¿El fin del sueño socialdemócrata en Suecia?
por: Göran Therborn (profesor sueco de sociología en la Universidad de Cambridge)
Revista Nuso
Mayo-junio 2019
"Las elecciones celebradas el 9 de septiembre de 2018 se saldaron con el peor resultado obtenido por los socialdemócratas suecos desde que en 1911 se introdujera el sufragio masculino cuasi universal. Entonces, el partido recibió 28,5% de los votos; esta vez, consiguió 28,3%. Se perdió todo un siglo de avance electoral. Aun así, la cúpula del partido saludó el resultado como una semivictoria y el líder partidario, Stefan Löfven –un respetable hombre de familia de mediana edad–, se fue de fiesta (con su esposa) hasta bien entrada la noche. Las ambiciones de los socialdemócratas suecos se han vuelto bastante modestas. Históricamente, el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores (Socialdemokratiska Arbetareparti, SAP) fue, con creces, el más exitoso de los partidos socialdemócratas y laboristas del mundo. Durante más de medio siglo, entre 1932 y 1988, obtuvo en todas las elecciones más de 40% de los votos, en un sistema caracterizado por la representación proporcional, las circunscripciones de varios escaños y múltiples partidos. Ningún otro partido sueco ha superado desde la Primera Guerra Mundial 30%. Todavía en 1994, el SAP obtuvo más de 45%. Gobernó el país sin interrupciones desde 1932 hasta 1976, excepto durante el gobierno de las «vacaciones de verano» de 1936, y nuevamente en 1982-1991, 1994-2006, 2014-2018 y hasta la actualidad.
La socialdemocracia llegó a Suecia a través de Alemania y Dinamarca, y los camaradas daneses sirvieron de modelo original para la primera generación de reformadores suecos. Pero desde mediados de la década de 1930, los suecos fueron universalmente reconocidos como los maestros de su clase. Entre 1932 y 1976, los socialdemócratas fueron eminentemente exitosos como impulsores de la reforma social desde el gobierno: cautos, graduales, bien preparados. Podían apuntar al pleno empleo, una economía próspera y abierta que fuese competitiva en los mercados mundiales, un generoso Estado de Bienestar y una sociedad igualitaria, que en 1980 tenía las tasas de desigualdad por renta y por género más bajas del mundo. La propuesta planteada por los sindicatos liderados por el SAP de crear «fondos de inversión de los asalariados» en 1976 fue quizá la medida de mayor alcance hacia una economía socialista jamás avanzada por los socialdemócratas convencionales. La socialdemocratización del país fue suficientemente profunda como para mantener a los partidos «burgueses» –como se los conoce oficialmente en Suecia– de la coalición de centroderecha que gobernó en 1976-1982 en la senda del pleno empleo y los derechos sociales.
Fueron los propios líderes del SAP quienes comenzaron la contrarreforma socioeconómica a comienzos de la década de 1980. El giro neoliberal comenzó como una especie de gestión de la crisis. El sector exportador se estaba volviendo menos competitivo debido a sus costos. Los productores de textiles y prendas de vestir que quedaban fueron barridos, los astilleros coreanos y japoneses superaron finalmente a los suecos, y los sectores del acero y la silvicultura se vieron obligados a reducir su tamaño. La rentabilidad era baja, y también la inversión. La balanza de pagos estuvo en números rojos entre 1978 y 1981, y la participación de los beneficios en el valor agregado cayó de 30% en la década de 1960 y comienzos de la de 1970 a 24% en 1978. Esto se presentó como una amenaza para los puestos de trabajo, aunque los niveles de empleo seguían subiendo a pesar de la crisis internacional. Tanto los economistas de la Confederación de Sindicatos Suecos, conocida como LO (Landsorganisationen i Sverige), como los de la SAP acordaron que sería necesario contener los salarios y aumentar los beneficios. La principal herramienta para conseguirlo fue devaluar la moneda 16% en cuanto el SAP recuperó el poder en 1982. Los líderes del partido privaron a la propuesta de creación de fondos de inversión de los asalariados planteada por Rudolf Meidner de su verdadero potencial transformador, aunque se aprobó oficialmente una versión aguada, como gesto simbólico hacia los congresos del partido y del sindicato.
La década de 1980 fue testigo del avance internacional de la teoría económica neoliberal. En ese marco, un grupo de economistas del SAP organizó un seminario para estudiar las nuevas ideas de Chicago que consiguió llegar a los oídos del ministro de Finanzas, Kjell-Olof Feldt, y del gobernador del Banco Central. La mercantilización y el control de la inflación se convirtieron en las nuevas prioridades de la política socialdemócrata. En 1985, este grupo impuso la liberalización de los mercados de crédito y de capitales en Suecia. Feldt contó que, cuando le presentó la propuesta a Olof Palme, el primer ministro respondió: «Hagan lo que quieran. De todas formas, yo no entiendo nada». Estas decisiones, junto con la reorganización de la Bolsa de Estocolmo, durante mucho tiempo adormecida, abrieron las compuertas al capital financiero especulativo, tanto nacional como extranjero. Esto generó a su vez, en 1991, una crisis financiera de origen interno, que puso fin al pleno empleo en Suecia, redujo el PIB en un 4% y les costó a los contribuyentes otro 4% del PIB para rescatar a los bancos.
El SAP tuvo la suerte de que entre 1991 y 1994 estuviera en el poder una coalición «burguesa» –liderada por Carl Bildt, un partidario convencido de la Guerra Fría, del Partido Moderado–, que tuvo que enfrentar las consecuencias de este estallido de la burbuja financiera. Fue una tarea que la coalición desempeñó muy mal, lo que permitió la vuelta de la socialdemocracia al poder en 1994, con 45% de los votos. Los socialdemócratas consiguieron volver a estabilizar la economía y liberar al país de su dependencia de los banqueros neoyorquinos. Fue un logro a corto plazo, sin embargo, conseguido con duras medidas de austeridad, y no incluyó un replanteamiento de la privatización, la mercantilización o la «nueva gestión pública» –que utiliza las prácticas de las grandes empresas en los servicios públicos– y, mucho menos, preocupación igualitaria alguna. Las coaliciones burguesas y las lideradas por el SAP, que se han alternado en el poder desde 1991, han actuado, por el contrario, como corredoras de relevos en la promoción de la desigualdad y la especulación. Juntas han eliminado los impuestos a la herencia y sobre el patrimonio y los bienes inmuebles, han hecho que los rendimientos del capital tributen menos que los ingresos del trabajo y han restringido la escala de las prestaciones sociales, además de endurecer el acceso a ellas. Hace dos años, la revista Forbes declaraba que «Suecia encabeza la lista de los mejores países para hacer negocios en 2017», aunque se trataba de un país gobernado por socialdemócratas.
La desigualdad económica se ha disparado. En 2002, el 1% más rico de Suecia era propietario de 18% de la riqueza de los hogares; en 2017, ese porcentaje había subido a 42%. Otras desigualdades están también profundizándose. La Autoridad Nacional de Educación (Skolverket) ha concluido que una cuarta parte de las calificaciones de los estudiantes puede atribuirse ahora a la clase social de los padres, frente a 16% en 1998. La brecha en la esperanza de vida a los 30 años entre grupos de distinto nivel educativo ha aumentado desde 2000 en dos años para las mujeres y uno para los hombres; llega hasta seis años menos de vida para los menos educados si se tienen en cuenta ambos sexos, en comparación con los muy educados. La desigualdad de género es una excepción y no ha aumentado. Las mejoras de 1968 y el movimiento feminista no han retrocedido y siguen repercutiendo en un país profundamente laicizado y sin una derecha religiosa significativa. Esto no significa que Suecia esté libre de dominación masculina y machismo: al contrario, el movimiento internacional MeToo, cuando llegó a Suecia, se convirtió en una serie de protestas colectivas en todo el país contra el acoso sexual, lideradas por las profesionales, entre ellas policías, académicas, médicas, abogadas y banqueras.
¿Cómo ha podido producirse este giro hacia desigualdades cada vez más profundas, que ha deshecho más de medio siglo de igualación gradual? El capitalismo posindustrial, globalizado y financiarizado tiene una tendencia intrínseca a aumentar la desigualdad económica, al debilitar la posición de los sindicatos, fragmentar a la clase obrera y descualificar a partes de ella mediante cambios en la demanda de trabajo, por no mencionar la apertura de nuevas perspectivas para el capital, mediante la deslocalización hacia países de salarios más bajos y el aumento de las oportunidades para extraer renta financiera. Habría sido de esperar, sin embargo, que la Suecia socialdemócrata se encontrase entre los países mejor situados para resistirse a esas tendencias y contenerlas. La desigualdad en Suecia ha aumentado, por el contrario, más que en la mayoría de los países de Europa occidental. Parece que hay tres razones principales para la sorprendente evolución de las pasadas tres décadas. Quizá el factor más importante haya sido el cambio de orientación de los dirigentes del SAP, que han abandonado cualquier preocupación significativa por la desigualdad y la justicia social. Un ejemplo ilustrativo fue el acuerdo sobre las pensiones, negociado en secreto entre el gobierno del SAP y los partidos burgueses en la década de 1990, y aprobado por el Parlamento en 1998. La idea principal era hacer que las prestaciones dependiesen de los cambios del PIB y de las tendencias demográficas. La intención era hacer el sistema más sostenible bajo la presión económica y demográfica, un objetivo racional tras el colapso financiero sueco de 1991. Pero los expertos que calcularon y negociaron el tema no tuvieron en cuenta las consecuencias distributivas de la nueva estructura de las pensiones. Resultó que, 15 años después, el sistema había producido un grado de pobreza relativa más alto que la media de la Unión Europea. En otro acuerdo sobre tributación alcanzado en 1991, el gobierno del SAP introdujo tipos impositivos más bajos para los rendimientos del capital que para el (sustancial) ingreso del trabajo. En 2004, el gobierno socialdemócrata abolió todos los impuestos sobre sucesiones y donaciones.
En segundo lugar, se produjo una ofensiva empresarial intensiva y bien financiada, desarrollada primero como resistencia (y venganza) ante los avances de los trabajadores en la década de 1970. En 1976, por primera vez en su historia, la federación de empresarios escogió como líder a un ejecutivo empresarial: todos sus predecesores habían sido funcionarios o semifuncionarios de las cámaras de comercio. Dos años después, la federación creó su propia oficina de propaganda, Timbro, el primer think tank importante de Suecia. En octubre de 1983, las organizaciones empresariales convocaron la que quizás haya sido la mayor manifestación acaecida en la historia de Suecia para oponerse a la propuesta de creación de fondos de inversión de los asalariados, contrataron 60 vagones de tren, 200 autobuses e incluso vuelos chárter para trasladar manifestantes a Estocolmo. (Uno de los principales organizadores consultó con un líder estudiantil de 1968 cómo organizar una protesta). La ofensiva fue suficientemente inteligente como para no adoptar una actitud explícitamente antisindical en un país fuertemente sindicalizado y con una sólida tradición de colaboración de clase. Se dispuso, por el contrario, a debilitar a los sindicatos con medios sutiles: encareciendo la afiliación sindical, por ejemplo, o la cualificación para obtener un seguro de desempleo de un sindicato, como hicieron los gobiernos burgueses. En esta campaña no encontraron resistencia. En 2010, el profesor de derecho Göran Groskopf, experto en asesorar a los suecos más acaudalados sobre elusión fiscal, describía el país como un «paraíso fiscal (skatteparadis) para los ricos».
El tercer factor impulsor de la desigualdad –en concreto, de la distribución de la riqueza– ha sido el nuevo dinamismo del sector exportador de altas tecnologías. Concentrado durante mucho tiempo en la empresa de telecomunicaciones Ericsson, recientemente ha engendrado una serie de prósperos inventores en el sector de las tecnologías de la información que pronto han acumulado una gran riqueza: Skype, Spotify y juegos de ordenador como Candy Crush y Minecraft son todos suecos. Las empresas de capital de riesgo, la forma más agresiva de capital financiero, están excepcionalmente bien representadas en Suecia: en proporción del PIB, son las segundas de Europa, después de Reino Unido.
La creciente polarización de clase que se está produciendo en la sociedad sueca no ha pasado desapercibida. El relato predominante sostiene que Suecia se ha convertido en una sociedad amenazada por la inmigración. De acuerdo con el líder del Partido Moderado, que encabeza la Alianza por Suecia, compuesta por cuatro partidos, la «integración» es el factor que conecta «muchos de los problemas que tenemos en Suecia». Este persistente tema electoral –la «cuestión del destino»– es un reconocimiento tácito de que el programa neoliberal de rebajas tributarias y aumento de las privatizaciones, que todavía figura en las propuestas de la Alianza, ya no tiene un atractivo masivo.
En el invierno y en la primavera de 2018, el SAP y los cuatro partidos burgueses convergieron en ver a los inmigrantes y su «integración» como la principal cuestión política afrontada por el país, y compitieron entre sí para ser los mejor situados para abordarla. Este enfoque los puso a jugar en la cancha de los Demócratas de Suecia, xenófobos y antiinmigrantes, que se dispararon en las encuestas de opinión.
Como la mayor parte de Europa, Suecia fue históricamente un país de emigración, cuya población huyó en masa de la pobreza, pero también de la persecución religiosa y política. Las minorías étnicas –fineses y samis, principalmente– eran pequeñas y estaban oprimidas y sometidas a la asimilación forzosa. A finales de la década de 1930, la opinión pública burguesa y estudiantil se movilizó contra la aceptación en Suecia de una docena de médicos judíos que huían de la Alemania nazi; y durante la guerra, la «neutralidad» sueca implicó relaciones cordiales del gobierno del SAP con Berlín. Sin embargo, en 1943, las autoridades y los ciudadanos de Suecia ayudaron a los judíos daneses a cruzar el estrecho de Sund para escapar de la amenaza de deportación a Alemania.
Después de la guerra, y en especial a partir de la década de 1960, Suecia estuvo abierta a una significativa inmigración de trabajadores, la mayoría de Finlandia, pero algunos también del sur de Europa. En la década de 1970 aceptó refugiados políticos de América Latina, que en general fueron muy bien recibidos. Una nueva oleada de inmigrantes llegó con la ruptura de Yugoslavia a comienzos de la década de 1990, coincidiendo con la profunda recesión que siguió a la crisis financiera de 1991. Para entonces, la situación había cambiado. Ya antes, habían empezado a organizarse movimientos racistas y xenófobos, sobre todo en la provincia más meridional, Escania. En 1979 comenzó a funcionar un pequeño grupo activista llamado Mantener a Suecia Sueca (BSS, por sus siglas en sueco); un municipio de Escania organizó un referéndum contra la aceptación de refugiados en 1988 y la moción salió aprobada por una mayoría de dos tercios. Ese mismo año, seguidores del BSS y otros activistas establecieron un partido de extrema derecha con elementos neonazis, los Demócratas de Suecia.
La Suecia de posguerra se consideraba a sí misma un país internacionalista y socialdemócrata. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la ayuda al desarrollo tenían un respaldo muy extendido. Palme situó su gobierno y su partido en oposición a la Guerra de Vietnam. El embajador sueco en Chile en 1973, Harald Edelstam, se convirtió en héroe nacional a la par que Raoul Wallenberg por ayudar a numerosos chilenos a escapar de los escuadrones de la muerte de la dictadura militar. A comienzos de la década de 2000, Suecia recibió a muchos refugiados de la destructiva guerra estadounidense en Iraq, y también de conflictos en el Cuerno de África y (más recientemente) Afganistán. El alcalde de Södertälje, una población industrial satélite de Estocolmo, testificó ante el Congreso estadounidense que su ciudad estaba admitiendo a más refugiados de la guerra estadounidense en Iraq que todo EEUU, con orgullo pero también con preocupación. No es de extrañar que en 2015 Suecia fuese, junto con Alemania, el único receptor voluntario de la oleada de refugiados procedentes de Siria y Afganistán, con la admisión de más de 160.000: en proporción a su población, equivaldría a acoger casi un millón de refugiados en Reino Unido. En 2017, casi 19% de los habitantes de Suecia había nacido en el extranjero, y de ellos, 11% en África o Asia.
Aunque una franja racista y xenófoba de la población sueca se oponía a la política de apertura a los refugiados, la ciudadanía en general la respaldaba. La cultura universalista de la Suecia de posguerra seguía manifestándose en la actitud adoptada hacia Demócratas de Derecha por los partidos burgueses tradicionales, que todavía dudan en formar un gobierno de derechas con apoyo de los xenófobos. Desde 2014, el Parlamento sueco contiene tres bloques políticos. El rojiverde está compuesto por el SAP, el Partido del Medio Ambiente y el Partido de la Izquierda. El segundo bloque es el de la Alianza, conformada por cuatro partidos burgueses (Moderado, del Centro, Demócrata Cristiano y Popular Liberal), mientras que Demócratas de Suecia constituye por sí solo el tercer bloque. Demócratas de Suecia está cortejando a la Alianza, en especial a sus elementos culturalmente más derechistas, el Partido Moderado y los Demócratas Cristianos, por el momento sin éxito en el ámbito nacional.
Las rupturas socioeconómicas, las nuevas tecnologías de la comunicación y las nuevas formas de movilidad han debilitado –en algunos casos, prácticamente disuelto– las comunidades populares, sus organizaciones (partidos y sindicatos) y su cultura. Las ciudades y los pueblos industriales de Suecia han experimentado el vaciado de su cultura obrera, antes rica y densa. No obstante, 61% de los trabajadores manuales y 73% de los no manuales siguen afiliados a un sindicato. La Liga de Educación de los Trabajadores (ABF, por sus siglas en sueco) tiene presencia en todo el país, aunque ahora ofrece principalmente cursos relacionados con aficiones y enseñanza de lenguas extranjeras. En 1982, el 60% de los electores suecos se consideraban a sí mismos «identificados» con algún partido político. En 2014, esa cifra había caído a 27%. En 1956, 11% de los votantes había cambiado su preferencia de partido respecto a las elecciones anteriores; en 1968, la cifra era de 19%; en 1982, de 30%; y en 2018 la proporción había subido a 40%.
La nueva oleada de migración internacional (e intercontinental) ha creado un conjunto particular de problemas en Europa, durante medio milenio centro mundial de emigración, expansión y conquista. Ahora, los descendientes empobrecidos de los antiguos conquistados viajan a los países habitados por los descendientes de sus conquistadores. Este nuevo giro migratorio, acelerado por una serie de guerras lideradas por EEUU en la zona de influencia meridional de Europa, de Afganistán a Libia, está creando un verdadero problema para la socialdemocracia europea, cuyos votantes tradicionales se ven muy afectados por la afluencia de personas pobres y para quienes los derechos sociales y la justicia social fueron siempre principalmente de alcance nacional.
Los sindicatos suecos apoyaron en las décadas de 1960 y 1970 una inmigración de trabajadores reglamentada. Ahora piensan que debería permitirse solo de manera excepcional. También apoyan la política más restrictiva hacia los refugiados adoptada después de 2015, aunque siguen aceptando el derecho de asilo. Lo que más les preocupa son los contratistas de la UE que traen consigo sus propios trabajadores mal remunerados.
En las últimas elecciones, los socialdemócratas consiguieron cambiar las prioridades de los electores, alejándolas de la inmigración, y eso frenó la marcha hacia la xenofobia. Pero el Estado de Bienestar no fue simplemente un tema ganador para el SAP. Hay muchas quejas sobre las listas de espera en los hospitales y sobre las grandes distancias que hay que recorrer para llegar a las clínicas en la vasta región septentrional. Aunque Suecia no ha estado sometida a un régimen de austeridad comparable al del gobierno conservador británico, los recursos disponibles resultan insuficientes para las demandas crecientes de una población envejecida.
El análisis de la crisis de la socialdemocracia debería prestar atención también a su resiliencia y al espacio existente para la aparición de una nueva izquierda. Esta resiliencia tiene dimensiones económicas, socioculturales y políticas. El aspecto económico hace referencia principalmente al lugar que el país ocupa en el sistema mundial: específicamente, a la medida en que es vulnerable a las oscilaciones del mercado mundial y a las presiones de los acreedores, o en que se ve perjudicado por el subdesarrollo. Suecia se encuentra a este respecto en una posición fuerte, como el noroeste de Europa en general, pero anteriormente gozaba de la ventaja particular, ahora reducida, de ser una economía igualitaria, de tributación elevada y fuertemente sindicalizada que competía con éxito en los mercados mundiales.
Desde el punto de vista social Suecia conserva, a pesar de todo, un duradero legado de reformas. No hay ciudades o regiones enteras arruinadas por la dislocación económica. El principio de los derechos sociales de los ciudadanos sigue firmemente asentado. Desde el punto de vista cultural, la orientación universalista y de solidaridad internacional observada en la posguerra todavía perdura en Suecia, y eso hace que a los partidos burgueses tradicionales les resulte más difícil formar gobierno con el apoyo de la derecha xenófoba, como han hecho ya sus homólogos de los otros tres países nórdicos.
La socialdemocracia sueca está realmente sumergida en un profundo atolladero, con un respaldo electoral inferior al alcanzado en 1911. Pero no está moribunda ni perdiendo todo su peso político. Aun así, la falta de regeneración de la socialdemocracia tradicional está a la vista, lo que plantea otra cuestión cuando nos enfrentamos a las tendencias derechistas de hoy: ¿hay espacio para la aparición de nuevas alternativas de izquierda?
El Partido de la Izquierda sueco dio un modesto paso adelante en las elecciones de 2018 al aumentar su votación hasta 8%. En la actualidad es un partido de tamaño intermedio en las tres mayores ciudades de Suecia, con entre 12% y 14% y algunos baluartes municipales en todo el país. Como en Alemania, en Suecia no hay lugar para otro partido de centroizquierda, y los partidos existentes están fuertemente institucionalizados, lo que no deja espacio real para que sobre sus ruinas se forme algo parecido a Francia Insumisa. Por la misma razón, no hay una puerta abierta para que los activistas de izquierda entren en una organización moribunda que todavía conserva un peso parlamentario real, como el Partido Laborista británico. Y tampoco hay sustento alguno para que emerja un movimiento de base como Podemos, al menos hasta la próxima crisis económica. Lo que hace falta –es posible que se alcance– es un amplio movimiento no sectario que sacuda al SAP, al Partido de la Izquierda y a los Verdes, inyectando nueva energía, nuevas ideas y una nueva dosis de radicalismo en sus venas, e infundiendo esperanza e inspiración en las personas de tendencia progresista desilusionadas con los partidos existentes. Podríamos añadir que hay más potencial en la clase media progresista de Suecia que en muchos otros países, ya que las capas intermedias suecas están compuestas mayoritariamente por empleados sindicalizados. Se vislumbra una gran batalla social que se centrará en la dignidad del trabajo profesional –su ética, su vocación, su autonomía y su responsabilidad–, que se halla sometido a los ataques cada vez más agresivos de la «nueva gestión pública», los bucaneros de la privatización y sus sicarios de las consultorías empresariales. Estos cambios no están, sin embargo, a la vista en la actualidad. De modo que, incluso aunque se haya logrado en enero pasado un gobierno de cabeza socialdemócrata, en alianza con liberales, verdes y centristas, es probable que la contrarreforma socioeconómica continúe en Suecia, golpeando sin cesar al experimento de reforma social democrática e igualitaria más logrado del pasado siglo.”
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