Gaitán en un acto público |
“Años después
el abuelo, durante la Violencia de mediados de siglo, sería amenazado por los
godos chulavitas que, en el norte del Valle, estaban matando a los liberales
como él. Don Antonio se había trasladado a la población de Sevilla con toda la
familia en la crisis económica de los años treinta. El viaje a caballo, con
doña Eva, mi abuela, embarazada, y con él atormentado por una úlcera péptica,
había sido un martirio de días que mi papá recordaba como un éxodo bíblico con
llegada feliz a la Tierra Prometida, el Valle del Cauca, una región «donde no
existía el Diablo». Allí el abuelo, después de muchos sacrificios, con el sudor
de su frente, había llegado a ser notario, y había logrado amasar nuevamente
una cierta fortuna, representada en fincas de café y de ganadería.
En Sevilla
había hecho mi papá casi todos sus años de colegio. Él había salido de Jericó
mientras cursaba tercero de primaria, pero al llegar a Sevilla el abuelito le
dijo que habían conversado tanto en el camino, y que su hijo era tan
inteligente, que podía matricularlo en quinto, y así lo hizo. En Sevilla terminó
sus años de primaria y secundaria. Durante el bachillerato en el Liceo General
Santander, se hizo buen amigo del rector del colegio, un célebre exiliado
ecuatoriano que había sido varias veces presidente de su país, el doctor José
María Velasco Ibarra, y mi papá siempre declaró que éste había sido una de sus
más importantes influencias políticas y vitales. Sus amigos de la primera
juventud eran también vallunos, de Sevilla, pero en los años de la Violencia de
mediados de siglo se los fueron matando a todos uno por uno, por liberales.
Cuando mi
papá, después de estudiar Medicina en Medellín, y de especializarse en Estados
Unidos, volvió a Colombia y empezó a trabajar en el Ministerio de Salud come
jefe de la Sección de Enfermedades Transmisibles, toda su familia vivía aún en
Sevilla. Siendo presidente de Colombia el conservador Ospina Pérez, mi papá
tuvo la idea del año rural obligatorio para todos los médicos recién graduados
y redactó el proyecto de ley que convirtió en realidad esta reforma. Casi al
mismo tiempo, en la misma Sevilla, y a principios de la Violencia, empezaron a
caer asesinados sus mejores amigos de juventud, sus compañeros del Liceo
General Santander.
A raíz de
estos crímenes, pero sobre todo después de la trágica muerte de uno de sus
cuñados, el esposo de la tía Inés, Olmedo Mora, que se mató mientras huía de
los pájaros del partido conservador, mi papá y el abuelo resolvieron que había
que abandonar Sevilla y refugiarse en Medellín, donde la ola de violencia era
menos aguda. Don Antonio tuvo que malvender lo que había amasado en más de
veinte años de trabajo y volver a Antioquia a empezar de nuevo con más de 50
años de edad. Mi papá, después de renunciar a su puesto en el Ministerio de
Salud, con una carta furibunda (y en su tradicional tono de conmoción
romántica) donde decía que no iba a ser cómplice de las matanzas del régimen
conservador, tuvo la suerte de que lo nombraran en un cargo de asesoría médica
para la Organización Mundial de la Salud, en Washington, Estados Unidos. Ese
exilio afortunado lo salvó de la furia reaccionaria que mató a cinco de sus
mejores amigos del bachillerato y a cuatrocientos mil colombianos más. Desde ese tiempo mi papá se declaraba «un
sobreviviente de la Violencia», por haber tenido la fortuna de estar en otro
país durante los años más crudos de la persecución política y las matanzas
entre liberales y conservadores.
La ebullición
y las tensiones ideológicas continuarían también en la generación de los hijos
de mi abuelo Antonio (y después en sus nietos), pues entre ellos, si mi papá le
había salido de un liberalismo mucho más radical que el suyo, de corte
socialista y libertario, otro de sus hijos, mi tío Javier, acabó siendo
ordenado en Roma como cura del Opus Dei, la orden religiosa más derechista del
momento, esa que, en contradicción con el Concilio, parecía haberse inclinado
por una opción preferencial por los ricos.”
Héctor Abad Faciolince
El olvido que seremos
Seix Barral, 201022
Páginas: 74-75
Entre 1948 y
1958, Colombia fue el escenario de una violencia política generalizada y
sistemática, conocida como La Violencia
. Se calcula que unas 200.000 personas murieron durante este período, incluidas
112.000 entre 1948 y 1950 solamente. Otros dos millones emigraron, principalmente a Venezuela, o fueron desplazados por la fuerza de sus
hogares. Ningún marco analítico individual puede capturar adecuadamente las
diversas razones por las que estalló y se intensificó la violencia. Sin
embargo, la mayoría de los historiadores coinciden en que las intensas
rivalidades partidarias entre los dos partidos políticos tradicionales de Colombia
- el Partido Liberal Colombiano y el Partido Conservador- proporcionaron el
catalizador inicial para la guerra civil.
Algunos
trazan las raíces del conflicto hacia 1930, año en que el liberal Enrique Olaya Herrera
llegó al poder después de un período de dominio del Partido Conservador. Los
liberales "celebraron" su victoria en las urnas con masacres,
asesinatos, saqueos y destrucción de propiedades y quema de iglesias, especialmente en Santander y Boyacá. La
ubicación de la violencia era importante, ya que estas mismas áreas serían los sitios de
violencia antiliberal tras la elección inesperada en 1946 del conservador
Mariano Ospina Pérez. La violencia partidista local pronto se convirtió en el
principal problema político nacional, ya que la inflación y el creciente número
de huelgas crearon un clima de inquietud social. La violencia en ambos lados
fue alimentada por temores de exclusión política, con los liberales anticipando
un poder conservador y los conservadores temerosos de que perder la presidencia
significara una marginación permanente. En este entorno caótico, el líder
liberal Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado el 9 de abril de 1948, desencadenando una dramática escalada de
violencia.
La violencia
contra civiles alcanzó su punto más álgido entre 1948 y 1953, con otro aumento
importante en 1956. A mediados del
siglo, los grupos armados locales estaban más integrados económicamente y
movilizados políticamente. Estos grupos desataron una ola de violencia urbana a
raíz del asesinato de Gaitán en abril de 1948. Un levantamiento de tres días,
llamado El Bogotazo, dejó a Bogotá
en ruinas y el gobierno central luchando por sofocar la violencia. La muerte de Gaitán marcó el final del
movimiento populista y el comienzo de una guerra civil no declarada.
En algunas
áreas del país, el conflicto intensificó las quejas locales sobre la tierra y
los recursos. Los grandes terratenientes
movilizaron a sus inquilinos unos contra otros, mientras que algunas facciones
campesinas comenzaron a movilizarse contra el sistema altamente desigual de la hacienda.
Los niveles de violencia disminuyeron
drásticamente después de que el general Rojas asumió el poder en 1953. El
gobierno recién instalado otorgó una amnistía general, que fue aceptada por
6.5000 guerrilleros. Sin embargo, la violencia continuó en 1954 y 1955 cuando
las tropas del ejército se enfrentaron con campesinos organizados y algunos
grupos guerrilleros se radicalizaron o se convirtieron en bandidos. Los
departamentos de Caldas, Valle, Antioquia, Cundinamarca, Tolima, Huila y Carca,
en particular, fueron testigos de continuas luchas.
El
establecimiento del Frente Nacional entre los dos partidos tradicionales en
1957 facilitó el retorno al gobierno civil. Los líderes políticos acordaron
alternar entre las presidencias liberales y conservadoras por un período de
dieciséis años y distribuir de manera uniforme todas las posiciones
gubernamentales entre las dos partes como una forma de limitar la violencia
partidista. A medida que el gobierno
central restableció su autoridad, gradualmente aisló a los líderes rebeldes y
bandidos. Sin embargo, varios grupos guerrilleros comunistas resistieron los
esfuerzos del ejército para eliminarlos, y a principios de la década de 1960 se
unieron para formar las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
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