2 de gen. 2014

el quinto en discordia, 1

Carl Gustav Jung

Al conjunto de planteamientos teóricos, analíticos y metodológicos formulados por Jung se le denomina psicología analítica, para diferenciarla de los postulados de Adler a los que se denomina psicología individual, y de los de Freud, que constituyen el psicoanálisis.

La teoría junguiana constituye un interesante esfuerzo por comprender la complejidad de la personalidad humana y de ofrecer criterios de clasificación que ayuden a entenderla. Parte de considerar que los individuos nacen con una actitud psicológica introvertida o extravertida, dependiendo de si su interés natural es por su mundo interior o por la realidad social que los rodea.  Además, considera  que el ser humano puede orientarse en el mundo a través de cuatro funciones básicas: el sentimiento, el pensamiento, la intuición y la sensación.

La Psicología Analítica concibe a la psique como una relación entre consciente e inconsciente en la que todos los efectos son recíprocos y ningún elemento actúa sobre el otro sin ser él mismo modificado. Esta relación lleva en sí misma integrada la facultad de autorregulación: La psique no sólo reacciona, también da su propia respuesta específica a las influencias que actúan sobre ella.


Carl Gustav Jung (1875 - 1961) fue uno de los científicos que reconocieron la existencia del inconsciente y, por tanto, uno de los fundadores de las bases del psicoanálisis y de la psicología profunda.

“—No me sorprende —afirmé  yo —. Creaste un Dios a tu imagen y semejanza, y cuando descubriste que no daba la talla, lo depusiste. Es una forma bastante habitual de suicidio psicológico.
Solo pretendía devolverle el golpe;  pero para mi sorpresa, se derrumbó.
—No la tomes conmigo, Dunny. Estoy destrozado. He hecho casi todo lo que había planeado hacer, y todos piensan que he tenido un gran éxito. Y por supuesto tengo a Denyse para ayudarme, lo cual es una suerte..., una enorme suerte, y no pienses que no soy consciente de ello.  Pero a veces me gustaría subir al coche y huir de todo esto.
—Es un deseo verdaderamente mitológico. Te ahorraré la pesadez de leer mi libro para averiguar lo que significa: quieres desvanecerte en la inexistencia con la armadura puesta, como el rey Arturo,  pero la moderna ciencia médica es demasiado lista para permitirlo.  Debes envejecer,  Boy, descubrir lo que implica la edad y cómo ser viejo. Un querido amigo me dijo una vez que desearía tener un Dios que lo enseñara a envejecer. Espero que encontrara lo que buscaba. Y tú debes hacer lo mismo o perecer.  Los dioses mantienen eternamente jóvenes a los que odian.
Boy me miro casi con odio.
—Ésa es la declaración de derrotismo más lunática que he oído en toda mi vida.
Sin embargo, antes de que termináramos de tomar el café, volvió a ser el de siempre.
A pesar de haber sido algo duro con él, me preocupaba. De niño había sido un bravucón, un fanfarrón y,  desde luego, un mal perdedor.  A medida que crecía había aprendido a desembarazarse de esos elementos, y cualquiera que no lo conociera tan bien como yo podría haber llegado a la conclusión de que había aprendido a dominarlos.  Pero yo nunca he creído que las tendencias más marcadas de la infancia puedan desaparecer;  quizá permanezcan como sustrato o cambien y se conviertan en otra cosa,  pero no se desvanecen,  y a menudo aparecen con mayor vigor tras cruzar el ecuador de la vida. Eso, y no la demencia senil, es lo que constituye la segunda infancia.  Puedo verlo en mí mismo: mi truco infantil de salir con una buena, que iba más allá de lo necesario para defenderme y se convertía en agresión,  había regresado en mi cincuentena. Iba a convertirme en un viejo de lengua viperina,  al igual que había sido un niño de lengua viperina. Y Boy Staunton había llegado a un punto en el que ya no podía seguir ocultando su descarnado deseo de dominar a todo el mundo, y se enfadaba y perdía la paciencia cuando las cosas le salían mal.
A medida que nos aproximábamos a los sesenta años, los artificios con los que habíamos cubierto nuestra esencia se iban disipando.”

“El quinto en discòrdia”
Robertson Davies

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