18 d’ag. 2021

dolor d'escriure, 2

 




¿Por qué escribir?

por Rodrigo Fresán
ABC Cultural
24/10/2018

"Poco antes de anunciar su retiro de la escritura en 2009, llegó a sus editores y así se comentó en varios medios, la noticia de la inminente entrega de una nueva novela de Philip Roth. Y la novela resultaba ya promisoria desde su título: Notas para mi biógrafo. Pero al poco tiempo el escritor explicó no por qué escribía sino por qué ya no seguiría escribiendo. Y añadía que -habiendo escrito todo lo que tenía para decir-a partir de ahora se dedicaría a algo sobre lo que no hacía falta preguntarse por qué hacerlo: se limitaría a leer (entre muchos otros a sí mismo y a la totalidad de lo hecho para descansar en paz sabiendo si había cumplido con sus objetivos; Roth, no hubo sorpresa, confirmó que sí). Y a ordenar sus archivos para quien sí se encargaría de contar su vida (Blake Bailey, quien ya se había ocupado de Richard Yates y de John Cheever y no hace mucho ha informado que ya cuenta con 1.900 páginas de apuntes acerca de Roth para un libro que tendrá, como poco, 900). Y a terminar la supervisión de la edición de su obra completa en la consagratoria Library of America. El último de esos nueve volúmenes fue este indispensable  ¿Por qué escribir? recopilando sus escritos ensayísticos.

El título es bueno pero, también, podría titularse Notas para mi biógrafo. Porque he aquí lo más parecido a una autobiografía de Roth complementando, hasta que Bailey, acabe con lo suyo, el encomiable estudio/retrato Roth desencadenado de Claudia Pierpont Roth.

«¿Soy yo Lonoff? ¿Zuckerman? ... Hasta donde sé no me parezco en nada a un personaje tan bien delineado en un libro. Sigo siendo el amorfo Roth... No tengo nada que confesar y nadie a quién confesarme. En lo que hace a mi autobiografía, no pueden imaginarse lo aburrida que resultaría. Mi autobiografía consistiría casi por completo en capítulos tratando de mí a solas en una habitación y mirando a mi máquina de escribir... Crear biografía falsa, historia falsa, confeccionando una existencia semi-imaginaria a partir del verídico drama de mi vida, es el que constituye mi vida», advirtió el hombre en varias entrevistas, algunas de ellas presentes en este libro.

¿Por qué escribir? destila títulos ya conocidos como Lecturas de mí mismo(de 1976 y del que ha omitido sus escritos sobre baseball, sexo y política) y El oficio (2001), y lo expande con textos hasta ahora dispersos (incluyendo su muy publicitada, aquí en versión expanded, carta/diatriba a/sobre los usos y abusos de la Wikipedia, al discurso por su 80 aniversario, a su profecía sobre el fin de la vida cultural sucumbiendo a las pantallas y respuestas a publicaciones diversas) comentando lo propio y lo ajeno. Lo que lo formó y aquello a lo que acabó dando forma. Aproximaciones cercanas y certeras a Kafka, Bellow, Levi, Malamud, Kundera y otros; evocaciones de sus inicios con la escandalosa Goodbye, Columbus y su problemática relación con «lo judío»; y, en el último tramo, la volátil y sólida materia que nutrió a muchos de sus libros tardíos y magistrales: los siempre desarmantes y desarmándose Estados Unidos y su reencuentro como lector con «padres fundadores» del naturalismo/realismo literario «Made in USA» como Sherwood Anderson y Sinclair Lewis & Theodore Dreiser de los que se descubre como alumno que -no lo dice él, pero queda más que implícito- muy superior a sus maestros.

Y, sí, ¿Por qué escribir» es un libro provocador de aquel que advirtió que «la no-ficción que he escrito la escribí casi siempre a partir de una provocación». Aquí, entonces, el provocador provocado volviendo a provocar. Y -efecto imprescindible para saber si este tipo de libro cumple con su objetivo- provocando en el lector las ganas impostergables de releer o de descubrir la ficción del no-ficcionalista. (Consejo: volver o empezar con esa cumbre que es El teatro de Sabbath, favorito del propio Roth).

En lo que hace a la pregunta del título, Roth la respondió en detalle, en 1981, a Le Nouvel Observateur: «Escribo para liberarme de mi propia y asfixiante y estrecha perspectiva acerca de lo que es la vida y así enriquecerla con un mucho mejor y más desarrollado punto de vista que no es el mío». Pero, también, Roth podría haber respondido «Porque sí» o «Por qué no». Porque ahí está y ahí sigue -imposible de retirar aunque él ya no esté- todo lo suyo que puede ser también, un poco, lo nuestro. Para que así sea, alcanza con alcanzarlo y leerlo. Porque no hubo muchos que escribiesen como escribió Roth mientras se preguntaba por qué escribir. La respuesta a la teórica vida «amorfa» de Roth está en el perfecto diseño de la práctica de su obra. Y es una respuesta tan obvia que no se merece la pregunta absurda de por qué leerlo.

Lectores huérfanos

por Inés Martín Rodrigo


A finales de enero, Philip Roth nos regaló una entrevista memorable en The New York Times. No exagero con el adjetivo. Tenía, entonces, 84 años y sentía que, por fin, había reunido las palabras suficientes para construir algo así como un discurso de despedida. Y no se equivocaba. Apenas cuatro meses después de su «encuentro» (aceptó la charla con la condición de que fuera vía «e-mail», ya que necesitaba «tiempo para pensar» lo que quería decir) con Charles McGrath, moría en Nueva York. «Es sorprendente estar todavía aquí al final de cada día. Meterme a la cama por la noche, sonreír y pensar: “Viví un día más”», confesaba. Ni siquiera el menos común de los mortales escapa del miedo a la muerte, por mucho que le prometan la inmortalidad a través de su obra. La realidad es cosa de los vivos, y a Roth le encantaba «seguir vivo». Por eso nos dejó a todos (lectores y no tanto) con un palmo de narices cuando, allá por 2012, anunció que se retiraba de la escritura. Quizás entonces dejó de vivir a través de sus libros y empezó a hacerlo en el mundanal ruido. Se había pasado «cincuenta años en una habitación silenciosa como el fondo de una piscina», en una «tremenda soledad». Como la del corredor de fondo.

Pero ya no le quedaban fuerzas para seguir «extendiendo» una «mínima provisión diaria de prosa utilizable». Entregado a la realidad, sin el refugio que, al cabo, representa la escritura, le tocó vivir sus últimos años en un Estados Unidos que «nadie» que él conociera «se imaginó». Mucho menos él, atónito ante la «figura ominosamente ridícula del bufón presuntuoso» que, en su opinión, era Trump. No es extraño que, ante semejante escenario, leer se convirtiera en «el estímulo» de su «vida pensante». Entre sus últimas lecturas figuran Ta-Nehisi Coates, Teju Cole y Bruce Springsteen. Pero nada de narrativa. Curioso, porque, desde su muerte, yo tampoco he podido engancharme a una novela sin el pesar de saber que quizás nunca volveré a leer unas páginas como las suyas. En la literatura, como en la vida, la orfandad es para siempre."

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