3 de gen. 2021

el vell i la mar, 3

 



por Alejandro Gamero

La piedra de Sísifo

03/02/2009

 

“Uno de los temas más presentes en Hemingway es la lucha encarnizada del hombre contra la naturaleza, un tema que reaparece en el que sería uno de sus últimos libros publicados en vida, una obra que le valdría el premio Pulitzer y que sería el puntillazo definitivo para la concesión del Nobel al conjunto de su obra. Me estoy refiriendo a una de sus obras más importantes, sin duda la más conocida, a pesar de su brevedad: El viejo y el mar.

Esta deslumbrante novela cuenta la historia de Santiago, un viejo pescador cubano, que después de ochenta y cuatro días sin haber logrado pescar ni un solo pez se hace a la mar empeñado en vencer su racha de mala suerte. Este viejo pescador, con sus ojos del mismo color que el mar ─alegres e invictos─, que casi vive de la mendicidad, pero que conoce a la perfección toda la técnica de su arte, esconde un pasado glorioso que únicamente se deja entrever en un recuerdo vago, el de un joven con una fuerza colosal, capaz de aguantar un pulso durante un día entero, un hombre viril apodado “El Campeón”. Pero lo que no sabe es que el mar le deparará la oportunidad de demostrar que aún no ha perdido completamente ese esplendor, que todavía está vivo y con fuerzas para realizar una proeza digna de pocos, un devastador combate con un gigantesco pez que se alargará a través de tres interminables días. El desenlace de esta lucha adquiere unas dimensiones tan ambiguas que es difícil determinar si finalmente es Santiago quien se hace con la victoria o si es el pez el vencedor. Posiblemente sean ambos en realidad los perdedores, porque la identificación que se produce entre Santiago y el pez es casi absoluta.

Si se compara El viejo y el mar con otro libro con el que está temáticamente relacionado, Moby Dick, salta a la vista que se trata de dos polos opuestos en el combate marítimo y aun en la relación del hombre con la naturaleza. En este caso el contacto entre el hombre y el medio que le rodea con todo aquello que lo habita la naturaleza es completo. La comunión con el mar se expresa en el tópico poético del género femenino que tanto y tan bien explotara Rafael Alberti: otros marineros «hablaban del mar como de un contendiente o un lugar, o aun un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacia cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo» Desde este mar femenino, donde el pescador está integrado hasta la médula, se expresa la melancolía hacia lo aéreo, simbolizado por las golondrinas: «¿Por qué habrán hecho pájaros tan delicados y tan finos como esas golondrinas de mar cuando el océano es capaz de tanta crueldad?» Más adelante Santiago dirá que se alegra de no tener que matar a las estrellas como hace con los peces.

La gran paradoja del libro se expresa en su mayor magnitud a lo largo del desarrollo del combate. El pescador forma parte de ese mundo, como un elemento más, pero al mismo tiempo, como depredador que es, tiene la misión de capturar y matar peces. Sin embargo, la relación que se establece con el pez es tan empática que bien pudiera decirse que se consolida una amistad basada en la admiración y el respeto. Esta contradicción se expresa a través de pensamientos complejos que encierran el binomio: «pez, yo te quiero y te respeto muchísimo. Pero acabaré con tu vida antes de que termine el día»; más adelante: «me gustaría dar de comer al pez. Es mi hermano. Pero tengo que matarlo y cobrar fuerzas para hacerlo»; o también: «el pez es también mi amigo. Jamás he visto un pez así, ni he oído hablar de él. Pero tengo que matarlo» Durante un segundo duda en su decisión de matar al pez, al que ha revestido con un halo de misticismo que le sitúa incluso por encima del hombre, que no es lo suficientemente digno como para probar su carne: «¿Serán dignos de comerlo? No, desde luego que no. No hay persona digna de comérselo, a juzgar por su comportamiento y su gran dignidad»

Sin embargo, el viejo debe matar al pez porque eso es lo que debe hacer un pescador. Aunque aparentemente sea una mezcla de necesidad y de orgullo lo que le lleva al convencimiento de que debe matar al pez, más bien es una especie de fatalidad, un destino, como si el ser pescador fuera su único camino. «El pescar me mata a mí exactamente igual que me da la vida», llega a pensar en los momentos finales en que está a punto de llegar a tierra. Y es que ama al pez cuando estaba vivo y lo sigue amando después de muerto.

La relación que se establece entre el hombre y la naturaleza tiende a mezclarlos y confundirlos. Así, por una parte la naturaleza se humaniza, y ese sentimiento es lo que lleva a Santiago a hablar a un pajarito que se posa en la barca como si fuera un hombre, diciéndole que vaya a correr fortuna «como cualquier hombre o pájaro o pez» Más adelante expresa el viejo sus dudas sobre la supremacía del hombre en la naturaleza, admitiendo que efectivamente el ser humano no es gran cosa comparado con las grandes aves y fieras; para después confirmar sus anhelos de ser animal: «Con todo, preferiría ser esa bestia que está allá abajo en la tiniebla del mar»

Después de tres días de actividad ininterrumpida el enfrentamiento adquiere un halo irreal en donde lo onírico está muy presente. Ya en el viaje de regreso el viejo reitera en varias ocasiones el pensamiento de que tal vez todo ha sido un sueño, llevado más por el deseo de que efectivamente sea así que por su propio convencimiento. Es cierto que el viejo pierde el hilo mental en varias ocasiones, pero sorprende lo increíblemente lúcido que se mantiene hasta el final. Hablar en voz alta no supone el más mínimo desvarío en una mente que considera que en el mar nunca se está solo ─impresionante después de tres días─ y en un cuerpo que se siente en sintonía con el medio. Sólo cuando se produce el trágico final su cabeza empieza a nublarse un poco y llega a dudar de si es él quien lleva al pescado o si es el pescado el que le lleva a él: «deja que él me lleve si quiere. Yo sólo soy mejor que él por mis artes y él no ha querido hacerme daño» Finalmente se han identificado hasta tal punto que ya no importa quién mate a quién.

Cuando el primer tiburón acomete al pez el viejo se ha llegado a identificar tanto con su pieza que siente que está siendo atacado en su propia carne. En ese momento la lucha del viejo se transforma, porque hasta ahora, en su enfrentamiento con el pez, había sido un encuentro de aguante y desgaste, de paciente espera; ahora, en cambio, con los tiburones, el choque es primitivo y brutal. Con cada acometida el pez va mermando y es necesario actuar con rapidez. Aquel hombre que parecía tranquilo y pacífico recupera parte de su juventud perdida, de aquella fuerza que le dio el sobrenombre de “El Campeón”, y convierte todos los objetos que están a su alcance en armas con las que proteger su pesca. Y los tiburones que consigue matar no son victorias personales, sino que van a medias con el viejo pez. Empero se sabe fracasado desde un principio: cometió el error de alejarse demasiado de la costa, y ahora el pez y él tendrán que pagarlo. La frustración del viejo que se sabe vencido aún antes de ser acometido por el enemigo es desoladora, y da como resultado una frase sincera y profunda que manifiesta esa frustración y que al mismo tiempo da fe de la comunión con la naturaleza, una sentencia pronunciada a los tiburones, como si ellos fueran conscientes del trágico destino del hombre: «Cómanse eso, galanos. Y sueñen con que han matado a un hombre»

El viejo y el mar, en fin, podría constituir un ejemplo perfecto de la épica moderna, trágica y derrotista, con el regusto amargo al héroe fracasado, pero tremendamente aleccionador. Tal vez el esfuerzo del viejo parezca vano, pero jamás hay que abandonar una batalla sin haber quemado todos los cartuchos. Porque, en realidad, la línea que separa la victoria de la derrota no siempre es evidente. Porque a veces pensamos haber perdido cuando hemos ganado, y ganado cuando perdimos.”


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