22 d’ag. 2018

el olvido que seremos, 5




“Si recordar es pasar otra vez por el corazón,  siempre lo he recordado.  No he escrito en tantos años por un motivo muy simple: su recuerdo me conmovía demasiado para poder escribirlo.  Las veces innumerables en que lo intenté, las palabras me salían húmedas, untadas de lamentable materia lacrimosa,  y siempre he preferido una escritura más seca, más controlada, más distante. Ahora han pasado dos veces diez años y soy capaz de conservar la serenidad al redactar esta especie de memorial de agravios.  La herida está ahí,  en el sitio por el que pasan los recuerdos,  pero más que una herida es ya una cicatriz.  Creo que finalmente he sido capaz de escribir lo que sé de mi papá sin un exceso de sentimentalismo, que es siempre un riesgo grande en la escritura de este tipo.  Su caso no es único,  y quizá no sea el más triste. Hay miles y miles de padres asesinados en este país tan fértil para la muerte.  Pero es un caso especial,  sin duda,  y para mí el más triste.  Además reúne y resume muchísimas de las muertes injustas que hemos padecido aquí.

Me hago un triste café negro,  pongo el Réquiem de Brahms que se mezcla con el canto de los pájaros y el mugido de las vacas.  Busco y leo una carta que me escribió desde aquí mi papá,  en enero de 1984,  en respuesta a otra carta mía en la que yo le contaba que no me sentía bien,  en Italia,  que estaba deprimido, que quería dejar una vez más otra carrera y volver a la casa. (…) Su respuesta está en una carta que siempre me ha dado confianza y fuerza.

(…)

«Mi adorado hijo: eso de las depresiones a tu edad es como más común de lo que parece. Yo recuerdo una muy fuerte en Minneapolis,  Minnesota,  cuando tenía unos veintiséis años y estuve a punto de quitarme la vida.  Creo que el invierno,  el frío,  la falta de sol,  para nosotros,  seres tropicales,  es un factor desencadenante. Y para decirte la verdad,  eso de que de pronto desempaques aquí con tus maletas y dispuesto a enviar todo lo europeo para un carajo, nos pone a tu mamá y a mí en el colmo de la felicidad.  Tú tienes más que ganado lo equivalente a cualquier «título» universitario y tu tiempo lo has empleado tan bien en formarte cultural y personalmente que si te aburres en la universidad es apenas natural. Cualquier cosa que tú hagas de aquí en adelante,  si escribes o no escribes,  si te titulas o no te titulas,  si trabajas en la empresa de tu mamá, o en El Mundo o en La Inés,  o dando clases en un colegio de secundaria, o dictando conferencias como Estanislao Zuleta,  o como sicoanalista de tus padres, hermanos y parientes,  o siendo simplemente Héctor Abad Faciolince, estará bien; lo que importa es que no vayas a dejar de ser lo que has sido hasta ahora, una persona, que simplemente por el hecho de ser como es, no por lo que escriba o no escriba,  o porque brille o porque figure,  sino porque es como es,  se ha ganado el cariño,  el respeto,  la aceptación,  la confianza,  el amor,  de una gran mayoría de los que te conocen.  Así queremos seguir viéndote, no como futuro gran escritor, o periodista o comunicador o profesor o poeta,  sino como el hijo, el hermano,  el pariente,  el amigo,  el humanista que entiende a los demás y que no aspira a ser entendido. Qué más da lo que crean de ti,  qué más da el oropel,  para los que sabemos quién eres tú.”



Héctor Abad Faciolince
El olvido que seremos
Seix Barral, 201022
Páginas: 255-257


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