por Pilar,
del
espacio “Musas en su tinta”
(fragmento)
“Me habían
recomendado al señor McEwan. No sé
si Amsterdam puede ser la mejor
aproximación a su narrativa pero el azar así lo quiso ya que era el único
ejemplar disponible de este autor en la biblioteca de Alaró.
Vaya por delante
que McEwan me ha parecido un excelente narrador que es capaz de construir
frases bellísimas, de esas que quieres releer varias veces porque deseas
capturarlas en algún rincón de tu memoria a largo plazo. Y además, domina
perfectamente el relato con intriga, seduciéndote párrafo a párrafo y regalando
unos ganchos al final de cada capítulo con los que inevitablemente sigues
devorando la novela. Y es que Amsterdam
es una novela corta que se lee con agilidad por la historia dinámica e
interesante que se cuenta.
La novela te
atrapa desde el principio. En ella, McEwan aborda básicamente la amistad, su
declive y algunos valores morales. Dos amigos, Clive (compositor famoso) y
Vernon (periodista y director de un periódico), acuden al funeral de una amiga
y antigua amante de ambos, Molly Lane.
En el funeral coinciden con George, multimillonario viudo de Molly y
Julian Garmony, ministro de Asuntos Exteriores y candidato a primer ministro.
Los diálogos entre los cuatro amantes, a lo largo de las sucesivas escenas nos
muestran su personalidad y a través de ellos conocemos más a Molly. A mi
juicio, Molly es el personaje más interesante pese a ser la gran ausente. Su
biografía y su personalidad -libre y pasional- tienen claros y oscuros y solo
los vamos descubriendo en el recuerdo que de ella tienen los cuatro hombres que
compartieron su vida.
Llevaba leídas
60 páginas y ya me sentía hipnotizada por la historia y la manera de contarla
de Ian, pero entonces llega una digresión sobre la creación artística y el
mundo del “artisteo” a cargo del personaje de Clive. Reconozco que ahí perdí
levemente el interés. No me avergüenza reconocerlo pese a que soy una melómana;
pero esa divagación musical me despistó totalmente de la trama.
La novela
sigue su desarrollo y retomo el interés como si nunca se hubiera ido. Entonces
llega el conflicto entre Clive y Vernon, amigos de toda la vida. Vernon recibe
de la mano de George, las escandalosas fotografías íntimas del ministro
Garmony. La decisión de publicar o no las fotografías en su periódico son la
excusa para que el dilema moral estalle y la causa de la erosión de su amistad
con Clive, totalmente contrario a la publicación que supondría el linchamiento
mediático del político. Y Ámsterdam
se vuelve aún más interesante al mostrarnos las diferentes reacciones de ambos
personajes, cómo vive cada uno su decepción con el otro. Es lo que tiene
decepcionarse con un amigo, que lo mismo puedes perdonárselo todo que puede
sacar lo peor de ti. Ian reflexiona
acerca de los límites de la lealtad en la amistad. ¿Acaso debo apoyarte en
actos que son contrarios a mi manera de pensar solo porque nos llamamos “amigos”?,
¿qué implica la incondicionalidad en la amistad?
La prosa de
McEwan nos conduce poco a poco hacia un inesperado final. Y lo de inesperado no lo digo como elogio ya
que, siempre en mi opinión, el final no está a la altura del 90% del contenido
anterior. No puedes capturar mi interés durante 180 páginas y rematarme con ese
final que parece tan apresurado como inverosímil. Tal fue mi sorpresa que
cuando terminé de leer la última página, pensé que se me había pasado algo por
alto y releí de nuevo las diez últimas hojas. No soporto esa sensación. ¡Con lo
mucho que había disfrutado este libro durante tres días! Me había creído todo
lo que me contabas, Ian, ¿por qué ese final?
En conclusión,
la recomiendo (pese a ese final). Mi “poso amargo” y las parrafadas sobre
composiciones musicales no desmerecen la valoración de la novela y la puntúo
con un 4 sobre 5. Una novela situada en el año 1998 pero con un contenido
totalmente atemporal -bien podría seguir ambientándose en la actualidad- en el
que los protagonistas se enfrentan a dilemas tales como el derecho a la información
versus el derecho a la privacidad; la amistad versus la ambición profesional y
la venganza y el resentimiento como motor de conducta. Cada personaje se caracteriza por su falta de
ética y, a pesar de ello, se dedica a juzgar al resto de los personajes por eso
mismo. ¿Acaso no es esa una fotografía bastante nítida de nuestra sociedad?”
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