En otras palabras
Jumpa Lahiri
Traducción: Marilena de Chiara
Salamandra, 2019
160 página
Escribir en lengua ajena
por Monika Zgustova
El País 14/01/2019
"El totalitarismo, la guerra, el Holocausto, el exilio: he aquí cuatro fenómenos que definen el siglo XX. Y todos ellos generaron las mayores migraciones que ha vivido la humanidad. Migraciones que continúan entrado el siglo XXI, sea a causa de la guerra, como en Irak y Siria; por regímenes autoritarios, casos de Rusia y Turquía, o por motivos económicos, en muchos países del continente africano.
Para un exiliado uno de los problemas más graves es el de verse enfrentado a diario con una lengua que no es la suya. Si no poderse expresar adecuadamente ni hacerse entender es una de las cosas más angustiosas que le puede suceder a un ser humano, en el caso de los escritores esta angustia puede ocupar el centro de su existencia. La lengua ¿es o no es una seña de identidad? Ante este dilema, los escritores reaccionaron de maneras distintas, empezando por la cuestión esencial: seguir escribiendo en la lengua materna o cambiar a la lengua de acogida. Muchos han sido y son los que optaron por el difícil camino de cambiar de lengua de expresión, empezando por el caso clásico de Joseph Conrad. Entre otros, Irène Némirovsky, Milan Kundera, Samuel Beckett, Eugène Ionesco, Jorge Semprún, Tahar Ben Jelloun, Cioran y Jonathan Littell ennoblecieron las letras francesas; Emine Sevgi Özdamar, las alemanas; Nabokov y Aleksandar Hemon, las americanas.
Sin embargo, en los escritores, no todos los exilios ni los cambios de lengua obedecen a razones exteriores. También los hay que responden a decisiones libres. Los escritores de expresión inglesa generaron una importante ola de exilio voluntario (James Joyce decía que el exilio es una de las armas del escritor). También las ciudades bilingües o multilingües (Praga, Trieste, Barcelona) crearon en sus escritores una sensación de identidad incierta y de desarraigo (Franz Kafka se sentía culpable por escribir en alemán en vez de en checo, lengua más pequeña, y Juan Goytisolo apuntaba: “Catalanes en Madrid y castellanos en Barcelona, nuestra ubicación es ambigua y contradictoria, amenazada de ostracismo por ambos lados”).
Estos días se han traducido al español dos libros que analizan lo que significa cambiar de lengua para quien tiene la escritura como su razón de ser. Se trata de dos mujeres, Eva Hoffman y Jhumpa Lahiri, la primera exiliada por razones políticas, la segunda se enfrenta al cambio de lengua como un debate existencial.
Eva Hoffman
traductor: Sergio Sánchez Benítez
Báltica Editorial, 2018
338 páginas
El libro autobiográfico de Eva Hoffman, Extraña para mí, empieza así: “Abril de 1959. Estoy junto a la barandilla de la cubierta superior del Batory y siento que mi vida se acaba. Observo a la multitud reunida en la orilla para despedir al barco que zarpa de Gdynia —una multitud que de repente está irrevocablemente al otro lado— y quiero huir, regresar, precipitarme hacia la excitación familiar. No podemos abandonar todo esto, pero lo hacemos. Tengo trece años y emigramos. Es una noción tan demoledora, tan definitiva que podría muy bien significar el fin del mundo”. Así, con esta “expulsión”, comienza la primera parte, ‘Paraíso’, del libro publicado originalmente en 1989. Un texto que se ha convertido con los años en un ensayo clásico sobre el exilio y la vida en una nueva lengua, como lo es también ‘Reflexiones sobre el exilio’, de Edward Said, publicado en 1984 en la revista Granta.
Eva Hoffman nació en Cracovia en 1945, justo al acabar la guerra, hija mayor de supervivientes judíos polacos. En Cracovia, Eva aprendió a tocar el piano con virtuosismo y experimentó su primer amor infantil. Sin embargo, más que por el totalitarismo comunista fue a causa del antisemitismo polaco que la autora describe con todo lujo de detalles que la familia se vio obligada a abandonar su país. De entre dos opciones, los padres prefirieron el boscoso Canadá al desértico Israel, no en vano durante la guerra el bosque se había convertido en su refugio y salvación.
En el segundo capítulo, ‘Exilio’, Eva y los suyos llegan a Vancouver, donde empiezan una vida en una nueva lengua y en un ámbito desconocido. La autora describe las percepciones que evoca en ella la sociedad canadiense de finales de los cincuenta. Si no fuera porque carecía de un hogar al que volver, la familia podría vivir el traslado como una aventura; pero la pérdida irrevocable del país natal convierte su experiencia en trágica. Los padres son demasiado mayores para cambiar su escala de valores, Eva y su hermana han perdido sus puntos de referencia y se sienten extraviadas en la nueva sociedad, tan competitiva y exigente.
Sin embargo, no queda otro remedio que adaptarse: Eva devora hamburguesas en coches descapotables llenos de adolescentes alborotadores, sale con chicos que la encuentran incomprensiblemente sofisticada y cuenta chistes que no resultan graciosos a nadie: los jóvenes canadienses no comprenden el humor de la Europa del Este. Además, Eva nota que sus compañeros apáticos desestiman su faceta de virtuosa del piano, pero aun así la conserva como parte de su identidad.
Solo tras años de exposición al inglés, ya en Nueva York tras sus estudios en Vancouver, Dallas y Boston, Eva decide renunciar al piano y con él a su vieja identidad. Lo cuenta en el tercer y último capítulo, ‘El Nuevo Mundo’. Siente entonces que se ha convertido en una criatura híbrida cuyas dos terceras partes “proceden de materiales americanos”; es “una especie de extranjera residente”. A veces piensa en las palabras de Theodor Adorno, exiliado de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, que avisó a los inmigrantes que si pierden su condición de extranjeros perderán su alma. Eva se propone lo contrario: formar parte del ambiente intelectual de Nueva York como ensayista en inglés y dejar de ser extranjera sin perderse a sí misma. Cuando finalmente logra transformarse en una intelectual neoyorquina, acaba resultando una extraña tanto para sus propios padres, aferrados a los valores de antaño, como para los polacos de su propia generación.
Este libro ingenioso y perspicaz, escrito con vivacidad e ironía, captura en términos profundamente humanos lo que es la esencia de la experiencia del exilio. Millones de personas se sintieron como la autora a lo largo del último siglo y en las dos décadas de este. Eva Hoffman acaba su ensayo concluyendo que, una vez perdido todo, al emigrante se le hace difícil caer en brazos de cualquier fe, sea religiosa o política. De manera que se convierte en aquel que no es de nadie ni de ningún lugar, en el único ser “realmente irreligioso”.
También Jhumpa Lahiri escribe sobre el cambio de lengua en su ensayo En otras palabras, un texto tan sincero que se lee casi como una confesión. La escritora estadounidense de origen bengalí siempre ha tratado en sus novelas y cuentos los temas de la nacionalidad y la ausencia de identidad, el sentido de pertenencia, la asimilación y la pérdida voluntaria de la tradición. En este su primer libro de ensayo, la escritora comparte con el lector los motivos que la han llevado a cambiar de lengua de expresión literaria, del inglés al italiano. Y es que de eso se trata: Jhumpa confiesa que su paso al italiano es irreversible.
Si para tantos escritores el cambio de lengua es doloroso, ¿por qué Lahiri, autora que escribe en la lengua más hablada del mundo, decidió dar este paso? En su libro confiesa que, a diferencia de su madre, que durante 50 años en el extranjero cultivó sus raíces indias, la rebelión de la hija consistió en asimilarse en América. Lahiri considera Estados Unidos su país, su inglés es perfecto, y su esfuerzo por conseguir su propósito de una asimilación completa fue enorme. ¿Por qué entonces ha decidido abandonarlo?
Lahiri huye del inglés. Huye de él a pesar de que su italiano no resulta, hoy por hoy, tan brillante. Y no solo huye del idioma, sino de todo lo que esta lengua y cultura han simbolizado para ella. Durante casi toda su vida el inglés y lo que encarna fue una lucha extenuante, “un conflicto pasional, un continuo sentimiento de fracaso del que deriva casi toda mi angustia. El inglés representa una cultura que debía superar, interpretar. Temía que representara una ruptura entre mis padres y yo”.
No obstante, fue en inglés que Lahiri entró en las letras internacionales por la puerta grande: el Premio Pulitzer a su ópera prima, El intérprete del dolor. Sin embargo, su éxito le parece inmerecido, conseguido demasiado pronto y con excesiva facilidad. Por eso, con el cambio de lengua, la escritora desea recuperar la oportunidad de sentirse una aprendiza.
Al igual que todos los autores que han cambiado de país y de lengua, Jhumpa Lahiri podría firmar lo que proclama Eva Hoffman: “Porque he aprendido la relatividad de los significados culturales en mi propia piel, no puedo considerar definitivo un único conjunto de significados. En mi vida pública, social, me situaré siempre en los intersticios entre culturas y subculturas. Encuentro en esta posición un punto de apoyo digno de Arquímedes para contemplar el mundo”."
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