6 d’ag. 2018

el bogotazo

Gaitán en un acto público

“Años después el abuelo, durante la Violencia de mediados de siglo, sería amenazado por los godos chulavitas que, en el norte del Valle, estaban matando a los liberales como él. Don Antonio se había trasladado a la población de Sevilla con toda la familia en la crisis económica de los años treinta. El viaje a caballo, con doña Eva, mi abuela, embarazada, y con él atormentado por una úlcera péptica, había sido un martirio de días que mi papá recordaba como un éxodo bíblico con llegada feliz a la Tierra Prometida, el Valle del Cauca, una región «donde no existía el Diablo». Allí el abuelo, después de muchos sacrificios, con el sudor de su frente, había llegado a ser notario, y había logrado amasar nuevamente una cierta fortuna, representada en fincas de café y de ganadería.

En Sevilla había hecho mi papá casi todos sus años de colegio. Él había salido de Jericó mientras cursaba tercero de primaria, pero al llegar a Sevilla el abuelito le dijo que habían conversado tanto en el camino, y que su hijo era tan inteligente, que podía matricularlo en quinto, y así lo hizo. En Sevilla terminó sus años de primaria y secundaria. Durante el bachillerato en el Liceo General Santander, se hizo buen amigo del rector del colegio, un célebre exiliado ecuatoriano que había sido varias veces presidente de su país, el doctor José María Velasco Ibarra, y mi papá siempre declaró que éste había sido una de sus más importantes influencias políticas y vitales. Sus amigos de la primera juventud eran también vallunos, de Sevilla, pero en los años de la Violencia de mediados de siglo se los fueron matando a todos uno por uno, por liberales.

Cuando mi papá, después de estudiar Medicina en Medellín, y de especializarse en Estados Unidos, volvió a Colombia y empezó a trabajar en el Ministerio de Salud come jefe de la Sección de Enfermedades Transmisibles, toda su familia vivía aún en Sevilla. Siendo presidente de Colombia el conservador Ospina Pérez, mi papá tuvo la idea del año rural obligatorio para todos los médicos recién graduados y redactó el proyecto de ley que convirtió en realidad esta reforma. Casi al mismo tiempo, en la misma Sevilla, y a principios de la Violencia, empezaron a caer asesinados sus mejores amigos de juventud, sus compañeros del Liceo General Santander.

A raíz de estos crímenes, pero sobre todo después de la trágica muerte de uno de sus cuñados, el esposo de la tía Inés, Olmedo Mora, que se mató mientras huía de los pájaros del partido conservador, mi papá y el abuelo resolvieron que había que abandonar Sevilla y refugiarse en Medellín, donde la ola de violencia era menos aguda. Don Antonio tuvo que malvender lo que había amasado en más de veinte años de trabajo y volver a Antioquia a empezar de nuevo con más de 50 años de edad. Mi papá, después de renunciar a su puesto en el Ministerio de Salud, con una carta furibunda (y en su tradicional tono de conmoción romántica) donde decía que no iba a ser cómplice de las matanzas del régimen conservador, tuvo la suerte de que lo nombraran en un cargo de asesoría médica para la Organización Mundial de la Salud, en Washington, Estados Unidos. Ese exilio afortunado lo salvó de la furia reaccionaria que mató a cinco de sus mejores amigos del bachillerato y a cuatrocientos mil colombianos más.  Desde ese tiempo mi papá se declaraba «un sobreviviente de la Violencia», por haber tenido la fortuna de estar en otro país durante los años más crudos de la persecución política y las matanzas entre liberales y conservadores.

La ebullición y las tensiones ideológicas continuarían también en la generación de los hijos de mi abuelo Antonio (y después en sus nietos), pues entre ellos, si mi papá le había salido de un liberalismo mucho más radical que el suyo, de corte socialista y libertario, otro de sus hijos, mi tío Javier, acabó siendo ordenado en Roma como cura del Opus Dei, la orden religiosa más derechista del momento, esa que, en contradicción con el Concilio, parecía haberse inclinado por una opción preferencial por los ricos.”


Héctor Abad Faciolince
El olvido que seremos
Seix Barral, 201022
Páginas: 74-75

Entre 1948 y 1958, Colombia fue el escenario de una violencia política generalizada y sistemática, conocida como La Violencia . Se calcula que unas 200.000 personas murieron durante este período, incluidas 112.000 entre 1948 y 1950 solamente. Otros dos millones emigraron,  principalmente a Venezuela,  o fueron desplazados por la fuerza de sus hogares. Ningún marco analítico individual puede capturar adecuadamente las diversas razones por las que estalló y se intensificó la violencia. Sin embargo, la mayoría de los historiadores coinciden en que las intensas rivalidades partidarias entre los dos partidos políticos tradicionales de Colombia - el Partido Liberal Colombiano y el Partido Conservador- proporcionaron el catalizador inicial para la guerra civil.

Algunos trazan las raíces del conflicto hacia 1930,  año en que el liberal Enrique Olaya Herrera llegó al poder después de un período de dominio del Partido Conservador. Los liberales "celebraron" su victoria en las urnas con masacres, asesinatos, saqueos y destrucción de propiedades y quema de iglesias,  especialmente en Santander y Boyacá. La ubicación de la violencia era importante,  ya que estas mismas áreas serían los sitios de violencia antiliberal tras la elección inesperada en 1946 del conservador Mariano Ospina Pérez. La violencia partidista local pronto se convirtió en el principal problema político nacional, ya que la inflación y el creciente número de huelgas crearon un clima de inquietud social. La violencia en ambos lados fue alimentada por temores de exclusión política, con los liberales anticipando un poder conservador y los conservadores temerosos de que perder la presidencia significara una marginación permanente. En este entorno caótico, el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado el 9 de abril de 1948,  desencadenando una dramática escalada de violencia.

La violencia contra civiles alcanzó su punto más álgido entre 1948 y 1953, con otro aumento importante en 1956.  A mediados del siglo, los grupos armados locales estaban más integrados económicamente y movilizados políticamente. Estos grupos desataron una ola de violencia urbana a raíz del asesinato de Gaitán en abril de 1948. Un levantamiento de tres días, llamado El Bogotazo, dejó a Bogotá en ruinas y el gobierno central luchando por sofocar la violencia.  La muerte de Gaitán marcó el final del movimiento populista y el comienzo de una guerra civil no declarada.

En algunas áreas del país, el conflicto intensificó las quejas locales sobre la tierra y los recursos.  Los grandes terratenientes movilizaron a sus inquilinos unos contra otros, mientras que algunas facciones campesinas comenzaron a movilizarse contra el sistema altamente desigual de la hacienda.  Los niveles de violencia disminuyeron drásticamente después de que el general Rojas asumió el poder en 1953. El gobierno recién instalado otorgó una amnistía general, que fue aceptada por 6.5000 guerrilleros. Sin embargo, la violencia continuó en 1954 y 1955 cuando las tropas del ejército se enfrentaron con campesinos organizados y algunos grupos guerrilleros se radicalizaron o se convirtieron en bandidos. Los departamentos de Caldas, Valle, Antioquia, Cundinamarca, Tolima, Huila y Carca, en particular, fueron testigos de continuas luchas.

El establecimiento del Frente Nacional entre los dos partidos tradicionales en 1957 facilitó el retorno al gobierno civil. Los líderes políticos acordaron alternar entre las presidencias liberales y conservadoras por un período de dieciséis años y distribuir de manera uniforme todas las posiciones gubernamentales entre las dos partes como una forma de limitar la violencia partidista.  A medida que el gobierno central restableció su autoridad, gradualmente aisló a los líderes rebeldes y bandidos. Sin embargo, varios grupos guerrilleros comunistas resistieron los esfuerzos del ejército para eliminarlos, y a principios de la década de 1960 se unieron para formar las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).


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