Un viejo que
leía novelas de amor
Luis
Sepúlveda
Tusquets Editores, 1993
páginas: 144
Resumen:
Antonio José Bolívar Proaño vive
en El Idilio, un pueblo remoto en la región amazónica de los indios shuar (mal llamados jíbaros), y con
ellos aprendió a conocer la Selva y sus leyes, a respetar a los animales y los indígenas que la pueblan,
pero también a cazar el temible tigrillo como ningún blanco jamás pudo hacerlo.
Un buen día decidió leer con pasión las novelas de amor –“del verdadero, del
que hace sufrir”- que dos veces al año le lleva el dentista Rubicundo Loachamín
para distraer las solitarias noches ecuatoriales de su incipiente vejez. En
ellas intenta alejarse un poco de la fanfarrona estupidez de esos codiciosos
forasteros que creen dominar la Selva porque van armados hasta los dientes pero
que no saben cómo enfrentarse a una fiera enloquecida porque le han matado las
crías.
Fragmento:
“El alcalde no bebía aguardiente
como los demás lugareños. Aseguraba que el Frontera provocaba pesadillas y
vivía acosado por el fantasma de la locura.
Desde alguna fecha imprecisa
vivía con una indígena a la que golpeaba salvajemente acusándola de haberle
embrujado, y todos esperaban que la mujer lo asesinara. Se hacían apuestas al
respecto.
Desde el momento de su arribo,
siete años atrás, se hizo odiar por todos.
Llegó con la manía de cobrar
impuestos por razones incomprensibles. Pretendió vender permisos de pesca y
caza en un territorio ingobernable. Quiso cobrar derecho de usufructo a los
recolectores de leña que juntaban madera húmeda en una selva más antigua que
todos los Estados, y en un arresto de celo cívico mandó construir una choza de
cañas para encerrar a los borrachos que se negaban a pagar las multas por
alteración del orden público.
Su paso provocaba miradas despectivas, y su sudor
abonaba el odio de los lugareños.
El anterior dignatario, en
cambio, sí fue un hombre querido. Vivir y dejar vivir era su lema. A él le
debían las llegadas del barco y las visitas del correo y del dentista, pero
duró poco en el cargo. “
Luis Sepúlveda (1949-2020). Desde
joven realizó numerosos viajes, de Punta Arenas a Oslo y de Barcelona a Quito.
Visitó también la selva amazónica y el desierto del Sahara. Políticamente comprometido,
sufrió prisión durante la dictadura de Augusto
Pinochet y posteriormente abandonó el país. El exilio le llevó a Europa,
donde ha ido publicando la mayoría de sus novelas y relatos, sin mostrar un
especial deseo de regresar a su país, lo que le valió diversas críticas durante
un tiempo. Al igual que la de Isabel
Allende, su obra literaria no ha sido valorada en correspondencia con su
éxito de ventas.
De su ideario político y social
destaca su preocupación por el desequilibrio del planeta y el futuro de la
humanidad. Pese a su compromiso con la situación de su país, su obra ofrece
elementos más cosmopolitas, aunque contiene ciertos rasgos de moraleja y de
aliento profético, al tiempo que su escritura aparece como una evolución del
neorrealismo hacia nuevas tendencias. Sepúlveda se muestra admirador de Julio Verne y de Joseph Conrad, así como de los chilenos Manuel Rojas, Pablo de Rokha
y Carlos Droguett. Con un lenguaje
directo, de rápida lectura, cargado de anécdotas, sus libros denuncian el
desastre ecológico que afecta al mundo y critican el egoísta comportamiento
humano, pero también muestran y exaltan las más maravillosas manifestaciones de
la naturaleza.
La obra que le dio a conocer, Un viejo que leía novelas de amor
(1992), es una historia repleta de aventuras ambientada en la selva
ecuatoriana, en el mundo de los indios shuar
o jíbaros; el libro mereció los premios Juan Chabás de novela corta y Tigre
Juan.
Le siguieron Mundo del fin del mundo (1994), sobre
la criminal caza de ballenas practicada por empresas japonesas; Nombre de torero (1994), su primera
novela negra; Patagonia Express
(1995), un libro de viajes; el cuento Historia
de una gaviota y del gato que le
enseñó a volar (1996), pensado para sus hijos y con un claramente expuesto
contenido ecológico, el libro de relatos Desencuentros
(1997) o Diario de un Killer sentimental (1998), a través de la cual parece,
según algunas interpretaciones, que el autor abre su obra a nuevos caminos.
Entre otros, podemos leer Historias marginales (2000), Hot line (2002), novela negra
protagonizada por un detective mapuche, Los
peores cuentos de los hermanos Grim (2004), escrito en colaboración con Mario Delgado Aparaín o La sombra de lo que fuimos (premio
Primavera 2009); una de sus últimas obras fue Historia de una ballena blanca (2019)
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