“Había llegado el momento.
O hablaba entonces o callaba para siempre. Dunstan Ramsay aconsejó callar, pero el quinto en discordia no quiso
escucharlo.
—
Sí, culpa. Staunton y yo le arrebatamos la cordura a tu
madre —declaré, y le conté la historia de la bola de nieve.
—
Es una lástima —dijo Boy—, pero si me permites que lo diga, Dunny, has permitido que esto se convirtiera
en algo que nunca fue. Los hombres
solteros sois unos neuróticos terribles. Yo tiré aquella bola de nieve, según
dices, y no voy a dudar de tu palabra, y
tú la evitaste. Eso precipito algo que
seguramente habría ocurrido de todas formas. La diferencia entre nosotros es que tú lo has
seguido rumiando y yo lo he olvidado. Ambos hemos hecho cosas mucho más
importantes desde entonces. Siento haber ofendido a tu madre, Eisengrim, pero ya sabes cómo son los niños: brutos, porque
no saben ser otra cosa. Sin embargo, crecen y se convierten en hombres.
—
En hombres muy importantes.
Hombres a quienes honra la Corona —dijo Eisengrim con una risa nada agradable.
—
Sí, y si pretendes que
muestre modestia por ello, te equivocas.
—
Hombres que incluso retienen
parte de su brutalidad infantil — observé yo.
—
No te comprendo.
El quinto en discordia insistió en
hacerse oír.
—
¿Te refresca esto la memoria?
—pregunté, tendiéndole mi viejo pisapapeles.
—
¿Debería recordarme algo? Es
una piedra normal y corriente. Hace años
que la tienes en la mesa. La he visto cientos de veces, y solo me recuerda a
ti.
—
Es la piedra que pusiste en
la bola de nieve que le tiraste a la señora Dempster. La he guardado, porque no podía librarme de
ella. Te juro que nunca tuve intención de decirte lo que era, pero Boy, por
Dios, tienes que aprender algo sobre ti mismo. La piedra que metiste en la bola
de nieve es tan característica de tantas cosas que has hecho, que no debes
olvidarla.
—
¿Qué es lo que he hecho?
Escucha, Dunny: una de las cosas que he hecho es convertirte en un hombre
bastante rico para tu posición. Te he tratado como si fueras mi hermano. Te di
consejos que no le habría dado a nadie más, permíteme que te lo recuerde. Y gracias a eso
tienes tu bonito nido, el fondo de jubilación por el que tanto lloriqueabas.
Yo no era
consciente de haber lloriqueado, pero
tal vez lo hubiera hecho.
—
¿Tenemos que seguir con esta
contabilidad moral? — pregunté yo—. Sencillamente, estoy intentando recobrar
parte de la totalidad de tu vida. ¿No quieres poseerla en conjunto, con lo bueno
y lo malo? Una vez te dije que creaste un Dios a tu imagen y semejanza y que,
como no daba la talla, te convertiste en ateo. Es hora de que intentes
convertirte en un ser humano. Entonces, es posible que en tu horizonte surja
algo más grande que tú.
—
Pretendes herirme. Quieres
humillarme delante de este hombre. ¡Parece que has estado confabulado con él
durante años, aunque nunca me lo
mencionaste, ni a él ni a su miserable madre, a mí, que
soy tu mejor amigo, tu mecenas y tu
protector ante tu propia incompetencia! Bueno,
que oiga también esto, ya que estamos con verdades desagradables: siempre me
has odiado porque te robé a Leola. ¡Y lo hice! No fue porque hubieras perdido
una pierna y fueras feo. Fue porque a mí me quería más.
Aquello acabo
con mi paciencia, y apareció la vieja incapacidad de Dunstable Ramsay para
resistirse a una pulla.
—
Yo diría que ambos
conseguimos a las mujeres que merecíamos, rey Candaulo — observé—. Y los que comen mermelada antes de desayunar, están
empalagados antes de acostarse.
—
Caballeros, todo esto me
interesa profundamente — intervino Eisengrim—, pero los domingos son el único día en que puedo
acostarme antes de medianoche. Debo dejaros.
De repente,
Boy se convirtió en la quintaesencia de la cortesía. —Yo también me marcho.
Permíteme que te lleve. Por supuesto, la intención de Boy era dejarme como un
canalla ante Eisengrim en el coche.
—
Gracias, Staunton —dijo
Eisengrim—. Lo que nos ha contado Ramsay te deja en deuda conmigo... vale por
ochenta días en el paraíso, si no puede ser en vida. Pero estaremos en paz si me llevas al hotel.
Yo tomé la
caja con las cenizas de Mary Dempster y pregunté:
—
¿Quieres llevártela, Paul?
—
No, gracias, Ramsay. Ya tengo todo lo que necesito.
Me pareció un
comentario extraño, pero con la tensión
emocional del momento no le presté atención. De hecho, hasta que la noticia del
fallecimiento de Boy me asaltó a la mañana siguiente, no noté que mi pisapapeles había desaparecido.”
“Había llegado el momento.
O hablaba entonces o callaba para siempre. Dunstan Ramsay aconsejó callar, pero el quinto en discordia no quiso
escucharlo.
—
Sí, culpa. Staunton y yo le arrebatamos la cordura a tu
madre —declaré, y le conté la historia de la bola de nieve.
—
Es una lástima —dijo Boy—, pero si me permites que lo diga, Dunny, has permitido que esto se convirtiera
en algo que nunca fue. Los hombres
solteros sois unos neuróticos terribles. Yo tiré aquella bola de nieve, según
dices, y no voy a dudar de tu palabra, y
tú la evitaste. Eso precipito algo que
seguramente habría ocurrido de todas formas. La diferencia entre nosotros es que tú lo has
seguido rumiando y yo lo he olvidado. Ambos hemos hecho cosas mucho más
importantes desde entonces. Siento haber ofendido a tu madre, Eisengrim, pero ya sabes cómo son los niños: brutos, porque
no saben ser otra cosa. Sin embargo, crecen y se convierten en hombres.
—
En hombres muy importantes.
Hombres a quienes honra la Corona —dijo Eisengrim con una risa nada agradable.
—
Sí, y si pretendes que
muestre modestia por ello, te equivocas.
—
Hombres que incluso retienen
parte de su brutalidad infantil — observé yo.
—
No te comprendo.
El quinto en discordia insistió en
hacerse oír.
—
¿Te refresca esto la memoria?
—pregunté, tendiéndole mi viejo pisapapeles.
—
¿Debería recordarme algo? Es
una piedra normal y corriente. Hace años
que la tienes en la mesa. La he visto cientos de veces, y solo me recuerda a
ti.
—
Es la piedra que pusiste en
la bola de nieve que le tiraste a la señora Dempster. La he guardado, porque no podía librarme de
ella. Te juro que nunca tuve intención de decirte lo que era, pero Boy, por
Dios, tienes que aprender algo sobre ti mismo. La piedra que metiste en la bola
de nieve es tan característica de tantas cosas que has hecho, que no debes
olvidarla.
—
¿Qué es lo que he hecho?
Escucha, Dunny: una de las cosas que he hecho es convertirte en un hombre
bastante rico para tu posición. Te he tratado como si fueras mi hermano. Te di
consejos que no le habría dado a nadie más, permíteme que te lo recuerde. Y gracias a eso
tienes tu bonito nido, el fondo de jubilación por el que tanto lloriqueabas.
Yo no era
consciente de haber lloriqueado, pero
tal vez lo hubiera hecho.
—
¿Tenemos que seguir con esta
contabilidad moral? — pregunté yo—. Sencillamente, estoy intentando recobrar
parte de la totalidad de tu vida. ¿No quieres poseerla en conjunto, con lo bueno
y lo malo? Una vez te dije que creaste un Dios a tu imagen y semejanza y que,
como no daba la talla, te convertiste en ateo. Es hora de que intentes
convertirte en un ser humano. Entonces, es posible que en tu horizonte surja
algo más grande que tú.
—
Pretendes herirme. Quieres
humillarme delante de este hombre. ¡Parece que has estado confabulado con él
durante años, aunque nunca me lo
mencionaste, ni a él ni a su miserable madre, a mí, que
soy tu mejor amigo, tu mecenas y tu
protector ante tu propia incompetencia! Bueno,
que oiga también esto, ya que estamos con verdades desagradables: siempre me
has odiado porque te robé a Leola. ¡Y lo hice! No fue porque hubieras perdido
una pierna y fueras feo. Fue porque a mí me quería más.
Aquello acabo
con mi paciencia, y apareció la vieja incapacidad de Dunstable Ramsay para
resistirse a una pulla.
—
Yo diría que ambos
conseguimos a las mujeres que merecíamos, rey Candaulo — observé—. Y los que comen mermelada antes de desayunar, están
empalagados antes de acostarse.
—
Caballeros, todo esto me
interesa profundamente — intervino Eisengrim—, pero los domingos son el único día en que puedo
acostarme antes de medianoche. Debo dejaros.
De repente,
Boy se convirtió en la quintaesencia de la cortesía. —Yo también me marcho.
Permíteme que te lleve. Por supuesto, la intención de Boy era dejarme como un
canalla ante Eisengrim en el coche.
—
Gracias, Staunton —dijo
Eisengrim—. Lo que nos ha contado Ramsay te deja en deuda conmigo... vale por
ochenta días en el paraíso, si no puede ser en vida. Pero estaremos en paz si me llevas al hotel.
Yo tomé la
caja con las cenizas de Mary Dempster y pregunté:
—
¿Quieres llevártela, Paul?
—
No, gracias, Ramsay. Ya tengo todo lo que necesito.
Me pareció un
comentario extraño, pero con la tensión
emocional del momento no le presté atención. De hecho, hasta que la noticia del
fallecimiento de Boy me asaltó a la mañana siguiente, no noté que mi pisapapeles había desaparecido.”
El quinto en discordia
Robertson Davies
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