6 d’ag. 2021

lenguas exiliadas, 6

 

Entre dos lenguas


por Magdalena Solari

El estante, 14 junio, 2019

"Hace solo unas semanas María Cecilia Barbetta, una escritora argentina que vive en Berlín, ganó el premio Chamisso por su novela Nachtleuchten (Luces nocturnas), que escribió en alemán pero transcurre en Buenos Aires poco antes del golpe militar. El premio Chamisso se da desde hace más de treinta años a una obra escrita en alemán cuyo autor tenga como lengua nativa otro idioma. Justamente por eso el premio lleva el nombre de Adelbert von Chamisso que escribió sus libros en alemán pero era francés y su novela más conocida, La maravillosa historia de Peter Schlemihl, pasó a ser un clásico del romanticismo alemán.

Es muy larga la lista de escritores famosos que decidieron usar una segunda lengua: Conrad y Nobokov escribieron en inglés, pero uno era polaco y el otro ruso; Kafka y Elias Canetti escribieron en alemán, uno era checo y el otro búlgaro; Samuel Beckett, ganador del premio Nobel, era irlandés y escribió sus obras más importantes en francés; también Milan Kundera, que nació en Praga, a partir de 1995, con La lentitud, comienza a escribir en francés. Y esos son solo algunos ejemplos. Otros escritores conservan su idioma a la distancia, como Cortázar o Saer que vivieron casi toda su vida adulta en París y siguieron escribiendo en castellano.

¿Pero qué implica escribir en la propia lengua o en otra adoptada? Después de vivir muchos años en otro país, el desempeño en esa segunda lengua puede ser muy bueno, incluso excelente. Sin embargo, no todo tiene que ver con el conocimiento del idioma. La lengua materna es como nuestra casa, aunque algunos, por distintas razones, decidan dejarla.

María Teresa Andruetto citó, en un discurso, a Adrián Bravi que en su libro La gelosia della lingua cuenta la historia de una tía que emigró a la Argentina y en el barco en que viajaba faltó agua potable y murieron casi todos los bebés. Esa tía que podía contar la historia en castellano no podía hacerlo en italiano sin quebrarse. En nuestro idioma materno la carga emotiva de las palabras puede ser abrumadora.

En una carta, Samuel Beckett le confiesa a un amigo que le teme a la lengua inglesa porque en ella no podría evitar la poesía. Decía que en francés le era más fácil escribir sin estilo. La reducción que Beckett hizo del lenguaje tuvo que ver con una búsqueda de simplificación y depuración estilística. En la posguerra, período en el que escribió Esperando a Godot (teatro del absurdo) o la novela Malone muere, las palabras parecían haberse vaciado de sentido. Pero, en la duración y en la intensidad de los silencios, aparece el eco casi audible de lo que no dijo, afirma el crítico George Steiner. La búsqueda de un minimalismo extremo hizo que Beckett eligiera escribir en francés.

Dice María Cecilia Barbetta: “… para mí siempre estaba claro que, si contaba una historia, se iba a desarrollar en Argentina. El país en que uno nace es el país de la niñez, y la niñez es siempre una etapa de la vida en donde hay una intensidad muy fuerte. O sea, a la hora de escribir yo tengo que transportarme con la imaginación a ese lugar de intensidad, que en mi caso es la Argentina. Y tal vez ese otro idioma, el alemán, es lo que me ayuda a poder manejar esa intensidad de una forma distinta, como una especie de vehículo que me permite acercarme a ese lugar que se llama Argentina, y tener una cierta distancia.”

Otro aspecto a tomar en cuenta tiene que ver con la naturaleza misma del lenguaje. En cada idioma, con sus distintas maneras de decir y representar las cosas se refleja la particular idiosincrasia de sus hablantes. Hay una cultura codificada en cada lengua, una manera de ver el mundo. Según el lingüista Lee Whorf las formas de pensamiento de una persona están controladas por patrones de los que esa persona no es consciente y que tienen que ver con “las imperceptibles sistematizaciones de su propia lengua”. Ya Leibniz, decía, en el siglo XVII, que el lenguaje no es solo el vehículo del pensamiento sino el medio que lo determina y condiciona. Pensamos y sentimos como nuestra lengua nos permite hacerlo.

Kafka escribió en su diario: “Ayer se me ocurrió que no siempre había querido a mi madre como ella lo merecía y como yo podría haberlo hecho, solo porque la lengua alemana me lo impidió”.

Vladimir Nobokov, el escritor ruso de Lolita, estudió en Cambridge, vivió en Berlín, en París y emigró más tarde a los Estados Unidos. George Steiner dice en su ensayo “Extraterritorial” que la matriz multilingüe de Nobokov es el factor dominante de su arte y que sus libros podrían leerse como una meditación acerca del lenguaje; como una muestra de la coexistencia de las distintas visiones del mundo que generan las lenguas. Para entender “la rareza” de Nabokov y su uso polisémico del lenguaje, dice Steiner, habría que hacer un estudio intensivo sobre su obra a la luz de los diferentes idiomas que hablaba. Las asociaciones que se hacen naturalmente en un idioma, no siempre son naturales en otro. Probablemente el ritmo y la extrañeza de su prosa se deban no solo a su genio sino también a su multilingüismo.

Cuando en el 2008, Barbetta ganó el premio Aspekte por su debut literario Los milagros, el jurado señaló el ritmo especial del texto. “Ojalá haya podido crear un ritmo latinoamericano con palabras alemanas, porque yo misma, viviendo acá desde 1996, me convertí en una mezcla. Mi novela no podría ser otra cosa que una amalgama de culturas.” dijo Barbetta en una entrevista..

El caso de Jumpha Lahiri es diferente. En el año 2000 ganó el premio Pulitzer por su libro El intérprete de las emociones, y cosechó un gran éxito de ventas. Después de escribir varios libros sintió que ya no quería contar más historias de migrantes bengalíes en los Estados Unidos. Se sentía condicionada. Un día se mudó con su familia a Roma pensando en pasar un tiempo allí y terminó instalándose. A los cuarenta y cinco años abandonó el inglés y empezó a escribir en italiano, una lengua que todavía no domina del todo. Necesitó trasplantarse a otro país y a otro idioma para poder reinventarse y empezar de nuevo.

El italiano Fabio Morábito señala otro motivo para cambiar de idioma. En una entrevista con el diario El País dijo: “Cuando uno escribe lo hace en una cultura, en un contexto, rodeado de otros autores con los que dialoga. Durante un año sabático en Roma compuse unos poemas en italiano. Sonaban muy bien y me salían casi instintivamente. Pero yo no tenía nada que decir en ese idioma y acabaron en la basura”. Morábito emigró a México junto a su familia a los quince años y toda su obra está escrita en castellano.

La elección de cada autor puede deberse a distintos factores: a la búsqueda de un efecto, a la necesidad de conseguir esa distancia que nos da el usar una lengua extranjera, a la historia personal del autor. Lo que es indudable es que usar el idioma materno o uno adquirido de adultos nos modifica. El conocimiento de otras lenguas nos abre a un universo de ideas, imágenes y asociaciones diferentes a las que estamos acostumbrados en nuestro idioma en el que nadamos como un pez en el agua, pero donde no alcanzamos a percibir el agua. En el caso del escritor, el extrañamiento que “esas sistematizaciones” de la lengua ajena producen, puede ser muy fecundo y estimulante. Un mundo nuevo para investigar y explorar."

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