El taoísmo
compara el “wu wei”, o “no acción”, con la naturaleza pasiva y a la vez
perseverante del agua de un río. El agua es, en apariencia, débil y delicada,
pero su fuerza erosiona poco a poco la roca más sólida.
A diferencia
de los materiales sólidos, el agua no tiene voluntad, decían los primeros
taoístas, pero ello le permite llenar cualquier recipiente y tomar cualquier
forma, así como buscar el más mínimo resquicio para escurrirse.
Usando los
mismos principios de “acción decreciente” -o perseverancia no revolucionaria-,
capaz de transformar el fondo de las cosas sin recurrir a revoluciones,
pogromos, cazas de brujas, gregarismos totalitarios, el individuo se hace más
sabio, al haber aprendido a contemplar, aprender y fluir con el “tao”, el
camino medio natural o armonía.
Es así como
cualquiera, decía el taoísta Zhuangzi (siglo IV a.C.), puede alcanzar la
“clarividencia”, un estado equivalente al concepto de autorrealización que,
bajo distintas nomenclaturas, aparece en el pensamiento socrático (eudemonismo,
estoicismo, etc.), budismo (nirvana), budismo zen (satori), religiones
abrahámicas, etc.
Para los
partidarios de la “no acción” o “wu wei”, un estado injusto de las cosas no
puede superarse con un movimiento de reacción que fuerce la realidad e imponga
un nuevo tipo de desequilibrio, que perjudique a los que antes eran
beneficiados y beneficie a los antes perjudicados.
Según esta
idea, las prácticas a lo Robin Hood sólo crearían, a la larga, nuevas
injusticias y desavenencias, alertando contra la demagogia y el populismo.
Pero la “no
acción” tiene un problema fundamental: es imposible aplicar el concepto a corto
plazo, ni se puede imponer a quienes no comprendan sus principios, ya que
confundirían “no acción” con no hacer nada. Y el “wu wei” no equivale a
inmovilismo, sino a búsqueda de la virtud propia (clarividencia, felicidad,
bienestar, como queramos llamarlo). Nuestro comportamiento es lo primero que
está en nuestras manos cambiar, para después proyectarlo y contribuir a un
cambio más profundo. Pero este cambio no exaltado, a fuego lento, no ha sido
diseñado para la era de la interrupción constante, la apelación de los impulsos
y la dialéctica de la gratificación instantánea.
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