4 d’abr. 2020

ámsterdam, fragmentos



Ámsterdam

Ian McEwan

Anagrama, septiembre 2008 (8ª edición)


“Miró a su alrededor: muchos de los asistentes tenían más o menos su edad (la de él, la de Molly). Cuán prósperos, cuán influyentes, cómo habían medrado con aquel gobierno que antes habían despreciado durante casi diecisiete años. He ahí a tu generación. Tanta energía, tanta suerte… Alimentados en la posguerra a los pechos del Estado, y luego sostenidos por la inocua, vacilante prosperidad de sus progenitores, se habían hecho hombres y mujeres en el pleno empleo, en las nuevas universidades, en los luminosos libros de bolsillo, en la era augusta del rock and roll, de los ideales realizables. Cuando la escalera se había hundido a su espalda, ellos ya estaban a salvo, ellos ya se habían asentado, ellos ya se habían establecido y ya habían dado forma a esto y aquello: el gusto, la opinión, la riqueza…”  (pág. 22)



“Los humanos sabíamos tan poco unos de otros. Nos hallábamos sumergidos casi por entero, como icebergs, y apenas dejábamos ver la cara tranquila y clara de nuestro ser social. Ahora Clive tenía ante sí una rara vista de debajo de las olas, la visión de la intimidad tormentosa de un hombre, de su dignidad desbaratada por una imperiosa necesidad de pura fantasía, de puro pensamiento, por ese elemento humano irreductible: la mente.”  (pág. 84)

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