su nombre, sus apellidos, su lugar de nacimiento,
todo.
Zhao pasó la fotografía al que
estaba a su lado y todos los demás se apresuraron a hacer corro para poder ver
al hombre de aspecto brutal en ella retratado.
— ¿A que tiene pinta de jifero?
—preguntó Zhao al que tenía la foto en la mano, el gerente general, uno muy
repeinado, con gafas doradas de montura Armani y trajeado a la occidental, al
tiempo que se levantaba para retirarse un poco a encenderse un cigarrillo—.
Pues bien, mucho ojo: las apariencias engañan.
— ¿Y cómo podemos estar seguros
de que es de verdad maestro en artes marciales? —quiso saber un hombre muy
delgado.
—Por cuatro fuentes de
información —contestó Zhao pausadamente, dejando caer la ceniza del pitillo en
el cenicero—. Lo primero que hicimos fue indagar en los archivos oficiales de
la dinastía Qing, amén de consultar numerosas historias extraoficiales del
periodo que abarca la rebelión de los Bóxer en las ciudades de Pekín y de
Tianjin, y en todas ellas encontramos el dato siguiente: que el maestro en
artes que buscamos se hallaba bajo el mando del gran revolucionario Cao Futian,
y que era alguien con una fuerza sobrehumana, alguien a quien las balas de los
enemigos occidentales no lograban siquiera rozar la piel. Sabemos que en
Tianjin degolló gran número de extranjeros en el Parque del Bambú Purpúreo y en
la iglesia que había en la parte este del barrio de Shiku, y también que,
después de haber caído toda la parte que va desde Pekín a Tianjin en manos del
enemigo, se le vio en la quinta columna por la villa de Gaojia. Pero aún hay
más. Nos consta también que después fue capturado en compañía del Gran Maestro
de las Cinco Espadas y fue decapitado en la plaza del mercado. Bien. Hasta aquí
la primera fuente de información. Correcto. Ahora viene la segunda. Gracias a
esta fotografía pudimos dar con el que está conduciendo a nuestros hermanos al
paredón, bueno, no con él exactamente, que se suicidó por miedo durante la
Revolución Cultural, sino con sus descendientes; lo importante es que gracias a
ellos hemos encontrado el Manual de artes marciales de la secta del Sueño
Revelado, lo tenía el señor Gui, un vecino de Tianjin, en su domicilio sito en…
en… sí, aquí está, en el número ciento veinticinco de la Avenida de la Muralla,
y había llegado a sus manos cuando se dedicaba a detener a los que se habrían
sumado a la rebelión de los Bóxer, pero desgraciadamente no sabemos a través de
quién lo consiguió, porque seguro que el que se lo dio jamás desveló su nombre
al caer en manos enemigas sino que, como todos sus compañeros de armas, se limitó
a gritar: «¡De aquí en veinte años nos las volveremos a ver!». Parece que
nuestro hombre sólo participó en una matanza contra los Bóxer al verse forzado
a vida o muerte por los extranjeros, y que fue justamente durante esa matanza
cuando le sacaron la fotografía. Luego tenemos una tercera fuente de
información en el autor de esta fotografía, un francés llamado Pierre Fromage
al que también hemos podido localizar, o, mejor dicho, en su hijo, actualmente
destinado en la embajada de Francia en Pekín, un joven llamado Petit Pierre
Fromage. El hijo nos facilitó de mil amores una lista de todos los compañeros
de armas de su padre, y he de decir que es un joven que realmente aprecia al
pueblo chino con sincera amistad. En fin, así es cómo, tras haber dado muchas
vueltas, terminamos en una ciudad del sur de Francia, que se llama Toulouse,
con el señor Ladour, que es precisamente ese europeo que sale en la fotografía
con uniforme de comandante al final de la fila de los condenados a muerte. Era
un alto mando. Hoy día tiene más de cien años, pero está como un roble y
recuerda la mayoría de los hitos históricos del siglo XX de China como si
hubieran sucedido , y es, por descontado, un sinófilo declarado que admira
profundamente a nuestro pueblo. Así que, cuando supo detrás de lo que
andábamos, ni que decir tiene que se mostró encantado de explicarnos que ese
chino al que señala la flecha de la foto era, en efecto, “aquel hombre extraño
capaz de cambiar el curso de las balas por el aire”. El señor Ladour se
acordaba perfectamente de haber luchado cuerpo a cuerpo con nuestro maestro en
artes en una ocasión, de cómo un pelotón entero disparó a nuestro hombre y cómo
hizo este que las balas se volvieran hacia los soldados extranjeros que las
acababan de disparar matándolos a todos, y de cómo después nuestro maestro tomó
un fusil y disparó al tuntún apuntando al cielo sin haberse imaginado que la
bala le iba a dar justamente en la cabeza al caer. Al parecer, fue esa
coyuntura la que permitió a los enemigos abalanzarse sobre él cual manada de
lobos y ponerle cangas y grilletes.
— ¡Qué mala suerte!
— ¡Vaya faena!
—Y, dicho sea de paso —prosiguió
el director Zhao cuando los comentarios hubieron cesado—, el señor Ladour
siente un profundo pesar por todo lo que hizo en sus años mozos y me ha rogado
que transmita al pueblo chino sus más sinceras disculpas. “
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